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Víctor Mora | 1 de cada 10, 20 Minutos, 2019-04-26
https://blogs.20minutos.es/1-de-cada-10/2019/04/26/homogeneidad-vs-queer/
Al borde de unas elecciones en las que la extrema derecha es una ‘opción’ y en las que el sector conservador se enuncia violento y “sin complejos” para la competición, espanta ver cómo se lanzan a lo público, sin ambages, mensajes contradictorios a/sobre colectivos vulnerables. Parece una carrera de doble fondo en la que por una parte se utiliza la imagen simbólica de la vulnerabilidad para blanquear al partido que sea, y por otra se restan derechos y se ataca la diversidad en los programas. Frente a esto, creo que hoy es urgente tomar distancia y alejarse de lo concreto. Urge hacer vista de pájaro para sortear el ruido y comprender que lo que se plantea son dos modelos para la ‘ciudadanía’. Formas para la convivencia que pasan por ideas de sociedad excluyentes. ¿Qué quiere decir esto?
Por lo que respecta al espectro del colectivo LGBTI+ (que suele tratarse además como un ‘todo’) hemos sido testigos de notables tentativas de instrumentalización. Muy llamativos (y muy comentados) fueron los intentos de blanqueo de Ciudadanos para suavizar su filofascismo (en la concentración de la Plaza Colón) o su neoliberalismo implacable (mediante la propuesta de capitalización del Orgullo como ‘fiesta de interés turístico’). Tampoco es extraño que esto suceda desde una formación política como ésta, a la que poco/nada importan los derechos sociales sino la traducción de todo movimiento en ‘movimiento/producto de mercado’. En última instancia parecen indicarnos que, mientras sea capitalizable, nuestra existencia no sólo es posible sino que es bienvenida.
Y más allá de este nivel sanguinario/liberal que contempla a las personas, experiencias y cuerpos como valores negociables de mercado, creo que la más llamativa de las manipulaciones, de lejos, es la que lanzó a redes hace pocos días Vox, el partido de extrema derecha que tiene en su programa elementos como la defensa de la “familia natural” (es decir, cisnacionalheteronormativa) como la única reconocible por el Estado, por ejemplo. Afirmaron no tener nada en contra de “los gais” (¡ay!) pero también que ‘éstos no están representados por ninguna otra bandera que no sea la de España.’ Y esta es la clave del modelo de ciudadanía que se propone: el de la homogeneidad. Una corriente que expone las diferencias como causas de ruptura y quiebra social, y que pretende aglutinar todas las diferencias bajo un mismo símbolo, bajo una misma bandera, en este caso. La de Vox es la afirmación del extremo, pero que representa a toda una corriente conservadora y de tendencia homogeneizante que pretende construir el concepto de ciudadanía en esa dirección. ¿Qué significa que tengamos que identificarnos ‘todes’ bajo un mismo símbolo, además, concretamente bajo una ‘bandera’?
Brigitte Vasallo, en su imprescindible ‘Pensamiento monógamo. Terror poliamoroso’, escribe sobre los momentos de cambio político en un contexto determinado y el abuso que puede hacerse de estos grupos cuando se abre la puerta a las posibilidades de transformación social. Los define como
Por lo que respecta al espectro del colectivo LGBTI+ (que suele tratarse además como un ‘todo’) hemos sido testigos de notables tentativas de instrumentalización. Muy llamativos (y muy comentados) fueron los intentos de blanqueo de Ciudadanos para suavizar su filofascismo (en la concentración de la Plaza Colón) o su neoliberalismo implacable (mediante la propuesta de capitalización del Orgullo como ‘fiesta de interés turístico’). Tampoco es extraño que esto suceda desde una formación política como ésta, a la que poco/nada importan los derechos sociales sino la traducción de todo movimiento en ‘movimiento/producto de mercado’. En última instancia parecen indicarnos que, mientras sea capitalizable, nuestra existencia no sólo es posible sino que es bienvenida.
