Asociación civil de la Abnegación, una de las de las denominadas
despectivamente como "piratas", en su salida por el barrio sevillano de
San Bernardo el pasado 16 de marzo // |
La otra Semana Santa andaluza es civil, tiene cofrades y pasos, pero no curas
Las asociaciones civiles proliferan al margen de la Iglesia, sobre todo en las barriadas de extrarradio, y acogen a homosexuales y divorciados, pese a las mofas que las minusvaloran como “piratas”
Jesús A. Cañas | El País, 2024-03-25
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El sevillano Álvaro Maroto es cofrade desde que tiene uso de razón. Podría haberse conformado con ser hermano de la Estrella, donde le inscribieron desde que nació, pero quería más. Allá por 2009, cuando tenía 16 años, tuvo la idea de poner en pie una cofradía en Sevilla Este, un barrio a las afueras de la capital con más de 60.000 vecinos. Tocó a la puerta de tres parroquias sin éxito, así que decidió tirar por la calle de en medio. “Porque tres párrocos no quieran no tiene por qué quedarse el barrio sin hermandades con la de cofrades que hay. Ya habrá alguno que nos quiera”, reflexionó el hoy presidente de la asociación civil Consuelo y Esperanza. En esas siguen y no son los únicos. Andalucía vive desde hace más de una década una eclosión de asociaciones civiles con cofrades, pasos e imágenes, pero sin curas. Crecen exponencialmente al margen de la Iglesia mientras intentan sacudirse de las mofas que las minusvaloran como “piratas”.
El quinto sábado de Cuaresma, el pasado 16 de marzo, fue el termómetro del auge de estas asociaciones civiles en Sevilla, epicentro del movimiento. Las aceras y balcones del barrio de San Bernardo se caían de sevillanos y foráneos para ver a la Abnegación, una de las punteras del fenómeno de las asociaciones civiles. En el cortejo había enseres cofrades, imponente paso de misterio y agrupación musical de relumbrón, la Virgen de los Reyes. Lo único que desentonaba en la estampa es que los cofrades que integraban la procesión no llevaban hábito de nazareno y que el recorrido no partió de una parroquia. “Quizás empezamos la casa por el tejado, pero si todo está creciendo es porque la Iglesia y las hermandades no nos están acogiendo como deberían. Abnegación nació porque no nos acogieron, si no no existiríamos”, reflexiona su presidente, Javier Gámez Villar.
Esa falta de cobijo que alegan Maroto y Gámez es uno de los “múltiples factores” que Francisco Javier Escalera, catedrático de Antropología Social de la Universidad Pablo de Olavide, encuentra en el origen y arraigo de las asociaciones civiles. Muchas de las entidades, como ocurrió con Abnegación en 1992, surgieron de una cruz de mayo infantil que quiso tener imágenes a las que venerar y proyectos sociales de caridad que desarrollar. “Nacen cuando van a sus parroquias y muestran una necesidad que no se ve contestada por diversos motivos”, reflexiona Cristóbal M. Calvo, presidente de la civil Salud y Esperanza y de la federación Fecosevilla, que integra hasta a diez de estas entidades. Pero Escalera identifica más motivos. El lugar donde se han hecho fuertes no es casual, la mayoría germinó en barriadas de extrarradio en las que no existían cofradías y en el que estas corporaciones se han convertido en “la vía para fortalecer el sentido de pertenencia y de identidad”, como apunta Escalera, que se plantea realizar una investigación académica ante un fenómeno por estudiar, pero que, solo en Sevilla, ya cuenta con unos 20 grupos y mueve “entre 15.000 y 20.000 personas”, según estima Calvo.
No es el único vacío que han venido a completar las entidades civiles. El catedrático cree que han calado también en los barrios populares como reacción “al fortalecimiento de la jerarquía eclesiástica de ejercer un mayor control sobre las cofradías”, especialmente de sus cuentas y de quienes participan en la dirección de estas cofradías. Divorciados o personas LGTBI visibles y casadas, en definitiva “gente que no ha seguido el cursus honorum de la membresía católica”, como apunta Escalona, pueden estar en la cúpula de las asociaciones civiles sin que “nadie les mire por encima del hombro”, como confirma Gámez. “No es que seamos más o menos laxas, es que no tenemos la sobrefiscalización que tienen las cofradías”, apunta Calvo, que asegura que ese control ha estado provocado, en ocasiones, por la falta de formación de algunas de estas hermandades.
