Imagen: Catalunya Plural / Miquel Missé |
Miquel Missé es uno de los activistas –también ejerce de sociólogo– que articuló la primera manifestación por los derechos trans en Barcelona. Han pasado diez años y, si bien reconoce cambios desde entonces, advierte, el riesgo de dejar en segundo plano un objetivo que, a su entender, el movimiento trans debe priorizar: deshacer el esquema de género binario que fuerza a algunas personas a cambiar de identidad para vivir con menor malestar.
Meritxell Rigol | Catalunya Plural, 2018-02-23
http://catalunyaplural.cat/es/con-algunas-politicas-trans-pensamos-que-estamos-haciendo-revolucion-cuando-estamos-poniendo-parche/
“Basta de disforia de género”. Esa era la exigencia que encabezaba la primera manifestación por los derechos de las personas trans en Barcelona. Diez años después, algunas de las que participaron en ella se han rejuntado para organizar ‘Una revuelta trans*’, un reto no cortoplacista que, mientras se gesta, da nombre a la jornada que Can Batlló acoge este viernes y durante el sábado. “Teníamos la sensación de que algunas de las perspectivas políticas que planteábamos hace diez años habían sido absorbidas por otros discursos que las han suavizado mucho y que han hecho que pierdan parte de lo que queríamos decir”, explica el activista y sociólogo Miquel Missé (Barcelona, 1986), una de las personas que ha recorrido y nutrido la última década de activismo trans en la ciudad.
Cuestionar el modelo de género binario, que clasifica a las personas como hombres o, por oposición, como mujeres, es una aportación del movimiento trans que, considera Missé, no debe quedar sepultada en la estrategia para conseguir políticas públicas garantes de derechos del colectivo. “Creo que hay que hacerse las preguntas al revés: no tanto qué podemos hacer para que la gente haga la transición en mejores condiciones, sino cómo es que alguna gente necesita transitar para vivir en esta sociedad”, reivindica.
P. ¿Cómo valoras los progresos que ha logrado el movimiento trans en la última década?
R. El recorrido de la historia de un movimiento social no es unidireccional y, o bien progresa, o bien va hacia atrás. Creo que ha cambiado el escenario. Hay una visibilidad mucho mayor, hay mucha más gente trans que se acerca al activismo, los discursos de la despatologización están mucho más presentes en la agenda política y, ahora, es un consenso absoluto y lo políticamente correcto. Cuando nosotros lo propusimos hace diez años no lo era. ¡Para nada! También ha cambiado el hecho que algunos sectores del movimiento trans hayan cogido una deriva mucho más institucionalizada. Es una estrategia que nosotros habíamos descartado. Hay elementos que pueden ser interesantes para conseguir algunos de los objetivos políticos que nos proponíamos. Muchas cosas se han logrado y otras muchas han tomado una deriva que no compartimos.
P. Entre las logradas, ¿las principales serían la ley 11/2014 contra la LGTBIfobia y, a raíz de la despatologización que establece, el nuevo modelo de atención a la salud de las personas trans?
R. Los dos elementos que planteas no creo que sean significativos. No niego que la institucionalización posibilita algunas cosas, pero, en este caso, hace cuatro años que existe la ley y clama al cielo su incumplimiento. La ley contra la LGTBIfobia dice, por ejemplo, que en Cataluña no tiene que haber ninguna administración de salud pública que haga un acompañamiento a personas trans desde una mirada patologizante y, hoy en día, sabemos que continúa existiendo [la Unidad de Identidad de Género (UIG) del Hospital Clínico, anteriormente llamada Unidad de Trastornos de Identidad de Género]. La Consejería de Salud hizo una declaración diciendo que aquí ya no se patologiza, que tenemos un nuevo modelo, pero nadie ha visto el documento del nuevo modelo. Continúa vigente un modelo patologitzador, sin que el Departamento de Salud se posicione. El movimiento ha presionado para que las instituciones se vean obligadas a hacer este tipo de declaraciones públicas, pero tanto una como la otra que me has dicho son todavía declaraciones de intenciones. Está muy bien que al menos ahora tengan la intención de hacerlo. ¡Antes ni siquiera tenían la intención! Son golpes de efecto que generan muy buena imagen a los líderes políticos que los defienden, pero me pregunto hasta qué punto son transformadores.
