Imagen: El País / Homenaje a Asma Jahangir en Lahore, Pakistán |
La abogada luchó por las libertades y la sociedad civil laica a pesar de detenciones y amenazas de muerte.
Ángeles Espinosa | El País, 2018-02-13
https://elpais.com/internacional/2018/02/13/actualidad/1518537620_753110.html
Asma Jilani Jahangir, destacada abogada y activista de los derechos humanos paquistaní, murió el pasado domingo, en su Lahore natal, de un ataque al corazón. Tenía 66 años y había dedicado su vida a la defensa de las libertades, los derechos de las mujeres y el avance de la democracia. Acababa de concluir su mandato como relatora especial de la ONU para los derechos humanos en Irán (2016-2018) y con anterioridad había sido relatora para la libertad de religión (2004-2010) y las ejecuciones extrajudiciales (1998-2004). Su trabajo hizo que fuera propuesta para el Premio Nobel de la Paz en 2005, pero también le acarreó detenciones y amenazas de muerte en su país.
Fue encarcelada en 1983 por participar en el Movimiento para Restaurar la Democracia durante la dictadura del general Zia ul Haq. En 2007, otro militar, el general Pervez Musharraf, la colocó bajo arresto domiciliario a raíz de su implicación en la protesta de los abogados que terminó contribuyendo a que dimitiera. Su crítica al abuso de las leyes de blasfemia (que castigan con la pena de muerte el insulto a Mahoma) y de otras leyes discriminatorias, la hicieron especialmente vulnerable ante los islamistas violentos, mientras las autoridades se sentían incómodas con su defensa de las familias de “desaparecidos”. Hace cinco años, unos documentos filtrados sugerían que los servicios secretos paquistaníes habían planeado asesinarla.
Ni la cárcel ni las amenazas de muerte arredraron nunca a Asma Jilani. Su figura menuda escondía una voluntad y una determinación de hierro. Hija de un funcionario de buena familia, vio como su padre renunciaba a los privilegios de un empleo público, se unía a la oposición al Gobierno militar del general Ayub Khan y era detenido por sus actividades. En 1969, con apenas 17 años, la que luego adoptaría el apellido Jahangir por matrimonio, empezó su propia lucha por la democracia contra el dictador poniéndose al frente de una manifestación de mujeres. Su activismo le valió ser expulsada temporalmente de la universidad.
Estudió Derecho, algo inusual para una mujer en el Pakistán de los años setenta del siglo pasado, y en 1980 fundó, junto a su hermana Hina Jilani y dos amigas, el primar centro de asistencia legal gratuita del país. También fue el primer despacho formado sólo por mujeres. Dos años más tarde, ambas hermanas se convertían en abogadas del Tribunal Supremo, cuyo colegio profesional llegó a presidir.
Su paso por la cárcel en 1983 le puso en contacto con numerosas mujeres víctimas de las nuevas leyes dictadas por Zia para congraciarse con los islamistas, las conocidas como Ordenanzas Hudud. Al salir, se ocupó de esos casos y en 1986 contribuyó a fundar la Comisión de Derechos Humanos de Pakistán, comprometida con la defensa no sólo de las mujeres, sino también de las minorías religiosas, en especial ‘ahmadis’ y cristianos, los principales perjudicados por aquellas normas.
Además, Jahangir investigó las acusaciones de ejecuciones extrajudiciales por parte de las fuerzas de seguridad, estableció un refugio para mujeres jóvenes e hizo campaña contra el trabajo infantil. Esa dedicación le granjeó numerosos reconocimientos internacionales, incluido el Premio Unesco-Bilbao para la Promoción de los Derechos Humanos, que en 2010 la llevó hasta la capital vizcaína.
Tras su muerte, tanto los políticos como los abogados que le han rendido tributo han destacado su valentía. A un nivel más personal, lo que me llamó la atención cuando la conocí en casa del periodista Ahmed Rashid en 2001, fue su humildad y su sentido del humor. Le sobreviven su marido, el empresario Tahir Jahangir, un hijo y dos hijas.
Fue encarcelada en 1983 por participar en el Movimiento para Restaurar la Democracia durante la dictadura del general Zia ul Haq. En 2007, otro militar, el general Pervez Musharraf, la colocó bajo arresto domiciliario a raíz de su implicación en la protesta de los abogados que terminó contribuyendo a que dimitiera. Su crítica al abuso de las leyes de blasfemia (que castigan con la pena de muerte el insulto a Mahoma) y de otras leyes discriminatorias, la hicieron especialmente vulnerable ante los islamistas violentos, mientras las autoridades se sentían incómodas con su defensa de las familias de “desaparecidos”. Hace cinco años, unos documentos filtrados sugerían que los servicios secretos paquistaníes habían planeado asesinarla.
Ni la cárcel ni las amenazas de muerte arredraron nunca a Asma Jilani. Su figura menuda escondía una voluntad y una determinación de hierro. Hija de un funcionario de buena familia, vio como su padre renunciaba a los privilegios de un empleo público, se unía a la oposición al Gobierno militar del general Ayub Khan y era detenido por sus actividades. En 1969, con apenas 17 años, la que luego adoptaría el apellido Jahangir por matrimonio, empezó su propia lucha por la democracia contra el dictador poniéndose al frente de una manifestación de mujeres. Su activismo le valió ser expulsada temporalmente de la universidad.
Estudió Derecho, algo inusual para una mujer en el Pakistán de los años setenta del siglo pasado, y en 1980 fundó, junto a su hermana Hina Jilani y dos amigas, el primar centro de asistencia legal gratuita del país. También fue el primer despacho formado sólo por mujeres. Dos años más tarde, ambas hermanas se convertían en abogadas del Tribunal Supremo, cuyo colegio profesional llegó a presidir.
Su paso por la cárcel en 1983 le puso en contacto con numerosas mujeres víctimas de las nuevas leyes dictadas por Zia para congraciarse con los islamistas, las conocidas como Ordenanzas Hudud. Al salir, se ocupó de esos casos y en 1986 contribuyó a fundar la Comisión de Derechos Humanos de Pakistán, comprometida con la defensa no sólo de las mujeres, sino también de las minorías religiosas, en especial ‘ahmadis’ y cristianos, los principales perjudicados por aquellas normas.
Además, Jahangir investigó las acusaciones de ejecuciones extrajudiciales por parte de las fuerzas de seguridad, estableció un refugio para mujeres jóvenes e hizo campaña contra el trabajo infantil. Esa dedicación le granjeó numerosos reconocimientos internacionales, incluido el Premio Unesco-Bilbao para la Promoción de los Derechos Humanos, que en 2010 la llevó hasta la capital vizcaína.
Tras su muerte, tanto los políticos como los abogados que le han rendido tributo han destacado su valentía. A un nivel más personal, lo que me llamó la atención cuando la conocí en casa del periodista Ahmed Rashid en 2001, fue su humildad y su sentido del humor. Le sobreviven su marido, el empresario Tahir Jahangir, un hijo y dos hijas.
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