Imagen: 20 Minutos / Raúl Baratas (i) y su pareja |
Juan Andrés Teno | 1 de cada 10, 20 Minutos, 2018-04-08
https://blogs.20minutos.es/1-de-cada-10/2018/04/08/raul-es-el-futuro-persona-no-binaria-gitana-judia-y-proximo-xadre/
Una ola de diversidad está agitando los últimos años la sociedad española, ese mar de espuma arcoíris que nunca permanece quieto está también alterando los ritmos sincopados del movimiento LGTBI, al que le faltan letras mayúsculas para reflejar los que algunas personas jóvenes intentan transmitir.
Raúl Baratas tiene 25 años, se define como una persona no binaria, de raíces gitanas, de fe judía, transfeminista, activista y futuro ‘xadre’.
Nace en el madrileño barrio de San Blas, en una familia gitana enraizada en la izquierda reivindicativa, ‘desde que tenía 2 años iba a las manifestaciones con mi madre’. Su abuela, a la que profesa admiración, llegó al bario al principio de la década de los sesenta, en los inicios de la construcción de esta nueva imagen de capital de España y que se convertiría en el mayor enclave obrero de la ciudad. Para Raúl es importante su barrio, es un hábitat natural al que no quiere ni puede renunciar. Migrante económico durante un par años en Europa, al volver a San Blas supo ‘que estaba en mi casa. Es como un pueblo, la gente me conoce por mi hombre, por mi familia’. Enarbola con orgullo infinito su entorno, se muestra feliz de vivir en el mismo piso de 50 metros cuadrados por el que transitaron sus padres o sus abuelos. Porque su familia es su segundo y más importante referente ‘es el apoyo, la fuerza. Mi familia es mi ejemplo a seguir, lo es todo, por eso he vuelto a Madrid y a San Blas’.
Conocerlo, en la explosión irreverente de su juventud, es saber que no necesita solazarse en la diversidad del centro de Madrid, en las chuecas concomitantes, para izar la bandera multicolor de diversidad.
Tras ser expulsade de una entidad LGTB con 16 años por su militancia política, tras ser despedide de su trabajo por su orientación sexual, funda, un quinquenio atrás, Magdalenas Diversas. ‘Magdalenas’ es una entidad de barrio, como elle, en una zona ‘con mucha población gitana, migrantes, personas evangélicas, donde están aumentando las agresiones, las discriminaciones en las aulas’. Defensore por esencia personal del no binarismo, reconoce la dicotomía en la actualmente se mueve San Blas ‘que ahora un chaval de 16 años vaya maquillado, hay personas que lo llevan muy bien, pero la gente con mentalidad más cerrada tiene miedo y eso se refleja en agresiones y amenazas’.
Raúl intuye su disconformidad desde muy pequeño ‘me decía que no era un hombre, pensaba que podría ser una mujer, pero tampoco me identificaba como tal’. Con el paso del tiempo ‘mi capacidad evolutiva y de raciocino me ha llevado a destruir el binarismo y roles de género’. Y por ello, al pronunciarse ante el resto del mundo, esgrime con una seguridad no exenta de ternura que es una persona no binaria.
Su descubrimiento personal y su familia siguen girando como una espiral. Con 17 años fue su abuela quien lo sacó del armario. Aquella mujer le espetó un día: “¿estarás llevando a casa muchas chicas o muchos chicos?, que la policía no es tonta”, una sencilla frase que “para mí fue una ruptura de mente”. Es la misma mujer que le cede su casa de barrio obrero para que pueda vivir con independencia antes de alcanzar la mayoría de edad. Raúl se dijo entonces que si una señora de 86 años le brindaba esa oportunidad de vida ‘no toleraría de ahí en adelante que nadie con menos edad que ella tuviera conmigo actitudes heteropatriarcales’.
Su familia, católica, lo educa dentro de los amplios márgenes del laicismo ‘para que nosotros decidiésemos cuando fuéramos mayores’. Raúl elige el judaísmo masorti y lo hace por convencimiento y arrastrado conscientemente en el bucle de sus orígenes, de los que tanto presume: ‘mi abuelo materno era judío y yo decidí volver a mis raíces’. Pero aclara que esta rama del judaísmo defiende la diversidad, aprueba el matrimonio igualitario y posibilita a las mujeres acceder al rabinato. Para elle la fe debe adaptarse a la vida de los creyentes, del mismo modo que elle no consiente doblegarse a unas normas obsoletas que confunden diversidad con lo grotesco.
