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La Modernidad eurocentrada impuso la obsesión por lo ‘universal’, una manera de aplanar las diferencias y de ningunear los ‘localismos’.
Paco Gómez Nadal | El Salto, 2018-08-17
https://www.elsaltodiario.com/descentradas/contra-el-universalismoo
Ya se sabe, quien no es cosmopolita no es moderno, quien no es moderno es una reliquia destinada a desaparecer y no es cosmopolita quien no tienen una visión universalista. Si esa fórmula impuesta sigue siendo vigente es porque ese ‘universalismo’ ha impregnado todas las ideologías contemporáneas.
Es universalista el fascismo, que traduce lo universal en lo totalitario: una sola forma homogénea de ver y organizar la sociedad, sin brechas, sin disensos. Es universalista el liberalismo, que no convive con otras formas ideológicas aunque se llene la boca con cierto respeto a la diferencia y que aplica la supuesta libertad de mercado (que es el mercado de unos pocos defendido por el Estado). Es universalista la izquierda tradicional (que, paradójicamente, es la ‘Moderna’), que tipifica al sujeto revolucionario sin importar la latitud de la que trate y que apuesta por el desarrollismo sin importar el idioma en el que se conjugue.
La Modernidad eurocentrada (que es la única Modernidad existente porque es ‘universal’) impuso la obsesión por lo ‘universal’ de una forma nada casual porque fue la Europa imperial y dominante la que denominó, pulió y dio esplendor a todo lo que ella misma decidió que era ‘universal’. Y esa aplanadora universalizadora nos empujó a despreciar, anecdotizar o exotizar los localismos, lo pequeño, lo que no tenía la vocación ‘inmanente’ de trascender y convertirse en universal.
Lo universal se impone de diversas maneras. Nos inventamos el Estado-nación para ‘incluir’ al planeta en la lógica de la democracia delegada universal (tan útil para el disciplinamiento social imprescindible para la acumulación capitalista); el aparato de lo que ahora se llama la industria cultural (en la que podríamos incluir la educación reglada) ha servido para que universalicemos las formas; las instituciones financieras internacionales (IFIs) han forzado a países de las latitudes más singulares a aplicar las fórmulas económicas del capitalismo depredador sin reparar en las ‘anécdotas’ localistas; la ONU nació para que nada (o casi nada) se saliera del guión de los derechos humanos universales que redactaron unos pocos y para que universalmente se pudieran controlar (no transformar) los desbordamientos fronterizos o los excesos del universalismo; y Frontex ha nacido para explicar a los ingenuos y anticuados localistas que las fronteras de lo realmente universal (y Moderno) son las de la Europa que siempre ha despreciado los otros afueras que ella no eligiera como potencialmente adentros.
Lo local es antiguo, limitado, atrasado, étnico quizá. Poco más. Y, sin embargo, es en las luchas concretas, locales, inmensamente pequeñas, territoriales, donde se está jugando la cuarta guerra mundial, esa que planta cara de frente al extractivismo voraz, a la gestión de las poblaciones como residuos sólidos, a los cantos de sirenos (siempre llevan corbata) que venden el ‘desarrollo’ y la educación eurooccidental como las puertas combinadas que nos pueden introducir en lo universal. Aprende inglés, o chino, saca un máster triple con certificación internacional, alójate en un servidor de internet para poder ser cósmico, no dudes en irte de vacaciones a 12.000 kilómetros de casa para poder tomarte un selfie con un decorado exótico... El mensaje para los más jóvenes vástagos del universalismo (los nacidos en eurooccidente) es claro y las familias se encargan de descartar una vida localista, localizada, situada, obtusa y aburrida. No es cool quedarse en el pueblo, no es ‘moderno’ cuidar vacas o mantener la tienda de barrio, es de fracasados hacer trabajos manuales (algo tan poco acorde a la revolución tecnológica que habita la minoría universal)... esas cosas sólo las hacen aquellos que no han sido capaces de incorporarse a ‘su’ tiempo (que es el tiempo determinado por los universalistas).
