Imagen: El País / Pepe navarro y La Veneno en 1997 |
Una placa en el Parque del Oeste de Madrid recuerda a Cristina Ortiz, fallecida en su casa en 2016. Parte de su familia cree que su muerte no fue un accidente.
Pablo León | El País, 2019-04-14
https://elpais.com/elpais/2019/04/13/gente/1555178391_148094.html
Trans, estrella mediática, prostituta, cantante, maltratada, modelo, presa, luchadora... La Veneno fue mucho, pero sobre todo, un icono y una de las primeras mujeres en visibilizar la realidad del colectivo transexual. “Cristina Ortiz. La Veneno. Valiente mujer transexual visible en los 90”. Desde la semana pasada, una placa instalada por el Ayuntamiento de Madrid homenajea su figura en el madrileño Parque del Oeste. En esa zona verde nació Cristina Ortiz. Ahí, se prostituyó. A la sombra de esos árboles, fue desde donde se lanzó al estrellato televisivo. “En este parque fui feliz”, decía la artista.
Esta mujer, nacida el 19 de marzo de 1964 en el pueblo almeriense de Adra —“Donde la que no es puta, ladra”, como decía La Veneno—, le pusieron el nombre de José Antonio. Su familia la llamaba Joselito; algunos de ellos nunca dejarían de hacerlo, ni siquiera después de su muerte, en noviembre de 2016. “Soy el cuarto de seis hermanos. Lo digo así porque es de cuando era niño y en esa época me sale hablar de mí en masculino; qué le voy a hacer, ya es una costumbre”, cuenta en su autobiografía, 'Digo, ni puta ni santa', escrita junto a la periodista Valeria Vegas y publicada un par de meses antes de que La Veneno muriera.
“La primera vez que me gritaron ‘Joselito el maricón’ tenía cuatro años. Entonces no sufría. Más adelante, sí. Sobre todo cuando me di cuenta de que mis padres no me apoyaban”, relata en ese volumen, donde también detalla las palizas y el desprecio a los que la sometía su madre. “Ella me llamaba maricón y me estuvo pegando hasta los 28 años. A mí la que me crió fue Gracia, la sevillana”, contaba en un programa del corazón. “El libro ha ayudado a mostrar otras facetas de su vida que no salían en la tele; a evidenciar que ella también era una víctima y a reafirmarla como un icono”, explica la periodista Vegas. “A pesar de su éxito mediático, a mediados de los noventa no era un personaje que tuviera aceptación. Tenía muy mala prensa y no querían sacarla en revistas ni periódicos”, continúa.
Después de huir de su familia -y de su pueblo- y trabajar de modelo y camarero en Torremolinos, Cristina se instaló en Madrid e inició su transición a comienzos de los noventa. “Un día, paseando por la calle, vi una mujer espectacular. ‘¿Tú que eres?’, le pregunté. ‘Soy travesti’, me dijo. Yo quiero ser como tú”. Cristina empezó a hormonarse. Pocos meses después, a prostituirse en el Parque del Oeste. Las travestis que ya trabajaban en la zona eran muy territoriales —“Te pegaban y sacaban navajas”— y “a las nuevas las puteaban”. No la dejaban ejercer por lo que Cristina iba a la zona a vender bocatas y cervezas. “No vengas más vendiendo bocatas; mañana vienes ya vestida de mujer”, le dijo un día Norma la Portuguesa al verle sus “tetillas de hormonas”.
Al poco, se convirtió en “la puta que más ganaba: hasta 100.000 pesetas por llevármelos a casa”. En 1996, a Cristina le hicieron una entrevista en el programa nocturno ‘Esta noche cruzamos el Mississipi’ para un reportaje. Pepe Navarro era el presentador y quedó fascinado por ella. España también. “La pepita me palpita, canalla”, decía La Veneno que comenzó a desgranar su vida sin edulcorantes y a crear un compendio de frases, inevitablemente tragicómicas, que se han quedado grabadas en el imaginario colectivo: "¡Digo!"; "¿Pero tú quién eres, pedazo de puta?"; “[Yo] Un juguete roto nada. Un bombón. ¡Qué valor!”.
