Imagen: Público / Octavio Salazar |
Octavio Salazar, autor del libro 'El hombre que no deberíamos ser', es profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba y aboga desde las aulas por la reivindicación de la igualdad real entre hombres y mujeres.
María Serrano | Público, 2018-04-06
http://www.publico.es/sociedad/feminismo-debemos-deconstruir-masculinidad-hegemonica-llevamos.html
Octavio Salazar, autor del libro ‘El hombre que no deberíamos ser’ (Planeta) no es nuevo en materia feminista. Como profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba, aboga desde las aulas por la reivindicación de la igualdad real entre hombres y mujeres. “Solo liberándonos de la jaula de la virilidad haremos posible la igualdad real” afirma. En este libro aboga por un manifiesto innovador, el de la revolución masculina. Y aporta 10 claves para este cambio radical que tanto necesita la sociedad actual. En definitiva el escritor, ganador del Premio al Hombre Progresista 2017 adelanta a ‘Público’ cómo “seremos nuevos hombres en una sociedad en la que nosotros dejaremos de ser los poderosos y ellas las subordinadas”.
P. Habla en su libro de una necesaria revolución masculina radical, estructural y no violenta. ¿Qué mecanismos habría que poner en marcha para llevarla a cabo?
R. De entrada, los hombres tendríamos que ponernos delante del espejo y llevar a cabo un proceso de ‘deconstrucción’ de la masculinidad hegemónica que llevamos dentro y, en paralelo, deberíamos asumir la parte de responsabilidad que tenemos de mantener un estado de cosas que continúa discriminando a las mujeres. Ello nos obligaría a renunciar a nuestros privilegios y a revisar un pacto de convivencia que pervive sobre nuestra posición de dominio. Solo liberándonos de la jaula de la virilidad, haremos posible la igualdad real.
P. ¿Puede reconvertirse al varón de toda la vida en un hombre feminista?
R. Sin duda es un proceso largo y complejo, porque todos llevamos un machista en nuestro interior, ya que hemos sido educados y socializados en un contexto patriarcal. Además, las resistencias son enormes porque es un proceso que nos coloca en la incomodidad. De ahí la importancia de que empecemos a trabajar con los hombres para que, como mínimo, vayan adquiriendo lo que podríamos llamar conciencia de género y, a partir de ahí, empiecen a revisarse a sí mismos.
P. ¿Cómo se convirtió usted en abanderado del feminismo?
R. Como me gusta siempre dejar claro, yo estoy en proceso de ser una persona feminista. Me gusta reivindicar el término, mucho más en el momento actual, pero yo también arrastro la carga machista que es tan complicado eliminar del todo. Estoy en ello. Y también me encuentro en dicho proceso gracias a lo que muchas mujeres en mi vida me han enseñado y gracias a lo que el pensamiento feminista ha supuesto de revulsivo frente a lo que para mí también significaba ser un hombre de verdad. Intento cada día ser fiel a ese compromiso ético, y me equivoco también con frecuencia, claro.
P. ¿Un hombre no se puede ser frágil, dubitativo e inseguro sin que eso suponga un problema social?
R. Es que una de las características de la masculinidad tradicional es lo que podríamos llamar esa dimensión heroica que nos obliga a ser siempre fuertes, poderosos, dominantes y seguros. Y eso es una horrible carga para nosotros mismos, nos limita y nos condiciona de manera tan negativa que asumir que somos vulnerables como cualquier ser humano es una auténtica liberación. Eso sí, supone también el coste social de aparecer como una especie de traidor frente a tus iguales.
P. ¿Cómo le afecta a los jóvenes ese modelo nocivo de la masculinidad tradicional?
R. Afectan de forma muy negativa, porque los referentes que los más jóvenes siguen recibiendo, de la televisión, de la música, de los medios de comunicación, de la publicidad o de la cultura en general siguen respondiendo al modelo de macho hegemónico. Reciben esa permanente carga de tener que ajustarse a lo significa hoy en día ser un hombre de verdad. Quien no responde a este modelo no está dentro del canon y resulta raro, traidor o, como se dice de forma coloquial, un ‘mariconazo’. Una cosa que necesitamos urgentemente es crear nuevos referentes culturales para que los chicos jóvenes vean otro tipo de masculinidad y que realmente pueden parecerse a muchos de estos hombres. Pero no hay que trabajar desde que son adolescentes, sino desde las edades más tempranas.
P. El nuevo 'contrato sexual' ha permitido que los ángeles del hogar, las mujeres, pasen a ser dueñas de sus propios proyectos profesionales y personales. ¿Se cumple realmente? ¿No hemos pasado de una sociedad donde la mujer estaba sometida a una superheroína que tiene que llevar todo por delante?
