Imagen: El Mundo / Marina Garcés |
Marina Garcés es la pensadora de la insumisión y de los movimientos sociales. Ha llevado la filosofía más allá del mundo académico. Flamente Premi Ciutat de Barcelona, en abril publicará 'Ciudad Princesa', un libro de lucha a pie de calle.
Marías Néspolo | El Mundo, 2018-02-15
http://www.elmundo.es/cataluna/2018/02/15/5a85d83b268e3eb5778b4615.html
Encontrar un hueco en la agenda de Marina Garcés (Barcelona, 1973) no es tarea fácil. Hay que abrirse camino entre los tribunales de doctorado en los que participa y las clases que dicta como profesora en la Universidad de Zaragoza, el tiempo que dedica a sus hijos o al colectivo alternativo de pensamiento crítico Espai en Blanc, sin contar con el que destina a su incesante producción filosófica con obras como ‘Un mundo común’ (2013), ‘Filosofía inacabada’ (2015) o ‘Fora de clase’ (2016), además de los diversos proyectos colectivos de experimentación cultural, social y pedagógica en los que se implica.
La polémica pregonera de las pasadas fiestas de la Mercè y reciente Premi Ciutat de Barcelona por el breve y contundente ensayo 'Nueva ilustración radical' (Cuadernos Anagrama, 2017) también colabora en los medios y no sólo escritos. El próximo domingo aparecerá en la pantalla junto a Jordi Évole en un Salvados dedicado al odio y los linchamientos en la red. «Creemos que Twitter es la barbarie y un infierno, pero es nuestro infierno. Esos taques de odio atávico, oscuro e irracional responden a marcos ideológicos y a un argumentario político. Representa el escenario de las guerras que tenemos abiertas en nuestra sociedad», apunta.
Algo de todo eso sabe la pensadora de la insumisión y de los movimientos sociales que las redes tildan de radical y antisistema. Lo cierto es que su formación debe tanto a Gilles Deleuze como a las luchas a pie de calle. De eso trata su próxima obra, ‘Cuidad Princesa’ que Galaxia Gutenberg publicará poco antes de Sant Jordi. «Es un relato en primera persona, una crónica de ciudad y un ensayo en el que repaso los aprendizajes de mi escuela política en el ciclo de luchas que va desde el desalojo del Cine Princesa en 1996 hasta el 1-O, que no entraba en el guion original», explica. Y esta conversación no sólo debe robar tiempo a la corrección de galeradas, sino a nuevos aprendizajes. Marina Garcés no tiene un minuto libre y, sin embargo: «He comenzado a tomar clases de piano», confiesa. «Es mi gran desacato», dice con una sonrisa de niña traviesa.
P: ¿Qué representa Espai en Blanc en su trayectoria?
R. Para mí la filosofía como práctica está vinculada no sólo al mundo académico, sino también al mundo de los movimientos sociales y de la cultura como territorio de experimentación, contestación y compromiso. Espai en Blanc, como tal, lo fundamos en 2002 en las grietas de la Barcelona post olímpica como un territorio donde experimentar nuevos formatos y maneras de relacionarnos con el pensamiento. Reúne gente de edades y disciplinas muy diversas, no es un grupo de militancia cerrado, sino más bien una sucesión de proyectos que nos vinculan en torno a un pensamiento experimental, práctico y colectivo. Nuestras prácticas van de jornadas y tertulias anónimas, a documentales, microvídeos, investigaciones en entornos reales. En los últimos años hacemos ‘El Pressentiment’, una hoja volante en la tradición obrerista, entre el cartelismo y el panfleto, cuyos primeros 50 números publicamos el año pasado en Edicions Bellaterra. Los presentimientos surgieron con el 15-M; el lugar de recubrir con discursos lo que estaba pasando que fue la gran tentación de los partidos políticos, nosotros dimos un paso atrás y abrimos un espacio para otro tipo de palabras.
P. ¿No le da miedo quedar institucionalizada con el Premi Ciutat de Barcelona?
R. Yo intento pensar en desviación y esas derivas siempre dan miedo. Confío en que mi recorrido sea lo bastante consistente como para no quedar atrapada. Si no tuviera mis vínculos colectivos con los lugares reales de compromiso, la captura institucional -o editorial como autora también- sería un riesgo mayor. Protegerse en los márgenes a veces suele esconder la actitud autocomplaciente y purista del intelectual que no se ensucia las manos. Se trata de saber atravesar los lugares. Mi relación con la filosofía es una declaración de compromiso con este mundo y también con mi ciudad y su gente. Participo en la vida cultural de Barcelona desde la independencia y por eso el premio no me sitúa ni me molesta, porque no es mi argumento de legitimación.
