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María José Giovo | Facción, 2015-05-10
Con 28 años Georgina transmite en la fuerza de sus palabras la experiencia de haber ejercido durante 9 años el trabajo sexual en las calles de Buenos Aires. Sus reflexiones irrumpen en ELLA para interpelar la hipocresía moral de la sociedad que habitamos y para posicionar la autogestión de los cuerpos como forma de disputarle poder al capitalismo y sus formas de dominio y explotación del cuerpo de mujeres y hombres en la relación capital-trabajo. Pregunta Georgina, a modo de provocación en plenaria, ¿por qué es más digno ponerle precio al trabajo que se hace con las manos que ponerle precio al que se hace con la vagina?
El comienzo
Antes de ejercer el trabajo sexual, Giorgina era niñera. Ella siempre se preguntó en qué trabaja la madre de los niños que cuidaba, porque trabajaba pocas horas y pasaba mucho tiempo con sus hijos, esto llamó su atención; pues ella venía de una familia donde la mamá, siendo empleada doméstica, pasaba muy poco tiempo con ellos. Una vez le dijo a la señora que quería trabajar de lo que ella trabajaba. “Es que yo soy lo que tú no crees que soy, yo no soy secretaria, yo ejerzo el trabajo sexual.” le contestó la señora. En ese momento a Georgina le jugó mucho la moral, el miedo al rechazo, hasta que decidió probar ofreciendo sus servicios como dama de compañía. No le pareció mal, lo que ganó en dos horas, se lo ganaba en una semana como niñera.
El trabajo sexual le permitió independizarse, se fue de la casa de su mamá, diciéndole que había conseguido trabajo como asistente administrativa. Comenzó a trabajar muy lejos de su casa para que nadie supiera, especialmente su familia, “las trabajadoras sexuales tenemos más miedo a eso que a estar presas, porque es el miedo al rechazo y la discriminación”, asegura. Al poco tiempo y luego de enfrentar junto a sus compañeras de zona problemas y obstáculos, inicia su militancia en AMMAR espacio donde recibió una serie de herramientas políticas y formativas que la ayudaron sacarse “la mochila de culpas” y por lo tanto a ganar autoestima y valor para sincerarse con su madre, quien nunca le había hablado de sexo.
Al contarnos sobre la conversación con su madre, Georgina expresa lo que su experiencia puede decir sobre la mayoría de las mujeres que ejercen el trabajo sexual: son mujeres con diversos roles sociales, entre ellos ser madres que hacen todo lo posible por cuidar y sacar adelante a sus familias: “Yo le dije a mi madre que como yo soy son la mayoría de mis compañeras, lo que pasa es que los medios de comunicación y la sociedad deposita en nosotras todas sus miserias”.
Maternidad y trabajo sexual
A los 22 años tuvo un hijo, Santino. Y una relación que duró algunos años, pero que le hacía vivir una vida que no quería tener, atada al rol exclusivo de madre y esposa ama de casa. “El trabajo sexual te da una autonomía, con el dinero, con el tiempo, como no hay patronal elegimos días para trabajar, horarios y zona”. Toma la decisión de dejar esta vida, se separa y retoma la práctica de trabajo sexual. Enfrenta un juicio al que la somete el padre de su hijo para quitarle la tenencia. El juez sentencia a favor de ella, alegando que la prostitución no era un delito y que la evaluación de su hijo dio con que estaba en buenas condiciones de cuidado y protección.
Cuenta Georgina que “es muy estigmatizante explicar por qué ejerces el trabajo sexual delante de abogados, del padre de tu hijo. Ahí comenzó más fuertemente mis ganas de militar. Muchas compañeras sin llegar a juicio le entregan la tenencia de los hijos a los padre porque desconocen sus derechos”.
Lo sexual es político
En el 2011, participa en el Encuentro de Mujeres que se hace en Argentina, donde conoció otras luchas que le explotaron la cabeza: “Esto es lo que yo quiero hacer. Desde este encuentro le dediqué más tiempo a la organización. La militancia te lleva a eso, a siempre querer militar más”. La incorporación en AMMAR le había permitido compartir historias, poniéndose en los zapatos de las otras compañeras, reconociendo sus problemáticas, de las que entendió que eran “por ser mujeres y no por ser trabajadoras sexuales”; aprendió sobre leyes, sobre derechos sexuales y reproductivos, sobre seguridad, el cómo cuidarse entre ellas y otras herramientas que transformaron su vida e incluso la de su familia, especialmente la de su madre que ahora la acompaña a actividades de la organización.
