Imagen: ctxt / Cayetana Álvarez de Toledo |
Cuando nosotras decimos que no somos víctimas afirmamos que somos el legado de las que lucharon, las herederas de la memoria feminista.
Cristina Vega | ctxt, 2019-04-22
https://ctxt.es/es/20190417/Firmas/25708/Cristina-Vega-antifeminismo-victimas-memoria-franquista.htm
A las derechas españolas, que no son varias, sino Una, en este singular pacto que siempre las reúne y convoca, ya no les queda más remedio que hablar de feminismo. Tradicionalmente lo habían ninguneado en la medida en que su modelo de hombre, de mujer, de familia, de sexualidad, de amor, de infancia, de vida, de país, de mundo, nada tenía que ver con la autonomía, con la libertad, con la experimentación, con cuestionar los lugares prefigurados para cada cual, con las preguntas acerca de la identidad y del deseo, con la violencia y la desigualdad que sufren quienes están debajo y también de quienes no se conforman. Su modelo se oponía abiertamente a todo esto, a todo lo que sembrara una sombra de duda acerca de la jerarquía que Dios manda. Las cuestiones y los interrogantes no caben, porque el patrón ya viene prefigurado por el llamado “diseño original”, y ya se sabe que quien calla... pues otorga.
De un tiempo a esta parte las cosas han cambiado. En adelante, ya tienen que decir algo sobre violencia, desigualdad, diversidad sexual, machismo, trabajo, sin obviar por completo los anhelos de libertad y justicia que expresan muchas mujeres.
Y ¿qué dicen? Pues reciclan viejos lugares comunes (como que la violencia no tiene género; que en democracia cabe esperar que las manadas sean tanto masculinas como femeninas), al tiempo que retoman y recomponen algunos significados asentados por el propio feminismo. Esto último es lo que resulta más paradójico, desconcertante y, sin duda, repugnante.
Tres elementos aparecen en la parte “novedosa” del esquema. El primero es que las mujeres no somos víctimas; la señora Álvarez de Toledo está contra el victimismo y, si me apuras, contra la revictimización. Tan en contra está de esto que elimina todo trazo de violencia, abuso y dominación en la sociedad. De víctimas, mujeres lastimeras, pasivas, desprotegidas, pasamos a la Wonder Woman, tan propia del neoliberalismo. Como no nos gusta el victimismo, pues ofrendamos una buena dosis de superpowers; mujeres rotundas a la que nadie las chista. Me viene aquí el viejo lema de las compañeras antirracistas del arrabal francés: “ni putas, ni sumisas” o mejor, “ni víctimas, ni sumisas”.
La segunda cuestión que aparece es que el feminismo divide, fractura e impide un mundo compartido. El símil entre nacionalismo (el otro, no el españolista) y feminismo viene aquí a la mano. Si el segundo ha fracturado España generando un clima de guerra y confrontación entre “españoles” (que, por cierto, recuerda tristes tiempos de nuestra historia que no se avergüenzan de apropiarse), el feminismo, para ellos lo que hace es replicar esa misma fractura entre mujeres y hombres. Se quebranta así lo que tanto esfuerzo doctrinal cuesta levantar en los tiempos que corren. Allí donde debería dominar la armonía, la unidad, la concordia, la paz y la complementariedad, el feminismo impone división y conflicto. No todas las mujeres son víctimas y no todos los hombres son victimarios, dicen. Esta polarización innecesaria y maniquea que promueve el feminismo se convierte en una forma abominable de tiranía contra la que es preciso levantarse. El feminismo echa así a perder, de golpe y plumazo, largos años de socialización femenina hecha de aguante, sostén y espíritu colaborativo. El feminismo está por la división, la ruptura de la familia y otras maldades que rompen España. El feminismo desestima la potencialidad política de lo común, dice toda esta gente maligna.
