Imagen: Diario Progresista |
Eduardo Nabal Aragón | Diario Progresista, 2015-01-09
http://www.diarioprogresista.es/muros-y-puentes-59479.htm
Oímos que un adolescente transexual se ha quitado la vida pero no somos capaces de ver que son esas divisiones, cuestionadas desde hace décadas, pero sofocadas por la familia, estigmatizadas por la religión, señaladas en la escuela, objeto de estudio de la medicina las que llevan a situaciones límite y de desesperación. Poniendo límites, a los cuerpos, los sexos, los deseos.
Nuestra cultura se ha interesado siempre por las fronteras sociales entre lo considerado masculino y lo llamado femenino. Pero hubimos de esperar al moderno feminismo para que esta cuestión, latente o visible en nuestro imaginario, se tornara una cuestión de debate y creación y dejara de ser “un problema” o “un objeto de estudio”, términos que siempre han estado cerca del tradicional concepto de “patología” tan querido por la medicina, la psiquiatría, la psicología clínica y otros dispositivos de regulación no tan lejanos al mundo académico y sus lenguajes. Todas señalan con el dedo. “El diferente eres tú” respondieron en otro tiempo las gentes de otras razas, las mujeres sabias o estigmatizadas, las esclavas, las personas que seguimos llamando discapacitadas, los parados y los inmigrantes frente al capitalismo como único modo de “organización socioeconómica” o los gais y lesbianas, las trans de Stonewall frente a un régimen obsesivamente homogéneo y heterosexual, que sigue poniendo etiquetas a lo considerado anómalo o nos cubre de velos de silencio y discreción…. Desde el viejo psicoanálisis –con tan mala prensa hoy, pero tan vigente en algunos aspectos- a la moderna sexología y sus jóvenes doctores, el sexo, el cuerpo, los dimorfismos y las excepciones siguen siendo objeto de preocupación, estudio o sano interés. Pero ese interés no solo refuerza la dicotomía sino que, a fin de cuentas, no ofrece ningún programa para los y las adolescentes LGTBI. La anomalía existe solo frente a “una norma”, una frontera, un muro y un margen, a una exclusión o a una inclusión reguladora. También frente al blanco de una pantalla de cine. El cine gay, les, trans, queer, o si queremos resumirlo en sus interminables siglas, el cine y las artes visuales LGTBQ, nacen con fuerza a finales de los años noventa frente a cuestiones como el auge de los nuevos sujetos políticos, las subculturas y los rodajes de bajo presupuesto; también a la necesidad de filmar, grabar y protestar como reacción a la llegada del VIH, el silencio de los poderes públicos y la estupefacción social o frente a la pereza de los dispositivos médicos ante el avance de la pandemia. Y crece posteriormente frente al avance de la nueva derecha y a la crisis del sujeto “mujer” del feminismo clásico o el cuestionamiento -cada vez más irrefrenable- de la heterosexualidad obligatoria, la masculinidad dominante, los roles prefijados y el sexismo con sus formas más o menos sutiles como régimen político universal. También la cisexualidad como régimen de un binarismo problemático que conduce a una suerte de aislamiento en los más jóvenes. Libros como "Masculinidad femenina" de la activista butch Judith Hallbestram ilustran profusamente la vida de una joven que no se siente a gusto en el rol impuesto y abre un espacio de posibilidad y creatividad frente a la violencia simbólica o la victimización oportunista. Documentales como "El camino de Moisés", "El viaje de Carla" son ejemplos de nuevas representaciones autobiográficas. Los trabajos de Miquel Misé o Anne Fausto-Sterling abogan por la despatologización de la transexualidad y en fin de las intervenciones quirúrgicas forzosas en los hospitales.
Nuestra cultura se ha interesado siempre por las fronteras sociales entre lo considerado masculino y lo llamado femenino. Pero hubimos de esperar al moderno feminismo para que esta cuestión, latente o visible en nuestro imaginario, se tornara una cuestión de debate y creación y dejara de ser “un problema” o “un objeto de estudio”, términos que siempre han estado cerca del tradicional concepto de “patología” tan querido por la medicina, la psiquiatría, la psicología clínica y otros dispositivos de regulación no tan lejanos al mundo académico y sus lenguajes. Todas señalan con el dedo. “El diferente eres tú” respondieron en otro tiempo las gentes de otras razas, las mujeres sabias o estigmatizadas, las esclavas, las personas que seguimos llamando discapacitadas, los parados y los inmigrantes frente al capitalismo como único modo de “organización socioeconómica” o los gais y lesbianas, las trans de Stonewall frente a un régimen obsesivamente homogéneo y heterosexual, que sigue poniendo etiquetas a lo considerado anómalo o nos cubre de velos de silencio y discreción…. Desde el viejo psicoanálisis –con tan mala prensa hoy, pero tan vigente en algunos aspectos- a la moderna sexología y sus jóvenes doctores, el sexo, el cuerpo, los dimorfismos y las excepciones siguen siendo objeto de preocupación, estudio o sano interés. Pero ese interés no solo refuerza la dicotomía sino que, a fin de cuentas, no ofrece ningún programa para los y las adolescentes LGTBI. La anomalía existe solo frente a “una norma”, una frontera, un muro y un margen, a una exclusión o a una inclusión reguladora. También frente al blanco de una pantalla de cine. El cine gay, les, trans, queer, o si queremos resumirlo en sus interminables siglas, el cine y las artes visuales LGTBQ, nacen con fuerza a finales de los años noventa frente a cuestiones como el auge de los nuevos sujetos políticos, las subculturas y los rodajes de bajo presupuesto; también a la necesidad de filmar, grabar y protestar como reacción a la llegada del VIH, el silencio de los poderes públicos y la estupefacción social o frente a la pereza de los dispositivos médicos ante el avance de la pandemia. Y crece posteriormente frente al avance de la nueva derecha y a la crisis del sujeto “mujer” del feminismo clásico o el cuestionamiento -cada vez más irrefrenable- de la heterosexualidad obligatoria, la masculinidad dominante, los roles prefijados y el sexismo con sus formas más o menos sutiles como régimen político universal. También la cisexualidad como régimen de un binarismo problemático que conduce a una suerte de aislamiento en los más jóvenes. Libros como "Masculinidad femenina" de la activista butch Judith Hallbestram ilustran profusamente la vida de una joven que no se siente a gusto en el rol impuesto y abre un espacio de posibilidad y creatividad frente a la violencia simbólica o la victimización oportunista. Documentales como "El camino de Moisés", "El viaje de Carla" son ejemplos de nuevas representaciones autobiográficas. Los trabajos de Miquel Misé o Anne Fausto-Sterling abogan por la despatologización de la transexualidad y en fin de las intervenciones quirúrgicas forzosas en los hospitales.
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