Imagen: El País |
La nueva sociedad moscovita que despuntaba en 1937 culminaba con una terrible onda represiva de Stalin
Antonio Elorza | Babelia, El País, 2015-01-09
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/01/09/babelia/1420804052_732671.html
Hay “annus mirabilis” y “annus horribilis”. En lo que concierne a la historia de Moscú, capital de la URSS, 1937 fue ambas cosas y ello es lo que realza su significación, comparable en ese sentido a lo que representó 1968 para la historia europea. No fue precisamente el azar lo que en uno y otro caso dio lugar al haz de convergencias. Por una parte, el proceso de mutaciones económicas soviéticas iniciado tras la “deskulakización” y la hambruna de 1932-1933 permitía que por primera vez despuntase el alumbramiento de la nueva sociedad, y nada mejor que Moscú, la sede del poder, para expresarlo. Pero en la vertiente opuesta, la onda represiva de Stalin, desencadenada tras el asesinato de Kirov, culminaba en 1937 con la puesta en marcha del Gran Terror. El sueño de la conversión de la patria del socialismo en microcosmos del que surgiera la nueva humanidad se trocaba en una pesadilla, en cuyo interior la destrucción física de los hombres iba a superar todo límite imaginable.
El magnífico libro de Schlögel lleva el título, tal vez inexacto, de “Terror y utopía”. Inexacto ante todo porque el autor lo tituló en alemán “Terror und Traum”, y "Traum" es sueño, no utopía. La dimensión utópica resulta innegable, en cuanto supuesto ideológico fundacional de la Rusia comunista, pero los rasgos de la transformación —desde la planificación de Moscú hasta un fingido consumo de masas— encajan más en el sueño de poder del estalinismo. Como prueba Schlögel al analizar uno tras otro los haces de esa realidad, al modo de las categorías filosóficas del islam siempre impregnadas de religión, cada relato en apariencia positivo encierra el desenlace terrible de la represión, trátese de un congreso de geólogos o del regreso de un patriota exiliado. En esta sucesión de aciertos, el principal consiste en arrancar con la evocación de “El maestro y Margarita”, de Bulgakov, para hablar sobre la vida de los ciudadanos de Moscú bajo la sombra invisible de la NKVD.
A favor de una doble centralidad, la de 1937 como punto de encuentro en el tiempo de los procesos, de cambio y de terror, que caracterizan a la Rusia de Stalin, y de Moscú en cuanto espacio —urbano, sociológico, cultural, político— donde aquellos se concentran, Schlögel va desplegando ante el lector las piezas de un puzle de elementos dispares, pero que una vez reunidos generan una imagen compleja en su gestación —¿qué relación podía existir entre la convocatoria de elecciones y el terror de masas?—, y articulada en los resultados, casi sin fisuras.
El análisis del “cronotopos”, del marco en que se funden tiempo y espacio siguiendo a Bakhtin, da como balance que procesos opuestos en principio respondan a un proyecto deliberado, el del estalinismo, consistente en la creación de la "unidad del pueblo soviético", por la forja de un nuevo sentimiento comunitario en torno a los logros del socialismo, y la permanente depuración, que evitaría toda tentación de pluralismo y oposición interna. El sueño llevaba dentro la inevitable pesadilla. Conviene recordar que si 1937 registra el cénit del terror asesino, en cuanto al Gulag, el máximo se alcanza en 1953, el año de la muerte de Stalin.
Una composición múltiple, donde se suceden las aproximaciones al urbanismo y a la historia cultural, el estudio pormenorizado de los dos primeros grandes procesos más la gestación del tercero (punto culminante del libro en lo político, con la reseña de la celebración del 7 de noviembre por Stalin y los suyos) y la monografía sobre la fábrica de automóviles Stalin, tiene inevitablemente sus puntos débiles (la guerra de España, el acomodaticio embajador norteamericano Davies). Por encima de ello, no es solo un libro que "invite a pensar", como sugiere una reseña. Al lado de “Los susurrantes”, de Orlando Figes, constituye la mejor radiografía de la sociedad soviética bajo Stalin.
El magnífico libro de Schlögel lleva el título, tal vez inexacto, de “Terror y utopía”. Inexacto ante todo porque el autor lo tituló en alemán “Terror und Traum”, y "Traum" es sueño, no utopía. La dimensión utópica resulta innegable, en cuanto supuesto ideológico fundacional de la Rusia comunista, pero los rasgos de la transformación —desde la planificación de Moscú hasta un fingido consumo de masas— encajan más en el sueño de poder del estalinismo. Como prueba Schlögel al analizar uno tras otro los haces de esa realidad, al modo de las categorías filosóficas del islam siempre impregnadas de religión, cada relato en apariencia positivo encierra el desenlace terrible de la represión, trátese de un congreso de geólogos o del regreso de un patriota exiliado. En esta sucesión de aciertos, el principal consiste en arrancar con la evocación de “El maestro y Margarita”, de Bulgakov, para hablar sobre la vida de los ciudadanos de Moscú bajo la sombra invisible de la NKVD.
A favor de una doble centralidad, la de 1937 como punto de encuentro en el tiempo de los procesos, de cambio y de terror, que caracterizan a la Rusia de Stalin, y de Moscú en cuanto espacio —urbano, sociológico, cultural, político— donde aquellos se concentran, Schlögel va desplegando ante el lector las piezas de un puzle de elementos dispares, pero que una vez reunidos generan una imagen compleja en su gestación —¿qué relación podía existir entre la convocatoria de elecciones y el terror de masas?—, y articulada en los resultados, casi sin fisuras.
El análisis del “cronotopos”, del marco en que se funden tiempo y espacio siguiendo a Bakhtin, da como balance que procesos opuestos en principio respondan a un proyecto deliberado, el del estalinismo, consistente en la creación de la "unidad del pueblo soviético", por la forja de un nuevo sentimiento comunitario en torno a los logros del socialismo, y la permanente depuración, que evitaría toda tentación de pluralismo y oposición interna. El sueño llevaba dentro la inevitable pesadilla. Conviene recordar que si 1937 registra el cénit del terror asesino, en cuanto al Gulag, el máximo se alcanza en 1953, el año de la muerte de Stalin.
Una composición múltiple, donde se suceden las aproximaciones al urbanismo y a la historia cultural, el estudio pormenorizado de los dos primeros grandes procesos más la gestación del tercero (punto culminante del libro en lo político, con la reseña de la celebración del 7 de noviembre por Stalin y los suyos) y la monografía sobre la fábrica de automóviles Stalin, tiene inevitablemente sus puntos débiles (la guerra de España, el acomodaticio embajador norteamericano Davies). Por encima de ello, no es solo un libro que "invite a pensar", como sugiere una reseña. Al lado de “Los susurrantes”, de Orlando Figes, constituye la mejor radiografía de la sociedad soviética bajo Stalin.
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