Una de las postura que defiende Georgina como integrante de AMMAR es contra las leyes prohibicionistas que se aprobaron en la Argentina y que establecen el cierre de cabarets, wiskerías, tascas, cualquier local donde puedan permanecer trabajadoras sexuales. Nos explica que este marco jurídico generó que todo se clandestinizara, y “ahí donde todo está oculto quedamos sujetas a cualquier tipo de explotación”
El desacuerdo en cómo se legislaron esas leyes tiene que ver con no haber sido escuchada, luego de muchos esfuerzos para incidir en sus contenidos y lo que implica no reconocerlas como sujetas políticas: “Por qué tienen que pensar por nosotras si nosotras somos mujeres pensantes. No todas las que ejercemos el trabajo sexual fuimos víctimas de trata”. Hay muchas historias diversas en este realidad. La mujer en otros trabajos gana mucho menos que el hombre y hace el mismo trabajo y el mismo esfuerzo, pero hay una desigualdad de salarios. Nosotras muchas veces ejercemos este trabajo por el tema económico, sobre todo porque el 86% de nosotras somos jefas de hogar, trabajar en los empleos a los que podemos acceder en el sistema no nos alcanza para sostener una familia.
El ejercicio del trabajo sexual pone sobre la mesa formas de comprender el poder y, mucho más allá, los desafíos para disputárselo al capital: “En lugares de poder no suele estar la mujer, siempre la mujer ocupa los lugares donde tenemos que cuidar, enseñar, pero ejercer el trabajo sexual nos da un lugar de poder: decidimos todo, cuándo vamos a trabajar, con qué cliente salir, cuánto le vamos a cobrar. El hombre va a comprar placer, a comprar fantasías, a que le ocupemos su soledad, que le escuchemos sus problemas. Todo lo que yo he leído sobre prostitución es sobre la mujer víctima, la mujer que no eligió, la pobre, pero lo que ha sido mi experiencia y lo que encontramos en la calle en otras historias vemos que no es así. Yo he compartido con otras trabajadoras, por ejemplo compañeras cajeras que no decidieron ser cajeras, trabajan 10 horas diarias y tienen que pedir permiso para ir al baño, o el obrero de la fábrica que tampoco eligió. Uno en el sistema capitalista no elige dónde y cómo quiere trabajar, todos están atravesados por situaciones de vulnerabilidad y explotación, donde la mayor ganancia se la lleva el empresario.
Hoy Georgina es una referencia en la lucha de las trabajadoras sexuales por ser reconocidas como trabajadoras formales con derechos para acceder a obra social, a hacer aportes jubilatorios, a trabajar en un marco legal, a pagarle al Estado y dejar de pagarle a la policía, a que se creen políticas públicas para todxs, ella asegura que este es un tema de clases y de lucha contra el capitalismo. Así pues, el trabajo sexual hace parte de un debate más amplio sobre la batalla cultural y política que debemos dar para transformar las concepciones moralistas que condenan nuestros cuerpos y sus posibilidades de producción, a las lógicas que mutilan el placer, subordinan a las mujeres y reproducen el capitalismo.
El comienzo
Antes de ejercer el trabajo sexual, Giorgina era niñera. Ella siempre se preguntó en qué trabaja la madre de los niños que cuidaba, porque trabajaba pocas horas y pasaba mucho tiempo con sus hijos, esto llamó su atención; pues ella venía de una familia donde la mamá, siendo empleada doméstica, pasaba muy poco tiempo con ellos. Una vez le dijo a la señora que quería trabajar de lo que ella trabajaba. “Es que yo soy lo que tú no crees que soy, yo no soy secretaria, yo ejerzo el trabajo sexual.” le contestó la señora. En ese momento a Georgina le jugó mucho la moral, el miedo al rechazo, hasta que decidió probar ofreciendo sus servicios como dama de compañía. No le pareció mal, lo que ganó en dos horas, se lo ganaba en una semana como niñera.
El trabajo sexual le permitió independizarse, se fue de la casa de su mamá, diciéndole que había conseguido trabajo como asistente administrativa. Comenzó a trabajar muy lejos de su casa para que nadie supiera, especialmente su familia, “las trabajadoras sexuales tenemos más miedo a eso que a estar presas, porque es el miedo al rechazo y la discriminación”, asegura. Al poco tiempo y luego de enfrentar junto a sus compañeras de zona problemas y obstáculos, inicia su militancia en AMMAR espacio donde recibió una serie de herramientas políticas y formativas que la ayudaron sacarse “la mochila de culpas” y por lo tanto a ganar autoestima y valor para sincerarse con su madre, quien nunca le había hablado de sexo.
Al contarnos sobre la conversación con su madre, Georgina expresa lo que su experiencia puede decir sobre la mayoría de las mujeres que ejercen el trabajo sexual: son mujeres con diversos roles sociales, entre ellos ser madres que hacen todo lo posible por cuidar y sacar adelante a sus familias: “Yo le dije a mi madre que como yo soy son la mayoría de mis compañeras, lo que pasa es que los medios de comunicación y la sociedad deposita en nosotras todas sus miserias”.