P. ¿Hace diez años, cuál era la demanda principal del movimiento?
R. La despatologizacion, con una crítica más profunda a cómo se pensaba la identidad trans. Creo que ha habido una generación de activistas trans que, aquello que conseguimos, que fue colocar la despatologización de las identidades trans en la agenda, han sabido administrarlo de una manera que ha forzado a las instituciones a tomar decisiones. Y está claro que ha habido muchas cosas que hace diez años planteábamos y eran inimaginables. ¡Y ahora son vigentes! Ahora bien, una vez se han hecho las demandas y la administración ha dicho ‘sí, sí’, como, realmente, esto modifica las bases, no lo tengo tan claro…
P. ¿Cuestionar el binarismo de género es lo que criticas que se ha debilitado en los últimos años de lucha trans?
R. Hay una explosión de gente que se identifica como no binaria, pero no siempre lo conecta con una crítica más estructural, sino con un abanico de posibilidades de identidades con las cuales te puedes identificar. A la vez que hay un gran aumento de gente que habla del no binarismo, el hecho trans que se ha hecho más visible es el más ‘normalizado’. ¿Cuál es la gente que tiene visibilidad y más éxito social dentro de la comunidad trans? ¿Cuál es la gente que se presenta como referente positivo? En general, la gente que tiene una vida o un pasar por el género con el que se siente más ‘conseguido’, entre unas grandes comillas. De aquí la presión por el ‘passing’, la presión por pasar desapercibido.
P. ¿Crees que se tienen que focalizar los esfuerzos del movimiento en este frente? ¿Lo ves como prioritario para las personas trans?
R. No sé si para la gente trans es prioritario. Sería osado decirlo. A mí lo que me interesa aportar tiene que ver con esto, porque creo que el sistema en el que vivimos absorberá el hecho trans y lo convertirá en una opción más del catálogo que una persona puede consumir. El hecho trans no tiene que servir para reforzar las categorías de género, sino para pensarlas críticamente y ponerlas en cuestión. En los últimos cinco años, sobre todo, y en nuestro contexto relacionado con la emergencia del discurso de los menores transexuales, han reavivado discursos esencialistas, con los que nosotros habíamos sido muy críticos. Hace diez años era imposible que invitaras a un psiquiatra a hablar del tema trans. Reivindicábamos mucho que los médicos no tenían la expertesa para hablar de esto y que el hecho trans no es biológico ni esencial. La alianza con el transfeminismo reforzó mucho esta crítica. Y, de golpe, con la emergencia de estos nuevos discursos, vuelves a ver elementos como ‘el cerebro trans’, la sexuación del cerebro antes de nacer, y dices, ¿que estamos haciendo? Nos preocupa muchísimo como están apareciendo, presentados como muy progresistas, discursos con un fundamento esencialista y sexista.
P. Las persones organizadoras de la jornada expresáis preocupación, también, por la institucionalización del movimiento. Ahora bien, una parte importante del activismo trans y de la ciudadanía en general puede apreciar como un éxito haber conseguido más presencia a las instituciones para luchar contra la transfòbia. ¿Qué parte de sombra veis en un escenario de auge de las políticas trans?
R. La instrumentalización. Se ha aprobado una ley, de la que se ha hecho mucha propaganda, pero no se desarrolla. ¿Quién gana aquí? Seguramente la organización política que se pone la medalla de decir que hace esto ha sacado un cierto rédito. ¿Es proporcional al que ha sacado la población LGTB? No. Segundo elemento: los movimientos pierden bastante el control, a no ser que tengas alguien liderando la institución que esté en diálogo y con interés de ir a la raíz. Tercera razón: fomenta el identitarismo, las parcelas de políticas públicas. ¿Tenemos que abogar por unas políticas trans o bien por hacer que la crítica del movimiento trans sirva para transformar la institución, en lugar de para hacernos un departamento? ¿Estamos pidiendo un cajón o una puesta en cuestión de las normas de funcionamiento?
P. Lo que criticas permite conseguir objetivos concretos, que es el que buscan las entidades del movimiento trans…
R. Este es el dilema eterno sobre cómo vamos más deprisa, si consiguiendo estas pequeñas cosas o intentando hacer un cambio más estructural. Es un dilema muy difícil de resolver. Yo soy muy respetuoso con la gente que elige otras estrategias políticas para conseguir cosas. A alguna gente nos parece interesante tener en mente que hace falta una crítica más estructural. Estamos entrando en una dinámica de normalizar el hecho trans, de convertirlo en una casilla más, sin poner en cuestión cosas que son fundamentales. No nos pensemos que con algunas políticas trans estamos haciendo una revolución cuando estamos poniendo un parche.
