Imagen: Google Imágenes / Donald Wuert, cardenal encubridor de la pederastia eclesial en Pensilvania |
El patriarcado religioso recurre a las agresiones sexuales para demostrar su poder omnímodo en las religiones.
Juan José Tamayo | El País, 2018-08-15
https://elpais.com/internacional/2018/08/15/actualidad/1534356881_929196.html
La pederastia es el mayor escándalo de la Iglesia católica durante el siglo XX y principios del XXI y el que más la desacredita. No se trata de una enfermedad pasajera que afecte excepcionalmente a algunos de sus miembros, sino de un cáncer con metástasis que alcanza a todo el cuerpo eclesiástico: cardenales, obispos, sacerdotes, miembros de la Curia romana, de congregaciones religiosas, educadores en seminarios, noviciados y colegios religiosos, etc. Quienes se presentaban como modelos de entrega a los demás, se entregaron, sí, pero a crímenes contra personas indefensas. Quienes se consideraban expertos en educación utilizaron su supuesta excelencia para abusar de los niños y adolescentes que los padres y las madres les confiaban. Quienes decían ser “guías de almas” para llevarlas al cielo por el camino de la salvación se dedicaban a mancillar sus cuerpos, anular sus mentes y pervertir sus conciencias.
¿Conocían el Vaticano y las curias diocesanas tan perversas y humillantes prácticas? Por supuesto que sí, ya que les llegaban numerosos informes y frecuentes denuncias, pero no actuaban conforme a la gravedad del delito. Todo lo contrario, a las víctimas y a las personas denunciantes se les imponía silencio y se les amenazaba con penas severas si osaban hablar. Tal modo de proceder creó un clima de permisividad, una atmósfera de oscurantismo y un ambiente de complicidad con los pederastas, a quienes se eximía de culpa, mientras que esta se trasladaba a las víctimas. Hacer públicas agresiones sexuales se consideraba una desobediencia, peor aún, una traición al silencio impuesto por las autoridades, que decían representar a Dios en la tierra.
No importaba la pérdida de la dignidad de las víctimas, ni las lesiones físicas, psíquicas y mentales con las que tenían que convivir de por vida. No había acto de contrición alguno, ni arrepentimiento, ni propósito de la enmienda, ni reparación de los daños causados, como tampoco rehabilitación. Tal actitud suponía una nueva y más brutal agresión. La permisividad del delito, la falta de castigo, la complicidad y la negativa a colaborar con la justicia, convertían la pederastia en una práctica legitimada estructural.
Los casos de pederastia se produjeron, la mayoría de las veces, en instituciones dirigidas por varones. Lo que demuestra que el patriarcado religioso recurre a las agresiones sexuales para demostrar su poder omnímodo en las religiones. Un poder que convierte a los clérigos en representantes y portavoces de Dios. Masculinidad sagrada y violencia, pederastia religiosa y patriarcado son binomios que suelen caminar juntos y causan más destrozos que un huracán.
¿Qué hacer ante este cáncer? Tolerancia cero, llevar a los presuntos culpables ante los tribunales civiles y, muy importante, que los jueces pierdan el miedo a las personas sagradas y las juzguen conforme a la gravedad del delito. ¿Y en el interior de las instituciones eclesiásticas? Ir a la raíz de tan diabólico comportamiento, que se encuentra en el sistema patriarcal imperante en la Iglesia católica. ¡Y cambiar la imagen de Dios ‘Padre Padrone’!
Juan José Tamayo es director de la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría, de la Universidad Carlos III de Madrid.
¿Conocían el Vaticano y las curias diocesanas tan perversas y humillantes prácticas? Por supuesto que sí, ya que les llegaban numerosos informes y frecuentes denuncias, pero no actuaban conforme a la gravedad del delito. Todo lo contrario, a las víctimas y a las personas denunciantes se les imponía silencio y se les amenazaba con penas severas si osaban hablar. Tal modo de proceder creó un clima de permisividad, una atmósfera de oscurantismo y un ambiente de complicidad con los pederastas, a quienes se eximía de culpa, mientras que esta se trasladaba a las víctimas. Hacer públicas agresiones sexuales se consideraba una desobediencia, peor aún, una traición al silencio impuesto por las autoridades, que decían representar a Dios en la tierra.
No importaba la pérdida de la dignidad de las víctimas, ni las lesiones físicas, psíquicas y mentales con las que tenían que convivir de por vida. No había acto de contrición alguno, ni arrepentimiento, ni propósito de la enmienda, ni reparación de los daños causados, como tampoco rehabilitación. Tal actitud suponía una nueva y más brutal agresión. La permisividad del delito, la falta de castigo, la complicidad y la negativa a colaborar con la justicia, convertían la pederastia en una práctica legitimada estructural.
Los casos de pederastia se produjeron, la mayoría de las veces, en instituciones dirigidas por varones. Lo que demuestra que el patriarcado religioso recurre a las agresiones sexuales para demostrar su poder omnímodo en las religiones. Un poder que convierte a los clérigos en representantes y portavoces de Dios. Masculinidad sagrada y violencia, pederastia religiosa y patriarcado son binomios que suelen caminar juntos y causan más destrozos que un huracán.
¿Qué hacer ante este cáncer? Tolerancia cero, llevar a los presuntos culpables ante los tribunales civiles y, muy importante, que los jueces pierdan el miedo a las personas sagradas y las juzguen conforme a la gravedad del delito. ¿Y en el interior de las instituciones eclesiásticas? Ir a la raíz de tan diabólico comportamiento, que se encuentra en el sistema patriarcal imperante en la Iglesia católica. ¡Y cambiar la imagen de Dios ‘Padre Padrone’!
Juan José Tamayo es director de la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría, de la Universidad Carlos III de Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.