Maternidad y trabajo sexual
A los 22 años tuvo un hijo, Santino. Y una relación que duró algunos años, pero que le hacía vivir una vida que no quería tener, atada al rol exclusivo de madre y esposa ama de casa. “El trabajo sexual te da una autonomía, con el dinero, con el tiempo, como no hay patronal elegimos días para trabajar, horarios y zona”. Toma la decisión de dejar esta vida, se separa y retoma la práctica de trabajo sexual. Enfrenta un juicio al que la somete el padre de su hijo para quitarle la tenencia. El juez sentencia a favor de ella, alegando que la prostitución no era un delito y que la evaluación de su hijo dio con que estaba en buenas condiciones de cuidado y protección.
Cuenta Georgina que “es muy estigmatizante explicar por qué ejerces el trabajo sexual delante de abogados, del padre de tu hijo. Ahí comenzó más fuertemente mis ganas de militar. Muchas compañeras sin llegar a juicio le entregan la tenencia de los hijos a los padre porque desconocen sus derechos”.
Lo sexual es político
En el 2011, participa en el Encuentro de Mujeres que se hace en Argentina, donde conoció otras luchas que le explotaron la cabeza: “Esto es lo que yo quiero hacer. Desde este encuentro le dediqué más tiempo a la organización. La militancia te lleva a eso, a siempre querer militar más”. La incorporación en AMMAR le había permitido compartir historias, poniéndose en los zapatos de las otras compañeras, reconociendo sus problemáticas, de las que entendió que eran “por ser mujeres y no por ser trabajadoras sexuales”; aprendió sobre leyes, sobre derechos sexuales y reproductivos, sobre seguridad, el cómo cuidarse entre ellas y otras herramientas que transformaron su vida e incluso la de su familia, especialmente la de su madre que ahora la acompaña a actividades de la organización.
Una de las postura que defiende Georgina como integrante de AMMAR es contra las leyes prohibicionistas que se aprobaron en la Argentina y que establecen el cierre de cabarets, wiskerías, tascas, cualquier local donde puedan permanecer trabajadoras sexuales. Nos explica que este marco jurídico generó que todo se clandestinizara, y “ahí donde todo está oculto quedamos sujetas a cualquier tipo de explotación”
El desacuerdo en cómo se legislaron esas leyes tiene que ver con no haber sido escuchada, luego de muchos esfuerzos para incidir en sus contenidos y lo que implica no reconocerlas como sujetas políticas: “Por qué tienen que pensar por nosotras si nosotras somos mujeres pensantes. No todas las que ejercemos el trabajo sexual fuimos víctimas de trata”. Hay muchas historias diversas en este realidad. La mujer en otros trabajos gana mucho menos que el hombre y hace el mismo trabajo y el mismo esfuerzo, pero hay una desigualdad de salarios. Nosotras muchas veces ejercemos este trabajo por el tema económico, sobre todo porque el 86% de nosotras somos jefas de hogar, trabajar en los empleos a los que podemos acceder en el sistema no nos alcanza para sostener una familia.
El ejercicio del trabajo sexual pone sobre la mesa formas de comprender el poder y, mucho más allá, los desafíos para disputárselo al capital: “En lugares de poder no suele estar la mujer, siempre la mujer ocupa los lugares donde tenemos que cuidar, enseñar, pero ejercer el trabajo sexual nos da un lugar de poder: decidimos todo, cuándo vamos a trabajar, con qué cliente salir, cuánto le vamos a cobrar. El hombre va a comprar placer, a comprar fantasías, a que le ocupemos su soledad, que le escuchemos sus problemas. Todo lo que yo he leído sobre prostitución es sobre la mujer víctima, la mujer que no eligió, la pobre, pero lo que ha sido mi experiencia y lo que encontramos en la calle en otras historias vemos que no es así. Yo he compartido con otras trabajadoras, por ejemplo compañeras cajeras que no decidieron ser cajeras, trabajan 10 horas diarias y tienen que pedir permiso para ir al baño, o el obrero de la fábrica que tampoco eligió. Uno en el sistema capitalista no elige dónde y cómo quiere trabajar, todos están atravesados por situaciones de vulnerabilidad y explotación, donde la mayor ganancia se la lleva el empresario.
Hoy Georgina es una referencia en la lucha de las trabajadoras sexuales por ser reconocidas como trabajadoras formales con derechos para acceder a obra social, a hacer aportes jubilatorios, a trabajar en un marco legal, a pagarle al Estado y dejar de pagarle a la policía, a que se creen políticas públicas para todxs, ella asegura que este es un tema de clases y de lucha contra el capitalismo. Así pues, el trabajo sexual hace parte de un debate más amplio sobre la batalla cultural y política que debemos dar para transformar las concepciones moralistas que condenan nuestros cuerpos y sus posibilidades de producción, a las lógicas que mutilan el placer, subordinan a las mujeres y reproducen el capitalismo.
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