En este tránsito de búsqueda de lo personal llega al feminismo que ‘para este país es una necesidad’, reivindicando en su memoria la figura cercenada y masacrada de las mujeres republicanas, reviviendo lo aprendido de su abuela y su madre, que no dejaba de repetirle: ‘no tenéis que depender de nadie’. Y del feminismo transita hasta el transfeminismo por que no concibe que una mujer feminista afirme que ‘una mujer trans no es una mujer o que las personas binarias no existimos, que la identidad de género es solo una idea’.
Y el final de la definición de Raúl es comenzar de nuevo, circular persistentemente en el universo creado con su familia y su barrio, porque tiene la firme determinación de ser padre antes de cumplir los 30 años. Aunque no es exactamente ser padre lo que pretende conseguir, si no ‘xadre’, término con el que quiere determinar hacia sus semejantes la fluidez de género en la que habita. Y lo quiere hacer con su pareja, un hombre de raza negra con quien termina de cerrar el axioma cierto de la riqueza de la diversidad. Raul será el ‘xadre’; su marido, el padre.
‘Ser xadre es compartir, pero también es un esfuerzo porque habrá una vida dependiendo de mí, es el mayor gesto altruista que puedes hacer, es la máxima expresión de amor.’ Y quiere acceder a la paternidad a través de la gestación subrogada: ‘yo también quiero tener el derecho de tener un hijo biológico, mío o de mi marido’. Y quiere también ser padre a través de la adopción. Quiere ser en un continuo absoluto y ya está siendo futuro, aún sin saberlo, desde el minúsculo piso que comparte con su pareja.
Raúl, exponente de un activismo LGTBI periférico, reclama a las grandes entidades de la ciudad que miren hacia los barrios más alejados, que el ‘Orgullo Oficial’ intensifique su activismo y que el ‘Orgullo Crítico’ se valide solo si utiliza la cautela como herramienta. Estas peticiones, que emanan de su cuerpo menudo mientras cruza bromas con su marido, las hace con un tremendo respeto hacia personas, organizaciones y entidades que se disputan, en un cruce de pancartas sin sentido, el centralismo de la acción LGTBI por una igualdad real que está tardando demasiado en llegar.
En sus palabras y en su tono, aún fluyendo constantemente, Raúl refleja una madurez que raramente se alcanza en personas que su edad, esa madurez que se basa en el respeto, la educación y la tradición bien asimilada. Quizá muchos deberían congelar por unos minutos sus agendas preñadas de compromiso real y escuchar a un ‘chique’ que puede mostrarles algo sobre el compromiso de las raíces, el heredado tras dos generaciones de lucha obrera, el de quien teniendo a su alcance las luminarias del impresionante centro de Madrid, prefiere las calles su ‘pueblo’.
Raúl Baratas tiene 25 años, se define como una persona no binaria, de raíces gitanas, de fe judía, transfeminista, activista y futuro ‘xadre’.
Nace en el madrileño barrio de San Blas, en una familia gitana enraizada en la izquierda reivindicativa, ‘desde que tenía 2 años iba a las manifestaciones con mi madre’. Su abuela, a la que profesa admiración, llegó al bario al principio de la década de los sesenta, en los inicios de la construcción de esta nueva imagen de capital de España y que se convertiría en el mayor enclave obrero de la ciudad. Para Raúl es importante su barrio, es un hábitat natural al que no quiere ni puede renunciar. Migrante económico durante un par años en Europa, al volver a San Blas supo ‘que estaba en mi casa. Es como un pueblo, la gente me conoce por mi hombre, por mi familia’. Enarbola con orgullo infinito su entorno, se muestra feliz de vivir en el mismo piso de 50 metros cuadrados por el que transitaron sus padres o sus abuelos. Porque su familia es su segundo y más importante referente ‘es el apoyo, la fuerza. Mi familia es mi ejemplo a seguir, lo es todo, por eso he vuelto a Madrid y a San Blas’.
Conocerlo, en la explosión irreverente de su juventud, es saber que no necesita solazarse en la diversidad del centro de Madrid, en las chuecas concomitantes, para izar la bandera multicolor de diversidad.
Tras ser expulsade de una entidad LGTB con 16 años por su militancia política, tras ser despedide de su trabajo por su orientación sexual, funda, un quinquenio atrás, Magdalenas Diversas. ‘Magdalenas’ es una entidad de barrio, como elle, en una zona ‘con mucha población gitana, migrantes, personas evangélicas, donde están aumentando las agresiones, las discriminaciones en las aulas’. Defensore por esencia personal del no binarismo, reconoce la dicotomía en la actualmente se mueve San Blas ‘que ahora un chaval de 16 años vaya maquillado, hay personas que lo llevan muy bien, pero la gente con mentalidad más cerrada tiene miedo y eso se refleja en agresiones y amenazas’.
