Imagen: El País / Robert Reed |
Era la quintaesencia del padre y esposo estadounidense y formó una familia de acuerdo a aquella imagen, pero durante su corta vida ocultó la homosexualidad que creyó que destruiría su carrera.
Juan Sanguino | El País, 2018-08-19
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Robert Reed odiaba ‘La tribu de los Brady’. Su formación en teatro clásico en Londres le obsesionó con Shakespeare y pasar a la historia como Mike Brady, el padre de Estados Unidos, le provocaría tensiones, ansiedad, infelicidad, furia y soledad, según recuerda Florence Henderson, la actriz que interpretaba a su esposa en telecomedia y que falleció en 2016. Pero esa angustia no solo provenía de su frustración como actor: la fama obligó a Reed a vivir su homosexualidad en secreto por temor a perder su trabajo y a decepcionar a los millones de espectadores que habían decidido que Mike Brady era el estadounidense al que todos deseaban parecerse.
Reed también odiaba su nombre artístico. John Rietz (Illinois, 1932 – California, 1992) se casó con Marilyn, una compañera de universidad, tuvo una hija y a los cinco años llegó un día a casa y no estaban ni los muebles. Tras el divorcio, el actor tuvo que elegir entre dos proyectos: ‘Misión imposible’ o ‘La tribu de los Brady’. Se decantó por la segunda porque sentía que había más conflicto: narraba el día a día de la familia moderna formada por Mike y sus tres hijos (Greg, Peter y Bobby) y Carol y sus tres hijas (Marcia, Jan y Cindy) nacidos de sus respectivos matrimonios anteriores.
Las tramas de la serie transformaban la por entonces popular guerra de sexos en una inocua tregua de sexos, con Peter rompiendo un jarrón y todos sus hermanos y hermanastras fingiendo ser culpables para salvarle de un castigo, con Peter rompiéndole la nariz a Marcia con un balón de rugby o toda la familia compitiendo por ver quién conducía mejor cuando Greg se mofaba de Marcia tras suspender el examen del carné de conducir porque, según él, las chicas no deberían estar al volante.
Y el patriarca, Mike, se reveló como el canon del padre televisivo: afectuoso pero firme, conservador pero resignado ante los cambios de la sociedad y siempre con un chiste preparado para abochornar a sus hijos. Robert Reed, por su parte, tenía opiniones. “Robert consideraba que la televisión estaba por debajo de él y que las telecomedias estaban aún más por debajo de la televisión”, explicó Sherwood Schwartz, creador de la serie. Exigía cambios cuando consideraba que las motivaciones de los personajes no estaban claras y cuando sentía que una escena no resultaba verosímil se largaba del rodaje sin decir nada.
En una ocasión Mike entraba en la cocina, donde su esposa estaba preparando un pastel de fresas, y decía: “Vaya, huele al cielo de las fresas”. Reed se negó a grabarlo porque las fresas no huelen mientras son horneadas. “La pausa le costó al productor 44.000 euros –recordó Schwartz– hasta que Reed accedió a decir: 'Vaya, esto parece el cielo de las fresas”. En otra ocasión, rechazó resbalar con unos huevos rotos en el suelo aduciendo que “en contra de la creencia popular, si pisas huevos los pies se quedan pegados al suelo, no resbalan”. Para demostrarlo, tiró huevos al suelo y los pisó, pero se resbaló y se cayó al suelo. “Esto no demuestra nada”, se defendió. Schwartz calcula que este retraso en el rodaje costó 130.000 euros.
Su rebeldía maniática acabó llevando a Schwartz a atar todos los cabos. En un episodio, Mike Brady instalaba una cabina telefónica para controlar las llamadas de sus seis hijos, algo ilegal en toda California excepto en Santa Monica. Cuando Reed leyó el guion llamó al productor para preguntarle, así como quien no quiere la cosa, dónde vivían los Brady exactamente. “Santa Monica”, respondió Schwartz. El actor gritó “¡Mierda!” y colgó el teléfono enfurecido.
Tras cinco temporadas, ‘La tribu de los Brady’ fue cancelada en 1974, pero seguiría viva en canales locales y en la memoria sentimental de toda la nación. “Era un programa pequeño y tradicional que apareció a finales de los sesenta, que habían sido una etapa terriblemente turbulenta”, señaló Florence Henderson. La serie supuso un bálsamo cultural de felicidad emitida entre los asesinatos de John Kennedy, Martin Luther King y Malcolm X y la desilusión del Watergate y Vietnam. ‘La tribu de los Brady’ ya estaba pasada de moda cuando se emitió y la crítica la descuartizó, pero reconfortó a un país al que le gustaba imaginarse así: en una casa siempre ordenada donde los mayores dramas eran que al hijo mediano le cambiase la voz por la pubertad.
