Imagen: El País / Compostela feminista contra la sentencia a la Manada |
La cultura patriarcal nos ha negado a las mujeres el derecho a la individualidad.
Clara Serra | El País, 2018-05-08
https://elpais.com/elpais/2018/05/03/opinion/1525373361_751843.html
"Vosotras sois mucho mejores que nosotros los hombres” es la nueva versión galante, pero en el fondo igualmente peligrosa, de asignar a las mujeres una esencia, un modo de ser específico que contribuye a asentar en el imaginario social las diferencias entre hombres y mujeres en lugar de deshacerlas. Las feministas luchamos desde hace siglos contra los discursos que, ya sea en nombre de la tradición o la ciencia, han servido para definir la naturaleza femenina y explicar que las mujeres somos diferentes a los hombres e idénticas entre nosotras mismas. Es obvio que hay diferencias en un mundo que nos asigna papeles desiguales y la lucha feminista surge precisamente por hacernos cargo de ellas.
Pero comprender la injusticia de las mismas es comprender que no hemos ocupado determinados lugares en sintonía con la naturaleza sino que se nos han impuesto a través de la fuerza y la violencia. Lo primero que la cultura patriarcal nos ha negado a las mujeres es el derecho a la individualidad, el reconocimiento de que somos diferentes unas de otras, que somos tan distintas como lo son los hombres entre sí y que somos, por tanto, unos y otras igualmente capaces de las mismas cosas.
Eso nos obliga a tener mucho cuidado con el argumento de la supuesta bondad de las mujeres que a menudo aparece en escena. A veces en nombre del feminismo se cuestiona que las mujeres accedan a cuotas de poder si es para “parecerse a los hombres” o “hacer políticas no feministas” o “ser como Tatcher o Merkel”. Si van a hacer lo mismo que ellos con el poder —se dice—, ¿para qué querríamos que las mujeres accedieran a donde ahora no acceden? Pensemos hasta qué punto sería absurdo plantearlo al revés. ¿Tendría sentido decir que para que los hombres hagan políticas como las que hace Rajoy no los queremos en lugares de poder? Los hombres, con independencia del uso que hagan del poder político, tienen ya garantizado su derecho a acceder a él.
¿Tenemos las mujeres feministas que defender que el poder en manos de mujeres debe estar condicionado a hacer solo determinadas políticas? ¿Tenemos nosotras que cumplir más condiciones que los hombres para ganarnos el derecho a disputar el poder? ¿No tienen nuestras adversarias políticas derecho a no encontrarse con techos de cristal en sus respectivos partidos? ¿No tienen derecho todas las mujeres a hacer política en igualdad de condiciones con los hombres incluso si es para hacer políticas con las que no estamos de acuerdo entre nosotras? ¿No tendremos las feministas, frente a la apelación de la virtud femenina y la exigencia de que seamos buenas si queremos ser poderosas, que defender incluso el derecho al mal de las mujeres? ¿No tendremos que defender que podamos ser igualmente capaces de las mismas cosas?
En mi reciente libro ‘Leonas y zorras’ trato de explicar y combatir algunos de los modos tradicionales de apartar a las mujeres de la política. Si esta consiste, como sostenía Maquiavelo, en el uso de la coacción (del león) y el uso de la seducción (de la zorra), tiene sentido preguntarnos cómo podríamos desactivar los estereotipos culturales a través de los cuales se ha naturalizado la fuerza como algo esencialmente masculino y cómo se ha estigmatizado la seducción —la astucia y la estrategia— como algo que las mujeres no deben o no saben practicar.
Tiene sentido preguntarnos por qué, cuando las mujeres representan el éxito de la política del cambio y las Adas y las Manuelas demuestran que saben ganar y tomar el poder, tendemos a leer la “feminización de la política” que ellas representan como algo que tiene que ver con “la cultura femenina”, el modo de ser de las mujeres y, en última instancia, que el mundo las ha hecho así. Naturalizar lo femenino en política, aunque siempre sea en nombre de las bondades de las mujeres, puede servir para que los hombres piensen que ellos juegan en otra liga y no se planteen lo que esto comporta: que un modo menos retador y agresivo de hacer política es, no una manera femenina de hacer política sino, simplemente, una mejor manera de hacerla.
