Imagen: El País / Pancarta de protesta contra la pederastia eclesiástica en la visita de Bergoglio a Dublín |
El arzobispo Viganò, exnuncio en EE UU, denuncia que Francisco conocía las acusaciones contra el cardenal Theodore McCarrick.
Daniel Verdú | El País, 2018-08-26
https://elpais.com/internacional/2018/08/26/actualidad/1535270300_057389.html
El arzobispo Carlo Maria Viganò, exnuncio en Washington entre 2011 y 2016, ha escrito una carta de 11 páginas en la que acusa gravemente al papa Francisco de “cubrir” y silenciar los abusos del cardenal estadounidense Theodore McCarrick y le pide que “dimita” por haber mirado hacia otro lado. Viganò asegura en su misiva, publicada justo cuando el Pontífice se encuentra de viaje en Irlanda y las víctimas de abusos le reprochan que no sea más duro con los abusadores, que él personalmente le informó de que el cardenal McCarrick había sido acusado por acoso sexual a un adolescente y que Benedicto XVI le había impuesto una serie de sanciones que restringían sus poderes. La respuesta de Bergoglio a Viganò nunca llegó, supuestamente, y el Vaticano no actuó hasta este verano, cuando el caso salió a la luz a través de los medios y el Papa retiró a McCarrick su condición de cardenal.
La bomba estaba cuidadosamente diseñada. Explotó justo el día en el que el Papa terminaba su visita a Irlanda, zona cero de los abusos donde ha tenido que volver a pedir perdón repetidamente, y pocas horas antes de su tradicional encuentro con la prensa en el avión de vuelta. Imposible mayor impacto. La carta, una acusación sin precedentes a un Pontífice lanzada desde un nivel tan alto en la jerarquía eclesiástica, fue publicada por diversos medios católicos conservadores como el The National Catholic Register, LifeSiteNews o InfoVaticana. Viganò -un controvertido y ultraconservador arzobispo que ocupó altos cargos en el Vaticano- asegura en ella que se reunió con el papa Francisco, justo después de su elección (el 23 de junio de 2013), y le alertó de la gravedad de los acusaciones a McCarrick. El denunciante, que ya estuvo en las entretelas del llamado caso Vatileaks y es un defensor de la línea antigay de la Iglesia, dio detalles y expuso largamente una serie de hechos aquel día. Pero no hubo respuesta, señala Viganó.
El exnuncio, que fue apartado en su momento por Benedicto XVI y enviado a Washington, sostiene que ha decidido hablar porque “la corrupción ha llegado a los niveles más altos de la Iglesia”. Según explica en su carta -a la que el Vaticano no quiso responder en todo el día-, Francisco le preguntó en el primer encuentro que mantuvieron acerca de su impresión sobre McCarrick para tenderle una trampa. “Le respondí con total franqueza y, si lo desean, con mucha ingenuidad: ‘Santo Padre, no sé si usted conoce al cardenal McCarrick, pero si le pregunta a la Congregación para los Obispos, hay un expediente así de gordo sobre él. Ha corrompido a generaciones de seminaristas y sacerdotes, y el Papa Benedicto le ha impuesto retirarse a una vida de oración y penitencia’. El Papa no hizo el más mínimo comentario a mis graves palabras y su rostro no mostró ninguna expresión de sorpresa, como si ya conociera la situación desde hace tiempo, y cambió enseguida de tema”, señala en su misiva.
El elemento fundamental de su acusación es que, supuestamente, Benedicto XVI ya había tenido conocimiento entre 2009 y 2010 de la actitud de McCarrick –una serie de abusos a seminaristas a los que invitaba a dormir a su cama en una casa que tenía en la playa- y le había impuesto unas sanciones canónicas según las cuales debía dejar el seminario donde vivía, se le prohibía celebrar misa en público, participar en reuniones, dar conferencias o viajar. Pero Francisco, siempre según esta versión, “continuó encubriéndolo” y “no las tomó en consideración”. Además, el actual papa convirtió a McCarrick en un “fiable consejero” con quien consultó los siguientes nombramientos en EE UU y a quien utilizó para la relación con la Administración Obama. Lo extraño es que todo el mundo sabe que si realmente pesaban esas restricciones sobre McCarrick, este nunca las cumplió y siguió celebrando misas durante el pontificado de Benedicto XVI.
