Ellas fueron las pioneras, las que descerrajaron las puertas de un mundo vetado a principios del siglo XX. La Residencia de Estudiantes inaugura una exposición sobre su institución femenina con motivo del centenario: la Residencia de Señoritas fomentó en 1915 la formación superior de la mujer.
Loreto Sánchez Seoane | El Mundo, 2015-11-28
http://www.elmundo.es/cultura/2015/11/28/5658c9e2268e3e102c8b459a.html
Fueron el germen de todo. El todo que ahora pasa desapercibido por obvio. Desde las orlas mixtas de las universidades hasta el sufragio universal. Fueron ellas, las que ocuparon la primera Residencia de Estudiantes que a ellos se les había quedado pequeña, las que pusieron un pie en las aulas, las especialistas en Farmacia, Derecho, Filosofía... Fueron ellas las que se cortaron el pelo, se subieron la falda y empaparon su mente sin llevar por bandera el feminismo, sino la igualdad.
Eran las chicas de la Residencia, la de Señoritas, claro. La menos conocida de las dos instituciones que emanaban cultura y libertad durante las primeras décadas del siglo XX. Eran jóvenes desde los 16 años que no se conformaron con aprender lo básico sino que se metían en laboratorios, en bibliotecas, en despachos... incluso algunas en barcos trasatlánticos para cursar estudios en Estados Unidos.
Hablamos de 1915, cuando María de Maeztu adopta a las primeras 30 mujeres que quieren tener estudios secundarios e incluso ir a la Universidad. Juntas se instalan en el pequeño edificio de la calle Fortuny que antes había albergado la Residencia masculina. En una época en la que la Cultura, la Medicina o la Filosofía se escribían en masculino, ellas eran verdaderas estrellas del rock. Así nos las describen Almudena de la Cueva y Margarita Márquez, comisarias de 'Mujeres en vanguardia', exposición organizada con Acción Cultural Española (AC/E) que se inaugura esta semana.
Pero abrir este pequeño centro llevó décadas de conversaciones y esperanzas en una sociedad más madura. Fernando de Castro y su Asociación de Educación para la Mujer creada en 1870 incitó a Francisco Giner de los Ríos y su Institución Libre de Enseñanza a luchar con más fuerza por este derecho. Aunque Alberto Jiménez Fraud creó la primera Residencia en 1910 (la de Lorca, Dalí, Buñuel...), no sería hasta cinco años más tarde cuando las mujeres duermen en la suya. «No era del todo fácil. Seguía siendo una sociedad cerrada. Las chicas necesitaban el consentimiento paterno para poder acceder y María de Maeztu, pese a la libertad abrumadora del lugar para la época, tenía que imponer horarios y demostrar que no era un lugar de libertinaje», aseguran las comisarias, que han basado esta exposición en más de 200 documentos entre cartas, lienzos, fotografías y dossieres.
Por eso, Maeztu describe así la institución en sus inicios, hace 100 años exactos: «No quiero ni un cansino de intelectuales ni un plantel de sufragistas. Deseo una casa de muchachas aplicadas al estudio. Es compatible la elevación intelectual con el mantenimiento de las virtudes morales de la mujer española; su aumento de cultura racial y hondo sentimiento del honor y la dignidad». Una dignidad en mayúsculas ya que supuso el primer paso para la integración de la mujer. No se puede hablar de igualdad sin igualar la educación, y la Residencia de Señoritas, que la pedagoga dirigió desde su inicio hasta 1936, tenía ese objetivo: equilibrar la balanza.
En un periodo en el que las mujeres en la universidad eran una minoría silenciosa, el deseo de saber se convirtió en un virus contagioso. Entraron 30 chicas y durante sus 20 años de vida sus aulas llegaron a albergar a centenares de ellas en un solo curso, que pasaron como profesoras, alumnas o colaboradoras. Un gran porcentaje acabó en pupitres universitarios. «Marie Curie, con sus dos Nobel, fue a dar charlas en la Residencia de chicos pero pasó la noche en la de señoritas. Imagínense a una chica que sueña con ser científica y que sabe que Curie duerme en la habitación de al lado. No hay mayor motivación».