Lo menos asumible por quienes han monopolizado el poder hasta hoy es que el feminismo y las mujeres puedan dar una excelente lección de inteligencia y estrategia política mientras los hombres (igualmente capaces de las mismas cosas) no pueden sino tomar buena nota.
Clara Serra es diputada en la Asamblea de Madrid por Podemos. Ha publicado recientemente ‘Leonas y Zorras’ (Catarata)
Pero comprender la injusticia de las mismas es comprender que no hemos ocupado determinados lugares en sintonía con la naturaleza sino que se nos han impuesto a través de la fuerza y la violencia. Lo primero que la cultura patriarcal nos ha negado a las mujeres es el derecho a la individualidad, el reconocimiento de que somos diferentes unas de otras, que somos tan distintas como lo son los hombres entre sí y que somos, por tanto, unos y otras igualmente capaces de las mismas cosas.
Eso nos obliga a tener mucho cuidado con el argumento de la supuesta bondad de las mujeres que a menudo aparece en escena. A veces en nombre del feminismo se cuestiona que las mujeres accedan a cuotas de poder si es para “parecerse a los hombres” o “hacer políticas no feministas” o “ser como Tatcher o Merkel”. Si van a hacer lo mismo que ellos con el poder —se dice—, ¿para qué querríamos que las mujeres accedieran a donde ahora no acceden? Pensemos hasta qué punto sería absurdo plantearlo al revés. ¿Tendría sentido decir que para que los hombres hagan políticas como las que hace Rajoy no los queremos en lugares de poder? Los hombres, con independencia del uso que hagan del poder político, tienen ya garantizado su derecho a acceder a él.
¿Tenemos las mujeres feministas que defender que el poder en manos de mujeres debe estar condicionado a hacer solo determinadas políticas? ¿Tenemos nosotras que cumplir más condiciones que los hombres para ganarnos el derecho a disputar el poder? ¿No tienen nuestras adversarias políticas derecho a no encontrarse con techos de cristal en sus respectivos partidos? ¿No tienen derecho todas las mujeres a hacer política en igualdad de condiciones con los hombres incluso si es para hacer políticas con las que no estamos de acuerdo entre nosotras? ¿No tendremos las feministas, frente a la apelación de la virtud femenina y la exigencia de que seamos buenas si queremos ser poderosas, que defender incluso el derecho al mal de las mujeres? ¿No tendremos que defender que podamos ser igualmente capaces de las mismas cosas?
En mi reciente libro ‘Leonas y zorras’ trato de explicar y combatir algunos de los modos tradicionales de apartar a las mujeres de la política. Si esta consiste, como sostenía Maquiavelo, en el uso de la coacción (del león) y el uso de la seducción (de la zorra), tiene sentido preguntarnos cómo podríamos desactivar los estereotipos culturales a través de los cuales se ha naturalizado la fuerza como algo esencialmente masculino y cómo se ha estigmatizado la seducción —la astucia y la estrategia— como algo que las mujeres no deben o no saben practicar.
Tiene sentido preguntarnos por qué, cuando las mujeres representan el éxito de la política del cambio y las Adas y las Manuelas demuestran que saben ganar y tomar el poder, tendemos a leer la “feminización de la política” que ellas representan como algo que tiene que ver con “la cultura femenina”, el modo de ser de las mujeres y, en última instancia, que el mundo las ha hecho así. Naturalizar lo femenino en política, aunque siempre sea en nombre de las bondades de las mujeres, puede servir para que los hombres piensen que ellos juegan en otra liga y no se planteen lo que esto comporta: que un modo menos retador y agresivo de hacer política es, no una manera femenina de hacer política sino, simplemente, una mejor manera de hacerla.
Lo menos asumible por quienes han monopolizado el poder hasta hoy es que el feminismo y las mujeres puedan dar una excelente lección de inteligencia y estrategia política mientras los hombres (igualmente capaces de las mismas cosas) no pueden sino tomar buena nota.
Clara Serra es diputada en la Asamblea de Madrid por Podemos. Ha publicado recientemente ‘Leonas y Zorras’ (Catarata)
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