Un Estados Unidos que nunca existió en realidad y que, sin embargo, todos los estadounidenses aspiraban a recuperar. Los Brady eran el Camelot de la clase media. Mike era arquitecto, Carol agente inmobiliaria y juntos, un símbolo amable del desarrollismo especulativo. Robert Reed se negó a aparecer en el último episodio, cuya trama era que Greg se teñía con un tinte barato y acababa con el pelo naranja, por parecerle demasiado indigno incluso para los estándares de una serie que ya de por sí despreciaba.
Que durante el resto de su vida varias generaciones de espectadores asociasen su cara inmediatamente a la sonrisa neutra que lucía en la cabecera (en la que los ocho Brady se miraban con tanto afecto familiar como precisión militar y acabasen sonriendo hasta al servicio, representado por la asistenta deslenguada y con conciencia de clase Alice) le hizo aún menos gracia: para un actor que se tomaba tan en serio a sí mismo (hasta cuando hacía Shakespeare prefería las tragedias a las comedias) no había nada peor que encasillarse y entrar en la cultura popular, un museo cálido pero lleno de polvo del que nadie logra salir jamás.
Sin embargo, su empeño en ser un actor respetado le dio tres nominaciones al Emmy durante los tres años posteriores a ‘La tribu de los Brady’ por ‘Hombre rico, hombre pobre’, ‘Raíces’ y un capítulo titulado ‘The Fourth Sex’ (“el cuarto sexo”) en ‘Centro médico’, donde interpretaba a un doctor que descubría ser una mujer transgénero. Robert Reed repitió su papel de Mike Brady en un programa de variedades, dos telefilms (para el segundo, que contaba la boda doble de Marcia y Jan, Reed canceló varias representaciones teatrales porque “no se perdería llevar a las niñas al altar por nada del mundo”) y una serie que, de no haber sido cancelada tras seis episodios, habría contado la carrera política de Mike Brady.
Para Robert Reed el trabajo era lo más importante, porque era el único terreno donde tenía la certeza de que podría cumplir las expectativas impuestas sobre él por el sistema: nunca sería el padre de familia perfecto, pero sí un actor superlativo. Tras su divorcio, Reed no volvió a mantener una relación estable, según su agente y amigo Michael Hartig, porque no soportaba la idea de obligar a su pareja a vivir ese amor en silencio. Accedió a que su hija Karen fuese adoptada por el segundo marido de Marilyn y pasaron 20 años sin hablarse. “’La tribu de los Brady’ no habría existido si el público supiese que Robert Reed era gay –aseguró Florence Henderson– no se lo habrían creído: ahí estaba el padre perfecto de esa maravillosa familia, el marido perfecto, pero era una persona infeliz, si no se hubiera visto obligado a llevar una doble vida mucha de su rabia y su frustración se habrían disipado”.
La actriz cuenta que intuyó que su compañero de reparto era gay grabando el primer episodio de la serie: durante una escena romántica el director recriminó a Reed que no resultaba convincente y él entró en pánico. Henderson, consciente de los miedos de Reed, habló con el director y preparó la escena con el actor en privado. Florence Henderson recuerda que durante sus últimos años Reed vivió la etapa más feliz de su vida como profesor de asignaturas sobre Shakespeare en la universidad de Los Ángeles. “Esto es lo que pienso hacer durante el resto de mi vida”, anunció Reed.
Cuando le fue diagnosticado un cáncer de colon en estado avanzado, el actor llamó a Florence Henderson “para que se lo contase a los niños”. Uno a uno, Henderson llamó a los seis actores que habían interpretado a los chavales de los Brady para darles la noticia. Reed mantuvo en secreto su enfermedad, se reconcilió con su hija y falleció en mayo de 1992. Cuando la prensa accedió a su certificado de defunción y se descubrió que padecía VIH (aunque no había desarrollado sida), comenzó a destapar la vida sexual del actor mediante entrevistas con camareros de bares para homosexuales, amantes y chaperos que aseguraban que Reed les pagaba el doble por su silencio.
Susan Olsen, la actriz que interpretaba a la hija pequeña Cindy Brady, aprovechó la noticia para sensibilizar a la sociedad: “Si papá Brady puede tener sida, tú también”. Tras Rock Hudson y Magic Johnson, otro icono de la cultura de la felicidad estadounidense se revelaba como portador de una enfermedad estigmatizada por la sociedad e ignorada por dos presidentes distintos (Reagan y Bush). La madre de Robert Reed, con quien llevaba seis años sin hablarse, no acudió al funeral. Su hija tampoco. No era el único enfermo de sida repudiado por su propia familia, pero sí uno de los que despertó más empatía entre la opinión pública.
