jueves, 21 de octubre de 2021

#hemeroteca #lesbianismo #testimonios | Mujer, rural y lesbiana: la historia de una pareja extremeña en Sierra de Gata

El Periódico Extremadura / Sandra Fernández y Lo Sosa //

Mujer, rural y lesbiana: la historia de una pareja extremeña en Sierra de Gata.

Lo Sosa y Sandra Fernández viven en Torre de Don Miguel, en Sierra de Gata. «Somos más felices aquí que en la ciudad».
Celia Gálvez Núñez | El Periódico Extremadura, 2021-10-21
https://www.elperiodicoextremadura.com/sociedad/2021/10/21/mujer-rural-lesbiana-historia-pareja-58609329.html 

«Somos más felices aquí que en la ciudad», afirman de manera rotunda Lo Sosa Guedes y Sandra Fernández Cebrián. Son una pareja que siempre ha estado ligada al mundo rural. Tanto juntas como separadas. Lo Sosa es canaria y desde niña su vida ha estado conectada con la naturaleza. «Me crié en un entorno rural y he vivido muy poco tiempo en ciudades. Es donde me siento cómoda y tengo todos los recursos que necesito. Tenemos un huerto ecológico y el proceso de generar productos naturales es muy bonito además de beneficioso al comer alimentos de temporada», explica.

En cuanto a Sandra, lleva cinco años trabajando en el campo pero su vínculo le viene de toda la vida. Creció en Valencia de Alcántara con sus abuelos y más tarde se mudó con sus padres a Badajoz. «Mi abuela y mi abuelo eran jornaleros y se dedicaban a la agricultura, aunque nunca tuvieron terrenos propios», relata. «En 2012 fue cuando por primera vez compartí huerta con una amiga. Empezamos a producir plantas aromáticas y aceites ecológicos. Ahora tenemos un colectivo en el que hacemos ungüentos naturales. Sin embargo no fue hasta 2016 cuando empezamos a cultivar alimentos», añade.

La vida en el pueblo
En plena naturaleza llevan viviendo juntas poco más de un año, pero su relación sentimental comenzó hace tres. Su actual residencia está en Torre de Don Miguel, en la Sierra de Gata de Cáceres. «Nos sentimos en casa y seguras», afirma Sandra. Esto último lo dice en referencia a pertenecer al colectivo LGTBI. «Todo el mundo nos conoce como las ‘bolleras’ y sabe quienes somos pero es una relación cercana, sin discriminación. Me parece más sencilla esta vida que aguantar las miradas de la ciudad», asevera. «Según mi experiencia la diversidad aquí es mayor y en el entorno urbano, a no ser que tengas un entorno social LGTBI es mucho más violento», sostiene Fernández. «Nunca me he sentido discriminada por ser no binaria o lesbiana en el mundo rural. Todo lo contrario a lo que me ocurre en la ciudad», aclara Sosa. Ambas señalan que su experiencia puede ser positiva al vivir en una localidad en la que no les conoce nadie, ya que sí que les consta que en pueblos de alrededor hay personas que sufren o han sufrido homofobia. «Quizá por eso es más fácil, porque aquí somos desconocidas», recalca Sandra.

Además de dedicarse al campo, ambas trabajan en el ámbito social. Sandra lo hace a través de la asociación Extremadura Entiende, en la que lucha por defender los derechos del colectivo LGTBI y de las mujeres. Sosa estudia una formación profesional de Mediación Comunicativa y también organiza actividades sociales además de recoger aceitunas o regentar el huerto de autoconsumo, imparte talleres de empoderamiento a través de la música con mujeres adultas y de huerto accesible con personas de parálisis cerebral de la asociación Aspace, entre otros. «Prefiero trabajar en el campo que en un centro comercial en plena urbe», dice Lo.

Jornaleras invisibles
Cada 15 de octubre se celebra el Día Internacional de la Mujer Rural. Así fue establecido por las Naciones Unidas y se conmemora este día desde el año 2008 con el objetivo de reconocer su papel.

«Mi abuela ha trabajado toda la vida de jornalera y nunca se le dio de alta. No está reconocido socialmente. El acceso a la propiedad de la tierra todavía está muy limitado», reclama Sandra. «Nosotras mismas tenemos una cesión de uso. El propietario es un señor y las negociaciones las hacemos con su mujer. Se invisibiliza mucho. Tiene que ver con el sistema patriarcal en el que vivimos. No es algo puntual», relata Sandra. «La media de edad de las mujeres que viven actualmente en el campo es de unos 70 años. Tampoco hace tanto que las mujeres podían ser propietarias. Esto es algo que aún no ha cambiado», lamenta Lo.

«Si la mujer es invisible en el mundo rural, las del colectivo LGTBI mucho más», desvela Sandra. «No conocemos a ninguna persona del colectivo mayor de 60 años y no porque no haya, sino porque no se las ve. Son invisibles», garantiza. «Creo que en este mundo se ha normalizado el llamar ‘amigas’ a las parejas homosexuales entre mujeres», dice Sandra. «Conocemos a personas de este pueblo que se han tenido que marchar para vivir su vida libremente», apostilla.

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