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Shangay Lily · Palabra de Artivista | Público, 2015-09-24
http://blogs.publico.es/shangaylily/2015/09/24/rajoy-maroto-y-la-boda-absurdigay-o-toma-ppinkwashing/
Estos días ha generado un gran debate un matrimonio homosexual que los propios verdugos han llevado a cabo ante los atónitos ojos de sus víctimas. ¿Pero no nos estabais cortando la cabeza ayer mismo por esa “monstruosidad” que iba a destruir España y ahora os la apropiáis vosotros?, parecen preguntarse los aturdidos acusados de ayer (y de hoy, que es lo peor; porque ese doble rasero del PP y la Iglesia sigue en perfecto estado). Tras haber estado luchando con ahínco contra la igualdad y la no discriminación, cuando ya ven que es inevitable, se lo apropian y se benefician de un avance que el activismo ha conseguido tras muchas zancadillas y agresiones. Pero ese es el modo operativo del PP y la derecha en general (incluyamos en esta a Iglesia, Banca y Oligarcas o empresarios), beneficiarse de los avances que han combatido cuando ya es inevitable. Eso sí, seguirán maldiciéndolo ‘por lo bajini’.
Así, en un arrebato de endohomofobia (homofobia internalizada hacia uno mismo), Iñaki Oyarzabal —el otro gay oficial del PP, como todos ellos “normal”, cuasiheterosexual, discreto, que no parece homosexual, que es puro ‘tokenism’— se lanzaba a esconder la naturaleza gay del matrimonio mientras daba lecciones de “un poquito de respeto”. Y ha aclarado que, además, es una boda civil; ojito con pretender que el sagrado matrimonio cristofascista es asequible a los gays… el caso es dejar claro que es una boda de segunda y que el matrimonio gay no existe. Al fin y al cabo, el gay que no parece gay (eso cree él) y parece un homófobo heteropatriarcal (eso creemos nosotros) es el secretario de Justicia, Derechos y Libertades del partido. ¿Cómo se come eso de un secretario de libertades que obliga a los medios a negar la existencia de bodas gays siendo él mismo gay? ¡Que es el PP, criatura! Ahí, con la neolengua, todo es posible. Despidos en diferido, corrupciones en paralelo, abortos en primera clase a Londres, feministas en contra de las mujeres, liberales represores, franquistas que llaman franquistas a los antifranquistas, nazis que dirigen periódicos y dan lecciones de lucha antifascista… es otro mundo.
Por supuesto, el discurso del PP —especialmente del ala más dura de este— es la del homófobo de toda la vida: no es un matrimonio gay, es un matrimonio civil. ¡Dejad de hablar de gays! Nosotros queremos que confundáis normalización con invisibilización y así todos esos maricones vuelven al armario. La boda de Maroto es una boda más, porque los peperos somos así de tolerantes, no queremos estigmatizar y hacer diferentes a los gays (¿os suena ese discurso?, en efecto, es el mismito argumento que el homófobo alcalde armarizado de Torremolinos Fernández Montes usó para prohibir las actuaciones de transformistas en la calle: «Los homosexuales serios quieren estar dentro de la normalidad absoluta», afirmó en un pleno).
Aunque lo que se le despista es lo que realmente es. Eso desde luego no es una boda gay, ni civil, ni en diferido, ni prorrateada, es una boda absurdigay. Ya he explicado en reiteradas ocasiones el concepto de absurdigay. Pero para quien no lo haya leído mi artículo titulado El absurdigay o el posterior Los absurdigays florecen al calor de la homofobia, les resumo que vienen a ser unos seres egoístas, estúpido y absurdos de puro contradictorio. Si tirar piedras contra el propio tejado fuese un deporte olímpico, ellos serían la primera potencia mundial.
Aunque muchos quieren ver en el gesto de Maroto dos meses antes de las elecciones el rebelde acto de disidencia de un verso libre dentro del PP (ergo: dentro del PP es posible la disidencia y la libertad), lo cierto es que no es más que otro calculado y premeditado ejercicio de propaganda electoral para ablandar los corazones de las victimas del azote neoliberal del partido. En definitiva es un mero acto de ‘pinkwashing’ o ‘blanqueorosa’ (el término, tanto en inglés como traducido, alude a las técnicas de blanqueo de dinero pero utilizando a la comunidad LGTB). Como ya he explicado en varios artículos (ver Pinkwashing en Venezuela, El gaypitalismo le hace campaña a Esperanza Aguirre (y ella hace pinkwashing) o El pinkwashing de la homófoba Cifuentes), consiste en utilizar a la comunidad gay para distraer de o disimular las miserias de un partido o estado agresor (Israel es el principal caso) poniendo en el escaparate algunos guiños a una élite clasista de esa comunidad (o sea el gaypitalismo) que haga parecer más democrático, “tolerante” y progresista al estado o partido de lo que en realidad es (un represor violento o un genocida como es el caso del mencionado Israel).
