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Beatriz Gimeno. Directora del Instituto de las Mujeres | Público, 2021-02-21
https://blogs.publico.es/dominiopublico/36540/el-movimiento-sufragista-y-la-violencia/
Estos días, a cuenta de las manifestaciones en las que se pedía la libertad de Pablo Hasel y el eterno debate sobre la violencia de los manifestantes (o la policial) se desataba otra polémica en Twitter en la que se intentaba defender que los manifestantes pro libertad de expresión debieran aprender de las sufragistas, dado que este movimiento consiguió sus objetivos sin violencia. Este es un lugar común que merece ser desmentido por muchas razones. Frente a la imagen naif que se ha querido transmitir del movimiento sufragista como de un movimiento de mujeres de clase alta que consiguió sus objetivos pacíficamente, lo cierto es que se trató de un movimiento que sufrió muchísima violencia, una violencia que hoy sería muy duramente contestada en una democracia. Olvidar la violencia que sufrieron es borrar el sufrimiento que padecieron aquellas mujeres; es olvidar la lucha y lo que costó conseguir la igualdad ante el sufragio. Por su parte ellas, aunque desde luego no mataron a nadie, aprendieron a defenderse e hicieron uso de la violencia contra los bienes públicos y privados. Ningún objetivo importante se consigue sin lucha y cuando se lucha por objetivos radicalmente transformadores, el sistema siempre reacciona con violencia.
Para empezar, las sufragistas fueron mucho más que un grupo de mujeres que luchaban por conseguir el sufragio, aunque este fuera uno de sus principales objetivos. Pero lucharon también por conseguir derecho a la educación y establecieron profundas alianzas interclasistas dando ejemplo de pactos antipatriarcales entre mujeres muy distintas. Fueron pioneras en muchas cosas, pero lo fueron especialmente en su forma de protesta, imitada después por muchos movimientos sociales y que ha llegado hasta hoy. Ellas fueron las iniciadoras de una manera de luchar y protestar que buscaba la espectacularidad en acciones pequeñas, pero muy llamativas, en las que lo que se ponía en juego eran sus propios cuerpos. Así, durante años, se introdujeron en todo tipo de actos políticos para gritar, lanzar panfletos, tumbarse en el suelo, encadenarse, formar entre ellas cadenas humanas que impidieran el paso etc. Alquilaron un dirigible para lanzar proclamas desde el cielo, se hicieron grabar dentro del parlamento (al que tenían prohibida la entrada) proclamando sus derechos, gritaban consignas durante horas subidas a una banqueta en cualquier esquina de Londres. Sus acciones eran subversivas no sólo porque desafiaban las leyes, sino porque el hecho de hablar en público ya suponía transgredir la prohibición existente para las mujeres de mostrarse y de hablar en el espacio público. Por esto, todas las que se atrevían a hacerlo eran recibidas con insultos, huevos, objetos e intentos de tocamientos o violaciones. Esto lo aguantaron muchas de ellas durante años. No creo que seamos capaces de imaginar lo que suponía para ellas.
Por ponerse en estas situaciones muchas de estas mujeres fueron secuestradas por sus familias y encerradas en psiquiátricos. Tampoco podemos hacernos una idea hoy día de lo que suponía por entonces para una mujer ser llevada a uno de estos lugares en los que cualquier maltrato o humillación era posible. Hablamos de Guantánamos en los que se sufrían electrochoques y todo tipo de torturas y en las que lo normal era perder la cordura. Además, era una pena sin final, ningún juez juzgaba, nadie podía sacarte, dependía únicamente de la familia, de los varones de la familia. Los manicomios del siglo XIX y del XX han sido lugares de tortura que se han tragado las vidas de muchas mujeres rebeldes.
Poco a poco, las sufragistas fueron radicalizando sus métodos. Y pasaron a lo que hoy se llamarían manifestaciones violentas: destrucción del mobiliario urbano y de la propiedad. Durante un tiempo, armadas de martillos destrozaron escaparates, farolas, coches, persiguieron a los políticos hasta sus casas, rompieron las ventanas de sus casas particulares, irrumpieron en los mítines de los partidos, interrumpieron en varias ocasiones la vida parlamentaria con sus gritos... Algunos grupos sufragistas decidieron atacar la propiedad privada incendiando casas de campo, destruyendo los campos de golf o los jardines reales. No atacaron ni se cobraron vidas, pero no desdeñaron la violencia.