P. ¿Le sorprendió la polémica de su pregón de la Mercè?
R. Sí, porque fue un pregón muy crítico con muchos aspectos y lo que provocó mi linchamiento en Twitter fue la referencia que hice, desde un humanismo compasivo, a los terroristas muertos en Ripoll. Cuando mencioné las diversas ausencias que había dejado el 17-O como herida abierta en la Mercè, también añadí la ausencia de unos chicos de Ripoll que nos dejaban unas dudas que pensar. La muerte en el doble sentido, las que habían causado y las suyas, nos dejaban un interrogante como sociedad: '¿Qué hacemos con esas muertes?' Eso provocó todo tipo de acusaciones empezando por un comunicado del PP.
P. ¿Le molesta que se la encasille como filósofa antisistema?
R. Nos damos prisa por etiquetar, por colgar siglas y banderas a todo el mundo. Mi pensamiento es saboteador de códigos. Cualquier etiqueta, como cualquier intento de codificarnos, me molesta, porque es un ejercicio de poder. Pero eso forma parte de las consecuencias que tiene hacer una filosofía que no se resguarda en las zonas de confort. La clave es confiar en que podemos seguir saboteando cualquier etiqueta.
P. ¿Asistimos a un boom filosófico en la ciudad?
R. Coinciden un cambio de generación y de época con el solapamiento de varias crisis: económica, política, de marco epistemológico y de civilización. Cuesta mucho imaginar futuros tanto a nivel urbano como planetario. Eso provoca una revitalización de la filosofía porque tenemos que ir a las raíces de los problemas para pensar hacia adelante. Y aquí además se da la emergencia de una generación que no nos hemos formado bajo el franquismo. Todo eso conecta con festivales como el Barcelona Pensa o la propuesta de Joan Subirats de crear una gran bienal de filosofía en la ciudad. Lo importante es superar la dualidad entre el saber de expertos inaccesible y el producto divulgativo porque la filosofía no es eso. Los problemas filosóficos son difíciles pero hay distintas estrategias y maneras de aproximación. La filosofía académica se ha dedicado a acomplejar a la gente con tecnicismos, a crear monopolios del saber y jerarquías. Y los templos de sabios y expertos producen más desigualdad. Yo concibo la palabra filosófica como antijerárquica, que interpela donde chocan el saber y el no saber con el cuestionamiento y la crítica. La filosofía es una forma de emancipación continua y esa potencia igualitaria que tiene es la que procuro activar.
P. Esa relación entre saber y emancipación es la hipótesis central de 'Nueva ilustración radical'...
R. Nadie tiene la receta de una vida mejor y más digna, pero si dejamos el saber en manos de expertos que nos solucionen los problemas reforzamos el sentido tecnocrático del poder y cerramos nuestro campo de participación política, epistemológico, cultural y humano. El saber los construimos juntos de manera recíproca. Nuestra emancipación de las formas de vida tutelada depende de eso, de reemplazar el universal proyectivo de la modernidad, el saber de los planificadores de futuro, por un saber recíproco, por un universal que elaboremos de forma recíproca, entre singularidades, identidades, epistemologías y formas de vida diversas.
P, Esta nueva ilustración radical tiene tanto de programa como de manifiesto y panfleto...
R. Exacto, es un libro encrucijada y semilla. Son apuntes y esbozos de líneas abiertas en distintas conferencias que marcan el programa de investigaciones por venir. Se trata de responder a los estados emocionales de la angustia y el miedo que alimentan el vacío de las filosofías apocalípticas que dominan nuestro tiempo. La crisis de la modernidad se ha convertido en sinónimo de crisis de la crítica. Recuperar el espíritu de la ilustración es recuperar su actitud crítica, no su proyector modernizador del siglo XVIII en cuyas ruinas vivimos. Mi preocupación es que no caigamos en la renuncia antropológica de esta actitud crítica. Una crítica radical en el cruce entre incredulidad y confianza. Se trata de poder declararnos incrédulos e insumisos frente a los dogmas de nuestro tiempo sin perder la confianza de que está en nuestras manos el hacer y rehacer las formas de vida que queremos en este mundo.
P, ¿De ahí la deriva política del texto?
R. Para mí todo es política, en el sentido amplio. Reapropiarnos de la potencia del pensamiento es la propuesta para la politización de la vida. El compromiso pasa por devolver a cada cual la potencia común del cuestionamiento crítico que nos emancipa individualmente. Levantar la cabeza y declararnos insumisos a los dogmas y las formas de opresión. Es una tarea singular y radicalmente común, porque nos implica y concierne a todos.
P, ¿Y el procés no ha generado algo similar?
