The Objective / Primer activismo por la liberación sexual // |
Rebecca Makkai, una crónica del sida entre el duelo y la nostalgia.
Aprovechando su paso por el festival de literatura madrileño, Capítulo Uno, entrevistamos a la escritora sobre su último libro, 'Los optimistas', una crónica ambientada en el Chicago de los 80 sobre los inicios de la epidemia y cómo golpeó al colectivo gay.
Marta Ailouti | The Objective, 2021-10-24
https://theobjective.com/further/rebecca-makkai-optimistas-sida
Finalista del Premio Pulitzer y el National Book Award, cuando se publicó en 2018 en Estados Unidos ‘Los optimistas’ rápidamente se convirtió en uno de los libros del año en el país americano. Disponible ahora en español, con traducción de Aurora Echevarría, en una edición de Sexto Piso, la novela de Rebecca Makkai es una de las más interesantes propuestas literarias que han llegado este otoño a nuestro país.
Un mosaico generacional que recrea el ambiente gay de los años 80 en Chicago, cuando las pruebas para detectar el VIH en sangre empezaron a estar disponibles comercialmente por primera vez. Ambientada en dos arcos temporales —1985 y 2015— la escritora construye toda una crónica del sida, que viaja desde sus aterradores inicios hasta la actualidad. Así, bajo el sugerente título de ‘Los optimistas’, construye la historia de Yale, un galerista de Chicago que ve cómo, uno a uno, sus amigos van cayendo enfermos en un cerco que cada vez se va estrechando más a su alrededor. En el otro lado temporal, su íntima amiga Fiona, tres décadas después, viajará hasta París para localizar a su hija desaparecida. Bajo esta premisa, la escritora siembra las bases de una narración absorbente que trata de indagar sobre el duelo, el trauma y la memoria del dolor en un mundo donde el arte no es ajeno del todo.
El optimismo de una época trágica
Eran «los mayores optimistas», «los hombres que vivieron las primeras primaveras al mismo tiempo» y que «vieron venir la muerte y se salvaron, y ahora recorren el largo y tormentoso verano», escribía Francis Scott Fitzgerald en ‘Mi generación’. Sobre ese verano, inspirada en esta cita del autor de ‘El gran Gatsby’, Makkai indaga ahora en su novela, sobre la necesidad de «aferrarse a la alegría y a la esperanza» en el contexto de la enfermedad.
Presente en España para promocionar su libro y por su participación en la primera edición del festival literario Capítulo Uno, que se celebró el pasado fin de semana en Matadero de Madrid, aunque en un principio Makkai no iba a escribir sobre la epidemia, aquel relato pronto contagió todo el texto hasta centrar toda la historia. Obsesionada con transmitir un ambiente veraz, durante meses la escritora se estuvo documentando mediante lecturas y entrevistas a terapeutas, médicos, activistas, abogados y testigos que aportaron su testimonio de aquel periodo. Muchos de ellos recordaban aquellos años con nostalgia y cariño a pesar de todo.
«En esa época ellos tenían veinte años, era como su primera juventud, la primera vez que se enamoraron y la primera vez que fueron independientes, estaban empezando a salir del armario, muchos de ellos habían tenido unas infancias complicadas, muchos venían de pequeños pueblos o ciudades y se mudaron a Chicago y encontraron una comunidad que les arropó. En aquella época aprendieron a celebrar el sentido de la alegría. Tenían inclinaciones artísticas. Estaban entre amigos. Muchos se convirtieron en activistas, empezaron a ayudarse los unos a los otros y algunos encontraron incluso una misión en la vida, un objetivo. Igual era la primera vez que luchaban por algo. Por supuesto que fue una época de pérdida, trauma y tristeza pero es como si hubiese sido la mejor/peor etapa», analiza la escritora desde la distancia temporal en declaraciones a The Objective.