Las vidas que se perdieron fueron las suyas. Y la violencia que recibieron no deberíamos permitir que se olvidara porque forma parte de la historia de la lucha de las mujeres. Algunas de las manifestaciones que convocaron fueron durísimamente reprimidas. La manifestación de 1910, el llamado Black Friday, la mayor manifestación política conocida hasta ese momento, se saldó con tres manifestantes muertas por las heridas sufridas. La policía recurrió a infiltrados que se liaron a golpes contra las manifestantes, además de someterlas a todo tipo de agresiones sexuales. Al día siguiente, con miles de agredidas y tres muertas, la policía y los medios culpaban de la violencia a las propias sufragistas. Después de la represión sufrida en sus primeras manifestaciones las mujeres aprendieron a defenderse y crearon un cuerpo de guardaespaldas que portaba bajo sus ropas porras, mazas, martillos y cuchillos que no dudaban en emplear para defenderse de la policía y de los agresores que las acosaban cuando marchaban públicamente. Algunas aprendieron incluso técnicas orientales de autodefensa.
Además, como consecuencia de la radicalización de las acciones violentas, aunque sin víctimas, de las sufragistas, el gobierno ordenó una campaña de detenciones y encarcelamientos. Las detenciones eran arbitrarias y la policía aparecía en casa de cualquiera de ellas para detenerlas sin cargos ni acusaciones. Al ser detenidas, muchas de ellas se declaraban en huelga de hambre (también inauguraron esa forma de protesta) exigiendo ser consideradas presas políticas. Y aquí, con la respuesta del gobierno a las huelgas de hambre comienza uno de los episodios más terribles de la historia de la protesta social. La orden del gobierno fue la de alimentarlas a la fuerza, lo que se hacía atándolas a la silla, abriéndoles la boca, introduciéndoles una goma hasta el estómago y por ahí la comida; lo que les provocaba obviamente heridas, vómitos, sensación de ahogo... Una tortura en toda regla que sufrieron decenas de mujeres. Cuando sus vidas estaban en riesgo real, la policía las soltaba y cuando habían pasado unos días o semanas en las que habían mejorado, las volvía a detener y las sometía al mismo trato. Para que nos hagamos una idea del sadismo de tal comportamiento, este era regulado por una ley conocida como "del gato y del ratón": torturar, liberar cuando estaban a punto de morir y volver a detener cuando estaban recuperadas... para volver a torturarlas.
El movimiento sufragista hizo uso de lo que lo hoy llamaríamos violencia contra las propiedades públicas y privadas, acosó a los políticos que se negaban a escucharlas, se defendieron a martillazos, rompieron cristales y quemaron incluso casas. Redefinió la relación de las mujeres con la violencia. La que ellas ejercieron no fue en absoluto comparable a la que recibieron por defender unos derechos de los que hoy disfrutamos todas. Sufrieron torturas, palizas, violaciones, asesinatos, encarcelaciones e internamientos psiquiátricos, se vieron expulsadas de sus casas; acosadas en la calle y en sus trabajos. Muchas lo perdieron todo, algunas perdieron la vida, pero su herencia hoy la disfrutamos todas.
El sufragio femenino equiparable al masculino se aprobó finalmente en 1928. Allí estaba Charlotte Despard una sufragista ya anciana que dijo: "Jamás pensé que vería la concesión del voto. Pero cuando un sueño se hace realidad, hay que ir a por el siguiente". Ahí estamos.
Para empezar, las sufragistas fueron mucho más que un grupo de mujeres que luchaban por conseguir el sufragio, aunque este fuera uno de sus principales objetivos. Pero lucharon también por conseguir derecho a la educación y establecieron profundas alianzas interclasistas dando ejemplo de pactos antipatriarcales entre mujeres muy distintas. Fueron pioneras en muchas cosas, pero lo fueron especialmente en su forma de protesta, imitada después por muchos movimientos sociales y que ha llegado hasta hoy. Ellas fueron las iniciadoras de una manera de luchar y protestar que buscaba la espectacularidad en acciones pequeñas, pero muy llamativas, en las que lo que se ponía en juego eran sus propios cuerpos. Así, durante años, se introdujeron en todo tipo de actos políticos para gritar, lanzar panfletos, tumbarse en el suelo, encadenarse, formar entre ellas cadenas humanas que impidieran el paso etc. Alquilaron un dirigible para lanzar proclamas desde el cielo, se hicieron grabar dentro del parlamento (al que tenían prohibida la entrada) proclamando sus derechos, gritaban consignas durante horas subidas a una banqueta en cualquier esquina de Londres. Sus acciones eran subversivas no sólo porque desafiaban las leyes, sino porque el hecho de hablar en público ya suponía transgredir la prohibición existente para las mujeres de mostrarse y de hablar en el espacio público. Por esto, todas las que se atrevían a hacerlo eran recibidas con insultos, huevos, objetos e intentos de tocamientos o violaciones. Esto lo aguantaron muchas de ellas durante años. No creo que seamos capaces de imaginar lo que suponía para ellas.