P. A pesar de contar con políticas LGTB, ¿detectas transfòbia en las administraciones?
R. Pensarnos como una población que se divide en hombres y en mujeres, con unas determinadas corporalidades que presuponemos, en sí mismo es una forma de violencia. La institución participa en ello al construir el binarismo de género. Participa en ello cuando da por supuesto que la gente tiene que ir a lavabos diferentes porque ha nacido con cuerpos diferentes. A mí no me sirve de nada que me digas que tenemos unas políticas trans si, con todo el resto de políticas, estás fomentando una idea del cuerpo determinada, una idea de la identidad fija, rígida, exclusiva y excluyente. Todo lo que a mí me está generando malestar en esta sociedad lo continúas alimentando. Lo único es que, cuando yo decido hacer una transición de género, me ayudas a hacerla. Pero no pones en cuestión nada de lo que a mí me ha llevado a tomar esta decisión. Que haya gente tan, tan, tan incómoda con su identidad que necesite cambiarla te está diciendo algo de las identidades de partida: que son rígidas y limitadas. ¿Que me haces políticas para acompañarme en la transición de género? Muy bien. Pero yo querría que hagas políticas para que la gente no sintiera malestar por haber nacido con el cuerpo que ha nacido. Creo que es muy perverso hacer políticas a posteriori, para la gente que ha ‘fracasado’ en la gestión de su propio cuerpo, en una sociedad que es profundamente hostil con la diversidad. Transformar imaginarios pasa para promover otros referentes culturales y tendrían que intervenir todas las políticas públicas para conseguirlo.
P. ¿Hay identidades trans excluidas en la relación con las instituciones?
R. Y tanto. Todas menos las más normalizadas. Desde una perspectiva interseccional es muy evidente. La gente que está más en los márgenes, con falta de recursos o dedicada a una ocupación excluida, se beneficia poco de ellas. Corrientes críticas del movimiento LGTB dicen que las ganancias que hemos conseguido benefician a un sector muy concreto del movimiento. Si haces una ley antidiscriminación a favor del colectivo LGTB, ¿quién acabará pagando una multa o yendo a la prisión por LGTBfòbia? Pues probablemente no será la Iglesia Católica. Al final, gente de las clases más populares y con menos recursos es la que seguramente acabará pagando la multa por homofobia… ¿Y es la gente culpable de la homofobia? No. Es mucho más estructural. Dean Spade, un activista y jurista norteamericano, explica como este tipo de legislaciones acaban recayendo sobre gente que es vulnerable, a la vez que no favorecen la gente más vulnerable del colectivo. Tenemos que darle unas vueltas si queremos hacer una política que la beneficie.
Cuestionar el modelo de género binario, que clasifica a las personas como hombres o, por oposición, como mujeres, es una aportación del movimiento trans que, considera Missé, no debe quedar sepultada en la estrategia para conseguir políticas públicas garantes de derechos del colectivo. “Creo que hay que hacerse las preguntas al revés: no tanto qué podemos hacer para que la gente haga la transición en mejores condiciones, sino cómo es que alguna gente necesita transitar para vivir en esta sociedad”, reivindica.
P. ¿Cómo valoras los progresos que ha logrado el movimiento trans en la última década?
R. El recorrido de la historia de un movimiento social no es unidireccional y, o bien progresa, o bien va hacia atrás. Creo que ha cambiado el escenario. Hay una visibilidad mucho mayor, hay mucha más gente trans que se acerca al activismo, los discursos de la despatologización están mucho más presentes en la agenda política y, ahora, es un consenso absoluto y lo políticamente correcto. Cuando nosotros lo propusimos hace diez años no lo era. ¡Para nada! También ha cambiado el hecho que algunos sectores del movimiento trans hayan cogido una deriva mucho más institucionalizada. Es una estrategia que nosotros habíamos descartado. Hay elementos que pueden ser interesantes para conseguir algunos de los objetivos políticos que nos proponíamos. Muchas cosas se han logrado y otras muchas han tomado una deriva que no compartimos.
