Imagen: El Mundo / 'Agit' |
Se convirtió rápido en una de las noticias más virales del frente: un grupo de combatientes contra los yihadistas aparecían en una foto blandiendo la bandera arcoíris. Aquí su historia nunca contada.
Ferran Barber | El Mundo, 2019-04-23
https://www.elmundo.es/cronica/2019/04/23/5cb84c9421efa024668b4587.html
Fue un delirio viral, una instantánea tomada en los márgenes de la realidad tres meses antes de la caída de Raqqa o, para ser precisos, el 23 de julio del 2017. Lo que mostraba se asemejaba más a un desvarío ‘cyberpunk’ que a un episodio de una guerra. En sólo un par de días -y gracias, entre otras cosas, al empujón de un tuit de Ricky Martin- la foto comenzó a dar tumbos por las redes del planeta y a plantear preguntas que jamás se respondieron.
«Estos maricones matan fascistas», había escrito alguien en inglés sobre una gran pancarta sostenida por dos milicianos extranjeros que viajaron al norte de Siria a luchar contra el Daesh. Algunos metros más allá, entre los escombros de una ciudad que identificaron como Raqqa -el feudo de Al Bagdadi y sus secuaces-, se apreciaban otros cuatro guerrilleros encapuchados sosteniendo una bandera arcoíris y una segunda enseña con un Kalasnikov impreso sobre un harapo rosa. Fue un acto de provocación alucinatorio.
¿Quiénes eran esos brigadistas internacionales de los que nadie había escuchado hablar y que habían reunido la insolencia necesaria para retratarse entre anagramas anarquistas y consignas LGBT en el corazón del califato del Daesh, tres meses antes de su caída?
Hasta hoy, no habíamos sabido que el gran Ejército ‘Queer’ de Liberación conocido con el alias de ‘Tqila’ era en realidad un chaval de 30 años -dos menos, cuando los hechos ahora desvelados sucedieron- criado en Massachusetts. Para ejecutar su plan, el estadounidense de origen greco-kurdo-iraní estuvo apoyado por sus hermanos de armas. Ahora hemos sabido que estaba obsesionado con la idea de destrozar la moral de las alimañas iracundas del Daesh. Por su valor simbólico, quería golpearles entre las ruinas de la ciudad donde agonizaban.
«Me lo tomé como algo personal, como una revancha visual», nos dice Agit -nombre de guerra del miliciano- tras dar con él en algún lugar de las catacumbas anticapitalistas europeas, cuando se disponía a viajar de Bruselas a Atenas, su actual residencia.
Cerca de dos años nos ha llevado rastrearlo para poder conocer, el ‘making of’ de su espectacular puesta en escena. «Me sentía investido del poder y la necesidad de izar en Raqqa la bandera del arcoíris, menos para convertir aquello en una declaración homonacionalista que por transmitir una sencilla idea: «Que te jodan, Daesh. Que os jodan, yihadistas. Somos ‘queer’ radicales y también podemos combatir. Todo formaba parte de una guerra psicológica».
Aquello fue un puñetazo en las entrañas de la bestia. Y probablemente -convinieron muchos- el más revolucionario de los actos llevados a cabo en el escenario kurdo de la guerra siria desde la reconquista de Kobane. Entre los camaradas anarquistas de la unidad a la que pertenecía Agit -IRPGF- había también un español conocido con el sobrenombre de Siwan que tomó parte en la mascarada, aunque no sale en la foto.
Agit se refiere a sí mismo como ‘queer’ y como comunista libertario. En un sentido literal, ‘queer’ o, como algunos proponen, ‘cuir’, es un adjetivo inglés que literalmente significa extraño o torcido. En los ambientes no heterosexuales se utiliza para referirse a las personas que se resisten a ser clavadas en el corcho de las categorías de género propuestas por la ‘entomología oficialista’ de la sexualidad alternativa. Los ‘queer’ no desean hacer suya ninguna de las etiquetas que definen a las comunidades LGBT (lesbianas, gais, bisexuales y transexuales).