Sin embargo, reconoce, aquel proceso de documentación, no siempre resultó sencillo. «La gente revivía momentos complicados de sus vidas y yo de repente me encontré haciendo un poco de terapeuta. Sin embargo yo tenía una ventaja. Podía canalizar todo aquello, las cosas que más me impactaron emocionalmente o que provocaron mi rabia, en el libro. Lo que encontré más difícil fue cuando me hablaron de personas queridas que habían muerto. No es lo mismo cuando la muerte es una cosa poética y sacada de foco, es que esas muertes podían ser cuestión de una semana o suceder después de dos años de enfermedad, que les dejaban hechos polvo con fluidos corporales. Había diferencias. De aquello hablé con varios médicos y enfermeras. También con los supervivientes. Pero fue difícil escucharlo y escribir acerca de eso».
Chicago, 1985
Nacida en Chicago en 1978, cuando los acontecimientos de su novela se desarrollan, a partir de 1985, Makkai era apenas una niña. «Absorbí de aquella época la música, los colores y algo del clima político, pero no conocía la escena gay —rememora—. Había un barrio en Chicago que se llamaba Boys Town que fue el primer barrio de Estados Unidos reconocido oficialmente como gay. Ahora es un barrio con estatuas, se ha gentrificado, pero en los 80 era un barrio pobre y marginal».
Curiosamente, aunque la escritora, que se dio a conocer anteriormente con ‘El devorador de libros’ y ha publicado otros títulos como ‘The Hundred-Year House’ o ‘Music for Wartime’, ha vivido casi toda su vida allí, nunca había situado sus historias en su ciudad natal hasta ahora. «Estaba escribiendo de cosas que yo no era. Yo no soy gay, no era adulta en esa época y no soy seropositiva. Chicago era una forma de tener algo a lo que poder agarrarme que conocía bien», confiesa. Y la novela fue tomando forma. A medida que empezó a investigar, se dio cuenta de que, a pesar de haber sido una ciudad muy castigada por la epidemia, apenas había información de lo que había ocurrido allí. ¿Por qué? «En la literatura comercial que todo el mundo lee sobre el sida en Estados Unidos Chicago ni siquiera aparecía. No estaba representada. Me gustó aquel desafío. No creo que haya demasiada literatura sobre este tema, de hecho creo que es al revés, pero las historias que hay están situadas siempre en ciudades de la costa como Nueva York o San Francisco. Yo quería tratar algo que no fuera lo esperado», reconoce.
De hecho, si algo echa en falta Makkai es la ausencia de novelas sobre el sida y sus consecuencias. «En la década de los 80 —añade— los libros y las películas se dirigían a un público más general. Un libro como el mío habría acabado en una librería especializada gay, no sería algo que lees en el club de lectura. No era para una mayoría, había gente que no quería verse involucrada, que no quería que le vieran leyendo algo así. Sin embargo, en teatro sí que se trató el tema del sida enseguida. También hubo fotógrafos y artistas visuales que empezaron a trabajar con imágenes políticas. Pero es verdad que en el caso de las novelas y las películas fue distinto. Algunas películas como ‘Philadelphia’, dirigidas a un público amplio, pecaban de simplicidad. Pero pienso que ahora la gente que sobrevivió a esta crisis en los 80 tendría que contar sus historias. Ahora es el momento. Es importante que se escriba sobre ello. Si un editor ve que hay público, que hay interés, habrá cada vez más libros».