Al principio eran una rara avis. Estudiantes que tenían que ir acompañadas por el profesor a clase y que no compartían mesa con sus compañeros varones. «A medida que la Residencia cogió fuerza y prestigio e incrementó su número de alumnas, las Universidades empezaron a naturalizar la situación. Ya no había dos clases».
Muchas de estas chicas no tenían permiso para dormir en la Residencia. «Lo que hizo Maeztu fue no hacer obligatorio el internado. Muchas señoritas iban a clases preparatorias y volvían a sus casas. Además, como los padres eran reacios a su asistencia a las aulas universitarias, crearon un método para impartir clases en la Residencia y que sólo tuvieran que ir a examinarse», comentan Almudena y Margarita. Las recogía un autobús para asistir a los exámenes y así la toma de contacto era mínima, pero había toma de contacto. Una de las muchas y maravillosas triquiñuelas que Maeztu ideó para conseguir el objetivo. «Si muchas de ellas quizá no alcanzaron a ponerlo en práctica (ir a la Universidad), al menos lograron transmitir ese espíritu a su entorno y a sus descendientes».
Otras, en cambio, llegaron a conseguir becas de intercambio con colleges estadounidenses. Algo que en las primeras décadas del s. XX era impensable. «El International Institute for Girls in Spain que se asentó en Madrid a principios de 1900 fue fundamental para la Residencia. Ayudó con medios materiales, programas de intercambio y con condiciones muy ventajosas en edificios y profesorado».
Así, poco a poco y una a una, podemos hablar de nombres que sin Maeztu, sin Jiménez Fraud, nos serían desconocidos y que ahora suenan con una fuerza revolucionaria: Zenobia Camprubí, Victoria Kent, Josefina Carabias, María Zambrano o Maruja Mallo como algunas de sus alumnas o profesoras; y Clara Campoamor, Concha Méndez o Gabriela Mistral como cooperantes en la Institución dando clases magistrales o impartiendo conferencias.
Dos de ellas (una ex alumna y una conferenciante) fueron las diputadas cabreadas del Congreso el famoso 1 de octubre de 1931. Las dos mujeres que se engancharon en una conversación que ha llegado hasta nuestros días: el voto femenino en España. Eran Victoria Kent y Clara Campoamor, fervientes feministas con posturas opuestas sobre el sufragio femenino. Kent negó el derecho de voto a las mujeres, considerando que la Iglesia votaría por todas y cada una de ellas. Tenía al Partido Socialista soplándole en la nuca. Las palabras con las que Campoamor respondió a Kent han pasado a la Historia. Venció, y las mujeres ese día fueron un poco más libres, un poco más iguales. La dignidad en mayúsculas.
Libertad, poder político, poder intelectual, poder de independencia. Todo parecía posible y llegó la Guerra Civil. La Residencia se trasladó a Valencia con la intención de sobrevivir. Cuando el hermano de Maeztu fue ametrallado ella sólo tuvo una opción: el exilio, igual que su compañero Jiménez Fraud. «Las Residencias cerraron. La de señoritas se transformó en el Santa Teresa, también para mujeres pero no tenía nada que ver», explican las comisarias.
Muchas chicas salieron escopetadas. España no era un lugar para ideas propias. Algunas acabaron en los colleges con los que mantenían una gran relación. Otras en Latinoamérica o Francia. El resto se mordió la lengua de puertas hacia fuera. El país retrocedió. Lo hizo para todo, pero los derechos de la mujer siempre se desinflan con más facilidad.