P. Entre las logradas, ¿las principales serían la ley 11/2014 contra la LGTBIfobia y, a raíz de la despatologización que establece, el nuevo modelo de atención a la salud de las personas trans?
R. Los dos elementos que planteas no creo que sean significativos. No niego que la institucionalización posibilita algunas cosas, pero, en este caso, hace cuatro años que existe la ley y clama al cielo su incumplimiento. La ley contra la LGTBIfobia dice, por ejemplo, que en Cataluña no tiene que haber ninguna administración de salud pública que haga un acompañamiento a personas trans desde una mirada patologizante y, hoy en día, sabemos que continúa existiendo [la Unidad de Identidad de Género (UIG) del Hospital Clínico, anteriormente llamada Unidad de Trastornos de Identidad de Género]. La Consejería de Salud hizo una declaración diciendo que aquí ya no se patologiza, que tenemos un nuevo modelo, pero nadie ha visto el documento del nuevo modelo. Continúa vigente un modelo patologitzador, sin que el Departamento de Salud se posicione. El movimiento ha presionado para que las instituciones se vean obligadas a hacer este tipo de declaraciones públicas, pero tanto una como la otra que me has dicho son todavía declaraciones de intenciones. Está muy bien que al menos ahora tengan la intención de hacerlo. ¡Antes ni siquiera tenían la intención! Son golpes de efecto que generan muy buena imagen a los líderes políticos que los defienden, pero me pregunto hasta qué punto son transformadores.
P. ¿Hace diez años, cuál era la demanda principal del movimiento?
R. La despatologizacion, con una crítica más profunda a cómo se pensaba la identidad trans. Creo que ha habido una generación de activistas trans que, aquello que conseguimos, que fue colocar la despatologización de las identidades trans en la agenda, han sabido administrarlo de una manera que ha forzado a las instituciones a tomar decisiones. Y está claro que ha habido muchas cosas que hace diez años planteábamos y eran inimaginables. ¡Y ahora son vigentes! Ahora bien, una vez se han hecho las demandas y la administración ha dicho ‘sí, sí’, como, realmente, esto modifica las bases, no lo tengo tan claro…
P. ¿Cuestionar el binarismo de género es lo que criticas que se ha debilitado en los últimos años de lucha trans?
R. Hay una explosión de gente que se identifica como no binaria, pero no siempre lo conecta con una crítica más estructural, sino con un abanico de posibilidades de identidades con las cuales te puedes identificar. A la vez que hay un gran aumento de gente que habla del no binarismo, el hecho trans que se ha hecho más visible es el más ‘normalizado’. ¿Cuál es la gente que tiene visibilidad y más éxito social dentro de la comunidad trans? ¿Cuál es la gente que se presenta como referente positivo? En general, la gente que tiene una vida o un pasar por el género con el que se siente más ‘conseguido’, entre unas grandes comillas. De aquí la presión por el ‘passing’, la presión por pasar desapercibido.
P. ¿Crees que se tienen que focalizar los esfuerzos del movimiento en este frente? ¿Lo ves como prioritario para las personas trans?
R. No sé si para la gente trans es prioritario. Sería osado decirlo. A mí lo que me interesa aportar tiene que ver con esto, porque creo que el sistema en el que vivimos absorberá el hecho trans y lo convertirá en una opción más del catálogo que una persona puede consumir. El hecho trans no tiene que servir para reforzar las categorías de género, sino para pensarlas críticamente y ponerlas en cuestión. En los últimos cinco años, sobre todo, y en nuestro contexto relacionado con la emergencia del discurso de los menores transexuales, han reavivado discursos esencialistas, con los que nosotros habíamos sido muy críticos. Hace diez años era imposible que invitaras a un psiquiatra a hablar del tema trans. Reivindicábamos mucho que los médicos no tenían la expertesa para hablar de esto y que el hecho trans no es biológico ni esencial. La alianza con el transfeminismo reforzó mucho esta crítica. Y, de golpe, con la emergencia de estos nuevos discursos, vuelves a ver elementos como ‘el cerebro trans’, la sexuación del cerebro antes de nacer, y dices, ¿que estamos haciendo? Nos preocupa muchísimo como están apareciendo, presentados como muy progresistas, discursos con un fundamento esencialista y sexista.