La tercera entrada, y esta ya sí que termina de rematar el trabajo, es que el feminismo, estas feministas de la ruptura, “no nos representan”, vamos, que no hablan en nuestro nombre: en nombre de las mujeres normales. Ni el más sutil y retrógrado think tank habría reformulado con tanto tino la falta de unidad del sujeto mujer que viene formando parte de las disputas en los feminismos. Las mujeres, españolísimas ellas, se entretienen más bien en la comunión entre PP-Ciudadanos-Vox.
Pero la violencia sí tiene género y, más que “de género”, es machista. No hace falta mucha estadística para entender esto. Las mujeres, las niñes, los cuerpos feminizados y racializados, las bolleras, las maricas, las trans... la experimentamos de distintas formas cuando introyectamos no sólo el golpe, sino el miedo a recibirlo. Y sí somos víctimas, algunas supervivientes, receptoras de buenas dosis de violencia y dominación. Ciertamente no solo somos víctimas, también somos luchadoras, resistentes, cuestionadoras y personas alegres y capaces de mostrar rechazo ante el abuso de una y mil formas. Quienes nos traen esta capacidad no es el trío maravillas, que viene de largo predicando la subordinación, sino las que luchan, las se juntan en la calle, y en la casa se oponen en grandes y pequeñas dosis diarias al orden patriarcal. Por eso, cuando decimos que no somos víctimas, lo que estamos afirmando es que somos el legado de las que lucharon, la presencia de quienes resistieron, la expresión de flujos de memoria feminista, en algunos casos organizada y en otros difusa pero no menos presente. La fractura no es nuestro sello, sino el de quienes buscan doblegarnos diciéndonos que el precio de la paz, la armonía, la unión natural y todas esas monsergas es la sumisión y el amor al prójimo-en-tanto-que-opresor. Un precio demasiado alto, ¿no es cierto? Y por último, qué rabia les da que el feminismo, en sus distintas formas, represente a más y más mujeres y hombres que buscan un mundo más justo entrelazándose pero buscando también lenguajes que expliquen que ese común no es un común plano y uniforme, que también está atravesado por diferencias y desigualdades. Más que “representar” en sentido estricto, lo que hace el feminismo es poner en práctica un sentir, y es que la cosa así no marcha. Que jóvenes y viejas de distintas procedencias, lugares sociales, colores y clases quieren que cambie este esquema injusto de desigualdades entrecruzadas que aplaude el abuso y premia el silencio en los distintos niveles de la sociedad; que explota el diferencial sexual y racial; que saca el jugo a las asimetrías. Los políticos buscan reconducir sentires fijándolos en sus oponentes electorales. Por fortuna los sentires se propagan por sus propios medios.
Pero, mire usted, a pesar de todo... impresiona este conjunto de tips y performances de las derechas recombinadas con sus portavoces femeninas.
De un tiempo a esta parte las cosas han cambiado. En adelante, ya tienen que decir algo sobre violencia, desigualdad, diversidad sexual, machismo, trabajo, sin obviar por completo los anhelos de libertad y justicia que expresan muchas mujeres.
Y ¿qué dicen? Pues reciclan viejos lugares comunes (como que la violencia no tiene género; que en democracia cabe esperar que las manadas sean tanto masculinas como femeninas), al tiempo que retoman y recomponen algunos significados asentados por el propio feminismo. Esto último es lo que resulta más paradójico, desconcertante y, sin duda, repugnante.
Tres elementos aparecen en la parte “novedosa” del esquema. El primero es que las mujeres no somos víctimas; la señora Álvarez de Toledo está contra el victimismo y, si me apuras, contra la revictimización. Tan en contra está de esto que elimina todo trazo de violencia, abuso y dominación en la sociedad. De víctimas, mujeres lastimeras, pasivas, desprotegidas, pasamos a la Wonder Woman, tan propia del neoliberalismo. Como no nos gusta el victimismo, pues ofrendamos una buena dosis de superpowers; mujeres rotundas a la que nadie las chista. Me viene aquí el viejo lema de las compañeras antirracistas del arrabal francés: “ni putas, ni sumisas” o mejor, “ni víctimas, ni sumisas”.