R. Sí, mi diagnóstico es positivo, más allá de la historia política e institucional que ahora está en un callejón sin salida, muy dramático. Es un salto cualitativo más allá del pacto de la Transición, que resulta incomprensible institucionalmente. El espíritu de autodeterminación colectiva, en busca de un nuevo consenso, ha abierto una nueva situación política y eso es lo que da más miedo. El referéndum, más allá de su validez o no jurídica, fue un acto de autodeterminación colectiva en sí mismo. La pregunta que hay que hacerse es cómo el inoperante sistema de partidos sigue teniendo la fuerza suficiente como para desactivar un proceso colectivo. Y el gesto radicalmente permanente sería darnos cuenta de que el estado de excepcionalidad no es un paréntesis o un desvío, sino algo permanente que nos está haciendo aceptar como normales cosas que no lo son, como la presión o la autocensura.
La polémica pregonera de las pasadas fiestas de la Mercè y reciente Premi Ciutat de Barcelona por el breve y contundente ensayo 'Nueva ilustración radical' (Cuadernos Anagrama, 2017) también colabora en los medios y no sólo escritos. El próximo domingo aparecerá en la pantalla junto a Jordi Évole en un Salvados dedicado al odio y los linchamientos en la red. «Creemos que Twitter es la barbarie y un infierno, pero es nuestro infierno. Esos taques de odio atávico, oscuro e irracional responden a marcos ideológicos y a un argumentario político. Representa el escenario de las guerras que tenemos abiertas en nuestra sociedad», apunta.
Algo de todo eso sabe la pensadora de la insumisión y de los movimientos sociales que las redes tildan de radical y antisistema. Lo cierto es que su formación debe tanto a Gilles Deleuze como a las luchas a pie de calle. De eso trata su próxima obra, ‘Cuidad Princesa’ que Galaxia Gutenberg publicará poco antes de Sant Jordi. «Es un relato en primera persona, una crónica de ciudad y un ensayo en el que repaso los aprendizajes de mi escuela política en el ciclo de luchas que va desde el desalojo del Cine Princesa en 1996 hasta el 1-O, que no entraba en el guion original», explica. Y esta conversación no sólo debe robar tiempo a la corrección de galeradas, sino a nuevos aprendizajes. Marina Garcés no tiene un minuto libre y, sin embargo: «He comenzado a tomar clases de piano», confiesa. «Es mi gran desacato», dice con una sonrisa de niña traviesa.
P: ¿Qué representa Espai en Blanc en su trayectoria?
R. Para mí la filosofía como práctica está vinculada no sólo al mundo académico, sino también al mundo de los movimientos sociales y de la cultura como territorio de experimentación, contestación y compromiso. Espai en Blanc, como tal, lo fundamos en 2002 en las grietas de la Barcelona post olímpica como un territorio donde experimentar nuevos formatos y maneras de relacionarnos con el pensamiento. Reúne gente de edades y disciplinas muy diversas, no es un grupo de militancia cerrado, sino más bien una sucesión de proyectos que nos vinculan en torno a un pensamiento experimental, práctico y colectivo. Nuestras prácticas van de jornadas y tertulias anónimas, a documentales, microvídeos, investigaciones en entornos reales. En los últimos años hacemos ‘El Pressentiment’, una hoja volante en la tradición obrerista, entre el cartelismo y el panfleto, cuyos primeros 50 números publicamos el año pasado en Edicions Bellaterra. Los presentimientos surgieron con el 15-M; el lugar de recubrir con discursos lo que estaba pasando que fue la gran tentación de los partidos políticos, nosotros dimos un paso atrás y abrimos un espacio para otro tipo de palabras.
P. ¿No le da miedo quedar institucionalizada con el Premi Ciutat de Barcelona?
R. Yo intento pensar en desviación y esas derivas siempre dan miedo. Confío en que mi recorrido sea lo bastante consistente como para no quedar atrapada. Si no tuviera mis vínculos colectivos con los lugares reales de compromiso, la captura institucional -o editorial como autora también- sería un riesgo mayor. Protegerse en los márgenes a veces suele esconder la actitud autocomplaciente y purista del intelectual que no se ensucia las manos. Se trata de saber atravesar los lugares. Mi relación con la filosofía es una declaración de compromiso con este mundo y también con mi ciudad y su gente. Participo en la vida cultural de Barcelona desde la independencia y por eso el premio no me sitúa ni me molesta, porque no es mi argumento de legitimación.
P. ¿Le sorprendió la polémica de su pregón de la Mercè?
R. Sí, porque fue un pregón muy crítico con muchos aspectos y lo que provocó mi linchamiento en Twitter fue la referencia que hice, desde un humanismo compasivo, a los terroristas muertos en Ripoll. Cuando mencioné las diversas ausencias que había dejado el 17-O como herida abierta en la Mercè, también añadí la ausencia de unos chicos de Ripoll que nos dejaban unas dudas que pensar. La muerte en el doble sentido, las que habían causado y las suyas, nos dejaban un interrogante como sociedad: '¿Qué hacemos con esas muertes?' Eso provocó todo tipo de acusaciones empezando por un comunicado del PP.