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) ya no es tan sexy desde que decidió concentrarse en su autonomía tras intentar (con poco éxito) de contagiar a las otras que aspiraban a ser mexicanas modernas o europeas revolucionarias a punta de facebookear poéticas frases de algún subcomandante que fuera personaje antes que sucio revolucionario anclado a la tierra. No hay nada que mirar en África o en Asia, continentes llenos de experiencias locales que pecan de un déficit de universalismo lamentable. Llevamos cinco siglos largos construyendo lo universal como para ahora mirar al terruño o a la propia comunidad. Y lo universal, que se traduce en lo estatal, es contradictorio e incompatible con lo comunitario. Por eso, en Europa, cuna del universalismo, acabamos con lo comunitario hace mucho tiempo: a sangre y fuego, primero, a punta de colegios e industria cultural después. Fuera de este espacio universalmente diminuto, que es la Europa imperial, las luchas van justo en contravía y buscan recuperar, potenciar y resistir desde/en/con lo comunitario.
Escribe Raúl Zibechi que “la lógica estatal y la lógica comunitaria son opuestas, antagónicas. La primera descansa en el monopolio de la fuerza legítima en un determinado territorio y en su administración a través de una burocracia civil y militar permanente, no elegible, que se reproduce, y es controlada por ella misma. Transformarla desde dentro es muy difícil y supone procesos de larga duración. (...) La lógica comunitaria está basada en la rotación de tareas y funciones entre todos los miembros de la comunidad, cuya máxima autoridad es la asamblea. En este sentido, la asamblea como espacio/tiempo para la toma de decisiones debe considerarse un ‘bien común’. (...) La comunidad se mantiene viva no por la propiedad común sino por los trabajos colectivos que son un hacer creativo, que re-crean y afirman la comunidad en su vida cotidiana. Esos trabajos colectivos son el modo como los comuneros y comuneras hacen comunidad, como forma de expresar relaciones sociales diferentes a las hegemónicas”.
La izquierda tradicional desprecia la lógica comunitaria porque ésta, siendo un contrapoder poderoso, no aspira a la toma del poder. La asamblea y la rotación de las responsabilidades, como explica Zibechi, dispersa el poder y no reproduce las lógicas piramidales y jerárquicas del Estado. Cada comunidad busca soluciones a sus problemas concretos. Pero, para que eso ocurra, debe existir lo comunitario. En el territorio arrasado de Europa toca reconstruir o reinventar el concepto de comunidad partiendo de lógicas locales, no universales. No significa encerrarse en una lógica autárquica e híper localista que niegue a las otras experiencias de contrapoder, sino de cultivar lo comunitario con paciencia para luego trabajar en la urdimbre de las alianzas entre experiencias. Es poco universal y poco moderno pero… ¿quién quiere ser universal y moderno?
Es universalista el fascismo, que traduce lo universal en lo totalitario: una sola forma homogénea de ver y organizar la sociedad, sin brechas, sin disensos. Es universalista el liberalismo, que no convive con otras formas ideológicas aunque se llene la boca con cierto respeto a la diferencia y que aplica la supuesta libertad de mercado (que es el mercado de unos pocos defendido por el Estado). Es universalista la izquierda tradicional (que, paradójicamente, es la ‘Moderna’), que tipifica al sujeto revolucionario sin importar la latitud de la que trate y que apuesta por el desarrollismo sin importar el idioma en el que se conjugue.
La Modernidad eurocentrada (que es la única Modernidad existente porque es ‘universal’) impuso la obsesión por lo ‘universal’ de una forma nada casual porque fue la Europa imperial y dominante la que denominó, pulió y dio esplendor a todo lo que ella misma decidió que era ‘universal’. Y esa aplanadora universalizadora nos empujó a despreciar, anecdotizar o exotizar los localismos, lo pequeño, lo que no tenía la vocación ‘inmanente’ de trascender y convertirse en universal.
Lo universal se impone de diversas maneras. Nos inventamos el Estado-nación para ‘incluir’ al planeta en la lógica de la democracia delegada universal (tan útil para el disciplinamiento social imprescindible para la acumulación capitalista); el aparato de lo que ahora se llama la industria cultural (en la que podríamos incluir la educación reglada) ha servido para que universalicemos las formas; las instituciones financieras internacionales (IFIs) han forzado a países de las latitudes más singulares a aplicar las fórmulas económicas del capitalismo depredador sin reparar en las ‘anécdotas’ localistas; la ONU nació para que nada (o casi nada) se saliera del guión de los derechos humanos universales que redactaron unos pocos y para que universalmente se pudieran controlar (no transformar) los desbordamientos fronterizos o los excesos del universalismo; y Frontex ha nacido para explicar a los ingenuos y anticuados localistas que las fronteras de lo realmente universal (y Moderno) son las de la Europa que siempre ha despreciado los otros afueras que ella no eligiera como potencialmente adentros.