La segunda cuestión que aparece es que el feminismo divide, fractura e impide un mundo compartido. El símil entre nacionalismo (el otro, no el españolista) y feminismo viene aquí a la mano. Si el segundo ha fracturado España generando un clima de guerra y confrontación entre “españoles” (que, por cierto, recuerda tristes tiempos de nuestra historia que no se avergüenzan de apropiarse), el feminismo, para ellos lo que hace es replicar esa misma fractura entre mujeres y hombres. Se quebranta así lo que tanto esfuerzo doctrinal cuesta levantar en los tiempos que corren. Allí donde debería dominar la armonía, la unidad, la concordia, la paz y la complementariedad, el feminismo impone división y conflicto. No todas las mujeres son víctimas y no todos los hombres son victimarios, dicen. Esta polarización innecesaria y maniquea que promueve el feminismo se convierte en una forma abominable de tiranía contra la que es preciso levantarse. El feminismo echa así a perder, de golpe y plumazo, largos años de socialización femenina hecha de aguante, sostén y espíritu colaborativo. El feminismo está por la división, la ruptura de la familia y otras maldades que rompen España. El feminismo desestima la potencialidad política de lo común, dice toda esta gente maligna.
La tercera entrada, y esta ya sí que termina de rematar el trabajo, es que el feminismo, estas feministas de la ruptura, “no nos representan”, vamos, que no hablan en nuestro nombre: en nombre de las mujeres normales. Ni el más sutil y retrógrado think tank habría reformulado con tanto tino la falta de unidad del sujeto mujer que viene formando parte de las disputas en los feminismos. Las mujeres, españolísimas ellas, se entretienen más bien en la comunión entre PP-Ciudadanos-Vox.
Pero la violencia sí tiene género y, más que “de género”, es machista. No hace falta mucha estadística para entender esto. Las mujeres, las niñes, los cuerpos feminizados y racializados, las bolleras, las maricas, las trans... la experimentamos de distintas formas cuando introyectamos no sólo el golpe, sino el miedo a recibirlo. Y sí somos víctimas, algunas supervivientes, receptoras de buenas dosis de violencia y dominación. Ciertamente no solo somos víctimas, también somos luchadoras, resistentes, cuestionadoras y personas alegres y capaces de mostrar rechazo ante el abuso de una y mil formas. Quienes nos traen esta capacidad no es el trío maravillas, que viene de largo predicando la subordinación, sino las que luchan, las se juntan en la calle, y en la casa se oponen en grandes y pequeñas dosis diarias al orden patriarcal. Por eso, cuando decimos que no somos víctimas, lo que estamos afirmando es que somos el legado de las que lucharon, la presencia de quienes resistieron, la expresión de flujos de memoria feminista, en algunos casos organizada y en otros difusa pero no menos presente. La fractura no es nuestro sello, sino el de quienes buscan doblegarnos diciéndonos que el precio de la paz, la armonía, la unión natural y todas esas monsergas es la sumisión y el amor al prójimo-en-tanto-que-opresor. Un precio demasiado alto, ¿no es cierto? Y por último, qué rabia les da que el feminismo, en sus distintas formas, represente a más y más mujeres y hombres que buscan un mundo más justo entrelazándose pero buscando también lenguajes que expliquen que ese común no es un común plano y uniforme, que también está atravesado por diferencias y desigualdades. Más que “representar” en sentido estricto, lo que hace el feminismo es poner en práctica un sentir, y es que la cosa así no marcha. Que jóvenes y viejas de distintas procedencias, lugares sociales, colores y clases quieren que cambie este esquema injusto de desigualdades entrecruzadas que aplaude el abuso y premia el silencio en los distintos niveles de la sociedad; que explota el diferencial sexual y racial; que saca el jugo a las asimetrías. Los políticos buscan reconducir sentires fijándolos en sus oponentes electorales. Por fortuna los sentires se propagan por sus propios medios.
Pero, mire usted, a pesar de todo... impresiona este conjunto de tips y performances de las derechas recombinadas con sus portavoces femeninas.
Cristina Vega es profesora investigadora en el programa de género de FLACSO-Ecuador.
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