“Lo hacía con gracia y un toque muy personal. Se ponía a hablar de su vida cotidiana: el sufrimiento que vivió en su pueblo, los maltratos, el sexo con un cliente o sobre sus amigas”, apunta Vegas. Gracias a La Veneno, descubrimos personajes como Sandra, la Camellona, La Walkiria, o Paca la Piraña. También los destrozos que hizo Marisol, la falsa cirujana del Raval: “No te ponía silicona si no aceite de aviones. Inyectaba silicona con una jeringa para caballos”.
La Veneno fue de las primeras caras visibles de la realidad de las prostitutas trans, mostrando un mundo que hasta entonces había permanecido oculto, en la sombra. “No es una activista sino una persona que dejó huella y caló hondo. A su manera, abrió una ventana de visibilidad para el colectivo trans”, agrega Topacio Fresh, que estuvo en el acto de presentación de la placa que homenajea a Cristina Ortiz. “Es la primera vez que se instala [en Madrid y probablemente en España] una placa homenaje a una persona trans”, apunta Rubén López, portavoz de Arcópoli, asociación en defensa del colectivo LGTBIQ, que animó al Consistorio a reivindicar a La Veneno en el Parque del Oeste: “Tenía que ser en ese lugar”, agrega López.
Tras su paso por la tele, la popularidad de La Veneno se disparó. Aparecía en programas, series y alguna película; grabó dos sencillos (‘Veneno pa’ tu piel’ y ‘El rap de La Veneno’); se hizo una gira por España con un ‘show’ cabaretero. Su fama la llevó también a trabajar en Latinoamérica. A pesar del éxito, los nubarrones regresaron a su vida: en 2003 entró en prisión, acusada de estafa por quemar su piso e intentar cobrar el seguro. Pasó tres años en una cárcel de hombres. En esa época las personas trans no podían elegir si cumplir condena en una penitenciaría masculina o femenina (actualmente, sí que existe esa posibilidad, tras el Caso Lastra de 2006). “Ella no tuvo elección”, apunta Vegas, “y la cárcel no le vino bien; le hizo más daño. Cristina venía de un mundo hostil y violento, que no dejaba de repetirle que no encajaba en la sociedad”. A su salida, en 2006, tenía 41 años y pesaba más de 120 kilos. Pero La Veneno no solo era fuerte, siempre fue resiliente.
Después de salir del penal, regresó a las teles y recuperó su tipazo. En 2016 cumplió uno de sus sueños: publicó su autobiografía con su amiga Valeria Vegas, autoeditada y que ya va por su cuarta edición. Presentó el libro en octubre de ese año. Tuvieron que pasar más de 20 años para que se le reconociera que su historia no solo era genuina o interesante sino que también hablaba de la realidad de un colectivo marginado por una sociedad cruel. “Y seguía habiendo prejuicio”, dice Vegas: “Mientras Cicciolina nos parece arte, La Veneno no. Ambas son igual de ‘kitsch’, con historias interesantes en las que rascar y descubrir lo que hay detrás”. La Veneno promocionó su libro en las teles y aseguró que tras la publicación de sus memorias había recibido amenazas de muerte. Fueron sus últimas apariciones mediáticas: un mes después, su pareja la encontró golpeada y amoratada en su casa. Pasó unos días en el hospital de La Paz y el 9 de noviembre murió. Tras dos autopsias, la conclusión fue que se había caído en el baño después de haber consumido ansiolíticos. Su cuerpo fue incinerado y parte de sus cenizas se esparcieron en el Parque del Oeste, como ella quería. Otra parte, su familia se la llevó a Adra, el pueblo que la repudió.
A comienzos de este año, Mari Pepa Ortiz, hermana de Cristina, pidió reabrir el caso. Un nuevo análisis forense había encontrado inconsistencias en las autopsias de la artista. La familia, dividida en dos bandos, no quiere hablar del tema. “No coinciden, para nada, los golpes y moratones de su cuerpo con una caída en la bañera”, explica la diputada socialista Carla Antonelli, “no porque haya sido [la muerte de] una persona trans, se le va a dar carpetazo”.