Lo local es antiguo, limitado, atrasado, étnico quizá. Poco más. Y, sin embargo, es en las luchas concretas, locales, inmensamente pequeñas, territoriales, donde se está jugando la cuarta guerra mundial, esa que planta cara de frente al extractivismo voraz, a la gestión de las poblaciones como residuos sólidos, a los cantos de sirenos (siempre llevan corbata) que venden el ‘desarrollo’ y la educación eurooccidental como las puertas combinadas que nos pueden introducir en lo universal. Aprende inglés, o chino, saca un máster triple con certificación internacional, alójate en un servidor de internet para poder ser cósmico, no dudes en irte de vacaciones a 12.000 kilómetros de casa para poder tomarte un selfie con un decorado exótico... El mensaje para los más jóvenes vástagos del universalismo (los nacidos en eurooccidente) es claro y las familias se encargan de descartar una vida localista, localizada, situada, obtusa y aburrida. No es cool quedarse en el pueblo, no es ‘moderno’ cuidar vacas o mantener la tienda de barrio, es de fracasados hacer trabajos manuales (algo tan poco acorde a la revolución tecnológica que habita la minoría universal)... esas cosas sólo las hacen aquellos que no han sido capaces de incorporarse a ‘su’ tiempo (que es el tiempo determinado por los universalistas).
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) ya no es tan sexy desde que decidió concentrarse en su autonomía tras intentar (con poco éxito) de contagiar a las otras que aspiraban a ser mexicanas modernas o europeas revolucionarias a punta de facebookear poéticas frases de algún subcomandante que fuera personaje antes que sucio revolucionario anclado a la tierra. No hay nada que mirar en África o en Asia, continentes llenos de experiencias locales que pecan de un déficit de universalismo lamentable. Llevamos cinco siglos largos construyendo lo universal como para ahora mirar al terruño o a la propia comunidad. Y lo universal, que se traduce en lo estatal, es contradictorio e incompatible con lo comunitario. Por eso, en Europa, cuna del universalismo, acabamos con lo comunitario hace mucho tiempo: a sangre y fuego, primero, a punta de colegios e industria cultural después. Fuera de este espacio universalmente diminuto, que es la Europa imperial, las luchas van justo en contravía y buscan recuperar, potenciar y resistir desde/en/con lo comunitario.
Escribe Raúl Zibechi que “la lógica estatal y la lógica comunitaria son opuestas, antagónicas. La primera descansa en el monopolio de la fuerza legítima en un determinado territorio y en su administración a través de una burocracia civil y militar permanente, no elegible, que se reproduce, y es controlada por ella misma. Transformarla desde dentro es muy difícil y supone procesos de larga duración. (...) La lógica comunitaria está basada en la rotación de tareas y funciones entre todos los miembros de la comunidad, cuya máxima autoridad es la asamblea. En este sentido, la asamblea como espacio/tiempo para la toma de decisiones debe considerarse un ‘bien común’. (...) La comunidad se mantiene viva no por la propiedad común sino por los trabajos colectivos que son un hacer creativo, que re-crean y afirman la comunidad en su vida cotidiana. Esos trabajos colectivos son el modo como los comuneros y comuneras hacen comunidad, como forma de expresar relaciones sociales diferentes a las hegemónicas”.
La izquierda tradicional desprecia la lógica comunitaria porque ésta, siendo un contrapoder poderoso, no aspira a la toma del poder. La asamblea y la rotación de las responsabilidades, como explica Zibechi, dispersa el poder y no reproduce las lógicas piramidales y jerárquicas del Estado. Cada comunidad busca soluciones a sus problemas concretos. Pero, para que eso ocurra, debe existir lo comunitario. En el territorio arrasado de Europa toca reconstruir o reinventar el concepto de comunidad partiendo de lógicas locales, no universales. No significa encerrarse en una lógica autárquica e híper localista que niegue a las otras experiencias de contrapoder, sino de cultivar lo comunitario con paciencia para luego trabajar en la urdimbre de las alianzas entre experiencias. Es poco universal y poco moderno pero… ¿quién quiere ser universal y moderno?
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