Y más allá de este nivel sanguinario/liberal que contempla a las personas, experiencias y cuerpos como valores negociables de mercado, creo que la más llamativa de las manipulaciones, de lejos, es la que lanzó a redes hace pocos días Vox, el partido de extrema derecha que tiene en su programa elementos como la defensa de la “familia natural” (es decir, cisnacionalheteronormativa) como la única reconocible por el Estado, por ejemplo. Afirmaron no tener nada en contra de “los gais” (¡ay!) pero también que ‘éstos no están representados por ninguna otra bandera que no sea la de España.’ Y esta es la clave del modelo de ciudadanía que se propone: el de la homogeneidad. Una corriente que expone las diferencias como causas de ruptura y quiebra social, y que pretende aglutinar todas las diferencias bajo un mismo símbolo, bajo una misma bandera, en este caso. La de Vox es la afirmación del extremo, pero que representa a toda una corriente conservadora y de tendencia homogeneizante que pretende construir el concepto de ciudadanía en esa dirección. ¿Qué significa que tengamos que identificarnos ‘todes’ bajo un mismo símbolo, además, concretamente bajo una ‘bandera’?
Brigitte Vasallo, en su imprescindible ‘Pensamiento monógamo. Terror poliamoroso’, escribe sobre los momentos de cambio político en un contexto determinado y el abuso que puede hacerse de estos grupos cuando se abre la puerta a las posibilidades de transformación social. Los define como
momentos de posibilidad de existencia de las minorías, siempre y cuando no pongan la diferencia sobre la mesa. Es más, son momentos en los que interesan las voces de los grupos minorizados para poder crear una masa mayor. Pero sólo a través de representaciones dóciles de esos grupos.
Es decir, que esa diferencia sea integrada bajo el paraguas del proyecto homogeneizador que se plantea, ya sea para ser capitalizable como producto, ya sea para sumar volumen a aglutinadores abstractos como la ‘nación’, o la ‘bandera’. Nunca interesa la diferencia como potencial transformador, cuando su valor es justo ese: que apunta hacia nuevas direcciones de exploración para ampliar los conceptos de ciudadanía y democracia. La diferencia nunca es una amenaza, sino una vía de posibilidad transformadora. Por eso, quien pretende poner condiciones a la existencia, quien pretende decirnos que ‘eh, sí, claro que puedes existir, siempre y cuando sea bajo esta bandera, bajo estas disposiciones y en este formato’, es evidentemente el mismo que más pronto que tarde querrá reformarnos, corregirnos y colocarnos de nuevo en el espacio del error social. Y, ¿por qué? Pues porque la homogeneidad social que se configura simbólicamente en nociones como la ‘españolidad’, la ‘nación’, la ‘tradición’, etc., es una afirmación política imaginaria, es un ‘todo’ inexistente que en absoluto refleja la realidad; al contrario, más bien, trata de imponerse como ‘desiderátum’ totalitario para el control y el legítimo ejercicio de la violencia, desde los sectores más fanáticos de la derecha, contra la diversidad.
Desde luego que la izquierda no es perfecta, eso ya lo sé y ya lo sabes tú también. Desde luego que no te convence cien por cien, pero es que no se trata de eso, no se trata de que militemos en cada partido ni de que vayamos proclamando todas y cada una de sus consignas por las calles. Se trata de apostar por un espacio político en el que se pueda seguir debatiendo y negociando de forma permanente nuevos límites para la ciudadanía. Se trata de defender el lugar democrático de la diferencia, y la búsqueda constante de nuevos escenarios de enunciación política, más justos para todos los cuerpos y las experiencias que conforman la amalgama diversa y múltiple que es la sociedad. Y el espacio de debate se gestiona desde la izquierda, eso también lo sabemos.
