Imagen: Annie Gonzaga Lorde |
ItzelTal | La Crítica, 2015-05-04
http://www.la-critica.org/letras-purpura/letras-purpura-el-incomodo-malvado-y-necesario-feminismo-que-critica-a-la-heterosexualidad/
Para mucha gente, el feminismo es actualmente un tema arcaico, innecesario y/o superado. ¿Es así? ¿Por qué tanta insistencia en darle carpetazo y pasar a lo “verdaderamente importante”? Siempre que se hagan preguntas de este tipo hay que tener en cuenta otras posibles preguntas que estén escondidas, por ejemplo, ¿quién dice que el feminismo es arcaico, innecesario y o/superado; quién insiste en dar carpetazo y desde qué lugares hace dichas afirmaciones? ¿Hay feminismos que pueden seguir siendo tolerados y otros que son incómodos? ¿Cuáles, para quiénes y por qué?
Yo, desde donde me posiciono, problematizo esto y genero algunas aproximaciones.
Cuando se alcanzaron algunos derechos humanos para las mujeres, hubo un quietismo importante en el feminismo de la igualdad. Hoy en día, está arraigada en nosotras la idea de que los derechos humanos son LA máxima de la vida; nos educan con una consciencia terriblemente ahistórica y damos por hecho que algunas cosas “son así” desde que nacimos. Partimos desde nuestro nacimiento para pensar el mundo y de ahí que podamos afirmar tan fácilmente que “esto siempre fue así” o “esto debería ser así”. Todos esos son discursos y todo discurso tiene una historia social política y cultural muy compleja (no se genera espontáneamente y no lo decimos porque sí, está encarnado).
Entonces, debemos considerar que los derechos humanos no son LA máxima de la vida, son un discurso construido desde ciertos lugares y bajo ciertas normas que privilegian de manera diferencial. Tomemos en cuenta que en las declaraciones de derechos, las mujeres no eran tomadas en cuenta (no eran humanas), y fue una lucha constante que no se ganó, sino que se dio a cuentagotas y como estrategia política por parte de quienes sí eran humanos, esos mismos que generaban un nuevo orden sociopolítico.
¿Nos damos cuenta de que estamos midiendo nuestra existencia a partir de un discurso trazado por hombres? ¿Nos estamos dando cuenta de que la medimos a partir de un sistema sociopolítico que nos ha violentado desde que se instauró?
En esos momentos en que se “alcanzaron” algunos derechos humanos para las mujeres, el feminismo, para algunes, cumplió y ya no tenía por qué ser. Es decir, si el feminismo de la igualdad planteaba alcanzar los mismos derechos que los hombres, había cumplido en cierta medida y ya no tenía más razón de ser, ¿entonces por qué sigue? Las preguntas aquí versarían en torno a quiénes eran esas mujeres (de clase alta, blancas, europeas o norteamericanas, heterosexuales) que querían ciertos derechos (votar, trabajar, etc.) que tenían esos hombres (de clase alta, blancos, europeos o norteamericanos, heterosexuales). Parentéticamente nos aproximamos a algunas respuestas.
El feminismo sigue, pero no es igual a sí mismo, ha mutado, se ha roto, se fagocita, se transforma, deviene múltiples. Dentro de esas multiplicidades aparecen las sospechas de clase, de raza, de ubicación geográfica, de sexo-género, es decir, los feminismos (así en plural) ya no sólo se articularían en base a un discurso derecho humanista e igualitarista, en cambio sospecharían de él, se preguntarían desde sus posiciones qué pasa con nosotras las empobrecidas, nosotras las negras, nosotras las indígenas, nosotras las lesbianas, nosotras las transexuales, nosotras las chicanas, nosotras las andinas, nosotras las obreras, nosotras las colonizadas. Tomarían rumbos diferentes, situados, imbricados.