La pancarta de Tqila y la efímera invención de un ejército de ‘Queers’ que jamás existió fuera de los titulares de la prensa occidental le costó a Agit ser expulsado del frente donde combatía. Y con él, el resto de sus compañeros. Fue un verdadero escándalo, no sólo en los entornos más homófobos del planeta o entre la conservadora población árabe local, sino incluso, o sobre todo, entre las milicias kurdas (YPG) supuestamente progresistas, en cuyas filas peleaban.
«Fíjate que un año antes alguien de las YPG había tuiteado un mensaje diciendo que con la ayuda de Dios (Inshala), la bandera del arcoiris sería izada en Raqqa cuando el Daesh fuera derrotado. Así que diseñamos la pancarta en nuestra base de la capital del califato y nos fuimos a tomar las instantáneas en las inmediaciones de unos edificios que habíamos reconquistado poco antes. La enseña del arcoiris la tuvimos que fabricar a mano en Kamisli», explica Agit. «Hicimos una primera foto en la que aparecíamos todos encapuchados, y una segunda en la que nuestro comandante, Mahir Bakirciyan, mostraba el rostro en previsión de que alguien supusiera que era un ‘fake’. Nos largamos deprisa porque estábamos a apenas dos manzanas de la línea de tiro de los francotiradores del Daesh. Las dos fotos las tomó uno de nuestros compañeros griegos».
La mayor parte de la infantería que luchaba en las Fuerzas Democráticas de Siria (SDF, de acuerdo a sus siglas inglesas) en Raqqa eran árabes de la ciudad y sus aledaños, absolutamente comprometidos con el pensamiento tribal y con ciertas convicciones musulmanas próximas al conservadurismo salafista. La explosión viral de aquella especie de atentado contra la moral del grueso de la tropa fue potenciada por las decenas de reportajes que, a lo largo de todo el planeta, publicaron las fotografías. ¿Cuándo?, ¿qué?, ¿quiénes formaban parte de ese ejército de Queers? El grueso de las respuestas se basaban en las especulaciones de los 'outsiders' y en las cortinas de humo que levantaron los protagonistas de ese acto de agitación y propaganda ‘queer’ «por razones de seguridad».
Para entonces, ya nadie entre los mandos kurdos se acordaba de aquel tuit en el que alguien se comprometía a izar la bandera LGBT en Raqqa. Y el propio comandante en jefe se presentó ante ellos para abroncarles por lo sucedido. Recuerda Agit que fueron obligados a pedir disculpas. «No tuvimos opción. El portavoz de las SDF se apresuró a emitir un comunicado para decir que no había ninguna subunidad con el nombre de Tqila dentro de las Fuerzas Democráticas de Siria. Estaban furiosos y sí, definitivamente, nos obligaron a escribir una disculpa colectiva por escrito, aunque, para ser sincero, nunca pensé que hubiéramos hecho algo de lo que tuviéramos que arrepentirnos».
Aquello puso a prueba a los propios mandos kurdos que combatían contra el Daesh en Siria. «Todo el mundo sabe que la mayoría de los kadros (suboficiales) de las YPG y otras milicias afiliadas al PYD proceden, en realidad, del PKK turco, y su mentalidad sigue siendo profundamente estalinista y muy homófoba», asegura Agit. «Son muy retrógrados con los gais. Yo los llamo los monjes de las montañas porque, a diferencia de lo que sucede en grupos como Tikko, en las filas de la guerrilla no se tolera el sexo, y menos aún si es entre iguales. Aunque nada de esto trascendió, se lo tomaron fatal».
Ese fue, en verdad, el mayor escándalo, y el que jamás se dio a conocer. Quedó sepultado entre las incógnitas, las conjeturas y las fruslerías. Con el fin de confundir a los periodistas que rastreaban su identidad, Agit llegó incluso a inventar su verdadero «nom de guerre» y a proporcionar en su lugar dos apodos alternativos (Rojhilat y Black October), con los que fue mentado en ‘Newsweek’ o ‘Telegraph’, entre otros medios. El sobrenombre con el que combatió significa literalmente héroe y fue también el de Mahsum Korkmaz, el primer mártir del PKK caído en combate contra los turcos (1994).