Todo empezó con el arte
‘Los optimistas’, cuenta Makkai, iba a ser en un principio una historia sobre una mujer, Nora, una modelo en los años 20 que había posado para los pintores de la generación perdida, en el París de entreguerras. Su personaje, aunque se mantiene, es ahora un secundario, una mujer ya anciana que quiere donar sus bocetos a una galería de arte. Es ahí donde interviene Yale, su protagonista. «Todo empezó con el arte», reconoce la autora. Fueron unas fotografías en internet sobre Belmont Rocks, un lugar situado a orillas del lago Michigan, en Chicago, donde solían reunirse los gais lo que hizo plantearse por qué ellos se habían dejado fotografiar así por un profesional, alguien que expondría sus vidas y haría pública su condición sexual. «Así surgió el personaje de Richard». La historia de Nora y Richard le llevó a pensar en cómo el arte, y ella con su escritura, podían representar el trauma y hacer algo bello de ello. «También estaba el tema de la importancia del arte en la memoria. En por qué exponer esas imágenes tiempo después. Puede ser un poco cuestionable o delicado hacer algo bello de todo para colgarlo en una galería».
Makkai se ríe cuando recuerda que ella se planteó la escritura de esta novela como algo sencillo en un principio. No pudo mantener aquel pulso. «En cuanto empecé a escribir me cuestioné la apropiación de la voz de Yale, si solo mantenía un punto de vista podía llegar a sentirme como si fuera un ventrílocuo. Introducir el personaje de Fiona en 2015 me ayudó a cambiar de perspectiva. Me dio la oportunidad para reflexionar sobre la memoria de una tragedia a largo plazo y de la responsabilidad que tenemos con otras personas, con las que sobreviven y con las que no». Además, confiesa, no quería acabar el libro en medio de la tragedia. «Ella me permite distanciarme y también contar qué había pasado con el resto de personajes. Funciona como un testigo de otra época que mira desde dentro, pero también desde fuera».
Desde fuera porque Fiona, como ella, no perteneció nunca al colectivo gay, pero en el caso de su personaje vivió con dolor cómo uno a uno se iban muriendo sus amigos. Amiga y hermana, ella misma tiene su propia familia rota en esa otra trama de investigación en torno a la desaparición de su hija. Su presencia representa además los lazos que hacemos por el camino. «’Los optimistas’ —describe su Makkai— es un libro sobre la familia que eliges porque sus protagonistas son gais que se cuidan en comunidades de amigos. Aparecen algunas familias biofuncionales, aunque no es la mayoría. Estaba aquí la cuestión sobre qué es lo que debes a una familia que eliges y a una familia biológica. Qué responsabilidad hay hacia las dos. Claro que tampoco quería caer en decir que la familia que eliges es genial —matiza— porque Claire, la hija de Fiona, se mete en una secta y esa es su familia de adopción. Con este tema yo no tenía una tesis o un mensaje que dar, simplemente quería ver todos los ángulos posibles y cuestionarlos», señala.
Un mosaico generacional que recrea el ambiente gay de los años 80 en Chicago, cuando las pruebas para detectar el VIH en sangre empezaron a estar disponibles comercialmente por primera vez. Ambientada en dos arcos temporales —1985 y 2015— la escritora construye toda una crónica del sida, que viaja desde sus aterradores inicios hasta la actualidad. Así, bajo el sugerente título de ‘Los optimistas’, construye la historia de Yale, un galerista de Chicago que ve cómo, uno a uno, sus amigos van cayendo enfermos en un cerco que cada vez se va estrechando más a su alrededor. En el otro lado temporal, su íntima amiga Fiona, tres décadas después, viajará hasta París para localizar a su hija desaparecida. Bajo esta premisa, la escritora siembra las bases de una narración absorbente que trata de indagar sobre el duelo, el trauma y la memoria del dolor en un mundo donde el arte no es ajeno del todo.
El optimismo de una época trágica
Eran «los mayores optimistas», «los hombres que vivieron las primeras primaveras al mismo tiempo» y que «vieron venir la muerte y se salvaron, y ahora recorren el largo y tormentoso verano», escribía Francis Scott Fitzgerald en ‘Mi generación’. Sobre ese verano, inspirada en esta cita del autor de ‘El gran Gatsby’, Makkai indaga ahora en su novela, sobre la necesidad de «aferrarse a la alegría y a la esperanza» en el contexto de la enfermedad.