Esos son los feminismos incómodos, siempre incómodos para aquellos paternalistas que decidían quiénes sí y quiénes no eran humanos, para aquellos que hacen de juez y parte, para los hacedores de historia, para los estrategas políticos, para aquellos que oprimen. Los feminismos incómodos tratan la sospecha de lo que se enuncia como real, pero se impone mediante idealizaciones. Por ejemplo, el capitalismo presenta como real un tipo de vida que consiste en estudiar, trabajar, casarse, tener una casa, unos hijos, una mascota, un auto y poder viajar; una vida productivamente heterosexual. Esta vida hay que alcanzarla para llegar al estado de bienestar prometido, ese que llega al imaginario a través de la idealización ininterrumpida enunciada en películas, series, libros, música, ropa, espacios, profesiones, etcétera.
De la clase se ha sospechado, se habla de opresión de clase, de proletariado y burguesía, de liberaciones, de luchas. De la raza se ha sospechado, se habla de opresión de raza, de supremacía blanca, de esclavitud de negros, de liberaciones, de luchas. ¿Y de la opresión sexo-género no se habla? ¿Los pobres son oprimidos por los ricos, pero las mujeres no son oprimidas por los hombres? ¿Los negros son oprimidos por los blancos, pero las mujeres no son oprimidas por los hombres? ¿Cuándo sí y cuándo no vamos a reconocer las opresiones?
Bien. El feminismo sospecha, reconoce y trabaja esta opresión. Dentro de algunos feminismos se trabaja interseccionalmente, se habla de empobrecimiento de las mujeres en todo el mundo, de trata de niñas, de redes de prostitución, de esclavitud, de violencia de pareja, de género, de feminicidio, etcétera. Pero, ¿qué factor hay en común en la opresión sexo-género dentro de cualquier imbricación? La heterosexualidad. ¿Y de la heterosexualidad se sospecha?
No sólo no se suele sospechar de la heterosexualidad en el mundo, sino que dentro del propio feminismo un sinfín de feministas siguen sin sospechar de algo tan naturalizado, tan bien defendido históricamente, tan bien remunerado, tan religiosamente condicionado, tan legalmente conveniente, tan estratégicamente binario. Si los feminismos incómodos tratan la sospecha de lo que se enuncia como real, los feminismos lesbianos en este sentido, sospechan de la heterosexualidad que es presentada como una realidad inexorable.
¿Por qué habría que sospecharse de la heterosexualidad?
Para mí tendría que sospecharse de todo, entre más encarnado, más cómodo, más invisible, más lógico, más naturalizado, más normalizado, más común, más objeto de sospecha tendría que ser.
La heterosexualidad encaja en todas las anteriores y hay que sospechar de ella de manera minuciosa, crítica, confrontándola en cada acto partiendo de que
· Se presenta como gusto natural y no lo es, es cultural
· Se presenta como preferencia y no lo es, es una imposición cotidiana
· Se presenta como una cuestión de genitales y no lo es, está encarnada, coloniza
· Se presenta como una mera conducta sexual y no lo es, es un complejo despliegue de opresiones y reproducciones
Yo, desde donde me posiciono, problematizo esto y genero algunas aproximaciones.
Cuando se alcanzaron algunos derechos humanos para las mujeres, hubo un quietismo importante en el feminismo de la igualdad. Hoy en día, está arraigada en nosotras la idea de que los derechos humanos son LA máxima de la vida; nos educan con una consciencia terriblemente ahistórica y damos por hecho que algunas cosas “son así” desde que nacimos. Partimos desde nuestro nacimiento para pensar el mundo y de ahí que podamos afirmar tan fácilmente que “esto siempre fue así” o “esto debería ser así”. Todos esos son discursos y todo discurso tiene una historia social política y cultural muy compleja (no se genera espontáneamente y no lo decimos porque sí, está encarnado).
Entonces, debemos considerar que los derechos humanos no son LA máxima de la vida, son un discurso construido desde ciertos lugares y bajo ciertas normas que privilegian de manera diferencial. Tomemos en cuenta que en las declaraciones de derechos, las mujeres no eran tomadas en cuenta (no eran humanas), y fue una lucha constante que no se ganó, sino que se dio a cuentagotas y como estrategia política por parte de quienes sí eran humanos, esos mismos que generaban un nuevo orden sociopolítico.
¿Nos damos cuenta de que estamos midiendo nuestra existencia a partir de un discurso trazado por hombres? ¿Nos estamos dando cuenta de que la medimos a partir de un sistema sociopolítico que nos ha violentado desde que se instauró?