P. Las persones organizadoras de la jornada expresáis preocupación, también, por la institucionalización del movimiento. Ahora bien, una parte importante del activismo trans y de la ciudadanía en general puede apreciar como un éxito haber conseguido más presencia a las instituciones para luchar contra la transfòbia. ¿Qué parte de sombra veis en un escenario de auge de las políticas trans?
R. La instrumentalización. Se ha aprobado una ley, de la que se ha hecho mucha propaganda, pero no se desarrolla. ¿Quién gana aquí? Seguramente la organización política que se pone la medalla de decir que hace esto ha sacado un cierto rédito. ¿Es proporcional al que ha sacado la población LGTB? No. Segundo elemento: los movimientos pierden bastante el control, a no ser que tengas alguien liderando la institución que esté en diálogo y con interés de ir a la raíz. Tercera razón: fomenta el identitarismo, las parcelas de políticas públicas. ¿Tenemos que abogar por unas políticas trans o bien por hacer que la crítica del movimiento trans sirva para transformar la institución, en lugar de para hacernos un departamento? ¿Estamos pidiendo un cajón o una puesta en cuestión de las normas de funcionamiento?
P. Lo que criticas permite conseguir objetivos concretos, que es el que buscan las entidades del movimiento trans…
R. Este es el dilema eterno sobre cómo vamos más deprisa, si consiguiendo estas pequeñas cosas o intentando hacer un cambio más estructural. Es un dilema muy difícil de resolver. Yo soy muy respetuoso con la gente que elige otras estrategias políticas para conseguir cosas. A alguna gente nos parece interesante tener en mente que hace falta una crítica más estructural. Estamos entrando en una dinámica de normalizar el hecho trans, de convertirlo en una casilla más, sin poner en cuestión cosas que son fundamentales. No nos pensemos que con algunas políticas trans estamos haciendo una revolución cuando estamos poniendo un parche.
P. A pesar de contar con políticas LGTB, ¿detectas transfòbia en las administraciones?
R. Pensarnos como una población que se divide en hombres y en mujeres, con unas determinadas corporalidades que presuponemos, en sí mismo es una forma de violencia. La institución participa en ello al construir el binarismo de género. Participa en ello cuando da por supuesto que la gente tiene que ir a lavabos diferentes porque ha nacido con cuerpos diferentes. A mí no me sirve de nada que me digas que tenemos unas políticas trans si, con todo el resto de políticas, estás fomentando una idea del cuerpo determinada, una idea de la identidad fija, rígida, exclusiva y excluyente. Todo lo que a mí me está generando malestar en esta sociedad lo continúas alimentando. Lo único es que, cuando yo decido hacer una transición de género, me ayudas a hacerla. Pero no pones en cuestión nada de lo que a mí me ha llevado a tomar esta decisión. Que haya gente tan, tan, tan incómoda con su identidad que necesite cambiarla te está diciendo algo de las identidades de partida: que son rígidas y limitadas. ¿Que me haces políticas para acompañarme en la transición de género? Muy bien. Pero yo querría que hagas políticas para que la gente no sintiera malestar por haber nacido con el cuerpo que ha nacido. Creo que es muy perverso hacer políticas a posteriori, para la gente que ha ‘fracasado’ en la gestión de su propio cuerpo, en una sociedad que es profundamente hostil con la diversidad. Transformar imaginarios pasa para promover otros referentes culturales y tendrían que intervenir todas las políticas públicas para conseguirlo.
P. ¿Hay identidades trans excluidas en la relación con las instituciones?
R. Y tanto. Todas menos las más normalizadas. Desde una perspectiva interseccional es muy evidente. La gente que está más en los márgenes, con falta de recursos o dedicada a una ocupación excluida, se beneficia poco de ellas. Corrientes críticas del movimiento LGTB dicen que las ganancias que hemos conseguido benefician a un sector muy concreto del movimiento. Si haces una ley antidiscriminación a favor del colectivo LGTB, ¿quién acabará pagando una multa o yendo a la prisión por LGTBfòbia? Pues probablemente no será la Iglesia Católica. Al final, gente de las clases más populares y con menos recursos es la que seguramente acabará pagando la multa por homofobia… ¿Y es la gente culpable de la homofobia? No. Es mucho más estructural. Dean Spade, un activista y jurista norteamericano, explica como este tipo de legislaciones acaban recayendo sobre gente que es vulnerable, a la vez que no favorecen la gente más vulnerable del colectivo. Tenemos que darle unas vueltas si queremos hacer una política que la beneficie.
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