¿Quién podría darle la espalda al padre de Estados Unidos? En una de sus últimas entrevistas, Reed se reconcilió con la serie que le dio la fama y también le quitó la libertad: “Por muy inconsecuente que fuera, me alegro de haberla hecho en cuanto a que funcionó como una especie de niñera para toda la nación, pero no la quiero en mi lápida”. Su epitafio, en cambio, reza “Buenas noches, dulce príncipe”. Es la última frase de ‘Hamlet’.
Reed también odiaba su nombre artístico. John Rietz (Illinois, 1932 – California, 1992) se casó con Marilyn, una compañera de universidad, tuvo una hija y a los cinco años llegó un día a casa y no estaban ni los muebles. Tras el divorcio, el actor tuvo que elegir entre dos proyectos: ‘Misión imposible’ o ‘La tribu de los Brady’. Se decantó por la segunda porque sentía que había más conflicto: narraba el día a día de la familia moderna formada por Mike y sus tres hijos (Greg, Peter y Bobby) y Carol y sus tres hijas (Marcia, Jan y Cindy) nacidos de sus respectivos matrimonios anteriores.
Las tramas de la serie transformaban la por entonces popular guerra de sexos en una inocua tregua de sexos, con Peter rompiendo un jarrón y todos sus hermanos y hermanastras fingiendo ser culpables para salvarle de un castigo, con Peter rompiéndole la nariz a Marcia con un balón de rugby o toda la familia compitiendo por ver quién conducía mejor cuando Greg se mofaba de Marcia tras suspender el examen del carné de conducir porque, según él, las chicas no deberían estar al volante.
Y el patriarca, Mike, se reveló como el canon del padre televisivo: afectuoso pero firme, conservador pero resignado ante los cambios de la sociedad y siempre con un chiste preparado para abochornar a sus hijos. Robert Reed, por su parte, tenía opiniones. “Robert consideraba que la televisión estaba por debajo de él y que las telecomedias estaban aún más por debajo de la televisión”, explicó Sherwood Schwartz, creador de la serie. Exigía cambios cuando consideraba que las motivaciones de los personajes no estaban claras y cuando sentía que una escena no resultaba verosímil se largaba del rodaje sin decir nada.
En una ocasión Mike entraba en la cocina, donde su esposa estaba preparando un pastel de fresas, y decía: “Vaya, huele al cielo de las fresas”. Reed se negó a grabarlo porque las fresas no huelen mientras son horneadas. “La pausa le costó al productor 44.000 euros –recordó Schwartz– hasta que Reed accedió a decir: 'Vaya, esto parece el cielo de las fresas”. En otra ocasión, rechazó resbalar con unos huevos rotos en el suelo aduciendo que “en contra de la creencia popular, si pisas huevos los pies se quedan pegados al suelo, no resbalan”. Para demostrarlo, tiró huevos al suelo y los pisó, pero se resbaló y se cayó al suelo. “Esto no demuestra nada”, se defendió. Schwartz calcula que este retraso en el rodaje costó 130.000 euros.
Su rebeldía maniática acabó llevando a Schwartz a atar todos los cabos. En un episodio, Mike Brady instalaba una cabina telefónica para controlar las llamadas de sus seis hijos, algo ilegal en toda California excepto en Santa Monica. Cuando Reed leyó el guion llamó al productor para preguntarle, así como quien no quiere la cosa, dónde vivían los Brady exactamente. “Santa Monica”, respondió Schwartz. El actor gritó “¡Mierda!” y colgó el teléfono enfurecido.
Tras cinco temporadas, ‘La tribu de los Brady’ fue cancelada en 1974, pero seguiría viva en canales locales y en la memoria sentimental de toda la nación. “Era un programa pequeño y tradicional que apareció a finales de los sesenta, que habían sido una etapa terriblemente turbulenta”, señaló Florence Henderson. La serie supuso un bálsamo cultural de felicidad emitida entre los asesinatos de John Kennedy, Martin Luther King y Malcolm X y la desilusión del Watergate y Vietnam. ‘La tribu de los Brady’ ya estaba pasada de moda cuando se emitió y la crítica la descuartizó, pero reconfortó a un país al que le gustaba imaginarse así: en una casa siempre ordenada donde los mayores dramas eran que al hijo mediano le cambiase la voz por la pubertad.
Un Estados Unidos que nunca existió en realidad y que, sin embargo, todos los estadounidenses aspiraban a recuperar. Los Brady eran el Camelot de la clase media. Mike era arquitecto, Carol agente inmobiliaria y juntos, un símbolo amable del desarrollismo especulativo. Robert Reed se negó a aparecer en el último episodio, cuya trama era que Greg se teñía con un tinte barato y acababa con el pelo naranja, por parecerle demasiado indigno incluso para los estándares de una serie que ya de por sí despreciaba.
