Imagen: El Español / Marisa Mediavilla |
Marisa Mediavilla, fundadora de la Biblioteca de Mujeres de Madrid, lleva años esperando encontrar un lugar donde poder depositar documentos históricos.
Yolanda Cardo | Crónica Global, El Español, 2018-02-25
https://cronicaglobal.elespanol.com/creacion/biblioteca-mujeres-madrid-sin-espacio_122132_102.html
“Solamente puedes ir peleándote con la realidad del momento”. Esta frase de Marisa Mediavilla, refleja la lucha de esta incansable mujer por conseguir no solo una ubicación permanente para la Biblioteca de Mujeres, sino también el reconocimiento de un proyecto indispensable para nuestra sociedad.
Marisa es la fundadora de la Biblioteca de Mujeres de Madrid, una iniciativa que persigue recuperar, proteger y difundir el extenso legado de y sobre mujeres que, en gran medida, han sido olvidadas y borradas de la historia.
Con aproximadamente 30.000 documentos, sus fondos lo forman ensayos y estudios feministas, comics, carteles, libros de literatura, biografías, calendarios, sellos, revistas, tebeos femeninos, etc., muchos de estos documentos los atesora Marisa en su casa, como por ejemplo los únicos ejemplares de la revista feminista 'Redención' (Valencia 1915), una de las primeras publicaciones españolas de este tipo.
La suya es una historia de perseverancia que dura ya más de 30 años y que arranca en 1985 en la calle Barquillo 44 en Madrid, lugar en donde se reunían varias asociaciones de mujeres feministas y que fue el primer emplazamiento para los títulos que ella atesoraba desde hacía años. Ese punto de encuentro acabó siendo la “primera sede” de la biblioteca y allí Marisa y Lola Robles (escritora y filóloga vinculada al proyecto hasta el 2001) junto a otras muchas valiosísimas y desinteresadas colaboradoras, trabajaron juntas en la realización de este maravilloso proyecto. Ferias de libros antiguos, librerías, El Rastro, donaciones de escritoras y mujeres anónimas nutrían los fondos que, con el paso del tiempo, dejaron pequeño el espacio que les acogía. Y es aquí cuando comienza el largo peregrinaje en busca de una ubicación definitiva.
Primero en el Consejo de la Mujer de la Comunidad de Madrid en la calle Villaamil 12 hasta 2007, después, y tras aceptar el Instituto de la Mujer la donación del legado, trasladan los fondos a un depósito, ya que en la sede del instituto no hay suficiente espacio para albergarlos. Finalmente, y ante la insistencia de Marisa preocupada porque los fondos fueran destruidos, el Ministerio de Cultura les ofrece conservarlos en el Museo del Traje y es allí en donde se encuentran actualmente a la espera de un hogar definitivo.
Marisa habla con pasión de su trabajo, del proyecto que lleva años defendiendo y de feminismo. Sabe que aún queda mucho por hacer: “Nosotras en la medida que somos conscientes de nuestra condición tenemos que ir quitándonos todo aquello que hemos aprendido para comenzar otro aprendizaje y eso es muy duro”. Piensa también que no somos conscientes del poder que tenemos como colectivo: “Si el 8 de marzo hiciéramos todas huelga real, detendríamos el mundo y se podría empezar algo nuevo”. Siente especial admiración hacia Clara Campoamor y Carmen de Burgos, de esta última guarda una 1ª edición de 'La mujer moderna y sus derechos' (1927). Hablamos también del movimiento #MeToo del que cree que es positivo en gran medida pero también que “hay que estar muy atentas porque al final el lenguaje es absorbido por el sistema, se lo apropia y siempre le va a sacar provecho y a generar negocio”. Marisa dice no sentirse decepcionada sino desencantada por el desinterés que demuestran nuestras instituciones por la Biblioteca de Mujeres, pero no le sorprende de una sociedad especialmente insensible por la cultura en general.
Breve historia de otras bibliotecas de mujeres
La necesidad de tener una biblioteca propia de mujeres viene de lejos, de hecho la primera en Europa se fundó en Barcelona en el año 1909 gracias a Francesca Bonnemaison, un proyecto avanzado a su tiempo que se vio truncado por la Guerra Civil y que posteriormente fue recuperado en 2003 gracias al esfuerzo de colectivos feministas. Actualmente el Centro de Cultura de Mujeres Francesca Bonnemaison está integrado en la Red de Bibliotecas Públicas de la Diputación de Barcelona.
En Madrid, también se crearon la Biblioteca de la Residencia de Señoritas en 1915 y el Lyceum Club en 1926, un punto de encuentro de mujeres de todos los ámbitos y de distintas sensibilidades políticas entre las que se encontraban figuras tan relevantes como olvidadas por la historia: María de Maeztu, Zenobia Camprubí, María Teresa León, Clara Campoamor, Margarita Xirgu, Isabel Oyarzábal, Ernestina Champourcín, Victoria Kent y muchas más que quisieron que España evolucionase y superase el tiempo que les tocó vivir.
The Fawcett Library en Londres (1926), Bibliothèque Marguerite Durand en París (1931) o el Centre and Archives for the Women’s Movement en Amsterdan (1935) son algunos de los ejemplos de proyectos similares en Europa financiados todos por el estado.