Pero es difícil olvidar la libertad. Esas mujeres fueron la semilla que germinó en 1977, cuando nadie dudó que en España la política era cosa de dos. No dudaron de las palabras de Campoamor, cuando defendió que «sólo hay una cosa que hace un sexo solo: alumbrar; las demás las hacemos todos en común, y no podéis venir aquí vosotros a legislar, a votar impuestos, a dictar deberes, a legislar sobre la raza humana, sobre la mujer y sobre el hijo, aislados, fuera de nosotras». Tampoco hubo duda, en la segunda mitad del s. XX, de que las mujeres, aunque en minoría, podían ir a la universidad. «En sus casas hablarían de ello. Una vez una mujer me comentó que cuando era muy pequeña (principios de los años 30) veía en las revistas a estas mujeres de pelo corto, maquilladas y con carreras universitarias. Eran sus heroínas, su referente. Y eso no se olvida».
Las modernas de la Residencia
Lourdes Ventura
María de Maeztu Whitney (Vitoria, 1882-Buenos Aires, 1948) aglutinó las fuerzas de las mujeres españolas que exigían una educación superior, allá por 1915. Fue ella, pedagoga, intelectual y luchadora incansable quien dirigió la Residencia de Señoritas desde 1915 hasta 1936, en el filo de la Guerra Civil. Hermana del filósofo Ramiro de Maeztu, su madre, Juana Whitney, era hija de un diplomático inglés y ya había fundado una escuela femenina. María estudió Magisterio en la Escuela Normal de Vitoria y Filosofía y Letras en Salamanca. Amiga de Unamuno y discípula de Ortega y Gasset, se especializó en Pedagogía y pronto destacó por sus ideas reformistas en materia de educación femenina. Cuando la Junta de Ampliación de Estudios que gestionaba la Residencia de Estudiantes, decidió crear su equivalente femenino, no tuvo ninguna duda a la hora de nombrar a María de Maeztu como su directora y fundadora. Que no nos confunda en el nombre del centro pedagógico, el apocado término de señoritas. Las generaciones que pasaron por la Residencia de la calle Fortuny representaron la vanguardia de las mujeres ilustradas de tres décadas de nuestra historia. Pedagogas como Juana Moreno, Carmen Castilla o Carmen Isern, científicas como María García Escalera o Cecilia García de Cosa, políticas como Victoria Kent o juristas como Matilde Huici, fueron residentes que marcaron el rumbo de muchas universitarias que irrumpieron, aunque acompañadas por los profesores, en las aulas anteriormente reservadas a los varones. La onda expansiva de reivindicaciones feministas que representó la Residencia y sus incontables conferencias abiertas al público, fue calando en las mujeres españolas más avanzadas. Cierto que las modernas que se movían en torno a la Residencia procedían de clases medias ilustradas, con facilidades para el estudio, familias cultas, políticamente liberales y de tradición krausista. Muchas de ellas hablaban idiomas, habían viajado y estaban al tanto de las novedades internacionales. María de Maeztu comprendió que la situación de inferioridad de las mujeres estaba vinculada a la falta de educación y a la carencia de perspectivas profesionales. En 1910 había en España un 70 por ciento de mujeres analfabetas. La Residencia pretendía formar a profesoras, a intelectuales y a científicas con el propósito de atender a la futura formación de todas las mujeres. El movimiento pedagógico liderado por María de Maeztu sirvió de guía espiritual de una generación pionera y feminista que luchó para que las mujeres alcanzarán la enseñanza secundaria y universitaria. Los nombres más interesantes de las intelectuales y políticas de esas décadas estuvieron vinculadas a la Residencia. Maruja Mallo, Concha Méndez, Isabel Oyarzabal, Anita Gasset, Antonia Suau, Clara Campoamor, Elena Fortun, Zenobia Camprubi, María Moliner. Para compartir experiencias comunes, innumerables profesoras extranjeras dieron conferencias invitadas por María de Maeztu. Marie Curie durmió en la Residencia femenina, aunque su ponencia fue en la Residencia de Estudiantes. Y Victoria Ocampo tuvo un gran éxito en una conferencia sobre Harlem. Pero a lo largo del tiempo, también poetas como Salinas, Lorca, Alberti, dieron sus recitales entre algarabía y algún escándalo. Ortega y Gasset, Bergamín, Zubiri, Maeztu, Baroja, Unamuno, fueron invitados habituales. La experiencia de la Residencia de señoritas dio lugar en el año 1926 a la creación del Lyceum Club, también de la mano de María de Maeztu , con su compromiso pedagógico con las mujeres siempre en activo.