Habites tú esta diferencia o no, sea ésta tu vulnerabilidad o no, sabes que un gobierno de aquellos que quieren la ‘homogeneidad’ nacional sólo va a traer la paulatina marginación (cuando no cosas peores) de todo aquello que no encaje en la (siempre estrecha) idea de nación, en la siempre incompleta y excluyente idea de ‘lo social homogéneo’.
El concepto de ciudadanía ha de trabajar y construirse en dirección opuesta a la homogeneización. Ha de ser plural, abierto, elástico y moldeable, susceptible de ser cuestionado. La ciudadanía ha de ser el espacio donde todos los cuerpos y sus alianzas se encuentren reconocidos, donde se dispongan los elementos necesarios para la enunciación de toda realidad y su desarrollo. Eso es (debe(ría) ser) la democracia. Un sistema político de convivencia que garantice la posibilidad de reconocimiento permanente, de trabajo por la ampliación constante de conceptos como el de ‘ciudadanía’.
Es decir, que esa diferencia sea integrada bajo el paraguas del proyecto homogeneizador que se plantea, ya sea para ser capitalizable como producto, ya sea para sumar volumen a aglutinadores abstractos como la ‘nación’, o la ‘bandera’. Nunca interesa la diferencia como potencial transformador, cuando su valor es justo ese: que apunta hacia nuevas direcciones de exploración para ampliar los conceptos de ciudadanía y democracia. La diferencia nunca es una amenaza, sino una vía de posibilidad transformadora. Por eso, quien pretende poner condiciones a la existencia, quien pretende decirnos que ‘eh, sí, claro que puedes existir, siempre y cuando sea bajo esta bandera, bajo estas disposiciones y en este formato’, es evidentemente el mismo que más pronto que tarde querrá reformarnos, corregirnos y colocarnos de nuevo en el espacio del error social. Y, ¿por qué? Pues porque la homogeneidad social que se configura simbólicamente en nociones como la ‘españolidad’, la ‘nación’, la ‘tradición’, etc., es una afirmación política imaginaria, es un ‘todo’ inexistente que en absoluto refleja la realidad; al contrario, más bien, trata de imponerse como ‘desiderátum’ totalitario para el control y el legítimo ejercicio de la violencia, desde los sectores más fanáticos de la derecha, contra la diversidad.
Desde luego que la izquierda no es perfecta, eso ya lo sé y ya lo sabes tú también. Desde luego que no te convence cien por cien, pero es que no se trata de eso, no se trata de que militemos en cada partido ni de que vayamos proclamando todas y cada una de sus consignas por las calles. Se trata de apostar por un espacio político en el que se pueda seguir debatiendo y negociando de forma permanente nuevos límites para la ciudadanía. Se trata de defender el lugar democrático de la diferencia, y la búsqueda constante de nuevos escenarios de enunciación política, más justos para todos los cuerpos y las experiencias que conforman la amalgama diversa y múltiple que es la sociedad. Y el espacio de debate se gestiona desde la izquierda, eso también lo sabemos.
Habites tú esta diferencia o no, sea ésta tu vulnerabilidad o no, sabes que un gobierno de aquellos que quieren la ‘homogeneidad’ nacional sólo va a traer la paulatina marginación (cuando no cosas peores) de todo aquello que no encaje en la (siempre estrecha) idea de nación, en la siempre incompleta y excluyente idea de ‘lo social homogéneo’.
El concepto de ciudadanía ha de trabajar y construirse en dirección opuesta a la homogeneización. Ha de ser plural, abierto, elástico y moldeable, susceptible de ser cuestionado. La ciudadanía ha de ser el espacio donde todos los cuerpos y sus alianzas se encuentren reconocidos, donde se dispongan los elementos necesarios para la enunciación de toda realidad y su desarrollo. Eso es (debe(ría) ser) la democracia. Un sistema político de convivencia que garantice la posibilidad de reconocimiento permanente, de trabajo por la ampliación constante de conceptos como el de ‘ciudadanía’.
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