Imagen: El Correo Web / Jesús Torres en 'Puños de harina' |
Alegato contra el racismo y la homofobia.
El Aedo Teatro presenta, dentro del ciclo de ‘Teatro para Jóvenes’ promovido por el ICAS, esta premiada obra de Jesus Torres, un hermoso alegato contra el racismo y la homofobia.
Dolores Guerrero | El Correo Web, 2021-02-28
https://elcorreoweb.es/cultura/alegato-contra-el-racismo-y-la-homofobia-HA7174696
El ciclo ‘Teatro para jóvenes’ que se ha celebrado durante esta semana en el Teatro Alameda, promovido por el ICAS, ha tenido el acierto de programar esta obra de Jesús Torres, un hermoso alegato contra el racismo y la homofobia, Premio Nazario 2020 al Mejor Espectáculo del Festival Cultura con Orgullo 2020.
Aunque se define como un monólogo a cargo de un solo actor, ‘Puños de harina’ está protagonizada por dos personajes, Saúl y Rukeli, dos jóvenes que se suben a escena para contarnos sus vidas, historias paralelas que no tienen nada en común, salvo que ambos pertenecen a la etnia gitana. En el caso de Rukeli, esa condición le lleva a terminar sus días en un campo de concentración nazi, aunque antes había podido salir de la marginalidad -a la que estaba abocada su pueblo en la Alemania de los años 30- gracias al ejercicio del boxeo. Saúl, en cambio, precisamente se gana el rechazo y el maltrato de su padre por no ser capaz de pegar ni a una mosca. Forma parte de una familia circense a la que tiene que renunciar para poder salir del armario.
Jesús Torres estructura la dramaturgia en 10 escenas, una decena de asaltos de boxeo que simbolizan la lucha por salir de la marginalidad de Saúl y Rukeli, quienes comienzan a contarnos sus historias desde la infancia.
Ahondando en el símbolo pugilístico, la puesta en escena, a cargo también de Jesús Torres, se decanta por un cuadrilátero de boxeo, lo que en principio podría definir un espacio escénico un tanto cerrado y estático. Sin embargo, no tarda mucho en atraparnos. Y es que, gracias a la videoescena de Elvira Zurita, el cuadrilátero adquiere diferentes texturas y colores y logra que, junto con la música de Alberto Granados, las transiciones incidan en el potencial emotivo del relato además de imprimir un ritmo vivo a la historia.
En ese sentido cabe destacar la fluidez con la que se suceden las diferentes escenas o asaltos, que alternan las intervenciones de Rukeli -que nos habla dentro del cuadrilátero mientras boxea con el aire- y las de Saúl, el gitano circense con el que Jesús se mete en la piel de un niño tan inocente como diferente de sus congéneres. Ambos papales los colma de ternura con toda una gama de matices, una magnífica interpretación al servicio de una obra tan emotiva como interesante y conveniente, sobre todo para el público adolescente, al que no resulta nada fácil atraer a las salas teatrales.
Aunque se define como un monólogo a cargo de un solo actor, ‘Puños de harina’ está protagonizada por dos personajes, Saúl y Rukeli, dos jóvenes que se suben a escena para contarnos sus vidas, historias paralelas que no tienen nada en común, salvo que ambos pertenecen a la etnia gitana. En el caso de Rukeli, esa condición le lleva a terminar sus días en un campo de concentración nazi, aunque antes había podido salir de la marginalidad -a la que estaba abocada su pueblo en la Alemania de los años 30- gracias al ejercicio del boxeo. Saúl, en cambio, precisamente se gana el rechazo y el maltrato de su padre por no ser capaz de pegar ni a una mosca. Forma parte de una familia circense a la que tiene que renunciar para poder salir del armario.
Jesús Torres estructura la dramaturgia en 10 escenas, una decena de asaltos de boxeo que simbolizan la lucha por salir de la marginalidad de Saúl y Rukeli, quienes comienzan a contarnos sus historias desde la infancia.
Ahondando en el símbolo pugilístico, la puesta en escena, a cargo también de Jesús Torres, se decanta por un cuadrilátero de boxeo, lo que en principio podría definir un espacio escénico un tanto cerrado y estático. Sin embargo, no tarda mucho en atraparnos. Y es que, gracias a la videoescena de Elvira Zurita, el cuadrilátero adquiere diferentes texturas y colores y logra que, junto con la música de Alberto Granados, las transiciones incidan en el potencial emotivo del relato además de imprimir un ritmo vivo a la historia.
En ese sentido cabe destacar la fluidez con la que se suceden las diferentes escenas o asaltos, que alternan las intervenciones de Rukeli -que nos habla dentro del cuadrilátero mientras boxea con el aire- y las de Saúl, el gitano circense con el que Jesús se mete en la piel de un niño tan inocente como diferente de sus congéneres. Ambos papales los colma de ternura con toda una gama de matices, una magnífica interpretación al servicio de una obra tan emotiva como interesante y conveniente, sobre todo para el público adolescente, al que no resulta nada fácil atraer a las salas teatrales.
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