Eran las chicas de la Residencia, la de Señoritas, claro. La menos conocida de las dos instituciones que emanaban cultura y libertad durante las primeras décadas del siglo XX. Eran jóvenes desde los 16 años que no se conformaron con aprender lo básico sino que se metían en laboratorios, en bibliotecas, en despachos... incluso algunas en barcos trasatlánticos para cursar estudios en Estados Unidos.
Hablamos de 1915, cuando María de Maeztu adopta a las primeras 30 mujeres que quieren tener estudios secundarios e incluso ir a la Universidad. Juntas se instalan en el pequeño edificio de la calle Fortuny que antes había albergado la Residencia masculina. En una época en la que la Cultura, la Medicina o la Filosofía se escribían en masculino, ellas eran verdaderas estrellas del rock. Así nos las describen Almudena de la Cueva y Margarita Márquez, comisarias de 'Mujeres en vanguardia', exposición organizada con Acción Cultural Española (AC/E) que se inaugura esta semana.
Pero abrir este pequeño centro llevó décadas de conversaciones y esperanzas en una sociedad más madura. Fernando de Castro y su Asociación de Educación para la Mujer creada en 1870 incitó a Francisco Giner de los Ríos y su Institución Libre de Enseñanza a luchar con más fuerza por este derecho. Aunque Alberto Jiménez Fraud creó la primera Residencia en 1910 (la de Lorca, Dalí, Buñuel...), no sería hasta cinco años más tarde cuando las mujeres duermen en la suya. «No era del todo fácil. Seguía siendo una sociedad cerrada. Las chicas necesitaban el consentimiento paterno para poder acceder y María de Maeztu, pese a la libertad abrumadora del lugar para la época, tenía que imponer horarios y demostrar que no era un lugar de libertinaje», aseguran las comisarias, que han basado esta exposición en más de 200 documentos entre cartas, lienzos, fotografías y dossieres.
Por eso, Maeztu describe así la institución en sus inicios, hace 100 años exactos: «No quiero ni un cansino de intelectuales ni un plantel de sufragistas. Deseo una casa de muchachas aplicadas al estudio. Es compatible la elevación intelectual con el mantenimiento de las virtudes morales de la mujer española; su aumento de cultura racial y hondo sentimiento del honor y la dignidad». Una dignidad en mayúsculas ya que supuso el primer paso para la integración de la mujer. No se puede hablar de igualdad sin igualar la educación, y la Residencia de Señoritas, que la pedagoga dirigió desde su inicio hasta 1936, tenía ese objetivo: equilibrar la balanza.
En un periodo en el que las mujeres en la universidad eran una minoría silenciosa, el deseo de saber se convirtió en un virus contagioso. Entraron 30 chicas y durante sus 20 años de vida sus aulas llegaron a albergar a centenares de ellas en un solo curso, que pasaron como profesoras, alumnas o colaboradoras. Un gran porcentaje acabó en pupitres universitarios. «Marie Curie, con sus dos Nobel, fue a dar charlas en la Residencia de chicos pero pasó la noche en la de señoritas. Imagínense a una chica que sueña con ser científica y que sabe que Curie duerme en la habitación de al lado. No hay mayor motivación».
Al principio eran una rara avis. Estudiantes que tenían que ir acompañadas por el profesor a clase y que no compartían mesa con sus compañeros varones. «A medida que la Residencia cogió fuerza y prestigio e incrementó su número de alumnas, las Universidades empezaron a naturalizar la situación. Ya no había dos clases».
