Las siguientes historias, recogidas durante la manifestación del 7N, narran las vivencias de mujeres que pasaron por situaciones de violencia y cómo desde sus distintas trincheras siguen luchando contra ella.
Julissa Jáuregui · Planeta Futuro | El País, 2015-11-25
http://blogs.elpais.com/migrados/2015/11/25n-historias-de-mujeres-migrantes-frente-a-la-violencia.html
Rosa María, de 47 años, nacida en Perú, aún recuerda el primer golpe que recibió por el que en ese entonces era su esposo tras haber sufrido con anterioridad violencia psicológica y emocional. Ese golpe que la derribó y dejó sin aliento en presencia de sus hijos hizo que denunciara al agresor, no iba a permitir que ellos fuesen maltratados. Quiebra la voz al recordarles.
Atenta, mientras mueve la cabeza al escuchar el testimonio de Rosa, se encuentra la también peruana Donatilda Gamarra, quien fuera dirigente vecinal y más tarde presidenta de la Federación de Mujeres de Villa El Salvador en la etapa más difícil por la que pasaba el distrito tras el asesinato de la dirigente y lideresa María Elena Moyano a manos de Sendero Luminoso.
“Aún recuerdo cuando los hombres al principio en la calle nos gritaban: `Vayan a sus casas a lavar, a cocinar, qué hacen perdiendo el tiempo´, no nos imaginábamos que más tarde tendríamos el reconocimiento de toda la comunidad”, cuenta con gran entusiasmo y orgullo Donatilda. No es para menos, en el distrito de Villa El Salvador, que surgió en medio del desierto de Lima, la Federación de Mujeres promocionó la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, la capacitación de dirigentes, orientadoras legales (la mayoría ex víctimas de violencia de género) y la comisaría de la mujer con personal femenino experto y sensibilizado en el tratamiento de violencia familiar. Donatilda fue una de esas tantas dirigentes que lo arriesgaron todo en el conflicto armado interno por el que pasaba Perú. Sueña con que en España también exista una comisaría de la mujer al vivir una de sus hijas malos tratos por parte de su esposo de nacionalidad española. “Si yo había luchado tanto por las mujeres en mi país cómo iba a permitir que mi hija estuviese pasando por ello”, reflexiona a sus 61 años.
Tanto Rosa María como Donatilda asisten al curso de Dinamizadora Comunitaria para la Prevención de la Violencia de Género impartido por la Fundación Cepaim que tiene por finalidad formar a mujeres migrantes con determinado liderazgo para capacitarlas y sean ellas, posteriormente, quienes trabajen el tema de violencia de género con sus propias comunidades.
Virginia es paraguaya, llegó hace ocho años a Madrid buscando una mejor educación para sus tres hijos. Aquí se separó, se empoderó, y como ella dice fue consciente de que es persona. Recuerda entre lágrimas los malos tratos psicológicos y físicos que sufrió por parte del padre de sus hijos, del que se separó hace cinco años para salir del círculo de violencia en el que estaba atrapada. “Como siempre las mujeres estamos cuidando de nuestros hijos, de nuestros hermanos, nos dejamos atrás, recién estoy en ese proceso de ocuparme de mi propia persona”. Seca sus lágrimas y sonríe. Junto con otras compañeras ha encontrado en el activismo y actualmente en la radio un espacio transformador en el que está muy contenta y con ganas de seguir adelante.
Cerca de Virginia, bajo el sol radiante y ambiente festivo a la par que reivindicativo, se encontraba Maritza Barca, de origen colombiano, que llegó desde Barcelona en representación de la Casa Iberoamericana de la Mujer. “Somos doblemente discriminadas por ser mujeres, y también por ser migrantes, teniendo vulnerado el derecho de ciudadanía que nos impide acceder a derechos fundamentales. Además, la violencia machista se exacerba con las mujeres migrantes, siendo ellas el 30% de las víctimas de violencia, sufrimos comparativamente más violencia machista que las demás mujeres del estado español”, declara Maritza demandando a su vez políticas públicas efectivas visibilizando la mayor vulnerabilidad en la que se encuentra la mujer migrante en situación administrativa irregular, que se complica con la falta de una red de apoyo social y familiar.