Curiosamente, fueron las milicianas kurdas de las YPJ -incluidas sus comandantes- quienes más aplaudieron la provocación. Su reacción fue también fascinante porque, en opinión de Agit, esa supuesta revolución feminista de Rojava mitificada y malinterpretada por las europeas en reportajes y documentales sobre amazonas kurdas «es extremadamente conservadora y reaccionaria». Aun así, ellas lo toleraron mejor que los varones. Mucho más que los hombres, las milicianas advirtieron el poder reivindicativo de la bandera que el norteamericano y sus camaradas clavaron en las entrañas de aquel brutal remedo de estado patrocinado por los asesinos islamistas.
«No olvides mencionar que fui entrenado por Nubar Ozanyan», nos insiste Agit cuando tratamos de ahondar en los motivos que le llevaron a combatir contra el Daesh cuando tenía 28 años. Nubar fue un legendario comandante armenio -turco de nacimiento y conocido por el sobrenombre de Orhan Bakirciyan- fallecido en combate durante la batalla de Raqqa.
Aunque americano de primera generación, Agit creció en un entorno de fervorosa devoción a Mao, Enver Hoxha (comunista albanés) y el Che Guevara, lo que también explica sus distintos compromisos. «Mi padre es un kurdo de Irán, y mi madre, griega. Crecí en los Estados Unidos, pero dentro de una familia muy política que lleva la lucha antiimperialista en su ADN. Los varones de mi familia materna combatieron en la Guerra Civil griega y en la lucha contra los fascistas, dentro de las filas comunistas de la Resistencia, así que es un legado irrenunciable y tremendo. Mi madre acostumbra a decirme que nunca tuve fotos de ‘rockstars’ porque prefería a Lenin».
En su ciudad natal del estado de Massachusetts, Agit obtuvo su licenciatura en Ciencias Políticas, antes de viajar, muy joven, a China para asistir a un máster en Filosofía marxista, uno de los cuatro postgrados que está a punto de obtener. «Llegué a recibir adiestramiento del Ejército de los EEUU para convertirme en paracaidista, pero me negué a tomar parte en la guerra contra el terrorismo por convicciones personales. Todo aquel ‘background’ militar me fue después de utilidad durante los nueve meses que estuve en Rojava [Federación Democrática del Norte de Siria].
«Hoy tengo 30 años. Combatí en la conquista de la capital del califato; llegué a ser comandante del Batallón Internacional de la Libertad y, aunque existen muchos aspectos controvertidos en el proyecto político de los kurdos, todos coincidíamos en la necesidad de derrotar al islamismo fundamentalista».
En uno de los vídeos de la unidad donde sirvió, se le ve sentado con la pierna escayolada tras un tiroteo. «Sabíamos que nos buscabais. Pero aquel no era el momento para revelar todos los detalles de esta historia a la prensa... Si queréis un resumen, este maricón lucha contra el fascismo. No pasarán».
«Estos maricones matan fascistas», había escrito alguien en inglés sobre una gran pancarta sostenida por dos milicianos extranjeros que viajaron al norte de Siria a luchar contra el Daesh. Algunos metros más allá, entre los escombros de una ciudad que identificaron como Raqqa -el feudo de Al Bagdadi y sus secuaces-, se apreciaban otros cuatro guerrilleros encapuchados sosteniendo una bandera arcoíris y una segunda enseña con un Kalasnikov impreso sobre un harapo rosa. Fue un acto de provocación alucinatorio.
¿Quiénes eran esos brigadistas internacionales de los que nadie había escuchado hablar y que habían reunido la insolencia necesaria para retratarse entre anagramas anarquistas y consignas LGBT en el corazón del califato del Daesh, tres meses antes de su caída?
Hasta hoy, no habíamos sabido que el gran Ejército ‘Queer’ de Liberación conocido con el alias de ‘Tqila’ era en realidad un chaval de 30 años -dos menos, cuando los hechos ahora desvelados sucedieron- criado en Massachusetts. Para ejecutar su plan, el estadounidense de origen greco-kurdo-iraní estuvo apoyado por sus hermanos de armas. Ahora hemos sabido que estaba obsesionado con la idea de destrozar la moral de las alimañas iracundas del Daesh. Por su valor simbólico, quería golpearles entre las ruinas de la ciudad donde agonizaban.