Pero el delegado diocesano de Hermandades y Cofradías de Sevilla, el sacerdote Marcelino Manzano, no cree que el origen de las civiles esté en un control eclesiástico más férreo de las religiosas. Apunta que las asociaciones civiles surgen “por desconocimiento o porque no encajan en la comunidad parroquial” y defiende la ortodoxia en las cofradías: “Exigen un proceso de formación exigente porque la realidad de una hermandad es la que es”. Y añade: “Aun respetando las buenas acciones que realizan [las civiles], llevan a la confusión de los fieles”. De ahí que el Arzobispado haya iniciado una política de acercamiento a los grupos civiles para intentar reconducirlos al largo camino hacia su conversión como hermandad, un proceso que exige convertirse primero en agrupaciones, en las que el máximo dirigente es el párroco de la iglesia que será su sede, y que termina cuando son erigidas como hermandades, bajo el paraguas de asociaciones religiosas de culto público.
La mayoría de las asociaciones civiles han recogido el guante con interés, resume Calvo: “Todas luchan por la integración en su parroquia porque no dejan de ser una herramienta pastoral”. Aunque otras no parecen tan dispuestas, como apunta Manzano: “Las hay que están en diálogo conmigo, pero de otras solo tengo noticias por los medios”. Entre las primeras, estuvo Consuelo y Esperanza, que llegó a estar integrada en la parroquia de la Asunción de Sevilla Este durante ocho años. “Nos confirmaron a los 170 hermanos, nos dieron formación continúa, limpiábamos la iglesia, éramos catequistas”, rememora Maroto. También les dijeron que ni homosexuales casados, ni divorciados podían estar en la junta. “¿Por qué? Si trabajan más que otros”, se pregunta molesto el presidente. Pese a ello, acataron la norma y les bendijeron a las tallas del Cristo y la Virgen. Hasta que el párroco cambió y, a finales de noviembre de 2023, decidió extinguir la ya agrupación de fieles y expulsar a las imágenes, que han vuelto a recibir culto en un oratorio privado, como la mayoría de asociaciones civiles. “Ahora, estamos en un limbo”, reconoce Maroto.
“A la autoridad eclesiástica le sienta muy mal todo este fenómeno [...] No es más que la ruptura del monopolio sobre los símbolos católicos. La Iglesia no debería tener el control de que la gente pueda rendir culto a entidades divinas”, reflexiona Escalera. De hecho, aunque las diócesis intenten poner cortapisas, difícilmente lo consiguen y el movimiento de las asociaciones civiles ya está presente en localidades de fuerte raigambre cofrade, como Jerez de la Frontera. El pasado mes de septiembre también llegó a Cádiz capital con la salida del Grupo de Fieles de María Santísima de la Consolación, que despertó airadas quejas del Consejo de Hermandades y Cofradías de la ciudad. “Se nos tacha de ilegales o piratas porque no estamos al amparo eclesiástico, pero las asociaciones civiles son totalmente legales. Hacemos uso del derecho constitucional de la libertad religiosa”, explica Calvo.
Por eso Escalera cree que el movimiento puede dar más de sí y crecerá, sobre todo porque no aprecia rechazo en el conjunto de la sociedad, en este caso en la sevillana, solo en los sectores más ortodoxos: “Las tratan como si fuesen de segunda división del fútbol [...] Pero esto no es algo de cuatro casposos. La Semana Santa, pese al laicismo, es un fenómeno profundamente popular, vinculado a la estética y a la forma de entender la sociabilidad”. Que se lo digan a Maroto y a los suyos, a los que el último revés no ha restado ni un ápice de ganas. 15 años después reviven de nuevo aquella negativa que les llevó a fundar Consuelo y Esperanza, pero amilanarse no entra sus planes. “A nosotros no nos va a frenar nadie, por mucho que un párroco nos eche”, advierte combativo.
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