La acusación está basada en el testimonio de Viganò –él pone a Dios por testigo de que es cierto- y una serie de fechas que proporciona para demostrar la veracidad de sus encuentros. De momento es su palabra contra la del Papa. Pero la carta es un potente misil que llega desde Estados Unidos en un mal momento para Francisco. El exnuncio también señala al cardenal Donald Wuerl, actual arzobispo de Washington, acusado de encubrir los abusos de Pensilvania. Según el denunciante, también conocía el caso de McCarrick: “Yo mismo hablé del tema con el cardenal Wuerl en varias ocasiones, y no necesité entrar en detalles porque quedó claro inmediatamente que era plenamente consciente de ello. […]. Sus declaraciones recientes diciendo que no sabía nada sobre este tema… son de risa. Miente vergonzosamente”.
Viganò no deja títere con cabeza y la misiva está llena de dardos al círculo más cercano del Papa –también en cuestiones personales y de orientación sexual-, entre los que están el secretario de Estado, Pietro Parolin o su consejero, el cardenal Maradiaga, a quien acusa de insultar a las víctimas para tapar escándalos en su país. Al anterior secretario de Estado, Tarciso Bertone, responsable de su traslado forzoso a Washington, le acusa de promover sistemáticamente a "homosexuales". Pero también apunta con nombres y apellidos contra un reguero de cardenales, obispos y responsables de las congregaciones que, supuestamente, supieron durante años del comportamiento de McCarrick y lo ocultaron.
El tono destila una cierta inquina personal y altas dosis de homofobia. Tampoco deja duda de que el momento elegido para su publicación forma parte de la persistente campaña ultraconservadora procedente de EE UU contra el actual Pontífice, a la que Viganò se ha unido recientemente (el mes pasado participó en una reunión de prelados contrarios a Francisco en un hotel de Roma). Pero el contenido de las acusaciones va mucho más allá de lo que normalmente estos círculos habían planteado y ha despertado cierta estupefacción. No son solo insinuaciones, está firmada y dispara contra todo tipo de cargos. “El cardenal Wuerl, consciente de los abusos cometidos por el cardenal McCarrick y de las sanciones que le había impuesto Benedicto XVI, se saltó la orden del Papa y le permitió residir en un seminario en Washington D.C. Haciendo eso puso en riesgo a otros seminaristas”, insiste en su carta.
McCarrick siempre había negado los hechos y recientemente manifestó a través de un comunicado su “plena” colaboración con las autoridades vaticanas. Sin embargo, el pasado 20 de junio una comisión de investigación en Nueva York determinó que las acusaciones “estaban fundamentadas y eran creíbles”. Como respuesta, esa misma semana, el secretario de Estado vaticano, el cardenal Pietro Parolin, ordenó que el purpurado abandonara el servicio público, siguiendo las instrucciones del Papa.
El pasado 20 de julio, un hombre rompió su silencio después de 40 años y aseguró al The New York Times que el cardenal McCarrick, que se hacía llamar entre los muchachos de su parroquia uncle Ted (tío Ted), había abusado de él cuando tenía 11 años. El entonces sacerdote tenía 39 años y había continuado abusando durante dos decenios más.
La bomba estaba cuidadosamente diseñada. Explotó justo el día en el que el Papa terminaba su visita a Irlanda, zona cero de los abusos donde ha tenido que volver a pedir perdón repetidamente, y pocas horas antes de su tradicional encuentro con la prensa en el avión de vuelta. Imposible mayor impacto. La carta, una acusación sin precedentes a un Pontífice lanzada desde un nivel tan alto en la jerarquía eclesiástica, fue publicada por diversos medios católicos conservadores como el The National Catholic Register, LifeSiteNews o InfoVaticana. Viganò -un controvertido y ultraconservador arzobispo que ocupó altos cargos en el Vaticano- asegura en ella que se reunió con el papa Francisco, justo después de su elección (el 23 de junio de 2013), y le alertó de la gravedad de los acusaciones a McCarrick. El denunciante, que ya estuvo en las entretelas del llamado caso Vatileaks y es un defensor de la línea antigay de la Iglesia, dio detalles y expuso largamente una serie de hechos aquel día. Pero no hubo respuesta, señala Viganó.
El exnuncio, que fue apartado en su momento por Benedicto XVI y enviado a Washington, sostiene que ha decidido hablar porque “la corrupción ha llegado a los niveles más altos de la Iglesia”. Según explica en su carta -a la que el Vaticano no quiso responder en todo el día-, Francisco le preguntó en el primer encuentro que mantuvieron acerca de su impresión sobre McCarrick para tenderle una trampa. “Le respondí con total franqueza y, si lo desean, con mucha ingenuidad: ‘Santo Padre, no sé si usted conoce al cardenal McCarrick, pero si le pregunta a la Congregación para los Obispos, hay un expediente así de gordo sobre él. Ha corrompido a generaciones de seminaristas y sacerdotes, y el Papa Benedicto le ha impuesto retirarse a una vida de oración y penitencia’. El Papa no hizo el más mínimo comentario a mis graves palabras y su rostro no mostró ninguna expresión de sorpresa, como si ya conociera la situación desde hace tiempo, y cambió enseguida de tema”, señala en su misiva.