«Me lo tomé como algo personal, como una revancha visual», nos dice Agit -nombre de guerra del miliciano- tras dar con él en algún lugar de las catacumbas anticapitalistas europeas, cuando se disponía a viajar de Bruselas a Atenas, su actual residencia.
Cerca de dos años nos ha llevado rastrearlo para poder conocer, el ‘making of’ de su espectacular puesta en escena. «Me sentía investido del poder y la necesidad de izar en Raqqa la bandera del arcoíris, menos para convertir aquello en una declaración homonacionalista que por transmitir una sencilla idea: «Que te jodan, Daesh. Que os jodan, yihadistas. Somos ‘queer’ radicales y también podemos combatir. Todo formaba parte de una guerra psicológica».
Aquello fue un puñetazo en las entrañas de la bestia. Y probablemente -convinieron muchos- el más revolucionario de los actos llevados a cabo en el escenario kurdo de la guerra siria desde la reconquista de Kobane. Entre los camaradas anarquistas de la unidad a la que pertenecía Agit -IRPGF- había también un español conocido con el sobrenombre de Siwan que tomó parte en la mascarada, aunque no sale en la foto.
Agit se refiere a sí mismo como ‘queer’ y como comunista libertario. En un sentido literal, ‘queer’ o, como algunos proponen, ‘cuir’, es un adjetivo inglés que literalmente significa extraño o torcido. En los ambientes no heterosexuales se utiliza para referirse a las personas que se resisten a ser clavadas en el corcho de las categorías de género propuestas por la ‘entomología oficialista’ de la sexualidad alternativa. Los ‘queer’ no desean hacer suya ninguna de las etiquetas que definen a las comunidades LGBT (lesbianas, gais, bisexuales y transexuales).
La pancarta de Tqila y la efímera invención de un ejército de ‘Queers’ que jamás existió fuera de los titulares de la prensa occidental le costó a Agit ser expulsado del frente donde combatía. Y con él, el resto de sus compañeros. Fue un verdadero escándalo, no sólo en los entornos más homófobos del planeta o entre la conservadora población árabe local, sino incluso, o sobre todo, entre las milicias kurdas (YPG) supuestamente progresistas, en cuyas filas peleaban.
Imagen: El Mundo / 'Estos maricones matan fascistas', TQILA en Raqqa |
La mayor parte de la infantería que luchaba en las Fuerzas Democráticas de Siria (SDF, de acuerdo a sus siglas inglesas) en Raqqa eran árabes de la ciudad y sus aledaños, absolutamente comprometidos con el pensamiento tribal y con ciertas convicciones musulmanas próximas al conservadurismo salafista. La explosión viral de aquella especie de atentado contra la moral del grueso de la tropa fue potenciada por las decenas de reportajes que, a lo largo de todo el planeta, publicaron las fotografías. ¿Cuándo?, ¿qué?, ¿quiénes formaban parte de ese ejército de Queers? El grueso de las respuestas se basaban en las especulaciones de los 'outsiders' y en las cortinas de humo que levantaron los protagonistas de ese acto de agitación y propaganda ‘queer’ «por razones de seguridad».
Para entonces, ya nadie entre los mandos kurdos se acordaba de aquel tuit en el que alguien se comprometía a izar la bandera LGBT en Raqqa. Y el propio comandante en jefe se presentó ante ellos para abroncarles por lo sucedido. Recuerda Agit que fueron obligados a pedir disculpas. «No tuvimos opción. El portavoz de las SDF se apresuró a emitir un comunicado para decir que no había ninguna subunidad con el nombre de Tqila dentro de las Fuerzas Democráticas de Siria. Estaban furiosos y sí, definitivamente, nos obligaron a escribir una disculpa colectiva por escrito, aunque, para ser sincero, nunca pensé que hubiéramos hecho algo de lo que tuviéramos que arrepentirnos».
