Imagen: Soy Homosensual |
Socialmente, hemos llegado a un punto en el que pensamos que envejecer va en contra de las leyes de la naturaleza y que debemos hacer todo lo posible por revertir ese proceso.
Señor Maciste | Soy Homosensual, 2015-01-23
http://www.soyhomosensual.com/tenemos-los-gays-una-fecha-de-caducidad/
Hace poco le comenté a un amigo que a mis 39 años las personas con las que entraba en contacto en las apps de ligue me reprochaban “estar viejo”. “Deberías considerar el empezar a decir siempre que tienes 35” fue su respuesta a modo de consejo.
Había notado con anterioridad que entre los conocidos de mi edad o mayores es recurrente falsear ese dato en las páginas de encuentro, por lo que muchos han optado por instalarse indefinidamente en algún punto entre los 30 y los 35 a sabiendas de que decir “tengo cuarenta y tantos” reduce las posibilidades de ser seleccionado en el competitivo mercado de la carne.
Lo que al principio me pareció un absurdo gracioso -¡si esto sucede a la mitad de mi vida, no quiero imaginarme lo que ocurrirá a los 60 o 70!- pasó después a ser un hecho chocante conforme la experiencia se fue repitiendo ya no sólo en las apps y las páginas de contacto sino también en la plática cotidiana con gente más joven -ya fuese en persona o en las redes sociales como Twitter o Facebook- para quienes “viejo” y todos sus sinónimos son términos cargados de connotaciones negativas y de grado de seducción cero.
Tomé entonces la recomendación inicial de mi amigo como una reacción sintomática ejemplar de un malestar que he venido notando conforme me acerco a los 40: la tendencia general entre nosotros los gays a considerar que madurar y, en consecuencia envejecer, equivalen a perder la vigencia social. Y hablo del mundo homosexual porque es en el que me desenvuelvo mayoritariamente y donde noto una preocupación casi neurótica por categorizar cada cuerpo.
Pero en esta dinámica de marcar límites tajantes que definan qué puede ser considerado vigente y qué no, nos hemos condenado a vivir en un territorio minado en el que a temprana edad se nos arroja a una muerte simbólica.
Tal vez la contradicción esté en que, como dicen los estudios de antropología social, no asumimos que “somos un cuerpo” (en ese sentido, habría una unidad entre nuestra alma y nuestra parte física) sino que nos consideramos “poseedores de un cuerpo” que nos aprisiona. Es ahí donde se da esta disociación entre lo joven que seguimos sintiéndonos como “almas” y lo que manifiesta el cuerpo que nos tendría encapsulados.
La relación que tenemos con nuestro cuerpo está determinada socialmente. Todas las etapas de la vida y cómo se espera que nos comportemos en cada una de ellas (vestir, hablar, pensar, en qué lugares debo/puedo moverme, etc.), están construidas por la mirada de los demás. Cualquier alteración de esta norma es respondida con la reprobación y el enjuiciamiento.
Nos estamos comportando como cuerpos/productos con una fecha de caducidad cada vez más anticipada por lo que terminamos por convertirnos en esos yoghurts en el refrigerador que parecieran pedir a gritos ser comidos de una vez antes de echarse a perder y ser tirados a la basura. En este panorama de obsolescencia programada, la ironía está en que conforme la esperanza de vida se alargue serán más los años de madurez y vejez que viviremos, y la angustia por nuestra juventud perdida se verá dolorosamente prolongada.
“No estás ya para exigir mucho. Empiezas a estar viejo”, fue lo último que me dijeron en una app de ligue. Cuando tienes 20 años es normal confundir la soberbia con la inteligencia -es parte del proceso de crecimiento- y asumes que la juventud será eterna sin saber que con esa ilusión te estás poniendo tempranamente una soga al cuello.
Había notado con anterioridad que entre los conocidos de mi edad o mayores es recurrente falsear ese dato en las páginas de encuentro, por lo que muchos han optado por instalarse indefinidamente en algún punto entre los 30 y los 35 a sabiendas de que decir “tengo cuarenta y tantos” reduce las posibilidades de ser seleccionado en el competitivo mercado de la carne.
Lo que al principio me pareció un absurdo gracioso -¡si esto sucede a la mitad de mi vida, no quiero imaginarme lo que ocurrirá a los 60 o 70!- pasó después a ser un hecho chocante conforme la experiencia se fue repitiendo ya no sólo en las apps y las páginas de contacto sino también en la plática cotidiana con gente más joven -ya fuese en persona o en las redes sociales como Twitter o Facebook- para quienes “viejo” y todos sus sinónimos son términos cargados de connotaciones negativas y de grado de seducción cero.
Tomé entonces la recomendación inicial de mi amigo como una reacción sintomática ejemplar de un malestar que he venido notando conforme me acerco a los 40: la tendencia general entre nosotros los gays a considerar que madurar y, en consecuencia envejecer, equivalen a perder la vigencia social. Y hablo del mundo homosexual porque es en el que me desenvuelvo mayoritariamente y donde noto una preocupación casi neurótica por categorizar cada cuerpo.
Pero en esta dinámica de marcar límites tajantes que definan qué puede ser considerado vigente y qué no, nos hemos condenado a vivir en un territorio minado en el que a temprana edad se nos arroja a una muerte simbólica.
Tal vez la contradicción esté en que, como dicen los estudios de antropología social, no asumimos que “somos un cuerpo” (en ese sentido, habría una unidad entre nuestra alma y nuestra parte física) sino que nos consideramos “poseedores de un cuerpo” que nos aprisiona. Es ahí donde se da esta disociación entre lo joven que seguimos sintiéndonos como “almas” y lo que manifiesta el cuerpo que nos tendría encapsulados.
La relación que tenemos con nuestro cuerpo está determinada socialmente. Todas las etapas de la vida y cómo se espera que nos comportemos en cada una de ellas (vestir, hablar, pensar, en qué lugares debo/puedo moverme, etc.), están construidas por la mirada de los demás. Cualquier alteración de esta norma es respondida con la reprobación y el enjuiciamiento.
Nos estamos comportando como cuerpos/productos con una fecha de caducidad cada vez más anticipada por lo que terminamos por convertirnos en esos yoghurts en el refrigerador que parecieran pedir a gritos ser comidos de una vez antes de echarse a perder y ser tirados a la basura. En este panorama de obsolescencia programada, la ironía está en que conforme la esperanza de vida se alargue serán más los años de madurez y vejez que viviremos, y la angustia por nuestra juventud perdida se verá dolorosamente prolongada.
“No estás ya para exigir mucho. Empiezas a estar viejo”, fue lo último que me dijeron en una app de ligue. Cuando tienes 20 años es normal confundir la soberbia con la inteligencia -es parte del proceso de crecimiento- y asumes que la juventud será eterna sin saber que con esa ilusión te estás poniendo tempranamente una soga al cuello.
Y TAMBIÉN...
Las apps Bender y Brenda desaparecen
Shangay, 2015-02-02
http://shangay.com/las-apps-bender-y-brenda-desaparecen
Fiebre por las «App» para tener sexo
T.G.R. | ABC, 2015-02-01
http://www.abc.es/madrid/20150201/abci-sexo-madrid-201501271744.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.