Obdulia Guevara de la Asociación de Mujeres esterilizadas de Huancabamba, que busca verdad, justicia y reparación para las 300.000 mujeres peruanas esterilizadas de manera forzada durante el mandato de Alberto Fujimori, la mayoría campesinas y de zonas empobrecidas, era una de esas personas que tras haber sido leído el manifiesto, al final del recorrido, seguía en las calles. Llegó junto a otras compañeras de Mujeres del Mundo desde Bilbao. “Ha sido impresionante, he estado emocionada. Tuve que dejar de sujetar la banderola para salir de la marcha y ver cuánta gente había”, comenta con una gran sonrisa mientras anhela con que algún día una marcha de esas características se de en Perú. Hasta entonces no descansará para que esas mujeres que sufrieron en sus cuerpos, en sus vidas la violencia de políticas públicas traducidas en la violación de sus derechos sexuales y reproductivos encuentren reparación tras una larga espera de dos décadas.
Una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física o sexual, más de 700 millones de mujeres tuvieron que casarse cuando eran niñas, 133 millones de niñas y mujeres han sufrido algún tipo de mutilación genital femenina, miles de mujeres que trabajan en España en el sector doméstico (desempeñado principalmente por migrantes) lo hacen en condiciones casi de esclavitud porque no se ha ratificado el Convenio 189 de la OIT que hace referencia al trabajo decente de los y las trabajadoras domésticas. Esos son sólo algunos datos de los distintos tipos de violencia hacia la mujer.
Hoy, 25 de noviembre, recuerdo a todas aquellas mujeres, a aquellas que en numerosas conversaciones y espacios han confiado un trozo de sus vidas enseñándome a ser consciente de las diversas violencias que hemos sufrido, sufrimos y sufriremos sino emprendemos un cambio desde lo personal, que genere nuevas narrativas y remueva lo estructural. Escribo esto y las recuerdo, mujeres valientes, admirables, ejemplo de resiliencia como “Las Poderosas” guatemaltecas que padecieron actos despreciables, ellas quienes hoy ríen a sus mañanas y abrazan a sus noches desde el empoderamiento alcanzado a través del teatro, que se ha convertido en su espacio de sanación. Recuerdo a las tantas peruanas, como Obdulia, que salieron a gritar a las calles: “Mi cuerpo no es un campo de batalla”. Recuerdo a aquella mujer de origen ecuatoriano que me contaba cómo había sufrido la mayor de sus humillaciones en un CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros). Os recuerdo a todas y me recuerdo a mí misma, porque en esta lucha por la erradicación de las violencias contra la mujer debemos estar todas y debéis estar también vosotros.
Atenta, mientras mueve la cabeza al escuchar el testimonio de Rosa, se encuentra la también peruana Donatilda Gamarra, quien fuera dirigente vecinal y más tarde presidenta de la Federación de Mujeres de Villa El Salvador en la etapa más difícil por la que pasaba el distrito tras el asesinato de la dirigente y lideresa María Elena Moyano a manos de Sendero Luminoso.
“Aún recuerdo cuando los hombres al principio en la calle nos gritaban: `Vayan a sus casas a lavar, a cocinar, qué hacen perdiendo el tiempo´, no nos imaginábamos que más tarde tendríamos el reconocimiento de toda la comunidad”, cuenta con gran entusiasmo y orgullo Donatilda. No es para menos, en el distrito de Villa El Salvador, que surgió en medio del desierto de Lima, la Federación de Mujeres promocionó la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, la capacitación de dirigentes, orientadoras legales (la mayoría ex víctimas de violencia de género) y la comisaría de la mujer con personal femenino experto y sensibilizado en el tratamiento de violencia familiar. Donatilda fue una de esas tantas dirigentes que lo arriesgaron todo en el conflicto armado interno por el que pasaba Perú. Sueña con que en España también exista una comisaría de la mujer al vivir una de sus hijas malos tratos por parte de su esposo de nacionalidad española. “Si yo había luchado tanto por las mujeres en mi país cómo iba a permitir que mi hija estuviese pasando por ello”, reflexiona a sus 61 años.
Tanto Rosa María como Donatilda asisten al curso de Dinamizadora Comunitaria para la Prevención de la Violencia de Género impartido por la Fundación Cepaim que tiene por finalidad formar a mujeres migrantes con determinado liderazgo para capacitarlas y sean ellas, posteriormente, quienes trabajen el tema de violencia de género con sus propias comunidades.