Muchas de estas chicas no tenían permiso para dormir en la Residencia. «Lo que hizo Maeztu fue no hacer obligatorio el internado. Muchas señoritas iban a clases preparatorias y volvían a sus casas. Además, como los padres eran reacios a su asistencia a las aulas universitarias, crearon un método para impartir clases en la Residencia y que sólo tuvieran que ir a examinarse», comentan Almudena y Margarita. Las recogía un autobús para asistir a los exámenes y así la toma de contacto era mínima, pero había toma de contacto. Una de las muchas y maravillosas triquiñuelas que Maeztu ideó para conseguir el objetivo. «Si muchas de ellas quizá no alcanzaron a ponerlo en práctica (ir a la Universidad), al menos lograron transmitir ese espíritu a su entorno y a sus descendientes».
Otras, en cambio, llegaron a conseguir becas de intercambio con colleges estadounidenses. Algo que en las primeras décadas del s. XX era impensable. «El International Institute for Girls in Spain que se asentó en Madrid a principios de 1900 fue fundamental para la Residencia. Ayudó con medios materiales, programas de intercambio y con condiciones muy ventajosas en edificios y profesorado».
Así, poco a poco y una a una, podemos hablar de nombres que sin Maeztu, sin Jiménez Fraud, nos serían desconocidos y que ahora suenan con una fuerza revolucionaria: Zenobia Camprubí, Victoria Kent, Josefina Carabias, María Zambrano o Maruja Mallo como algunas de sus alumnas o profesoras; y Clara Campoamor, Concha Méndez o Gabriela Mistral como cooperantes en la Institución dando clases magistrales o impartiendo conferencias.
Dos de ellas (una ex alumna y una conferenciante) fueron las diputadas cabreadas del Congreso el famoso 1 de octubre de 1931. Las dos mujeres que se engancharon en una conversación que ha llegado hasta nuestros días: el voto femenino en España. Eran Victoria Kent y Clara Campoamor, fervientes feministas con posturas opuestas sobre el sufragio femenino. Kent negó el derecho de voto a las mujeres, considerando que la Iglesia votaría por todas y cada una de ellas. Tenía al Partido Socialista soplándole en la nuca. Las palabras con las que Campoamor respondió a Kent han pasado a la Historia. Venció, y las mujeres ese día fueron un poco más libres, un poco más iguales. La dignidad en mayúsculas.
Libertad, poder político, poder intelectual, poder de independencia. Todo parecía posible y llegó la Guerra Civil. La Residencia se trasladó a Valencia con la intención de sobrevivir. Cuando el hermano de Maeztu fue ametrallado ella sólo tuvo una opción: el exilio, igual que su compañero Jiménez Fraud. «Las Residencias cerraron. La de señoritas se transformó en el Santa Teresa, también para mujeres pero no tenía nada que ver», explican las comisarias.
Muchas chicas salieron escopetadas. España no era un lugar para ideas propias. Algunas acabaron en los colleges con los que mantenían una gran relación. Otras en Latinoamérica o Francia. El resto se mordió la lengua de puertas hacia fuera. El país retrocedió. Lo hizo para todo, pero los derechos de la mujer siempre se desinflan con más facilidad.
Pero es difícil olvidar la libertad. Esas mujeres fueron la semilla que germinó en 1977, cuando nadie dudó que en España la política era cosa de dos. No dudaron de las palabras de Campoamor, cuando defendió que «sólo hay una cosa que hace un sexo solo: alumbrar; las demás las hacemos todos en común, y no podéis venir aquí vosotros a legislar, a votar impuestos, a dictar deberes, a legislar sobre la raza humana, sobre la mujer y sobre el hijo, aislados, fuera de nosotras». Tampoco hubo duda, en la segunda mitad del s. XX, de que las mujeres, aunque en minoría, podían ir a la universidad. «En sus casas hablarían de ello. Una vez una mujer me comentó que cuando era muy pequeña (principios de los años 30) veía en las revistas a estas mujeres de pelo corto, maquilladas y con carreras universitarias. Eran sus heroínas, su referente. Y eso no se olvida».