A día de hoy los fondos de la biblioteca siguen alojados en el Museo del Traje sin que la incansable insistencia de Marisa a las autoridades de turno haya dado su fruto. La de todas estas mujeres a las que les debemos mucho, incluso sin saberlo, no es una historia liviana. Mientras el tiempo sigue rápido su curso, estos valiosos fondos aguardan apilados en cajas y estanterías esperando a ser recatados del olvido.
Marisa es la fundadora de la Biblioteca de Mujeres de Madrid, una iniciativa que persigue recuperar, proteger y difundir el extenso legado de y sobre mujeres que, en gran medida, han sido olvidadas y borradas de la historia.
Con aproximadamente 30.000 documentos, sus fondos lo forman ensayos y estudios feministas, comics, carteles, libros de literatura, biografías, calendarios, sellos, revistas, tebeos femeninos, etc., muchos de estos documentos los atesora Marisa en su casa, como por ejemplo los únicos ejemplares de la revista feminista 'Redención' (Valencia 1915), una de las primeras publicaciones españolas de este tipo.
La suya es una historia de perseverancia que dura ya más de 30 años y que arranca en 1985 en la calle Barquillo 44 en Madrid, lugar en donde se reunían varias asociaciones de mujeres feministas y que fue el primer emplazamiento para los títulos que ella atesoraba desde hacía años. Ese punto de encuentro acabó siendo la “primera sede” de la biblioteca y allí Marisa y Lola Robles (escritora y filóloga vinculada al proyecto hasta el 2001) junto a otras muchas valiosísimas y desinteresadas colaboradoras, trabajaron juntas en la realización de este maravilloso proyecto. Ferias de libros antiguos, librerías, El Rastro, donaciones de escritoras y mujeres anónimas nutrían los fondos que, con el paso del tiempo, dejaron pequeño el espacio que les acogía. Y es aquí cuando comienza el largo peregrinaje en busca de una ubicación definitiva.
Primero en el Consejo de la Mujer de la Comunidad de Madrid en la calle Villaamil 12 hasta 2007, después, y tras aceptar el Instituto de la Mujer la donación del legado, trasladan los fondos a un depósito, ya que en la sede del instituto no hay suficiente espacio para albergarlos. Finalmente, y ante la insistencia de Marisa preocupada porque los fondos fueran destruidos, el Ministerio de Cultura les ofrece conservarlos en el Museo del Traje y es allí en donde se encuentran actualmente a la espera de un hogar definitivo.
Marisa habla con pasión de su trabajo, del proyecto que lleva años defendiendo y de feminismo. Sabe que aún queda mucho por hacer: “Nosotras en la medida que somos conscientes de nuestra condición tenemos que ir quitándonos todo aquello que hemos aprendido para comenzar otro aprendizaje y eso es muy duro”. Piensa también que no somos conscientes del poder que tenemos como colectivo: “Si el 8 de marzo hiciéramos todas huelga real, detendríamos el mundo y se podría empezar algo nuevo”. Siente especial admiración hacia Clara Campoamor y Carmen de Burgos, de esta última guarda una 1ª edición de 'La mujer moderna y sus derechos' (1927). Hablamos también del movimiento #MeToo del que cree que es positivo en gran medida pero también que “hay que estar muy atentas porque al final el lenguaje es absorbido por el sistema, se lo apropia y siempre le va a sacar provecho y a generar negocio”. Marisa dice no sentirse decepcionada sino desencantada por el desinterés que demuestran nuestras instituciones por la Biblioteca de Mujeres, pero no le sorprende de una sociedad especialmente insensible por la cultura en general.
Breve historia de otras bibliotecas de mujeres
La necesidad de tener una biblioteca propia de mujeres viene de lejos, de hecho la primera en Europa se fundó en Barcelona en el año 1909 gracias a Francesca Bonnemaison, un proyecto avanzado a su tiempo que se vio truncado por la Guerra Civil y que posteriormente fue recuperado en 2003 gracias al esfuerzo de colectivos feministas. Actualmente el Centro de Cultura de Mujeres Francesca Bonnemaison está integrado en la Red de Bibliotecas Públicas de la Diputación de Barcelona.
En Madrid, también se crearon la Biblioteca de la Residencia de Señoritas en 1915 y el Lyceum Club en 1926, un punto de encuentro de mujeres de todos los ámbitos y de distintas sensibilidades políticas entre las que se encontraban figuras tan relevantes como olvidadas por la historia: María de Maeztu, Zenobia Camprubí, María Teresa León, Clara Campoamor, Margarita Xirgu, Isabel Oyarzábal, Ernestina Champourcín, Victoria Kent y muchas más que quisieron que España evolucionase y superase el tiempo que les tocó vivir.
The Fawcett Library en Londres (1926), Bibliothèque Marguerite Durand en París (1931) o el Centre and Archives for the Women’s Movement en Amsterdan (1935) son algunos de los ejemplos de proyectos similares en Europa financiados todos por el estado.
A día de hoy los fondos de la biblioteca siguen alojados en el Museo del Traje sin que la incansable insistencia de Marisa a las autoridades de turno haya dado su fruto. La de todas estas mujeres a las que les debemos mucho, incluso sin saberlo, no es una historia liviana. Mientras el tiempo sigue rápido su curso, estos valiosos fondos aguardan apilados en cajas y estanterías esperando a ser recatados del olvido.
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