Imagen: El Periódico de Aragón / Juan Postigo |
El doctor en Historia Juan Postigo ha publicado su obra ‘El paisaje y las hormigas’, un libro que bucea en el cosmos de la transgresión urbana de la capital aragonesa durante los siglos XVII y XVIII.
Marcos Díaz | El Periódico de Aragón, 2018-04-09
http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/aragon/criminal-zaragoza-barroca_1276155.html
La Seo y el Pilar como escenarios de crímenes, abundancia de prostíbulos en la ciudad –algunos frecuentados por religiosos– y riñas en casas de juego, peleas callejeras o cuchilladas en los patios de atrás de las viviendas. No se trata del entorno de una novela negra ambientada en la capital aragonesa del barroco, sino el ambiente que describe el doctor en Historia Juan Postigo en su obra ‘El paisaje y las hormigas. Sexualidad, violencia y desorden social en Zaragoza (1600-1800)’.
Editado por Prensas de la Universidad de Zaragoza, Postigo muestra la cara B de una ciudad «muy importante, capital de la Corona de Aragón», en la que recalaban «gentes de toda condición, muchas veces en busca de una vida mejor, que se les estaba vetada de alguna manera»; un hecho que llevaba a buena parte de la población a recurrir «a todo lo posible para poder subsistir», explica.
El texto está relacionado con su trabajo anterior, ‘La Vida Fragmentada’ (2015), en la que ya mostraba las tensiones entre las diferentes clases sociales de la época y las necesidades por hacerse representar de cada grupo. Este segundo repaso a la Zaragoza barroca, sin embargo, «trasciende las tensiones y se mete de lleno en el cosmos de la transgresión urbana y de la criminalidad».
Para su elaboración, el autor buceó fundamentalmente en los archivos de la justicia eclesiástica de la época, conservados en el palacio arzobispal, lo que le permitió el acceso a interrogatorios; a las historias de los criminales e inculpados «narradas en primera persona». Se trata de una fuente «riquísima» que «refleja perfectamente las inquietudes y la forma de ser de la gente de la época», recalca.
Una época dura, en la que la ley y la religión «estaban tan ligadas entonces que casi todo era ilegal». Por esa razón, «la gente tenía que maquinárselas para poder dar rienda suelta a sus impulsos naturales», situación que llevaba a que la criminalidad, en muchas ocasiones, se mezclara «con lo necesario para la vida».
Casas de juegos y peleas
Como muestra, Postigo recuerda uno de las cuestiones que más le llamó la atención: la «relativa abundancia» de prostíbulos en la ciudad. Alguno de ellos, incluso, «aparentemente especializado o frecuentado con muchísima profusión por religiosos», afirma. «Por una calle del centro de Zaragoza, los vecinos se asombraban cuando veían auténticas romerías de religiosos, todos yendo hacia el prostíbulo sin ningún tipo de recato», describe el autor.
También destaca las riñas en las casas de juego o asesinatos dentro de iglesias. «La gente se sorprenderá al saber que tanto la Seo como el Pilar eran escenario de situaciones agresivas constantes». Por ejemplo, eran frecuentes las «peleas entre religiosos». Se trata, pues, de una ciudad que acogía «actuaciones gansteriles de todo tipo».
Este ensayo refleja una sociedad «que por una parte obedece y, por naturaleza, respeta los órdenes establecidos, marcado tanto por la religión como por las buenas costumbres», pero que por otra «siente, desea y tiene sueños que, en ocasiones, no sabe cómo expresarlos porque no hay posibilidades de dar salida a los deseos», indica Postigo. Una Zaragoza que, a pesar de la crudeza de las historias, «no era ni más ni menos violenta que cualquier otra ciudad del orbe católico de los siglos XVII y XVIII» aunque, claro está, «tenía unos índices de criminalidad que hoy llamarían la atención».
Editado por Prensas de la Universidad de Zaragoza, Postigo muestra la cara B de una ciudad «muy importante, capital de la Corona de Aragón», en la que recalaban «gentes de toda condición, muchas veces en busca de una vida mejor, que se les estaba vetada de alguna manera»; un hecho que llevaba a buena parte de la población a recurrir «a todo lo posible para poder subsistir», explica.
El texto está relacionado con su trabajo anterior, ‘La Vida Fragmentada’ (2015), en la que ya mostraba las tensiones entre las diferentes clases sociales de la época y las necesidades por hacerse representar de cada grupo. Este segundo repaso a la Zaragoza barroca, sin embargo, «trasciende las tensiones y se mete de lleno en el cosmos de la transgresión urbana y de la criminalidad».
Para su elaboración, el autor buceó fundamentalmente en los archivos de la justicia eclesiástica de la época, conservados en el palacio arzobispal, lo que le permitió el acceso a interrogatorios; a las historias de los criminales e inculpados «narradas en primera persona». Se trata de una fuente «riquísima» que «refleja perfectamente las inquietudes y la forma de ser de la gente de la época», recalca.
Una época dura, en la que la ley y la religión «estaban tan ligadas entonces que casi todo era ilegal». Por esa razón, «la gente tenía que maquinárselas para poder dar rienda suelta a sus impulsos naturales», situación que llevaba a que la criminalidad, en muchas ocasiones, se mezclara «con lo necesario para la vida».
Casas de juegos y peleas
Como muestra, Postigo recuerda uno de las cuestiones que más le llamó la atención: la «relativa abundancia» de prostíbulos en la ciudad. Alguno de ellos, incluso, «aparentemente especializado o frecuentado con muchísima profusión por religiosos», afirma. «Por una calle del centro de Zaragoza, los vecinos se asombraban cuando veían auténticas romerías de religiosos, todos yendo hacia el prostíbulo sin ningún tipo de recato», describe el autor.
También destaca las riñas en las casas de juego o asesinatos dentro de iglesias. «La gente se sorprenderá al saber que tanto la Seo como el Pilar eran escenario de situaciones agresivas constantes». Por ejemplo, eran frecuentes las «peleas entre religiosos». Se trata, pues, de una ciudad que acogía «actuaciones gansteriles de todo tipo».
Este ensayo refleja una sociedad «que por una parte obedece y, por naturaleza, respeta los órdenes establecidos, marcado tanto por la religión como por las buenas costumbres», pero que por otra «siente, desea y tiene sueños que, en ocasiones, no sabe cómo expresarlos porque no hay posibilidades de dar salida a los deseos», indica Postigo. Una Zaragoza que, a pesar de la crudeza de las historias, «no era ni más ni menos violenta que cualquier otra ciudad del orbe católico de los siglos XVII y XVIII» aunque, claro está, «tenía unos índices de criminalidad que hoy llamarían la atención».
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