Por ponerse en estas situaciones muchas de estas mujeres fueron secuestradas por sus familias y encerradas en psiquiátricos. Tampoco podemos hacernos una idea hoy día de lo que suponía por entonces para una mujer ser llevada a uno de estos lugares en los que cualquier maltrato o humillación era posible. Hablamos de Guantánamos en los que se sufrían electrochoques y todo tipo de torturas y en las que lo normal era perder la cordura. Además, era una pena sin final, ningún juez juzgaba, nadie podía sacarte, dependía únicamente de la familia, de los varones de la familia. Los manicomios del siglo XIX y del XX han sido lugares de tortura que se han tragado las vidas de muchas mujeres rebeldes.
Poco a poco, las sufragistas fueron radicalizando sus métodos. Y pasaron a lo que hoy se llamarían manifestaciones violentas: destrucción del mobiliario urbano y de la propiedad. Durante un tiempo, armadas de martillos destrozaron escaparates, farolas, coches, persiguieron a los políticos hasta sus casas, rompieron las ventanas de sus casas particulares, irrumpieron en los mítines de los partidos, interrumpieron en varias ocasiones la vida parlamentaria con sus gritos... Algunos grupos sufragistas decidieron atacar la propiedad privada incendiando casas de campo, destruyendo los campos de golf o los jardines reales. No atacaron ni se cobraron vidas, pero no desdeñaron la violencia.
Las vidas que se perdieron fueron las suyas. Y la violencia que recibieron no deberíamos permitir que se olvidara porque forma parte de la historia de la lucha de las mujeres. Algunas de las manifestaciones que convocaron fueron durísimamente reprimidas. La manifestación de 1910, el llamado Black Friday, la mayor manifestación política conocida hasta ese momento, se saldó con tres manifestantes muertas por las heridas sufridas. La policía recurrió a infiltrados que se liaron a golpes contra las manifestantes, además de someterlas a todo tipo de agresiones sexuales. Al día siguiente, con miles de agredidas y tres muertas, la policía y los medios culpaban de la violencia a las propias sufragistas. Después de la represión sufrida en sus primeras manifestaciones las mujeres aprendieron a defenderse y crearon un cuerpo de guardaespaldas que portaba bajo sus ropas porras, mazas, martillos y cuchillos que no dudaban en emplear para defenderse de la policía y de los agresores que las acosaban cuando marchaban públicamente. Algunas aprendieron incluso técnicas orientales de autodefensa.
Además, como consecuencia de la radicalización de las acciones violentas, aunque sin víctimas, de las sufragistas, el gobierno ordenó una campaña de detenciones y encarcelamientos. Las detenciones eran arbitrarias y la policía aparecía en casa de cualquiera de ellas para detenerlas sin cargos ni acusaciones. Al ser detenidas, muchas de ellas se declaraban en huelga de hambre (también inauguraron esa forma de protesta) exigiendo ser consideradas presas políticas. Y aquí, con la respuesta del gobierno a las huelgas de hambre comienza uno de los episodios más terribles de la historia de la protesta social. La orden del gobierno fue la de alimentarlas a la fuerza, lo que se hacía atándolas a la silla, abriéndoles la boca, introduciéndoles una goma hasta el estómago y por ahí la comida; lo que les provocaba obviamente heridas, vómitos, sensación de ahogo... Una tortura en toda regla que sufrieron decenas de mujeres. Cuando sus vidas estaban en riesgo real, la policía las soltaba y cuando habían pasado unos días o semanas en las que habían mejorado, las volvía a detener y las sometía al mismo trato. Para que nos hagamos una idea del sadismo de tal comportamiento, este era regulado por una ley conocida como "del gato y del ratón": torturar, liberar cuando estaban a punto de morir y volver a detener cuando estaban recuperadas... para volver a torturarlas.
El movimiento sufragista hizo uso de lo que lo hoy llamaríamos violencia contra las propiedades públicas y privadas, acosó a los políticos que se negaban a escucharlas, se defendieron a martillazos, rompieron cristales y quemaron incluso casas. Redefinió la relación de las mujeres con la violencia. La que ellas ejercieron no fue en absoluto comparable a la que recibieron por defender unos derechos de los que hoy disfrutamos todas. Sufrieron torturas, palizas, violaciones, asesinatos, encarcelaciones e internamientos psiquiátricos, se vieron expulsadas de sus casas; acosadas en la calle y en sus trabajos. Muchas lo perdieron todo, algunas perdieron la vida, pero su herencia hoy la disfrutamos todas.
El sufragio femenino equiparable al masculino se aprobó finalmente en 1928. Allí estaba Charlotte Despard una sufragista ya anciana que dijo: "Jamás pensé que vería la concesión del voto. Pero cuando un sueño se hace realidad, hay que ir a por el siguiente". Ahí estamos.
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