Es demasiada casualidad que unos meses antes de las elecciones hagan todo este montaje de cara al electorado. ¿Alguien se cree que Maroto, un reprimido de manual, no iba a haber pospuesto su boda si el partido se lo hubiese exigido? Todo este ballet de supuestas incomodidades y asistencias complicadas no ha sido más que otro montaje para apropiarse de los avances LGTB y hacerlos pasar por suyos. Pero, por desgracia, muchas disidencias tenemos memoria. Por más que vosotros tengáis el dinero, nosotros tenemos la memoria. Esa misma memoria histórica que vosotros a toda costa queréis borrar y sustituir por pan y circo. Educar a la ciudadanía en el mirar para otro lado, ser “mayoría silenciosa” y comunicarse vía plasma.
Así, en un arrebato de endohomofobia (homofobia internalizada hacia uno mismo), Iñaki Oyarzabal —el otro gay oficial del PP, como todos ellos “normal”, cuasiheterosexual, discreto, que no parece homosexual, que es puro ‘tokenism’— se lanzaba a esconder la naturaleza gay del matrimonio mientras daba lecciones de “un poquito de respeto”. Y ha aclarado que, además, es una boda civil; ojito con pretender que el sagrado matrimonio cristofascista es asequible a los gays… el caso es dejar claro que es una boda de segunda y que el matrimonio gay no existe. Al fin y al cabo, el gay que no parece gay (eso cree él) y parece un homófobo heteropatriarcal (eso creemos nosotros) es el secretario de Justicia, Derechos y Libertades del partido. ¿Cómo se come eso de un secretario de libertades que obliga a los medios a negar la existencia de bodas gays siendo él mismo gay? ¡Que es el PP, criatura! Ahí, con la neolengua, todo es posible. Despidos en diferido, corrupciones en paralelo, abortos en primera clase a Londres, feministas en contra de las mujeres, liberales represores, franquistas que llaman franquistas a los antifranquistas, nazis que dirigen periódicos y dan lecciones de lucha antifascista… es otro mundo.
Por supuesto, el discurso del PP —especialmente del ala más dura de este— es la del homófobo de toda la vida: no es un matrimonio gay, es un matrimonio civil. ¡Dejad de hablar de gays! Nosotros queremos que confundáis normalización con invisibilización y así todos esos maricones vuelven al armario. La boda de Maroto es una boda más, porque los peperos somos así de tolerantes, no queremos estigmatizar y hacer diferentes a los gays (¿os suena ese discurso?, en efecto, es el mismito argumento que el homófobo alcalde armarizado de Torremolinos Fernández Montes usó para prohibir las actuaciones de transformistas en la calle: «Los homosexuales serios quieren estar dentro de la normalidad absoluta», afirmó en un pleno).
Aunque lo que se le despista es lo que realmente es. Eso desde luego no es una boda gay, ni civil, ni en diferido, ni prorrateada, es una boda absurdigay. Ya he explicado en reiteradas ocasiones el concepto de absurdigay. Pero para quien no lo haya leído mi artículo titulado El absurdigay o el posterior Los absurdigays florecen al calor de la homofobia, les resumo que vienen a ser unos seres egoístas, estúpido y absurdos de puro contradictorio. Si tirar piedras contra el propio tejado fuese un deporte olímpico, ellos serían la primera potencia mundial.
Aunque muchos quieren ver en el gesto de Maroto dos meses antes de las elecciones el rebelde acto de disidencia de un verso libre dentro del PP (ergo: dentro del PP es posible la disidencia y la libertad), lo cierto es que no es más que otro calculado y premeditado ejercicio de propaganda electoral para ablandar los corazones de las victimas del azote neoliberal del partido. En definitiva es un mero acto de ‘pinkwashing’ o ‘blanqueorosa’ (el término, tanto en inglés como traducido, alude a las técnicas de blanqueo de dinero pero utilizando a la comunidad LGTB). Como ya he explicado en varios artículos (ver Pinkwashing en Venezuela, El gaypitalismo le hace campaña a Esperanza Aguirre (y ella hace pinkwashing) o El pinkwashing de la homófoba Cifuentes), consiste en utilizar a la comunidad gay para distraer de o disimular las miserias de un partido o estado agresor (Israel es el principal caso) poniendo en el escaparate algunos guiños a una élite clasista de esa comunidad (o sea el gaypitalismo) que haga parecer más democrático, “tolerante” y progresista al estado o partido de lo que en realidad es (un represor violento o un genocida como es el caso del mencionado Israel).
Es demasiada casualidad que unos meses antes de las elecciones hagan todo este montaje de cara al electorado. ¿Alguien se cree que Maroto, un reprimido de manual, no iba a haber pospuesto su boda si el partido se lo hubiese exigido? Todo este ballet de supuestas incomodidades y asistencias complicadas no ha sido más que otro montaje para apropiarse de los avances LGTB y hacerlos pasar por suyos. Pero, por desgracia, muchas disidencias tenemos memoria. Por más que vosotros tengáis el dinero, nosotros tenemos la memoria. Esa misma memoria histórica que vosotros a toda costa queréis borrar y sustituir por pan y circo. Educar a la ciudadanía en el mirar para otro lado, ser “mayoría silenciosa” y comunicarse vía plasma.
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