Las modernas de la Residencia
Lourdes Ventura
María de Maeztu Whitney (Vitoria, 1882-Buenos Aires, 1948) aglutinó las fuerzas de las mujeres españolas que exigían una educación superior, allá por 1915. Fue ella, pedagoga, intelectual y luchadora incansable quien dirigió la Residencia de Señoritas desde 1915 hasta 1936, en el filo de la Guerra Civil. Hermana del filósofo Ramiro de Maeztu, su madre, Juana Whitney, era hija de un diplomático inglés y ya había fundado una escuela femenina. María estudió Magisterio en la Escuela Normal de Vitoria y Filosofía y Letras en Salamanca. Amiga de Unamuno y discípula de Ortega y Gasset, se especializó en Pedagogía y pronto destacó por sus ideas reformistas en materia de educación femenina. Cuando la Junta de Ampliación de Estudios que gestionaba la Residencia de Estudiantes, decidió crear su equivalente femenino, no tuvo ninguna duda a la hora de nombrar a María de Maeztu como su directora y fundadora. Que no nos confunda en el nombre del centro pedagógico, el apocado término de señoritas. Las generaciones que pasaron por la Residencia de la calle Fortuny representaron la vanguardia de las mujeres ilustradas de tres décadas de nuestra historia. Pedagogas como Juana Moreno, Carmen Castilla o Carmen Isern, científicas como María García Escalera o Cecilia García de Cosa, políticas como Victoria Kent o juristas como Matilde Huici, fueron residentes que marcaron el rumbo de muchas universitarias que irrumpieron, aunque acompañadas por los profesores, en las aulas anteriormente reservadas a los varones. La onda expansiva de reivindicaciones feministas que representó la Residencia y sus incontables conferencias abiertas al público, fue calando en las mujeres españolas más avanzadas. Cierto que las modernas que se movían en torno a la Residencia procedían de clases medias ilustradas, con facilidades para el estudio, familias cultas, políticamente liberales y de tradición krausista. Muchas de ellas hablaban idiomas, habían viajado y estaban al tanto de las novedades internacionales. María de Maeztu comprendió que la situación de inferioridad de las mujeres estaba vinculada a la falta de educación y a la carencia de perspectivas profesionales. En 1910 había en España un 70 por ciento de mujeres analfabetas. La Residencia pretendía formar a profesoras, a intelectuales y a científicas con el propósito de atender a la futura formación de todas las mujeres. El movimiento pedagógico liderado por María de Maeztu sirvió de guía espiritual de una generación pionera y feminista que luchó para que las mujeres alcanzarán la enseñanza secundaria y universitaria. Los nombres más interesantes de las intelectuales y políticas de esas décadas estuvieron vinculadas a la Residencia. Maruja Mallo, Concha Méndez, Isabel Oyarzabal, Anita Gasset, Antonia Suau, Clara Campoamor, Elena Fortun, Zenobia Camprubi, María Moliner. Para compartir experiencias comunes, innumerables profesoras extranjeras dieron conferencias invitadas por María de Maeztu. Marie Curie durmió en la Residencia femenina, aunque su ponencia fue en la Residencia de Estudiantes. Y Victoria Ocampo tuvo un gran éxito en una conferencia sobre Harlem. Pero a lo largo del tiempo, también poetas como Salinas, Lorca, Alberti, dieron sus recitales entre algarabía y algún escándalo. Ortega y Gasset, Bergamín, Zubiri, Maeztu, Baroja, Unamuno, fueron invitados habituales. La experiencia de la Residencia de señoritas dio lugar en el año 1926 a la creación del Lyceum Club, también de la mano de María de Maeztu , con su compromiso pedagógico con las mujeres siempre en activo.
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