Presente en España para promocionar su libro y por su participación en la primera edición del festival literario Capítulo Uno, que se celebró el pasado fin de semana en Matadero de Madrid, aunque en un principio Makkai no iba a escribir sobre la epidemia, aquel relato pronto contagió todo el texto hasta centrar toda la historia. Obsesionada con transmitir un ambiente veraz, durante meses la escritora se estuvo documentando mediante lecturas y entrevistas a terapeutas, médicos, activistas, abogados y testigos que aportaron su testimonio de aquel periodo. Muchos de ellos recordaban aquellos años con nostalgia y cariño a pesar de todo.
«En esa época ellos tenían veinte años, era como su primera juventud, la primera vez que se enamoraron y la primera vez que fueron independientes, estaban empezando a salir del armario, muchos de ellos habían tenido unas infancias complicadas, muchos venían de pequeños pueblos o ciudades y se mudaron a Chicago y encontraron una comunidad que les arropó. En aquella época aprendieron a celebrar el sentido de la alegría. Tenían inclinaciones artísticas. Estaban entre amigos. Muchos se convirtieron en activistas, empezaron a ayudarse los unos a los otros y algunos encontraron incluso una misión en la vida, un objetivo. Igual era la primera vez que luchaban por algo. Por supuesto que fue una época de pérdida, trauma y tristeza pero es como si hubiese sido la mejor/peor etapa», analiza la escritora desde la distancia temporal en declaraciones a The Objective.
Sin embargo, reconoce, aquel proceso de documentación, no siempre resultó sencillo. «La gente revivía momentos complicados de sus vidas y yo de repente me encontré haciendo un poco de terapeuta. Sin embargo yo tenía una ventaja. Podía canalizar todo aquello, las cosas que más me impactaron emocionalmente o que provocaron mi rabia, en el libro. Lo que encontré más difícil fue cuando me hablaron de personas queridas que habían muerto. No es lo mismo cuando la muerte es una cosa poética y sacada de foco, es que esas muertes podían ser cuestión de una semana o suceder después de dos años de enfermedad, que les dejaban hechos polvo con fluidos corporales. Había diferencias. De aquello hablé con varios médicos y enfermeras. También con los supervivientes. Pero fue difícil escucharlo y escribir acerca de eso».
Chicago, 1985
Nacida en Chicago en 1978, cuando los acontecimientos de su novela se desarrollan, a partir de 1985, Makkai era apenas una niña. «Absorbí de aquella época la música, los colores y algo del clima político, pero no conocía la escena gay —rememora—. Había un barrio en Chicago que se llamaba Boys Town que fue el primer barrio de Estados Unidos reconocido oficialmente como gay. Ahora es un barrio con estatuas, se ha gentrificado, pero en los 80 era un barrio pobre y marginal».
Curiosamente, aunque la escritora, que se dio a conocer anteriormente con ‘El devorador de libros’ y ha publicado otros títulos como ‘The Hundred-Year House’ o ‘Music for Wartime’, ha vivido casi toda su vida allí, nunca había situado sus historias en su ciudad natal hasta ahora. «Estaba escribiendo de cosas que yo no era. Yo no soy gay, no era adulta en esa época y no soy seropositiva. Chicago era una forma de tener algo a lo que poder agarrarme que conocía bien», confiesa. Y la novela fue tomando forma. A medida que empezó a investigar, se dio cuenta de que, a pesar de haber sido una ciudad muy castigada por la epidemia, apenas había información de lo que había ocurrido allí. ¿Por qué? «En la literatura comercial que todo el mundo lee sobre el sida en Estados Unidos Chicago ni siquiera aparecía. No estaba representada. Me gustó aquel desafío. No creo que haya demasiada literatura sobre este tema, de hecho creo que es al revés, pero las historias que hay están situadas siempre en ciudades de la costa como Nueva York o San Francisco. Yo quería tratar algo que no fuera lo esperado», reconoce.