Virginia es paraguaya, llegó hace ocho años a Madrid buscando una mejor educación para sus tres hijos. Aquí se separó, se empoderó, y como ella dice fue consciente de que es persona. Recuerda entre lágrimas los malos tratos psicológicos y físicos que sufrió por parte del padre de sus hijos, del que se separó hace cinco años para salir del círculo de violencia en el que estaba atrapada. “Como siempre las mujeres estamos cuidando de nuestros hijos, de nuestros hermanos, nos dejamos atrás, recién estoy en ese proceso de ocuparme de mi propia persona”. Seca sus lágrimas y sonríe. Junto con otras compañeras ha encontrado en el activismo y actualmente en la radio un espacio transformador en el que está muy contenta y con ganas de seguir adelante.
Cerca de Virginia, bajo el sol radiante y ambiente festivo a la par que reivindicativo, se encontraba Maritza Barca, de origen colombiano, que llegó desde Barcelona en representación de la Casa Iberoamericana de la Mujer. “Somos doblemente discriminadas por ser mujeres, y también por ser migrantes, teniendo vulnerado el derecho de ciudadanía que nos impide acceder a derechos fundamentales. Además, la violencia machista se exacerba con las mujeres migrantes, siendo ellas el 30% de las víctimas de violencia, sufrimos comparativamente más violencia machista que las demás mujeres del estado español”, declara Maritza demandando a su vez políticas públicas efectivas visibilizando la mayor vulnerabilidad en la que se encuentra la mujer migrante en situación administrativa irregular, que se complica con la falta de una red de apoyo social y familiar.
Obdulia Guevara de la Asociación de Mujeres esterilizadas de Huancabamba, que busca verdad, justicia y reparación para las 300.000 mujeres peruanas esterilizadas de manera forzada durante el mandato de Alberto Fujimori, la mayoría campesinas y de zonas empobrecidas, era una de esas personas que tras haber sido leído el manifiesto, al final del recorrido, seguía en las calles. Llegó junto a otras compañeras de Mujeres del Mundo desde Bilbao. “Ha sido impresionante, he estado emocionada. Tuve que dejar de sujetar la banderola para salir de la marcha y ver cuánta gente había”, comenta con una gran sonrisa mientras anhela con que algún día una marcha de esas características se de en Perú. Hasta entonces no descansará para que esas mujeres que sufrieron en sus cuerpos, en sus vidas la violencia de políticas públicas traducidas en la violación de sus derechos sexuales y reproductivos encuentren reparación tras una larga espera de dos décadas.
Una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física o sexual, más de 700 millones de mujeres tuvieron que casarse cuando eran niñas, 133 millones de niñas y mujeres han sufrido algún tipo de mutilación genital femenina, miles de mujeres que trabajan en España en el sector doméstico (desempeñado principalmente por migrantes) lo hacen en condiciones casi de esclavitud porque no se ha ratificado el Convenio 189 de la OIT que hace referencia al trabajo decente de los y las trabajadoras domésticas. Esos son sólo algunos datos de los distintos tipos de violencia hacia la mujer.
Hoy, 25 de noviembre, recuerdo a todas aquellas mujeres, a aquellas que en numerosas conversaciones y espacios han confiado un trozo de sus vidas enseñándome a ser consciente de las diversas violencias que hemos sufrido, sufrimos y sufriremos sino emprendemos un cambio desde lo personal, que genere nuevas narrativas y remueva lo estructural. Escribo esto y las recuerdo, mujeres valientes, admirables, ejemplo de resiliencia como “Las Poderosas” guatemaltecas que padecieron actos despreciables, ellas quienes hoy ríen a sus mañanas y abrazan a sus noches desde el empoderamiento alcanzado a través del teatro, que se ha convertido en su espacio de sanación. Recuerdo a las tantas peruanas, como Obdulia, que salieron a gritar a las calles: “Mi cuerpo no es un campo de batalla”. Recuerdo a aquella mujer de origen ecuatoriano que me contaba cómo había sufrido la mayor de sus humillaciones en un CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros). Os recuerdo a todas y me recuerdo a mí misma, porque en esta lucha por la erradicación de las violencias contra la mujer debemos estar todas y debéis estar también vosotros.
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