En esos momentos en que se “alcanzaron” algunos derechos humanos para las mujeres, el feminismo, para algunes, cumplió y ya no tenía por qué ser. Es decir, si el feminismo de la igualdad planteaba alcanzar los mismos derechos que los hombres, había cumplido en cierta medida y ya no tenía más razón de ser, ¿entonces por qué sigue? Las preguntas aquí versarían en torno a quiénes eran esas mujeres (de clase alta, blancas, europeas o norteamericanas, heterosexuales) que querían ciertos derechos (votar, trabajar, etc.) que tenían esos hombres (de clase alta, blancos, europeos o norteamericanos, heterosexuales). Parentéticamente nos aproximamos a algunas respuestas.
El feminismo sigue, pero no es igual a sí mismo, ha mutado, se ha roto, se fagocita, se transforma, deviene múltiples. Dentro de esas multiplicidades aparecen las sospechas de clase, de raza, de ubicación geográfica, de sexo-género, es decir, los feminismos (así en plural) ya no sólo se articularían en base a un discurso derecho humanista e igualitarista, en cambio sospecharían de él, se preguntarían desde sus posiciones qué pasa con nosotras las empobrecidas, nosotras las negras, nosotras las indígenas, nosotras las lesbianas, nosotras las transexuales, nosotras las chicanas, nosotras las andinas, nosotras las obreras, nosotras las colonizadas. Tomarían rumbos diferentes, situados, imbricados.
Esos son los feminismos incómodos, siempre incómodos para aquellos paternalistas que decidían quiénes sí y quiénes no eran humanos, para aquellos que hacen de juez y parte, para los hacedores de historia, para los estrategas políticos, para aquellos que oprimen. Los feminismos incómodos tratan la sospecha de lo que se enuncia como real, pero se impone mediante idealizaciones. Por ejemplo, el capitalismo presenta como real un tipo de vida que consiste en estudiar, trabajar, casarse, tener una casa, unos hijos, una mascota, un auto y poder viajar; una vida productivamente heterosexual. Esta vida hay que alcanzarla para llegar al estado de bienestar prometido, ese que llega al imaginario a través de la idealización ininterrumpida enunciada en películas, series, libros, música, ropa, espacios, profesiones, etcétera.
De la clase se ha sospechado, se habla de opresión de clase, de proletariado y burguesía, de liberaciones, de luchas. De la raza se ha sospechado, se habla de opresión de raza, de supremacía blanca, de esclavitud de negros, de liberaciones, de luchas. ¿Y de la opresión sexo-género no se habla? ¿Los pobres son oprimidos por los ricos, pero las mujeres no son oprimidas por los hombres? ¿Los negros son oprimidos por los blancos, pero las mujeres no son oprimidas por los hombres? ¿Cuándo sí y cuándo no vamos a reconocer las opresiones?
Bien. El feminismo sospecha, reconoce y trabaja esta opresión. Dentro de algunos feminismos se trabaja interseccionalmente, se habla de empobrecimiento de las mujeres en todo el mundo, de trata de niñas, de redes de prostitución, de esclavitud, de violencia de pareja, de género, de feminicidio, etcétera. Pero, ¿qué factor hay en común en la opresión sexo-género dentro de cualquier imbricación? La heterosexualidad. ¿Y de la heterosexualidad se sospecha?
No sólo no se suele sospechar de la heterosexualidad en el mundo, sino que dentro del propio feminismo un sinfín de feministas siguen sin sospechar de algo tan naturalizado, tan bien defendido históricamente, tan bien remunerado, tan religiosamente condicionado, tan legalmente conveniente, tan estratégicamente binario. Si los feminismos incómodos tratan la sospecha de lo que se enuncia como real, los feminismos lesbianos en este sentido, sospechan de la heterosexualidad que es presentada como una realidad inexorable.
¿Por qué habría que sospecharse de la heterosexualidad?
Para mí tendría que sospecharse de todo, entre más encarnado, más cómodo, más invisible, más lógico, más naturalizado, más normalizado, más común, más objeto de sospecha tendría que ser.