P. ¿Le molesta que se la encasille como filósofa antisistema?
R. Nos damos prisa por etiquetar, por colgar siglas y banderas a todo el mundo. Mi pensamiento es saboteador de códigos. Cualquier etiqueta, como cualquier intento de codificarnos, me molesta, porque es un ejercicio de poder. Pero eso forma parte de las consecuencias que tiene hacer una filosofía que no se resguarda en las zonas de confort. La clave es confiar en que podemos seguir saboteando cualquier etiqueta.
P. ¿Asistimos a un boom filosófico en la ciudad?
R. Coinciden un cambio de generación y de época con el solapamiento de varias crisis: económica, política, de marco epistemológico y de civilización. Cuesta mucho imaginar futuros tanto a nivel urbano como planetario. Eso provoca una revitalización de la filosofía porque tenemos que ir a las raíces de los problemas para pensar hacia adelante. Y aquí además se da la emergencia de una generación que no nos hemos formado bajo el franquismo. Todo eso conecta con festivales como el Barcelona Pensa o la propuesta de Joan Subirats de crear una gran bienal de filosofía en la ciudad. Lo importante es superar la dualidad entre el saber de expertos inaccesible y el producto divulgativo porque la filosofía no es eso. Los problemas filosóficos son difíciles pero hay distintas estrategias y maneras de aproximación. La filosofía académica se ha dedicado a acomplejar a la gente con tecnicismos, a crear monopolios del saber y jerarquías. Y los templos de sabios y expertos producen más desigualdad. Yo concibo la palabra filosófica como antijerárquica, que interpela donde chocan el saber y el no saber con el cuestionamiento y la crítica. La filosofía es una forma de emancipación continua y esa potencia igualitaria que tiene es la que procuro activar.
P. Esa relación entre saber y emancipación es la hipótesis central de 'Nueva ilustración radical'...
R. Nadie tiene la receta de una vida mejor y más digna, pero si dejamos el saber en manos de expertos que nos solucionen los problemas reforzamos el sentido tecnocrático del poder y cerramos nuestro campo de participación política, epistemológico, cultural y humano. El saber los construimos juntos de manera recíproca. Nuestra emancipación de las formas de vida tutelada depende de eso, de reemplazar el universal proyectivo de la modernidad, el saber de los planificadores de futuro, por un saber recíproco, por un universal que elaboremos de forma recíproca, entre singularidades, identidades, epistemologías y formas de vida diversas.
P, Esta nueva ilustración radical tiene tanto de programa como de manifiesto y panfleto...
R. Exacto, es un libro encrucijada y semilla. Son apuntes y esbozos de líneas abiertas en distintas conferencias que marcan el programa de investigaciones por venir. Se trata de responder a los estados emocionales de la angustia y el miedo que alimentan el vacío de las filosofías apocalípticas que dominan nuestro tiempo. La crisis de la modernidad se ha convertido en sinónimo de crisis de la crítica. Recuperar el espíritu de la ilustración es recuperar su actitud crítica, no su proyector modernizador del siglo XVIII en cuyas ruinas vivimos. Mi preocupación es que no caigamos en la renuncia antropológica de esta actitud crítica. Una crítica radical en el cruce entre incredulidad y confianza. Se trata de poder declararnos incrédulos e insumisos frente a los dogmas de nuestro tiempo sin perder la confianza de que está en nuestras manos el hacer y rehacer las formas de vida que queremos en este mundo.
P, ¿De ahí la deriva política del texto?
R. Para mí todo es política, en el sentido amplio. Reapropiarnos de la potencia del pensamiento es la propuesta para la politización de la vida. El compromiso pasa por devolver a cada cual la potencia común del cuestionamiento crítico que nos emancipa individualmente. Levantar la cabeza y declararnos insumisos a los dogmas y las formas de opresión. Es una tarea singular y radicalmente común, porque nos implica y concierne a todos.
P, ¿Y el procés no ha generado algo similar?
R. Sí, mi diagnóstico es positivo, más allá de la historia política e institucional que ahora está en un callejón sin salida, muy dramático. Es un salto cualitativo más allá del pacto de la Transición, que resulta incomprensible institucionalmente. El espíritu de autodeterminación colectiva, en busca de un nuevo consenso, ha abierto una nueva situación política y eso es lo que da más miedo. El referéndum, más allá de su validez o no jurídica, fue un acto de autodeterminación colectiva en sí mismo. La pregunta que hay que hacerse es cómo el inoperante sistema de partidos sigue teniendo la fuerza suficiente como para desactivar un proceso colectivo. Y el gesto radicalmente permanente sería darnos cuenta de que el estado de excepcionalidad no es un paréntesis o un desvío, sino algo permanente que nos está haciendo aceptar como normales cosas que no lo son, como la presión o la autocensura.
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