Imagen: El Salto / Protesta feminista contra la sentencia a la Manada |
Varios estudios confirman que la hipermasculinización de la justicia tiene una consecuencia directa en las sentencias sobre violencia machista, abusos policiales o denuncias de colectivos LGTB.
Raúl F. Miralles | El Salto, 2018-05-08
https://www.elsaltodiario.com/justicia/juezas-y-jueces-no-sentencian-igual-materia-igualdad
¿Existe algo así como una cierta ‘sororidad jurídica’? ¿Pueden jueces y juezas llegar a sentencias diferentes después de analizar las mismas pruebas? ¿Tiene esto alguna relevancia en casos que afectan a la igualdad y a la libertad en materia de sexo, género u orientación? ¿Se puede cuantificar el efecto causado por la masculinización del sistema judicial?
Diferentes estudios han tratado de dilucidar en las últimas décadas si las juezas y los jueces son capaces de dictar sentencias similares, con independencia de sus sexos, o si en determinados casos, como la reciente y polémica sentencia de ‘La Manada’, la hipermasculinización histórica de la justicia puede estar afectando al sentido de ciertos fallos y, en definitiva, penalizando a las mujeres víctimas de ciertos delitos.
Una de las investigaciones más recientes y completas es la de Christina L. Boyd, profesora de Ciencias Políticas en la Universidad de Buffalo. Su artículo, publicado en el American Journal of Political Science, utilizaba un sofisticado sistema de regresión estadística para depurar otros factores que pudieran generar sesgos, como la edad o la orientación política de jueces y juezas. Su idea era la de responder a dos preguntas interesantes.
La primera, si en efecto jueces y juezas juzgan de manera diferente; la segunda, si los jueces varones cambian su forma de juzgar en caso de que haya una mujer jueza en el mismo tribunal. Después de escrutar miles de sentencias, Boyd y sus colegas detectaron que las juezas y los jueces sentenciaban de manera similar en 12 de las 13 áreas legales que analizaron. Sin embargo, curiosamente, los casos donde sí había diferencia eran, precisamente, las denuncias de acoso sexual.
En estos procesos, los jueces varones mostraron una probabilidad 10 puntos menor que las juezas de fallar a favor de la demandante. Más intrigante todavía: cuando los casos eran juzgados no por una sola persona, sino por un panel con varias togas, los jueces varones aumentaban su probabilidad de fallar a favor de la demandante si en el mismo tribunal había al menos una colega jueza.
Otro estudio relevante, esta vez publicado en The Yale Law Journal, se centró solo en casos de acoso y discriminación sexual. Su autora, Jennifer L. Peresie, analizó 566 casos que incluían 1.666 votos de jueces y juezas. Los resultados mostraron que tanto juezas como jueces fallaron principalmente en contra de las mujeres demandantes, pero con una gran diferencia entre unas y otros. Tal como explica la autora, “ser mujer aumentaba en un 86% la probabilidad de que una jueza fallara a favor de la demandante en casos de acoso y en un 65% en casos de discriminación sexual”.
El estudio de Peresie también coincidió con el de Boyd al preguntarse si la presencia de mujeres en tribunales colegiados variaba la conducta de los jueces varones. La mera presencia de una jueza en la corte más que duplicaba la probabilidad de que un juez varón fallara a favor de la demandante —de un 16 a un 35 por ciento— en casos de acoso, y casi triplicaba esa opción —del 11 al 30 por ciento— en casos de discriminación.
Tampoco se comportan igual jueces y juezas en casos de brutalidad policial. Según las proyecciones de la politóloga Madhavi McCall, de la Universidad de San Diego, los jueces hombres suelen ser más indulgentes con agentes de policía acusados de ejercer algún tipo de violencia abusiva. De hecho, asumiendo que una víctima de abuso policial tuviera un 50 por ciento de probabilidades teóricas de ganar o perder su demanda contra un policía, sus opciones aumentarían 22 puntos porcentuales si el caso lo examinara una jueza.
Igualdad LGTBIQ
Las diferencias entre juezas y jueces parecen notarse también en casos que atañen a la libertad y a la igualdad del colectivo LGTBIQ. Para llegar a esta conclusión, Fred O. Smith, de la Universidad de Berkeley, analizó 424 sentencias de 244 jueces que habían tenido que pronunciarse en casos en los que alguna persona o asociación LGTBIQ había denunciado algún tipo de discriminación o vulneración de sus libertades y derechos. Excluyendo los casos en los que el tribunal se había declarado incompetente para dictaminar, los resultados parecen clamorosos: un 64,6% de las conclusiones legales de juezas fueron favorables al colectivo LGTBIQ. En cambio, solo un 38% de los jueces varones fallaron a favor de los litigantes LGTBIQ.