R. Por supuesto, porque nosotros no hemos asumido nuestra parte de responsabilidad en lo privado. Apenas hemos removido ese contrato sexual que coloca a las mujeres en una posición terrible. Por eso la revolución pasa por darle la vuelta a todo un modelo de organización de nuestra sociedad que está hecha a imagen y semejanza de la comodidad masculina. Eso empieza por cómo articulamos la gestión de lo privado y lo personal, de la familia y de los cuidados.
P. ¿Cómo podría darse una realidad equitativa cuando ni las políticas ni los gobiernos permiten la conciliación real?
R. Si no hay una actuación seria por parte de los gobiernos en políticas de igualdad que nada tengan que ver con cómo corresponsabilizar las obligaciones en la vida privada —la vida familiar, los cuidados, todo lo que tiene que ver con los permisos parentales de manera obligatoria e intransferible para los padres— no vamos a avanzar nada. Para que todo esto funcione necesitamos una tarea educativa y formativa que empieza por formar a los mismos profesionales de la educación o de otros ámbitos como el derecho, al ser entidades sociales y responsables de primer orden.
P. Con respecto al rol del hombre violento, señala que está determinado por la construcción social y cultural de lo que implica ser hombre. ¿Cómo podría reducirse la violencia de género cuando en 2017 se han sumado 119.213 mujeres víctimas?
R. Primero, la responsabilidad que los poderes públicos deberían asumir de manera seria y rigurosa con el que es el mayor problema de nuestra sociedad —lo cual pasa, por ejemplo, por dotar a la lucha contra la violencia de suficientes recursos y medios—. Además, las violencias machistas no cesarán mientras que no superemos unas estructuras de poder que continúan siendo patriarcales y, por supuesto un orden cultural basado en el dominio masculino y la devaluación femenina. Y eso pasa por más y mejor educación, por una revisión total de los procesos de socialización y por una Política, con mayúscula, verdaderamente comprometida con la igualdad.
P. Culmina su libro citando a un actor inglés, Bill Nighy, quien reivindica que solo hay una forma de ser caballero y es siendo un feminista. ¿Cómo se puede cambiar esa socialización? ¿Cuánto nos queda para asumir este objetivo?
R. Soy optimista por naturaleza y me gustaría pensar que nos queda poco, pero me temo que los datos de la realidad se empeñan en hacerme pesimista. Es urgente que este país se tome en serio la educación en y para la igualdad, lo cual es una tarea en la que todas y todos (instituciones, familias, medios) tenemos una determinada responsabilidad. Necesitamos otra ética, la que lleva siglos construyendo el feminismo, que nos sirva para redefinirnos y redefinir nuestro modelo de convivencia.
P. ¿Cómo se puede cambiar esa socialización, ese orden de género, donde los hombres siguen siendo los privilegiados?
R. La única manera de ir cambiándolo es en nuestro entorno más personal e inmediato. Empecemos a revolucionar los esquemas y hagamos una revolución en el terreno también laboral. Es nuestra responsabilidad para no mantener el silencio y perpetuar así comportamientos patriarcales y con discriminaciones hacia las mujeres. Y nuestro compromiso también de no mantener nunca una actitud pasiva con lo que pase a nuestro alrededor.
P. Habla en su libro de una necesaria revolución masculina radical, estructural y no violenta. ¿Qué mecanismos habría que poner en marcha para llevarla a cabo?
R. De entrada, los hombres tendríamos que ponernos delante del espejo y llevar a cabo un proceso de ‘deconstrucción’ de la masculinidad hegemónica que llevamos dentro y, en paralelo, deberíamos asumir la parte de responsabilidad que tenemos de mantener un estado de cosas que continúa discriminando a las mujeres. Ello nos obligaría a renunciar a nuestros privilegios y a revisar un pacto de convivencia que pervive sobre nuestra posición de dominio. Solo liberándonos de la jaula de la virilidad, haremos posible la igualdad real.
P. ¿Puede reconvertirse al varón de toda la vida en un hombre feminista?
R. Sin duda es un proceso largo y complejo, porque todos llevamos un machista en nuestro interior, ya que hemos sido educados y socializados en un contexto patriarcal. Además, las resistencias son enormes porque es un proceso que nos coloca en la incomodidad. De ahí la importancia de que empecemos a trabajar con los hombres para que, como mínimo, vayan adquiriendo lo que podríamos llamar conciencia de género y, a partir de ahí, empiecen a revisarse a sí mismos.
P. ¿Cómo se convirtió usted en abanderado del feminismo?
R. Como me gusta siempre dejar claro, yo estoy en proceso de ser una persona feminista. Me gusta reivindicar el término, mucho más en el momento actual, pero yo también arrastro la carga machista que es tan complicado eliminar del todo. Estoy en ello. Y también me encuentro en dicho proceso gracias a lo que muchas mujeres en mi vida me han enseñado y gracias a lo que el pensamiento feminista ha supuesto de revulsivo frente a lo que para mí también significaba ser un hombre de verdad. Intento cada día ser fiel a ese compromiso ético, y me equivoco también con frecuencia, claro.
