domingo, 3 de mayo de 2015

#hemeroteca #politica | Ana Botella, el terror del 'hardcore punk'

Ana Botella, el terror del 'hardcore punk'
Javier Cid | El Mundo, 2015-05-03
http://www.elmundo.es/madrid/2015/05/03/55466941ca4741e7348b4571.html

La humanidad, al menos en este Madrid nuestro de cada día, se divide en dos mitades como melones de Torre Pacheco -y discúlpeme el símil de la cucurbitácea-: los que anidan en 'chaletes full equip', pues nunca hubo tanto alabastro y tanto pádel en los yermos secarrales de Boadilla, y los parias empadronados en pisos con vistas al 'braguerío' vecinal del patio de luces -que tiene más de patio que de luces, dicho sea, pero la RAE nos ha salido poetisa-.

Y a los que como usted, doña Ana Botella, les tocó el próspero devenir del extrarradio, les sucede que el ruido les molesta sobremanera. Se han acostumbrado sus mercedes a la calma chicha de los pastos de golf, donde apenas murmura el zumbido sedoso de los Aston Martin, y tienen el umbral del decibelio tal que de misioneras claretianas.

Qué ubicuidad la suya, querida alcaldesa, que sólo transita por los líos de intramuros en taciturnas horas de oficina, pues cada noche ha de regresar en comitiva oficial a sus hectáreas. Y ahora quiere imponer la ley del silencio en el cogollo canalla de la metrópoli, allí donde Madrid se vuelve gritona y tabernera. No vaya a resultar que un día, sin ton ni son ni fu ni fa, alguien se embuche un 'gintonic' subidito de tono después de medianoche, como una cenicienta desabrochada, y esto parezca un 'sindió's de maleantes y borrachos. O peor, una ciudad de izquierdas.

La treta legal, agazapada bajo un logaritmo de siglas respingonas, responde al apodo de Zona de Protección Acústica Especial. ZPAE para los enemigos. Y con ese menester, el de acallar la tramontana de los bares, van y vienen los técnicos del Ayuntamiento con maneras de cabo chusquero, midiendo bullicios por las sesiones golfas de Malasaña o Lavapiés. (Yo, que siempre imaginé más de la cuenta, los pienso con sus lúgubres vestiduras de tweed, tan del gusto de los funcionarios, multando a trochemoche con sus audífonos como trompetillas).

Y así, con esa fobia consistorial al decibelio, Madrid se ha ido apagando a sorbos cortos, como los besos. Con lo que fuimos, Ana. Con lo que fuimos. Que ya no queda ni un céntimo de aquella ciudad electrizada en el Rock-Ola con la batuta de Tierno Galván, que tenía una marcha octogenaria interminable, muy en el filo del 'hardcore punk'. Donde los rockeros venían a morirse de estribillos viciosos a la orilla del Penta;donde los chicos miraban con tanto apetito a las chicas que las adelgazaban; donde Chueca, que venía de ser un cuarto oscuro con sidas desgarrados, transmutó en un Babel hipster, con sushi y todo, mientras el resto de España aún creía que el 'maki california' era una figura de papiroflexia.

Por un instante, en los umbrales de este siglo raro, el XXI, Madrid soñó con volverse la capital gay del puñetero mundo. A punto estuvo, bien se lo digo, con aquellos desfiles multimillonarios (de bíceps y de euros) como carnavales de fuego en Copacabana. Pero nadie contó con su ensordecedora ley del ruido, y el año pasado, para no estorbar la siesta a los vecinos, la barbuda Conchita Wurst dio el pregón del Orgullo a 'sotto voce'. A pulmón. Sin micrófono. Por lo bajito. Ella que venía de ganar Eurovisión a toda tralla. Un pregón, coño. No más que un pregón. A las ocho de la tarde. Que a poco nos confundimos con el té de las cinco.

Ese Madrid mítico se evapora, querida alcaldesa. Los bares quiebran, las noches agonizan, las calles cachondas van a dar al olvido. Y Barcelona, mientras tanto, suma y sigue.

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