Cuando Albert Rivera quiso comentar en Twitter la sentencia de ‘La Manada’ apeló a su doble condición “como ciudadano y como padre” para justificar su incomprensión.
Este nuevo intento de Rivera por liderar el movimiento feminista le valió, una vez más, no pocas críticas. Uno de los problemas es que Rivera utilizó una de las fórmulas propias de cierto ‘cuñadismo’ machista para respaldar su dictamen; esta falacia vendría a sostener que, "dado que soy padre de una hija, quedo libre de sesgos machistas o tengo más autoridad para opinar". No sin guasa —y preocupación—, ya hay quien interpreta esta fórmula del "tengo una hija" como el nuevo "tengo un amigo gay" o "tengo un amigo negro".
Mucho antes del tropiezo de Rivera, en 2014, el American Journal of Political Science publicó un robusto artículo que abordaba una hipótesis relevante: el hecho de tener una hija, ¿puede mover a jueces y juezas hacia posiciones más feministas en sus sentencias? Se analizaron casi 1.000 sentencias relacionadas con cuestiones de género dictadas por 224 jueces, hombres y mujeres. Comparando las sentencias de quienes no tenían hijas con las de quienes tenían una o varias hijas, se observó que la probabilidad de dictar sentencias más feministas aumentaba entre un 7 y un 9 por ciento entre los padres de niñas. Este efecto, por cierto, era especialmente acusado en aquellos jueces identificados como republicanos o conservadores y era casi imperceptible entre las juezas mujeres.
Estos no son los únicos estudios que han revelado diferencias significativas en el comportamiento de juezas y jueces. Así, por ejemplo, se ha observado, casi siempre en EE.UU., que las juezas tienden a ser más reticentes a la hora de dictar sentencias que impliquen la pena de muerte o que pueden dictar sentencias más progresistas en tiempos de guerra.
Todos estos datos podrían enriquecer el debate pendiente sobre la necesidad de reformar un sistema judicial construido, gobernado y mayoritariamente ocupado por hombres. Al menos, a la vista de algunas evidencias, cabe preguntarse cuántas sentencias han dejado impunes o han infravalorado ciertos delitos cometidos contra las mujeres y cuál habría sido el resultado si más mujeres hubiesen podido acceder antes y en mayor proporción a la carrera judicial.
Diferentes estudios han tratado de dilucidar en las últimas décadas si las juezas y los jueces son capaces de dictar sentencias similares, con independencia de sus sexos, o si en determinados casos, como la reciente y polémica sentencia de ‘La Manada’, la hipermasculinización histórica de la justicia puede estar afectando al sentido de ciertos fallos y, en definitiva, penalizando a las mujeres víctimas de ciertos delitos.
Una de las investigaciones más recientes y completas es la de Christina L. Boyd, profesora de Ciencias Políticas en la Universidad de Buffalo. Su artículo, publicado en el American Journal of Political Science, utilizaba un sofisticado sistema de regresión estadística para depurar otros factores que pudieran generar sesgos, como la edad o la orientación política de jueces y juezas. Su idea era la de responder a dos preguntas interesantes.
La primera, si en efecto jueces y juezas juzgan de manera diferente; la segunda, si los jueces varones cambian su forma de juzgar en caso de que haya una mujer jueza en el mismo tribunal. Después de escrutar miles de sentencias, Boyd y sus colegas detectaron que las juezas y los jueces sentenciaban de manera similar en 12 de las 13 áreas legales que analizaron. Sin embargo, curiosamente, los casos donde sí había diferencia eran, precisamente, las denuncias de acoso sexual.
En estos procesos, los jueces varones mostraron una probabilidad 10 puntos menor que las juezas de fallar a favor de la demandante. Más intrigante todavía: cuando los casos eran juzgados no por una sola persona, sino por un panel con varias togas, los jueces varones aumentaban su probabilidad de fallar a favor de la demandante si en el mismo tribunal había al menos una colega jueza.