Raúl intuye su disconformidad desde muy pequeño ‘me decía que no era un hombre, pensaba que podría ser una mujer, pero tampoco me identificaba como tal’. Con el paso del tiempo ‘mi capacidad evolutiva y de raciocino me ha llevado a destruir el binarismo y roles de género’. Y por ello, al pronunciarse ante el resto del mundo, esgrime con una seguridad no exenta de ternura que es una persona no binaria.
Su descubrimiento personal y su familia siguen girando como una espiral. Con 17 años fue su abuela quien lo sacó del armario. Aquella mujer le espetó un día: “¿estarás llevando a casa muchas chicas o muchos chicos?, que la policía no es tonta”, una sencilla frase que “para mí fue una ruptura de mente”. Es la misma mujer que le cede su casa de barrio obrero para que pueda vivir con independencia antes de alcanzar la mayoría de edad. Raúl se dijo entonces que si una señora de 86 años le brindaba esa oportunidad de vida ‘no toleraría de ahí en adelante que nadie con menos edad que ella tuviera conmigo actitudes heteropatriarcales’.
Su familia, católica, lo educa dentro de los amplios márgenes del laicismo ‘para que nosotros decidiésemos cuando fuéramos mayores’. Raúl elige el judaísmo masorti y lo hace por convencimiento y arrastrado conscientemente en el bucle de sus orígenes, de los que tanto presume: ‘mi abuelo materno era judío y yo decidí volver a mis raíces’. Pero aclara que esta rama del judaísmo defiende la diversidad, aprueba el matrimonio igualitario y posibilita a las mujeres acceder al rabinato. Para elle la fe debe adaptarse a la vida de los creyentes, del mismo modo que elle no consiente doblegarse a unas normas obsoletas que confunden diversidad con lo grotesco.
En este tránsito de búsqueda de lo personal llega al feminismo que ‘para este país es una necesidad’, reivindicando en su memoria la figura cercenada y masacrada de las mujeres republicanas, reviviendo lo aprendido de su abuela y su madre, que no dejaba de repetirle: ‘no tenéis que depender de nadie’. Y del feminismo transita hasta el transfeminismo por que no concibe que una mujer feminista afirme que ‘una mujer trans no es una mujer o que las personas binarias no existimos, que la identidad de género es solo una idea’.
Y el final de la definición de Raúl es comenzar de nuevo, circular persistentemente en el universo creado con su familia y su barrio, porque tiene la firme determinación de ser padre antes de cumplir los 30 años. Aunque no es exactamente ser padre lo que pretende conseguir, si no ‘xadre’, término con el que quiere determinar hacia sus semejantes la fluidez de género en la que habita. Y lo quiere hacer con su pareja, un hombre de raza negra con quien termina de cerrar el axioma cierto de la riqueza de la diversidad. Raul será el ‘xadre’; su marido, el padre.
‘Ser xadre es compartir, pero también es un esfuerzo porque habrá una vida dependiendo de mí, es el mayor gesto altruista que puedes hacer, es la máxima expresión de amor.’ Y quiere acceder a la paternidad a través de la gestación subrogada: ‘yo también quiero tener el derecho de tener un hijo biológico, mío o de mi marido’. Y quiere también ser padre a través de la adopción. Quiere ser en un continuo absoluto y ya está siendo futuro, aún sin saberlo, desde el minúsculo piso que comparte con su pareja.
Raúl, exponente de un activismo LGTBI periférico, reclama a las grandes entidades de la ciudad que miren hacia los barrios más alejados, que el ‘Orgullo Oficial’ intensifique su activismo y que el ‘Orgullo Crítico’ se valide solo si utiliza la cautela como herramienta. Estas peticiones, que emanan de su cuerpo menudo mientras cruza bromas con su marido, las hace con un tremendo respeto hacia personas, organizaciones y entidades que se disputan, en un cruce de pancartas sin sentido, el centralismo de la acción LGTBI por una igualdad real que está tardando demasiado en llegar.
En sus palabras y en su tono, aún fluyendo constantemente, Raúl refleja una madurez que raramente se alcanza en personas que su edad, esa madurez que se basa en el respeto, la educación y la tradición bien asimilada. Quizá muchos deberían congelar por unos minutos sus agendas preñadas de compromiso real y escuchar a un ‘chique’ que puede mostrarles algo sobre el compromiso de las raíces, el heredado tras dos generaciones de lucha obrera, el de quien teniendo a su alcance las luminarias del impresionante centro de Madrid, prefiere las calles su ‘pueblo’.
Juan Andrés Teno es periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar.
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