“[La Veneno] Es la deseada y la repudiada, la que abandonó a su familia para convertirse en prostituta”, escribe Paco Bezerra (Premio Nacional de Literatura Dramática en 2009), "La Veneno es Lilith, Pandora, Helena de Troya, Circe, Dalila... arquetipos de la ‘maldad femenina’ que ha parido la historia desde la aparición de la sociedad patriarcal. [Figuras] que ejercen un sentimiento de rechazo y temor a la vez que provocan seducción. La Veneno nos obliga a enfrentarnos a un conflicto que aún no tenemos resuelto”.
Esta mujer, nacida el 19 de marzo de 1964 en el pueblo almeriense de Adra —“Donde la que no es puta, ladra”, como decía La Veneno—, le pusieron el nombre de José Antonio. Su familia la llamaba Joselito; algunos de ellos nunca dejarían de hacerlo, ni siquiera después de su muerte, en noviembre de 2016. “Soy el cuarto de seis hermanos. Lo digo así porque es de cuando era niño y en esa época me sale hablar de mí en masculino; qué le voy a hacer, ya es una costumbre”, cuenta en su autobiografía, 'Digo, ni puta ni santa', escrita junto a la periodista Valeria Vegas y publicada un par de meses antes de que La Veneno muriera.
“La primera vez que me gritaron ‘Joselito el maricón’ tenía cuatro años. Entonces no sufría. Más adelante, sí. Sobre todo cuando me di cuenta de que mis padres no me apoyaban”, relata en ese volumen, donde también detalla las palizas y el desprecio a los que la sometía su madre. “Ella me llamaba maricón y me estuvo pegando hasta los 28 años. A mí la que me crió fue Gracia, la sevillana”, contaba en un programa del corazón. “El libro ha ayudado a mostrar otras facetas de su vida que no salían en la tele; a evidenciar que ella también era una víctima y a reafirmarla como un icono”, explica la periodista Vegas. “A pesar de su éxito mediático, a mediados de los noventa no era un personaje que tuviera aceptación. Tenía muy mala prensa y no querían sacarla en revistas ni periódicos”, continúa.
Después de huir de su familia -y de su pueblo- y trabajar de modelo y camarero en Torremolinos, Cristina se instaló en Madrid e inició su transición a comienzos de los noventa. “Un día, paseando por la calle, vi una mujer espectacular. ‘¿Tú que eres?’, le pregunté. ‘Soy travesti’, me dijo. Yo quiero ser como tú”. Cristina empezó a hormonarse. Pocos meses después, a prostituirse en el Parque del Oeste. Las travestis que ya trabajaban en la zona eran muy territoriales —“Te pegaban y sacaban navajas”— y “a las nuevas las puteaban”. No la dejaban ejercer por lo que Cristina iba a la zona a vender bocatas y cervezas. “No vengas más vendiendo bocatas; mañana vienes ya vestida de mujer”, le dijo un día Norma la Portuguesa al verle sus “tetillas de hormonas”.
Al poco, se convirtió en “la puta que más ganaba: hasta 100.000 pesetas por llevármelos a casa”. En 1996, a Cristina le hicieron una entrevista en el programa nocturno ‘Esta noche cruzamos el Mississipi’ para un reportaje. Pepe Navarro era el presentador y quedó fascinado por ella. España también. “La pepita me palpita, canalla”, decía La Veneno que comenzó a desgranar su vida sin edulcorantes y a crear un compendio de frases, inevitablemente tragicómicas, que se han quedado grabadas en el imaginario colectivo: "¡Digo!"; "¿Pero tú quién eres, pedazo de puta?"; “[Yo] Un juguete roto nada. Un bombón. ¡Qué valor!”.
“Lo hacía con gracia y un toque muy personal. Se ponía a hablar de su vida cotidiana: el sufrimiento que vivió en su pueblo, los maltratos, el sexo con un cliente o sobre sus amigas”, apunta Vegas. Gracias a La Veneno, descubrimos personajes como Sandra, la Camellona, La Walkiria, o Paca la Piraña. También los destrozos que hizo Marisol, la falsa cirujana del Raval: “No te ponía silicona si no aceite de aviones. Inyectaba silicona con una jeringa para caballos”.