La heterosexualidad encaja en todas las anteriores y hay que sospechar de ella de manera minuciosa, crítica, confrontándola en cada acto partiendo de que
· Se presenta como gusto natural y no lo es, es cultural
· Se presenta como preferencia y no lo es, es una imposición cotidiana
· Se presenta como una cuestión de genitales y no lo es, está encarnada, coloniza
· Se presenta como una mera conducta sexual y no lo es, es un complejo despliegue de opresiones y reproducciones
· Se presenta como un vínculo o contrato entre iguales y no lo es, sujeta, aliena y violenta a las mujeres
· Se presenta como una práctica privada y no lo es, es un régimen político
En el imaginario colectivo, que es culturalmente construido, se suele pensar en heterosexualidad casi como una fórmula de matemáticas o física: H= h+m (f) donde H es heterosexualidad, h es hombre, m es mujer y f es follando. La h tiene la característica intrínseca de p y la m tiene la característica intrínseca de v, donde p es pene y v es vulva. En ese mismo imaginario la fórmula cambia a Homosexualidad donde hombre folla con hombre o mujer con mujer, y lo mismo pasa con otras asunciones sexo-genéricas. Cambia, pero sigue siendo parte de la gran fórmula binaria sustentada por los derechos humanos y el igualitarismo. De ahí que el LGBT haya sido fagocitado por dichos discursos y al leer la heterosexualidad como modelo, la lucha se centró en derechos heterosexuales (unión civil y adopción) que además tienen que ver con la organización capitalista de las masas, con la monogamia, con la familia, el trabajo y otros servilismos.
Entonces el lesbofeminismo sospecha de la heterosexualidad, sin pensarla desde esencialismos, sin hacer lecturas binarias, porque cuando se habla de heterosexualidad no se parte de aquella fórmula impuesta por la propia normativa heterosexual, se habla de todo un régimen político, que al ser construido culturalmente no puede ser natural, pero sí naturalizado y, entonces, se convierte en una serie de mandatos que oprimen los cuerpos a través del despliegue de violencias. En tanto que régimen político (no olvidemos que lo personal es político), en tanto que opresión, la heterosexualidad se encuentra en todos los espacios. Cualquier espacio (incluido el cuerpo), cosa o conducta puede leerse, interpretarse y analizarse a partir de la crítica a la heterosexualidad como régimen que despliega un sinnúmero de violencias.
En este sentido es importante señalar cuáles son esas violencias diarias que oprimen, sujetan, alienan, matan. No sólo las más concretas como los crímenes de odio por homofobia, lesbofobia o transfobia. No son sólo esas que se despliegan hacia personas que no se asumen heterosexuales desde las lógicas binaristas. Son las escondidas, las silentes, las neutrales, las invisibles, las intocables, las indecibles, las impensables, las encarnadas.
Esas son y están presentes desde que nacemos y aparece el diagnóstico médico que nos dicta sentencia; en la aprehensión de un lenguaje por lo demás sexista y machista; en la hipersexualización de nuestros cuerpos; en las formas políticamente correctas para actuar, en las prohibiciones, presiones o premiaciones diferenciales por jugar, hablar, sentarse, comer de tal manera, en los juguetes, en la imposición capitalista del futuro (nacer, crecer, trabajar, casarse, reproducirse, comprar una casa y morir); en las dinámicas binarias que vemos en la tv, en los uniformes escolares, en la construcción de los afectos a través de los celos, la monogamia, la propiedad privada, en las licenciaturas masculinas y femeninas, en los libros de historia y la hegemonía masculina, en la ciencia que al enunciarse neutral objetiva y universal esconde su androcentrismo, en el acoso callejero, en el número de hombres y mujeres que ocupan cargos públicos, que son investigadorxs, que son docentes, directorxs, rectorxs, en películas súper taquilleras, en best sellers, música, en la división de vagones para hombres y mujeres, en el tutelaje médico y legal para decidir transgredir el género, en las campañas políticas, en el orden de los espacios públicos, en la producción de alimentos, en el empobrecimiento de las mujeres, en el racismo, en el despojo de tierras, en la tipificación de los delitos y su diferenciación para hombres y mujeres, en la explotación, en los espacios feministas o de disidencia sexual en donde se reproducen celos, acoso, violación, en la violación que hay cada cinco minutos en este país, en los 7 feminicidios diarios y un interminable etcétera.
