viernes, 19 de abril de 2019

#hemeroteca #ideologiadeodio | ¿Quién teme a lo queer?: Interpelación y vida política, la emoción en tiempos precarios

Imagen: 20 Minutos / 'Queer Intersections / Southern Spaces', Eric Solomon, 2018
¿Quién teme a lo queer?: Interpelación y vida política, la emoción en tiempos precarios.
Víctor Mora | 1 de cada 10, 20 Minutos, 2019-04-19
https://blogs.20minutos.es/1-de-cada-10/2019/04/19/la-emocion-en-tiempos-precarios/

Me descubro esta mañana pensando: ‘qué sentido tiene hoy, ahora, hablar sobre lo queer, sobre deconstrucción antinormativa, sobre imaginar cosas con palabras, sobre fronteras simbólicas, tránsitos, posibilidades… ¿qué sentido tiene?’.

Me censuro sin querer, casi de forma automática, y me digo que no procede. Que lo que tengo que hacer es escribir sobre la ultraderecha y sus locuras reaccionarias, sobre la última frase descabellada de tal Obispo o tal aspirante a parlamentaria, etc. Y no sé si me equivoco pero creo que esto es algo que nos pasa a todes, a menudo y en muchos contextos. Pero, ¿por qué?

Habitamos un mapa deliberadamente polarizado y cargado de crispación, algo que sabemos y experimentamos casi cada día con mayor o menor grado de violencia (en el discurso, me refiero, de momento). Se verbalizan amenazas directas contra colectivos vulnerables y se acusa a otros (o a los mismos) de ser la causa de peligros que azotan a la sociedad (o a abstractos aún mayores como la ‘nación’). Algunos de esos despropósitos nos obligan a enfrentar argumentarios que suponíamos superados. Como si se nos golpeara en la cara con una tesis cubierta de polvo, sacada de un archivo cerrado (que creíamos ‘bien cerrado’), se imponen en el debate afirmaciones totalitarias ‘sin complejos’ como piezas del tablero político que exigen ser escuchadas. Un tablero que además es pedagógico, que crea ejemplos, que legitima discursos y que genera un efecto llamada.

Y no sabemos cómo ha pasado, pero de pronto ya no se trata de discutir sobre el avance en leyes desde las posiciones que manejamos (para, por ejemplo, las luchas feministas o LGBTI+), sino de atender con urgencia a delirios como los de Cayetana Álvarez de Toledo o el Obispo Reig Pla. Delirios que no sólo desestabilizan las posiciones sino que bloquean los caminos dialécticos, ponen un palo en la rueda (o la revientan) y fuerzan al retroceso. Y quizá nos ha pasado en nuestras asambleas o en redes, y sin saber muy bien cómo nos hemos implicado en la dinámica de la crispación que imponen. Por defensa propia o, tal vez, por interpelación directa.

Yo me reconozco habiendo dado alguna que otra ‘respuesta de derribo’ (desde la rabia, sí), que además era equiparable en tono y volumen. ¿Hay otra forma de responder a una amenaza como esta, frente a quien quiere llevarnos a terapia y nos considera enfermas, o frente a quien cuestiona las violaciones y las denuncias por maltrato? Quizá no. Pero también reconozco la ambivalente sensación posterior a esa respuesta crispada; como si mi voz hubiera sido engullida por un ruido general, y diluida por una dinámica devoradora de argumentos de debate. ¿Qué ocurre en este proceso? ¿De verdad estamos ‘debatiendo’? Cuando hablamos de esto entre nosotres, en asambleas, encuentros o en los espacios de intimidad y confianza, nos reconocemos agotades porque sí, es verdad, la crispación polarizada es agotadora; y las lógicas de esa polarización se cuelan y nos contaminan con frecuencia. Pero lo que nos agota no es debatir, al contrario, el debate siempre alimenta y hace crecer. Pero es que en el contexto de la polarización lo que se suprime, de hecho, es el ‘debate’. Se interpela a la emoción directamente, a base de hachazos, a base de miedo/odio y desde posiciones reaccionarias que, lejos de alentar el diálogo, nos obligan precisamente a ‘reaccionar’.