La Veneno fue de las primeras caras visibles de la realidad de las prostitutas trans, mostrando un mundo que hasta entonces había permanecido oculto, en la sombra. “No es una activista sino una persona que dejó huella y caló hondo. A su manera, abrió una ventana de visibilidad para el colectivo trans”, agrega Topacio Fresh, que estuvo en el acto de presentación de la placa que homenajea a Cristina Ortiz. “Es la primera vez que se instala [en Madrid y probablemente en España] una placa homenaje a una persona trans”, apunta Rubén López, portavoz de Arcópoli, asociación en defensa del colectivo LGTBIQ, que animó al Consistorio a reivindicar a La Veneno en el Parque del Oeste: “Tenía que ser en ese lugar”, agrega López.
Tras su paso por la tele, la popularidad de La Veneno se disparó. Aparecía en programas, series y alguna película; grabó dos sencillos (‘Veneno pa’ tu piel’ y ‘El rap de La Veneno’); se hizo una gira por España con un ‘show’ cabaretero. Su fama la llevó también a trabajar en Latinoamérica. A pesar del éxito, los nubarrones regresaron a su vida: en 2003 entró en prisión, acusada de estafa por quemar su piso e intentar cobrar el seguro. Pasó tres años en una cárcel de hombres. En esa época las personas trans no podían elegir si cumplir condena en una penitenciaría masculina o femenina (actualmente, sí que existe esa posibilidad, tras el Caso Lastra de 2006). “Ella no tuvo elección”, apunta Vegas, “y la cárcel no le vino bien; le hizo más daño. Cristina venía de un mundo hostil y violento, que no dejaba de repetirle que no encajaba en la sociedad”. A su salida, en 2006, tenía 41 años y pesaba más de 120 kilos. Pero La Veneno no solo era fuerte, siempre fue resiliente.
Después de salir del penal, regresó a las teles y recuperó su tipazo. En 2016 cumplió uno de sus sueños: publicó su autobiografía con su amiga Valeria Vegas, autoeditada y que ya va por su cuarta edición. Presentó el libro en octubre de ese año. Tuvieron que pasar más de 20 años para que se le reconociera que su historia no solo era genuina o interesante sino que también hablaba de la realidad de un colectivo marginado por una sociedad cruel. “Y seguía habiendo prejuicio”, dice Vegas: “Mientras Cicciolina nos parece arte, La Veneno no. Ambas son igual de ‘kitsch’, con historias interesantes en las que rascar y descubrir lo que hay detrás”. La Veneno promocionó su libro en las teles y aseguró que tras la publicación de sus memorias había recibido amenazas de muerte. Fueron sus últimas apariciones mediáticas: un mes después, su pareja la encontró golpeada y amoratada en su casa. Pasó unos días en el hospital de La Paz y el 9 de noviembre murió. Tras dos autopsias, la conclusión fue que se había caído en el baño después de haber consumido ansiolíticos. Su cuerpo fue incinerado y parte de sus cenizas se esparcieron en el Parque del Oeste, como ella quería. Otra parte, su familia se la llevó a Adra, el pueblo que la repudió.
A comienzos de este año, Mari Pepa Ortiz, hermana de Cristina, pidió reabrir el caso. Un nuevo análisis forense había encontrado inconsistencias en las autopsias de la artista. La familia, dividida en dos bandos, no quiere hablar del tema. “No coinciden, para nada, los golpes y moratones de su cuerpo con una caída en la bañera”, explica la diputada socialista Carla Antonelli, “no porque haya sido [la muerte de] una persona trans, se le va a dar carpetazo”.
“[La Veneno] Es la deseada y la repudiada, la que abandonó a su familia para convertirse en prostituta”, escribe Paco Bezerra (Premio Nacional de Literatura Dramática en 2009), "La Veneno es Lilith, Pandora, Helena de Troya, Circe, Dalila... arquetipos de la ‘maldad femenina’ que ha parido la historia desde la aparición de la sociedad patriarcal. [Figuras] que ejercen un sentimiento de rechazo y temor a la vez que provocan seducción. La Veneno nos obliga a enfrentarnos a un conflicto que aún no tenemos resuelto”.
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