En un ejemplo muy puntual: un anarquista marxista me abordó para decirme que la lucha de las lesbianas feministas era insignificante en tanto que era una lucha por abolir la depilación del vello, que la lucha verdadera era contra el Estado y que no nos querían en sus filas (como si les estuviéramos pidiendo que nos aceptaran). Bien, para el imaginario heterosexual, que no puede ver más que con una mirada heterosexualmente reducida, la lucha es por dejar de depilarnos. No existe un análisis acerca de las construcciones culturales de unas corporalidades y de otras, de que la construcción cultural denominada mujer ha sido un ser para el otro (para el hombre), que el tutelaje y paternalismo sujetan nuestros cuerpos según el deseo de la mirada del hombre, que la representación de la belleza en estos contextos proviene del propio orden capitalista, incluso no existe la capacidad de mirar que el propio Estado se sostiene de la producción de cuerpos binarios y heterosexuales, que el Estado es masculino y patriarcal. Para este anarquista heterosexual no caben palabras como heterocapitalismo o heteropatriarcado, sólo ven axilas peludas en donde nosotras vemos todo un régimen político.
Todas hemos sido violentadas por el régimen heterosexual, desde que nacemos hasta este momento. Por más que estemos incluidas en los derechos humanos, en las constituciones, en las leyes, por más que trabajemos o podamos votar, por más que podamos casarnos y divorciarnos, por más que etcétera, seguimos siendo violentadas por la heterosexualidad porque el sistema es heterosexual, entonces no es posible dar carpetazo al asunto, quedarnos en una posición cómoda, pensar los feminismos como arcaicos, dar por sentado que vivimos en igualdad, fugarnos tramposamente a teorías que hablan de la muerte del género cuando somos nosotras las que seguimos muriendo todos los días por ser asignadas, leídas y cosificadas como mujeres.
Por esto es necesario hacer crítica de la heterosexualidad como régimen político, porque no hablamos de cuerpos esencialistas, de genitales o de prácticas, estamos hablando de todo un sistema opresor que funciona todos los días y produce violencias todos los días. Las lesbofeministas no estamos dispuestas a callar dichas violencias: las vemos, las señalamos, trabajamos para destruirlas en nuestras cuerpas y tejemos redes para crear vínculos y espacios no heterosexuales.
· Se presenta como una práctica privada y no lo es, es un régimen político
En el imaginario colectivo, que es culturalmente construido, se suele pensar en heterosexualidad casi como una fórmula de matemáticas o física: H= h+m (f) donde H es heterosexualidad, h es hombre, m es mujer y f es follando. La h tiene la característica intrínseca de p y la m tiene la característica intrínseca de v, donde p es pene y v es vulva. En ese mismo imaginario la fórmula cambia a Homosexualidad donde hombre folla con hombre o mujer con mujer, y lo mismo pasa con otras asunciones sexo-genéricas. Cambia, pero sigue siendo parte de la gran fórmula binaria sustentada por los derechos humanos y el igualitarismo. De ahí que el LGBT haya sido fagocitado por dichos discursos y al leer la heterosexualidad como modelo, la lucha se centró en derechos heterosexuales (unión civil y adopción) que además tienen que ver con la organización capitalista de las masas, con la monogamia, con la familia, el trabajo y otros servilismos.
Entonces el lesbofeminismo sospecha de la heterosexualidad, sin pensarla desde esencialismos, sin hacer lecturas binarias, porque cuando se habla de heterosexualidad no se parte de aquella fórmula impuesta por la propia normativa heterosexual, se habla de todo un régimen político, que al ser construido culturalmente no puede ser natural, pero sí naturalizado y, entonces, se convierte en una serie de mandatos que oprimen los cuerpos a través del despliegue de violencias. En tanto que régimen político (no olvidemos que lo personal es político), en tanto que opresión, la heterosexualidad se encuentra en todos los espacios. Cualquier espacio (incluido el cuerpo), cosa o conducta puede leerse, interpretarse y analizarse a partir de la crítica a la heterosexualidad como régimen que despliega un sinnúmero de violencias.