Que durante el resto de su vida varias generaciones de espectadores asociasen su cara inmediatamente a la sonrisa neutra que lucía en la cabecera (en la que los ocho Brady se miraban con tanto afecto familiar como precisión militar y acabasen sonriendo hasta al servicio, representado por la asistenta deslenguada y con conciencia de clase Alice) le hizo aún menos gracia: para un actor que se tomaba tan en serio a sí mismo (hasta cuando hacía Shakespeare prefería las tragedias a las comedias) no había nada peor que encasillarse y entrar en la cultura popular, un museo cálido pero lleno de polvo del que nadie logra salir jamás.
Sin embargo, su empeño en ser un actor respetado le dio tres nominaciones al Emmy durante los tres años posteriores a ‘La tribu de los Brady’ por ‘Hombre rico, hombre pobre’, ‘Raíces’ y un capítulo titulado ‘The Fourth Sex’ (“el cuarto sexo”) en ‘Centro médico’, donde interpretaba a un doctor que descubría ser una mujer transgénero. Robert Reed repitió su papel de Mike Brady en un programa de variedades, dos telefilms (para el segundo, que contaba la boda doble de Marcia y Jan, Reed canceló varias representaciones teatrales porque “no se perdería llevar a las niñas al altar por nada del mundo”) y una serie que, de no haber sido cancelada tras seis episodios, habría contado la carrera política de Mike Brady.
Para Robert Reed el trabajo era lo más importante, porque era el único terreno donde tenía la certeza de que podría cumplir las expectativas impuestas sobre él por el sistema: nunca sería el padre de familia perfecto, pero sí un actor superlativo. Tras su divorcio, Reed no volvió a mantener una relación estable, según su agente y amigo Michael Hartig, porque no soportaba la idea de obligar a su pareja a vivir ese amor en silencio. Accedió a que su hija Karen fuese adoptada por el segundo marido de Marilyn y pasaron 20 años sin hablarse. “’La tribu de los Brady’ no habría existido si el público supiese que Robert Reed era gay –aseguró Florence Henderson– no se lo habrían creído: ahí estaba el padre perfecto de esa maravillosa familia, el marido perfecto, pero era una persona infeliz, si no se hubiera visto obligado a llevar una doble vida mucha de su rabia y su frustración se habrían disipado”.
La actriz cuenta que intuyó que su compañero de reparto era gay grabando el primer episodio de la serie: durante una escena romántica el director recriminó a Reed que no resultaba convincente y él entró en pánico. Henderson, consciente de los miedos de Reed, habló con el director y preparó la escena con el actor en privado. Florence Henderson recuerda que durante sus últimos años Reed vivió la etapa más feliz de su vida como profesor de asignaturas sobre Shakespeare en la universidad de Los Ángeles. “Esto es lo que pienso hacer durante el resto de mi vida”, anunció Reed.
Cuando le fue diagnosticado un cáncer de colon en estado avanzado, el actor llamó a Florence Henderson “para que se lo contase a los niños”. Uno a uno, Henderson llamó a los seis actores que habían interpretado a los chavales de los Brady para darles la noticia. Reed mantuvo en secreto su enfermedad, se reconcilió con su hija y falleció en mayo de 1992. Cuando la prensa accedió a su certificado de defunción y se descubrió que padecía VIH (aunque no había desarrollado sida), comenzó a destapar la vida sexual del actor mediante entrevistas con camareros de bares para homosexuales, amantes y chaperos que aseguraban que Reed les pagaba el doble por su silencio.
Susan Olsen, la actriz que interpretaba a la hija pequeña Cindy Brady, aprovechó la noticia para sensibilizar a la sociedad: “Si papá Brady puede tener sida, tú también”. Tras Rock Hudson y Magic Johnson, otro icono de la cultura de la felicidad estadounidense se revelaba como portador de una enfermedad estigmatizada por la sociedad e ignorada por dos presidentes distintos (Reagan y Bush). La madre de Robert Reed, con quien llevaba seis años sin hablarse, no acudió al funeral. Su hija tampoco. No era el único enfermo de sida repudiado por su propia familia, pero sí uno de los que despertó más empatía entre la opinión pública.
¿Quién podría darle la espalda al padre de Estados Unidos? En una de sus últimas entrevistas, Reed se reconcilió con la serie que le dio la fama y también le quitó la libertad: “Por muy inconsecuente que fuera, me alegro de haberla hecho en cuanto a que funcionó como una especie de niñera para toda la nación, pero no la quiero en mi lápida”. Su epitafio, en cambio, reza “Buenas noches, dulce príncipe”. Es la última frase de ‘Hamlet’.
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