Aquello puso a prueba a los propios mandos kurdos que combatían contra el Daesh en Siria. «Todo el mundo sabe que la mayoría de los kadros (suboficiales) de las YPG y otras milicias afiliadas al PYD proceden, en realidad, del PKK turco, y su mentalidad sigue siendo profundamente estalinista y muy homófoba», asegura Agit. «Son muy retrógrados con los gais. Yo los llamo los monjes de las montañas porque, a diferencia de lo que sucede en grupos como Tikko, en las filas de la guerrilla no se tolera el sexo, y menos aún si es entre iguales. Aunque nada de esto trascendió, se lo tomaron fatal».
Ese fue, en verdad, el mayor escándalo, y el que jamás se dio a conocer. Quedó sepultado entre las incógnitas, las conjeturas y las fruslerías. Con el fin de confundir a los periodistas que rastreaban su identidad, Agit llegó incluso a inventar su verdadero «nom de guerre» y a proporcionar en su lugar dos apodos alternativos (Rojhilat y Black October), con los que fue mentado en ‘Newsweek’ o ‘Telegraph’, entre otros medios. El sobrenombre con el que combatió significa literalmente héroe y fue también el de Mahsum Korkmaz, el primer mártir del PKK caído en combate contra los turcos (1994).
Curiosamente, fueron las milicianas kurdas de las YPJ -incluidas sus comandantes- quienes más aplaudieron la provocación. Su reacción fue también fascinante porque, en opinión de Agit, esa supuesta revolución feminista de Rojava mitificada y malinterpretada por las europeas en reportajes y documentales sobre amazonas kurdas «es extremadamente conservadora y reaccionaria». Aun así, ellas lo toleraron mejor que los varones. Mucho más que los hombres, las milicianas advirtieron el poder reivindicativo de la bandera que el norteamericano y sus camaradas clavaron en las entrañas de aquel brutal remedo de estado patrocinado por los asesinos islamistas.
«No olvides mencionar que fui entrenado por Nubar Ozanyan», nos insiste Agit cuando tratamos de ahondar en los motivos que le llevaron a combatir contra el Daesh cuando tenía 28 años. Nubar fue un legendario comandante armenio -turco de nacimiento y conocido por el sobrenombre de Orhan Bakirciyan- fallecido en combate durante la batalla de Raqqa.
Aunque americano de primera generación, Agit creció en un entorno de fervorosa devoción a Mao, Enver Hoxha (comunista albanés) y el Che Guevara, lo que también explica sus distintos compromisos. «Mi padre es un kurdo de Irán, y mi madre, griega. Crecí en los Estados Unidos, pero dentro de una familia muy política que lleva la lucha antiimperialista en su ADN. Los varones de mi familia materna combatieron en la Guerra Civil griega y en la lucha contra los fascistas, dentro de las filas comunistas de la Resistencia, así que es un legado irrenunciable y tremendo. Mi madre acostumbra a decirme que nunca tuve fotos de ‘rockstars’ porque prefería a Lenin».
En su ciudad natal del estado de Massachusetts, Agit obtuvo su licenciatura en Ciencias Políticas, antes de viajar, muy joven, a China para asistir a un máster en Filosofía marxista, uno de los cuatro postgrados que está a punto de obtener. «Llegué a recibir adiestramiento del Ejército de los EEUU para convertirme en paracaidista, pero me negué a tomar parte en la guerra contra el terrorismo por convicciones personales. Todo aquel ‘background’ militar me fue después de utilidad durante los nueve meses que estuve en Rojava [Federación Democrática del Norte de Siria].
«Hoy tengo 30 años. Combatí en la conquista de la capital del califato; llegué a ser comandante del Batallón Internacional de la Libertad y, aunque existen muchos aspectos controvertidos en el proyecto político de los kurdos, todos coincidíamos en la necesidad de derrotar al islamismo fundamentalista».
En uno de los vídeos de la unidad donde sirvió, se le ve sentado con la pierna escayolada tras un tiroteo. «Sabíamos que nos buscabais. Pero aquel no era el momento para revelar todos los detalles de esta historia a la prensa... Si queréis un resumen, este maricón lucha contra el fascismo. No pasarán».
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.