P. ¿Un hombre no se puede ser frágil, dubitativo e inseguro sin que eso suponga un problema social?
R. Es que una de las características de la masculinidad tradicional es lo que podríamos llamar esa dimensión heroica que nos obliga a ser siempre fuertes, poderosos, dominantes y seguros. Y eso es una horrible carga para nosotros mismos, nos limita y nos condiciona de manera tan negativa que asumir que somos vulnerables como cualquier ser humano es una auténtica liberación. Eso sí, supone también el coste social de aparecer como una especie de traidor frente a tus iguales.
P. ¿Cómo le afecta a los jóvenes ese modelo nocivo de la masculinidad tradicional?
R. Afectan de forma muy negativa, porque los referentes que los más jóvenes siguen recibiendo, de la televisión, de la música, de los medios de comunicación, de la publicidad o de la cultura en general siguen respondiendo al modelo de macho hegemónico. Reciben esa permanente carga de tener que ajustarse a lo significa hoy en día ser un hombre de verdad. Quien no responde a este modelo no está dentro del canon y resulta raro, traidor o, como se dice de forma coloquial, un ‘mariconazo’. Una cosa que necesitamos urgentemente es crear nuevos referentes culturales para que los chicos jóvenes vean otro tipo de masculinidad y que realmente pueden parecerse a muchos de estos hombres. Pero no hay que trabajar desde que son adolescentes, sino desde las edades más tempranas.
P. El nuevo 'contrato sexual' ha permitido que los ángeles del hogar, las mujeres, pasen a ser dueñas de sus propios proyectos profesionales y personales. ¿Se cumple realmente? ¿No hemos pasado de una sociedad donde la mujer estaba sometida a una superheroína que tiene que llevar todo por delante?
R. Por supuesto, porque nosotros no hemos asumido nuestra parte de responsabilidad en lo privado. Apenas hemos removido ese contrato sexual que coloca a las mujeres en una posición terrible. Por eso la revolución pasa por darle la vuelta a todo un modelo de organización de nuestra sociedad que está hecha a imagen y semejanza de la comodidad masculina. Eso empieza por cómo articulamos la gestión de lo privado y lo personal, de la familia y de los cuidados.
P. ¿Cómo podría darse una realidad equitativa cuando ni las políticas ni los gobiernos permiten la conciliación real?
R. Si no hay una actuación seria por parte de los gobiernos en políticas de igualdad que nada tengan que ver con cómo corresponsabilizar las obligaciones en la vida privada —la vida familiar, los cuidados, todo lo que tiene que ver con los permisos parentales de manera obligatoria e intransferible para los padres— no vamos a avanzar nada. Para que todo esto funcione necesitamos una tarea educativa y formativa que empieza por formar a los mismos profesionales de la educación o de otros ámbitos como el derecho, al ser entidades sociales y responsables de primer orden.
P. Con respecto al rol del hombre violento, señala que está determinado por la construcción social y cultural de lo que implica ser hombre. ¿Cómo podría reducirse la violencia de género cuando en 2017 se han sumado 119.213 mujeres víctimas?
R. Primero, la responsabilidad que los poderes públicos deberían asumir de manera seria y rigurosa con el que es el mayor problema de nuestra sociedad —lo cual pasa, por ejemplo, por dotar a la lucha contra la violencia de suficientes recursos y medios—. Además, las violencias machistas no cesarán mientras que no superemos unas estructuras de poder que continúan siendo patriarcales y, por supuesto un orden cultural basado en el dominio masculino y la devaluación femenina. Y eso pasa por más y mejor educación, por una revisión total de los procesos de socialización y por una Política, con mayúscula, verdaderamente comprometida con la igualdad.
P. Culmina su libro citando a un actor inglés, Bill Nighy, quien reivindica que solo hay una forma de ser caballero y es siendo un feminista. ¿Cómo se puede cambiar esa socialización? ¿Cuánto nos queda para asumir este objetivo?
R. Soy optimista por naturaleza y me gustaría pensar que nos queda poco, pero me temo que los datos de la realidad se empeñan en hacerme pesimista. Es urgente que este país se tome en serio la educación en y para la igualdad, lo cual es una tarea en la que todas y todos (instituciones, familias, medios) tenemos una determinada responsabilidad. Necesitamos otra ética, la que lleva siglos construyendo el feminismo, que nos sirva para redefinirnos y redefinir nuestro modelo de convivencia.
P. ¿Cómo se puede cambiar esa socialización, ese orden de género, donde los hombres siguen siendo los privilegiados?
R. La única manera de ir cambiándolo es en nuestro entorno más personal e inmediato. Empecemos a revolucionar los esquemas y hagamos una revolución en el terreno también laboral. Es nuestra responsabilidad para no mantener el silencio y perpetuar así comportamientos patriarcales y con discriminaciones hacia las mujeres. Y nuestro compromiso también de no mantener nunca una actitud pasiva con lo que pase a nuestro alrededor.
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