El elemento fundamental de su acusación es que, supuestamente, Benedicto XVI ya había tenido conocimiento entre 2009 y 2010 de la actitud de McCarrick –una serie de abusos a seminaristas a los que invitaba a dormir a su cama en una casa que tenía en la playa- y le había impuesto unas sanciones canónicas según las cuales debía dejar el seminario donde vivía, se le prohibía celebrar misa en público, participar en reuniones, dar conferencias o viajar. Pero Francisco, siempre según esta versión, “continuó encubriéndolo” y “no las tomó en consideración”. Además, el actual papa convirtió a McCarrick en un “fiable consejero” con quien consultó los siguientes nombramientos en EE UU y a quien utilizó para la relación con la Administración Obama. Lo extraño es que todo el mundo sabe que si realmente pesaban esas restricciones sobre McCarrick, este nunca las cumplió y siguió celebrando misas durante el pontificado de Benedicto XVI.
La acusación está basada en el testimonio de Viganò –él pone a Dios por testigo de que es cierto- y una serie de fechas que proporciona para demostrar la veracidad de sus encuentros. De momento es su palabra contra la del Papa. Pero la carta es un potente misil que llega desde Estados Unidos en un mal momento para Francisco. El exnuncio también señala al cardenal Donald Wuerl, actual arzobispo de Washington, acusado de encubrir los abusos de Pensilvania. Según el denunciante, también conocía el caso de McCarrick: “Yo mismo hablé del tema con el cardenal Wuerl en varias ocasiones, y no necesité entrar en detalles porque quedó claro inmediatamente que era plenamente consciente de ello. […]. Sus declaraciones recientes diciendo que no sabía nada sobre este tema… son de risa. Miente vergonzosamente”.
Viganò no deja títere con cabeza y la misiva está llena de dardos al círculo más cercano del Papa –también en cuestiones personales y de orientación sexual-, entre los que están el secretario de Estado, Pietro Parolin o su consejero, el cardenal Maradiaga, a quien acusa de insultar a las víctimas para tapar escándalos en su país. Al anterior secretario de Estado, Tarciso Bertone, responsable de su traslado forzoso a Washington, le acusa de promover sistemáticamente a "homosexuales". Pero también apunta con nombres y apellidos contra un reguero de cardenales, obispos y responsables de las congregaciones que, supuestamente, supieron durante años del comportamiento de McCarrick y lo ocultaron.
El tono destila una cierta inquina personal y altas dosis de homofobia. Tampoco deja duda de que el momento elegido para su publicación forma parte de la persistente campaña ultraconservadora procedente de EE UU contra el actual Pontífice, a la que Viganò se ha unido recientemente (el mes pasado participó en una reunión de prelados contrarios a Francisco en un hotel de Roma). Pero el contenido de las acusaciones va mucho más allá de lo que normalmente estos círculos habían planteado y ha despertado cierta estupefacción. No son solo insinuaciones, está firmada y dispara contra todo tipo de cargos. “El cardenal Wuerl, consciente de los abusos cometidos por el cardenal McCarrick y de las sanciones que le había impuesto Benedicto XVI, se saltó la orden del Papa y le permitió residir en un seminario en Washington D.C. Haciendo eso puso en riesgo a otros seminaristas”, insiste en su carta.
McCarrick siempre había negado los hechos y recientemente manifestó a través de un comunicado su “plena” colaboración con las autoridades vaticanas. Sin embargo, el pasado 20 de junio una comisión de investigación en Nueva York determinó que las acusaciones “estaban fundamentadas y eran creíbles”. Como respuesta, esa misma semana, el secretario de Estado vaticano, el cardenal Pietro Parolin, ordenó que el purpurado abandonara el servicio público, siguiendo las instrucciones del Papa.
El pasado 20 de julio, un hombre rompió su silencio después de 40 años y aseguró al The New York Times que el cardenal McCarrick, que se hacía llamar entre los muchachos de su parroquia uncle Ted (tío Ted), había abusado de él cuando tenía 11 años. El entonces sacerdote tenía 39 años y había continuado abusando durante dos decenios más.
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