Imagen: Vanity Fair / Miguel Poveda |
Miguel Poveda nos cuenta cómo salió del armario y de una profunda crisis personal, y cómo ha sido padre de un niño por gestación subrogada.
Alberto Pinteño | Vanity Fair, 2016-04-20
http://www.revistavanityfair.es/la-revista/articulos/miguel-poveda-salir-del-armario-padre-gestacion-subrogada-homofobia/22221
“Toma esta servilleta. Anota todo lo que te moleste y quien te moleste. Si yo te incordio, inclúyeme también”.
Fue una fría mañana de diciembre cuando Fali, un buen amigo de Miguel Poveda (Barcelona, 1973), lo sentó en una cafetería de Sevilla y lo empujó a realizar este ejercicio de reflexión. Trece discos (dos de ellos de platino), Premio Nacional de Música, cuatro nominaciones a los Grammy Latinos, Medalla de Oro de Andalucía, 25 años en el mundo de la música... “Yo había tocado fondo. Tenía 40 años y, a pesar del éxito, estaba hecho jirones. Me quería morir. No encontraba sentido a nada”, confiesa por primera vez Poveda con la misma intensidad con la que vivió aquel momento. Él era El Artista, así en mayúsculas, del flamenco. La primera figura en un mundo estrecho y poco expedito. Pero había pasado por dos relaciones sentimentales enfermizas, la muerte de su padre y la desgana propia de una crisis de identidad. “Sentí que tenía una montaña de parásitos a mi alrededor que no me aportaban nada —continúa—, a los que prestaba un tiempo y un dinero que ni tenía ni me apetecía. Estaba enganchado a las pastillas para dormir. Acababa de pasar la noche de Nochebuena solo en mi habitación apretando la almohada con los dientes. ‘¿Cómo quiero que sea mi vida a partir de ahora?’, me preguntaba”.
Apenas dos horas después, la lista estaba completa. “Límpiate de todo eso’, me dijo mi amigo. Rompí con muchísima gente, incluso con quien no quería, pero lo necesitaba”.
Hoy, la mañana es cálida; el escenario es el mismo, Sevilla, pero han pasado más de dos años desde aquello. Poveda acaba de llegar de Cancún, donde ha grabado un videoclip junto al artista mexicano Juan Gabriel, y aún conserva el bronceado en la piel. La primera de nuestras citas es en la capital andaluza porque su hermana menor, Sonia, acaba de dar a luz a gemelos y se ha desplazado hasta aquí para conocer a sus nuevos sobrinos. Al instante de saludarnos me mira fijamente y exclama: “¿Sabes? ¡Han despedido al presidente de la peña!”.
Se refiere a Antonio Benítez, presidente de la peña flamenca Enrique El Mellizo quien, el pasado 3 de marzo le dejó un mensaje en el buzón de voz: “Tú, lo que eres es un pedazo de maricón que no tiene ni dos dedos de sentido común”. El incidente se produjo después de que Benítez insistiera al cantaor para que actuara en la peña gaditana, invitación que este declinó por cuestiones de agenda. Entonces el presidente atacó. “No es de recibo que en pleno siglo XXI se hagan este tipo de insultos que ensucian la imagen del flamenco y entorpecen el camino a la tolerancia. Yo tengo más que superada mi homosexualidad, pero existe mucha gente a la que estos comentarios pueden hacerle mucho daño —recrimina Poveda—. A día de hoy he visto sufrir y llorar ante la discriminación. No hay que tolerar la homofobia”.
—¿Cuántas veces ha tenido que salir del armario?
—Una nada más, con mi familia.
Fue una fría mañana de diciembre cuando Fali, un buen amigo de Miguel Poveda (Barcelona, 1973), lo sentó en una cafetería de Sevilla y lo empujó a realizar este ejercicio de reflexión. Trece discos (dos de ellos de platino), Premio Nacional de Música, cuatro nominaciones a los Grammy Latinos, Medalla de Oro de Andalucía, 25 años en el mundo de la música... “Yo había tocado fondo. Tenía 40 años y, a pesar del éxito, estaba hecho jirones. Me quería morir. No encontraba sentido a nada”, confiesa por primera vez Poveda con la misma intensidad con la que vivió aquel momento. Él era El Artista, así en mayúsculas, del flamenco. La primera figura en un mundo estrecho y poco expedito. Pero había pasado por dos relaciones sentimentales enfermizas, la muerte de su padre y la desgana propia de una crisis de identidad. “Sentí que tenía una montaña de parásitos a mi alrededor que no me aportaban nada —continúa—, a los que prestaba un tiempo y un dinero que ni tenía ni me apetecía. Estaba enganchado a las pastillas para dormir. Acababa de pasar la noche de Nochebuena solo en mi habitación apretando la almohada con los dientes. ‘¿Cómo quiero que sea mi vida a partir de ahora?’, me preguntaba”.
Apenas dos horas después, la lista estaba completa. “Límpiate de todo eso’, me dijo mi amigo. Rompí con muchísima gente, incluso con quien no quería, pero lo necesitaba”.
Hoy, la mañana es cálida; el escenario es el mismo, Sevilla, pero han pasado más de dos años desde aquello. Poveda acaba de llegar de Cancún, donde ha grabado un videoclip junto al artista mexicano Juan Gabriel, y aún conserva el bronceado en la piel. La primera de nuestras citas es en la capital andaluza porque su hermana menor, Sonia, acaba de dar a luz a gemelos y se ha desplazado hasta aquí para conocer a sus nuevos sobrinos. Al instante de saludarnos me mira fijamente y exclama: “¿Sabes? ¡Han despedido al presidente de la peña!”.
Se refiere a Antonio Benítez, presidente de la peña flamenca Enrique El Mellizo quien, el pasado 3 de marzo le dejó un mensaje en el buzón de voz: “Tú, lo que eres es un pedazo de maricón que no tiene ni dos dedos de sentido común”. El incidente se produjo después de que Benítez insistiera al cantaor para que actuara en la peña gaditana, invitación que este declinó por cuestiones de agenda. Entonces el presidente atacó. “No es de recibo que en pleno siglo XXI se hagan este tipo de insultos que ensucian la imagen del flamenco y entorpecen el camino a la tolerancia. Yo tengo más que superada mi homosexualidad, pero existe mucha gente a la que estos comentarios pueden hacerle mucho daño —recrimina Poveda—. A día de hoy he visto sufrir y llorar ante la discriminación. No hay que tolerar la homofobia”.
—¿Cuántas veces ha tenido que salir del armario?
—Una nada más, con mi familia.
*Reportaje completo en el número 92 de Vanity Fair.
“Odiaba los sábados por la mañana. Mi madre me tenía preparada la lista de los recados. Me daba vergüenza porque los chavales del barrio me insultaban al grito de ‘mariquita, maricón, moña’. A veces tenía que esquivarlos dando una vuelta enorme”.
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