En este sentido es importante señalar cuáles son esas violencias diarias que oprimen, sujetan, alienan, matan. No sólo las más concretas como los crímenes de odio por homofobia, lesbofobia o transfobia. No son sólo esas que se despliegan hacia personas que no se asumen heterosexuales desde las lógicas binaristas. Son las escondidas, las silentes, las neutrales, las invisibles, las intocables, las indecibles, las impensables, las encarnadas.
Esas son y están presentes desde que nacemos y aparece el diagnóstico médico que nos dicta sentencia; en la aprehensión de un lenguaje por lo demás sexista y machista; en la hipersexualización de nuestros cuerpos; en las formas políticamente correctas para actuar, en las prohibiciones, presiones o premiaciones diferenciales por jugar, hablar, sentarse, comer de tal manera, en los juguetes, en la imposición capitalista del futuro (nacer, crecer, trabajar, casarse, reproducirse, comprar una casa y morir); en las dinámicas binarias que vemos en la tv, en los uniformes escolares, en la construcción de los afectos a través de los celos, la monogamia, la propiedad privada, en las licenciaturas masculinas y femeninas, en los libros de historia y la hegemonía masculina, en la ciencia que al enunciarse neutral objetiva y universal esconde su androcentrismo, en el acoso callejero, en el número de hombres y mujeres que ocupan cargos públicos, que son investigadorxs, que son docentes, directorxs, rectorxs, en películas súper taquilleras, en best sellers, música, en la división de vagones para hombres y mujeres, en el tutelaje médico y legal para decidir transgredir el género, en las campañas políticas, en el orden de los espacios públicos, en la producción de alimentos, en el empobrecimiento de las mujeres, en el racismo, en el despojo de tierras, en la tipificación de los delitos y su diferenciación para hombres y mujeres, en la explotación, en los espacios feministas o de disidencia sexual en donde se reproducen celos, acoso, violación, en la violación que hay cada cinco minutos en este país, en los 7 feminicidios diarios y un interminable etcétera.
En un ejemplo muy puntual: un anarquista marxista me abordó para decirme que la lucha de las lesbianas feministas era insignificante en tanto que era una lucha por abolir la depilación del vello, que la lucha verdadera era contra el Estado y que no nos querían en sus filas (como si les estuviéramos pidiendo que nos aceptaran). Bien, para el imaginario heterosexual, que no puede ver más que con una mirada heterosexualmente reducida, la lucha es por dejar de depilarnos. No existe un análisis acerca de las construcciones culturales de unas corporalidades y de otras, de que la construcción cultural denominada mujer ha sido un ser para el otro (para el hombre), que el tutelaje y paternalismo sujetan nuestros cuerpos según el deseo de la mirada del hombre, que la representación de la belleza en estos contextos proviene del propio orden capitalista, incluso no existe la capacidad de mirar que el propio Estado se sostiene de la producción de cuerpos binarios y heterosexuales, que el Estado es masculino y patriarcal. Para este anarquista heterosexual no caben palabras como heterocapitalismo o heteropatriarcado, sólo ven axilas peludas en donde nosotras vemos todo un régimen político.
Todas hemos sido violentadas por el régimen heterosexual, desde que nacemos hasta este momento. Por más que estemos incluidas en los derechos humanos, en las constituciones, en las leyes, por más que trabajemos o podamos votar, por más que podamos casarnos y divorciarnos, por más que etcétera, seguimos siendo violentadas por la heterosexualidad porque el sistema es heterosexual, entonces no es posible dar carpetazo al asunto, quedarnos en una posición cómoda, pensar los feminismos como arcaicos, dar por sentado que vivimos en igualdad, fugarnos tramposamente a teorías que hablan de la muerte del género cuando somos nosotras las que seguimos muriendo todos los días por ser asignadas, leídas y cosificadas como mujeres.
Por esto es necesario hacer crítica de la heterosexualidad como régimen político, porque no hablamos de cuerpos esencialistas, de genitales o de prácticas, estamos hablando de todo un sistema opresor que funciona todos los días y produce violencias todos los días. Las lesbofeministas no estamos dispuestas a callar dichas violencias: las vemos, las señalamos, trabajamos para destruirlas en nuestras cuerpas y tejemos redes para crear vínculos y espacios no heterosexuales.
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