De hecho, si algo echa en falta Makkai es la ausencia de novelas sobre el sida y sus consecuencias. «En la década de los 80 —añade— los libros y las películas se dirigían a un público más general. Un libro como el mío habría acabado en una librería especializada gay, no sería algo que lees en el club de lectura. No era para una mayoría, había gente que no quería verse involucrada, que no quería que le vieran leyendo algo así. Sin embargo, en teatro sí que se trató el tema del sida enseguida. También hubo fotógrafos y artistas visuales que empezaron a trabajar con imágenes políticas. Pero es verdad que en el caso de las novelas y las películas fue distinto. Algunas películas como ‘Philadelphia’, dirigidas a un público amplio, pecaban de simplicidad. Pero pienso que ahora la gente que sobrevivió a esta crisis en los 80 tendría que contar sus historias. Ahora es el momento. Es importante que se escriba sobre ello. Si un editor ve que hay público, que hay interés, habrá cada vez más libros».
Todo empezó con el arte
‘Los optimistas’, cuenta Makkai, iba a ser en un principio una historia sobre una mujer, Nora, una modelo en los años 20 que había posado para los pintores de la generación perdida, en el París de entreguerras. Su personaje, aunque se mantiene, es ahora un secundario, una mujer ya anciana que quiere donar sus bocetos a una galería de arte. Es ahí donde interviene Yale, su protagonista. «Todo empezó con el arte», reconoce la autora. Fueron unas fotografías en internet sobre Belmont Rocks, un lugar situado a orillas del lago Michigan, en Chicago, donde solían reunirse los gais lo que hizo plantearse por qué ellos se habían dejado fotografiar así por un profesional, alguien que expondría sus vidas y haría pública su condición sexual. «Así surgió el personaje de Richard». La historia de Nora y Richard le llevó a pensar en cómo el arte, y ella con su escritura, podían representar el trauma y hacer algo bello de ello. «También estaba el tema de la importancia del arte en la memoria. En por qué exponer esas imágenes tiempo después. Puede ser un poco cuestionable o delicado hacer algo bello de todo para colgarlo en una galería».
Makkai se ríe cuando recuerda que ella se planteó la escritura de esta novela como algo sencillo en un principio. No pudo mantener aquel pulso. «En cuanto empecé a escribir me cuestioné la apropiación de la voz de Yale, si solo mantenía un punto de vista podía llegar a sentirme como si fuera un ventrílocuo. Introducir el personaje de Fiona en 2015 me ayudó a cambiar de perspectiva. Me dio la oportunidad para reflexionar sobre la memoria de una tragedia a largo plazo y de la responsabilidad que tenemos con otras personas, con las que sobreviven y con las que no». Además, confiesa, no quería acabar el libro en medio de la tragedia. «Ella me permite distanciarme y también contar qué había pasado con el resto de personajes. Funciona como un testigo de otra época que mira desde dentro, pero también desde fuera».
Desde fuera porque Fiona, como ella, no perteneció nunca al colectivo gay, pero en el caso de su personaje vivió con dolor cómo uno a uno se iban muriendo sus amigos. Amiga y hermana, ella misma tiene su propia familia rota en esa otra trama de investigación en torno a la desaparición de su hija. Su presencia representa además los lazos que hacemos por el camino. «’Los optimistas’ —describe su Makkai— es un libro sobre la familia que eliges porque sus protagonistas son gais que se cuidan en comunidades de amigos. Aparecen algunas familias biofuncionales, aunque no es la mayoría. Estaba aquí la cuestión sobre qué es lo que debes a una familia que eliges y a una familia biológica. Qué responsabilidad hay hacia las dos. Claro que tampoco quería caer en decir que la familia que eliges es genial —matiza— porque Claire, la hija de Fiona, se mete en una secta y esa es su familia de adopción. Con este tema yo no tenía una tesis o un mensaje que dar, simplemente quería ver todos los ángulos posibles y cuestionarlos», señala.
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