Y reaccionamos, respondemos con virulencia y al mismo nivel, con la amarga sensación, no obstante, de haber perdido un asalto. ¿Qué ocurre en esta (no)dialéctica cotidiana? ¿Cómo se gestiona y qué consecuencias puede tener?

Hannah Arendt decía en ‘Los orígenes del totalitarismo’ que el odio abundaba en el ambiente prebélico de las primeras décadas del siglo XX, y que poco a poco tomó un papel decisivo en la vida social y cultural:

Nada ilustra mejor tal vez esta desintegración de la vida política como este odio vago y penetrante hacia todos y hacía todo, sin un foco para su apasionada atención y nadie a quien responsabilizar de la situación.

No quiero decir que vayamos de cabeza a la guerra, pero sí señalar que hace tiempo que habitamos la batalla del discurso, la lucha por el significado. El significado de nuestra identidad y sus riesgos, de nuestras posibilidades de relación, de los derechos y las vías de expresión y existencia como sujetos de la democracia. Y debemos afrontar como cierto que el clima de la crispación y la manipulación emocional son la base para la destrucción paulatina de esa vida política. Vida que ha de nutrirse siempre de debate, discusión, profundización intelectual y búsqueda de consensos permanentes para la convivencia y el cuidado de todo cuerpo que forma parte de la polis.

La descomposición de la política se define por bloquear las vías de posibilidad, es decir, por incendiar los pasos del diálogo hasta reventarlos y generar un corpus en el que sólo quepa una solución. Hoy tenemos la impresión de habitar un suelo absolutamente polarizado y de hacer equilibrios sobre la frontera del conmigo o contra mí. Quizá la praxis manipuladora de la crispación nos haya contaminado más de lo que creemos, y se inmiscuya incluso en nuestros activismos, nuestra charla cotidiana, o en el juicio sobre el contenido de lo que tenemos que escribir o compartir.

Cuando vivimos estados precarios (austericidio, desahucios, diversofobia, xenofobia, racismo social e institucional, etc.) nos vemos forzades a la gestión permanente de lo inmediato. Lo precario obliga a habitar un espacio estrecho donde no cabe la distancia crítica o la construcción de posibilidades. La toma de decisiones se ve sometida a ese marcaje injusto que nos fuerza permanentemente a reaccionar. La precariedad en el debate persigue los mismos objetivos: la reacción en estado de emergencia; inmediata, emocional, crispada. Una reacción que contribuye a reproducir la misma lógica precaria del no-debate, de la estrechez y la no-construcción. En definitiva, es una estrategia para la destrucción paulatina de la vida política.

Habitar un estadio de defensa constante nos obliga a no profundizar, a no tomar distancia reflexiva y comprender el problema de la violencia en su totalidad; y también nos hace no ver (o desatender) el daño que este misma precariedad provoca. Y por supuesto, que reaccionamos a los ataques, hay que hacerlo y es urgente. Pero también debemos cuidar y atender el espacio emocional que habitamos, cuando se nos somete a la crispación. Y creo que quizá, en este escenario, es más importante que nunca trabajar por abrir la estrechez de lo precario. Es importante no ceder más terreno de debate.

Reunirnos, hablar, escribir, construir e imaginar nuevas vías para problemas complejos; revitalizar la política en su expresión dialógica, viva y en crecimiento constante. Debemos responder siempre, y lo haremos con contundencia. Pero no caigamos en la inercia tramposa que nos hace desatender las vías del diálogo y su profundidad. Porque es ahí, debatiendo y luchando por mantener la amplitud de los espacios discursivos, donde hemos conseguido imaginar horizontes, tejer redes, expresarnos, reconocernos, crecer y, en definitiva, ser más libres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.