Otro estudio relevante, esta vez publicado en The Yale Law Journal, se centró solo en casos de acoso y discriminación sexual. Su autora, Jennifer L. Peresie, analizó 566 casos que incluían 1.666 votos de jueces y juezas. Los resultados mostraron que tanto juezas como jueces fallaron principalmente en contra de las mujeres demandantes, pero con una gran diferencia entre unas y otros. Tal como explica la autora, “ser mujer aumentaba en un 86% la probabilidad de que una jueza fallara a favor de la demandante en casos de acoso y en un 65% en casos de discriminación sexual”.
El estudio de Peresie también coincidió con el de Boyd al preguntarse si la presencia de mujeres en tribunales colegiados variaba la conducta de los jueces varones. La mera presencia de una jueza en la corte más que duplicaba la probabilidad de que un juez varón fallara a favor de la demandante —de un 16 a un 35 por ciento— en casos de acoso, y casi triplicaba esa opción —del 11 al 30 por ciento— en casos de discriminación.
Tampoco se comportan igual jueces y juezas en casos de brutalidad policial. Según las proyecciones de la politóloga Madhavi McCall, de la Universidad de San Diego, los jueces hombres suelen ser más indulgentes con agentes de policía acusados de ejercer algún tipo de violencia abusiva. De hecho, asumiendo que una víctima de abuso policial tuviera un 50 por ciento de probabilidades teóricas de ganar o perder su demanda contra un policía, sus opciones aumentarían 22 puntos porcentuales si el caso lo examinara una jueza.
Igualdad LGTBIQ
Las diferencias entre juezas y jueces parecen notarse también en casos que atañen a la libertad y a la igualdad del colectivo LGTBIQ. Para llegar a esta conclusión, Fred O. Smith, de la Universidad de Berkeley, analizó 424 sentencias de 244 jueces que habían tenido que pronunciarse en casos en los que alguna persona o asociación LGTBIQ había denunciado algún tipo de discriminación o vulneración de sus libertades y derechos. Excluyendo los casos en los que el tribunal se había declarado incompetente para dictaminar, los resultados parecen clamorosos: un 64,6% de las conclusiones legales de juezas fueron favorables al colectivo LGTBIQ. En cambio, solo un 38% de los jueces varones fallaron a favor de los litigantes LGTBIQ.
Cuando Albert Rivera quiso comentar en Twitter la sentencia de ‘La Manada’ apeló a su doble condición “como ciudadano y como padre” para justificar su incomprensión.
Este nuevo intento de Rivera por liderar el movimiento feminista le valió, una vez más, no pocas críticas. Uno de los problemas es que Rivera utilizó una de las fórmulas propias de cierto ‘cuñadismo’ machista para respaldar su dictamen; esta falacia vendría a sostener que, "dado que soy padre de una hija, quedo libre de sesgos machistas o tengo más autoridad para opinar". No sin guasa —y preocupación—, ya hay quien interpreta esta fórmula del "tengo una hija" como el nuevo "tengo un amigo gay" o "tengo un amigo negro".
Mucho antes del tropiezo de Rivera, en 2014, el American Journal of Political Science publicó un robusto artículo que abordaba una hipótesis relevante: el hecho de tener una hija, ¿puede mover a jueces y juezas hacia posiciones más feministas en sus sentencias? Se analizaron casi 1.000 sentencias relacionadas con cuestiones de género dictadas por 224 jueces, hombres y mujeres. Comparando las sentencias de quienes no tenían hijas con las de quienes tenían una o varias hijas, se observó que la probabilidad de dictar sentencias más feministas aumentaba entre un 7 y un 9 por ciento entre los padres de niñas. Este efecto, por cierto, era especialmente acusado en aquellos jueces identificados como republicanos o conservadores y era casi imperceptible entre las juezas mujeres.
Estos no son los únicos estudios que han revelado diferencias significativas en el comportamiento de juezas y jueces. Así, por ejemplo, se ha observado, casi siempre en EE.UU., que las juezas tienden a ser más reticentes a la hora de dictar sentencias que impliquen la pena de muerte o que pueden dictar sentencias más progresistas en tiempos de guerra.
Todos estos datos podrían enriquecer el debate pendiente sobre la necesidad de reformar un sistema judicial construido, gobernado y mayoritariamente ocupado por hombres. Al menos, a la vista de algunas evidencias, cabe preguntarse cuántas sentencias han dejado impunes o han infravalorado ciertos delitos cometidos contra las mujeres y cuál habría sido el resultado si más mujeres hubiesen podido acceder antes y en mayor proporción a la carrera judicial.
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