Imagen: El Confidencial / Usman y Ovil |
Ovil, transexual, y Usman, homosexual, huyeron de sus países para acabar en Lesbos. Ni siquiera aquí podían vivir en el campamento de Moria por su seguridad. Intentan llegar a España.
Julia Tena de la Nuez | El Confidencial, 2018-03-09
https://www.elconfidencial.com/mundo/2018-03-09/refugiados-gais-lesbos-espana-lgtbq-moria_1532780/
Nunca imaginaron que en territorio europeo sufrirían lo mismo que en sus países de origen. “Yo pensaba que aquí las personas LGBTQ eran aceptadas, que no nos iban a discriminar más”, dice Ovil, una chica transexual de Bangladesh, que llegó a la isla griega de Lesbos hace más de un año siguiendo a Usman, un chico paquistaní homosexual al que conoció a través de Facebook. Tras varios meses hablando por teléfono y a través de la red social, lo que comenzó como una amistad terminó convirtiéndose en algo más. Decidieron huir y encontrarse en Lesbos. Usman, de 24 años, llegó primero, en mayo del 2016. Ovil le siguió seis meses después.
Sus problemas no terminaron al llegar a Lesbos. Aproximadamente 8.000 refugiados esperan en esta pequeña isla de apenas 86.000 habitantes, de los cuales 6.000 viven en el campo de refugiados de Moria. Organizaciones internacionales y ONGs han denunciado las condiciones inhumanas del campo, donde escasean la comida, el agua y los productos de higiene. Desde el acuerdo de la Unión Europea con Turquía por el que Ankara se comprometió a detener el flujo de refugiados a cambio de compensación económica, cada vez menos refugiados llegan a Lesbos, y aún menos consiguen salir de la isla.
Ovil y Usman ya no viven en el campo de refugiados de Moria. Al ser una pareja LGBTQ el campamento no era un ambiente seguro para ellos. Para muchos de los refugiados que esperan ser acogidos en Europa, Ovil y Usman son en el mejor de los casos una anomalía y, en el peor, una aberración. En su primera noche en el campamento les robaron la tienda de campaña y tuvieron que dormir al aire libre. Era diciembre y nevaba, así que Ovil terminó en el hospital. Después de este incidente el organismo de Naciones Unidas encargado de los refugiados (UNHCR) les sacó del campamento y ahora viven en un piso en el centro de Mitilene, la capital de Lesbos.
Ni Ovil ni Usman saben mucho sobre España, el país que esperan que les admita a través de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). “Nos han dicho que en España son muy abiertos de mente, que las personas LGTBQ no se tienen que esconder. ¿Es así?”, pregunta Ovil.
"No era capaz de no hablar o no andar como lo hago"
Nos reunimos con Ovil y Usman en la plaza principal de Mitilene. Ninguno de ellos quiere recordar el pasado, pero son conscientes de que la única manera de llegar a Europa es contando su historia. No es fácil ser acogido en España: el Gobierno ha acogido a tan sólo una décima parte de los refugiados que acordó con la Unión Europea. Es por esto que repiten este ejercicio, primero con las autoridades griegas y ahora con nosotros.
Ovil nació en Bangladesh hace 22 años. Viene de una familia acomodada y tiene un padre, una madre y una hermana mayor. “Me he sentido una chica toda mi vida. Mi cuerpo es el de un chico, pero en mi corazón soy una chica”, dice en un inglés entrecortado, porque sólo comenzó a aprender este idioma cuando llegó a Lesbos.
“Ser como soy es un problema enorme en mi sociedad, en mi religión. Mi familia no puede aceptarme. Tenía siete años cuando empezaron los problemas en el colegio. Los niños me acosaban, me decían que me sentase con las chicas, no con los chicos. Los vecinos susurraban cosas”, cuenta.
Ovil recuerda la primera vez que se probó el pintalabios de su hermana: tenía 11 años. “Mi padre se enteró y me pegó una paliza. Yo estaba muy asustada, no sabía qué hacer. Podía dejar de usar el pintalabios de mi hermana, pero no podía dejar de hablar como hablo, o cambiar la manera en la que ando. Mi madre lo intentaba, me decía ‘no andes así, no hables así, la gente se está riendo’. Pero yo no sabía cómo parar”.
El momento más duro de la vida de Ovil tuvo lugar cuando cumplió los 17 años y uno de sus compañeros la invitó a una fiesta en su casa. “Estaba muy emocionada. Nadie de mi colegio me había invitado a su casa nunca”, dice Ovil. “Cuando llegué no había nadie. Mi compañero dijo que los demás invitados llegarían más tarde y que esperase en su cuarto. Abrí la puerta y vi que en el cuarto había otros dos chicos, también de mi colegio”.
“Los chicos se acercaron y empezaron a tocarme. El chico que me había invitado a su casa dijo que no me asustase, que era muy importante que no gritase. Entonces se quitó la bufanda y me ató la boca y las manos. Me quitaron la ropa y uno de los chicos sacó una cámara de vídeo. No podía gritar. Me violaron uno por uno, todos con las caras tapadas. Cuando terminaron, me dijeron que si alguna vez se lo contaba a alguien publicarían el vídeo en internet”.
Cuando volvió a casa, Ovil estaba sangrando. “Por la noche empecé a tener fiebre, así que llamé a mi madre. Cuando vio que estaba sangrando llamó a mi tío y los dos me llevaron al hospital. Me tuvieron que coser cinco puntos. Cuando mi padre se enteró de lo que había pasado, vino a mi cuarto y me pegó una paliza. Todavía tengo las marcas en dónde me pegó con el cinturón”, dice, enseñando los brazos.
“Mi padre me prohibió que volviera al colegio. También empezó a ignorarme, para él yo no existía. Esa fue la primera vez que intenté suicidarme”, dice enseñándome los brazos de nuevo. “Pero mi madre me salvó y me cuidó. Dijo que todo iba a salir bien”.
Siete meses más tarde, Ovil volvió a ver a uno de los chicos que había abusado de ella. Le dijo que lo sentía y que por favor volviera al colegio. Que tenía la tarjeta de memoria del vídeo y que si iba con él a casa se la devolvería. Así que se fue con él. Esa fue la segunda vez que la violaron.
“No quería que mi padre se enterase otra vez. Pero esa noche tuve fiebre de nuevo, así que cuando mi madre me preguntó qué ocurría le dije lo que había pasado”, dice Ovil. “Por la mañana llamó a mi tío y fuimos a la policía. Pero cuando conté lo que me habían hecho nos dijeron que nos fuéramos. Cuando mi padre se enteró de que habíamos estado en el cuartel de policía le pegó una paliza a mi madre. Por mi culpa”.
Ovil se detiene en este punto de la historia. “Ahora quiero hablar de Usman”, dice con una sonrisa. “Le conocí en marzo de 2015 a través de Facebook. Nos enamoramos después de varios meses. Pero no le dije nada sobre lo que me había pasado. Solíamos hablar por Facebook, a veces por teléfono. Él me apoyaba mucho. Me decía que Dios quiere a todo el mundo, pero que a mi me quiere más y por eso me hizo distinta”.
“Después de mi segunda violación quise matarme otra vez. Bebí gel de limpieza y loción de afeitar que encontré por la casa. Pero sólo terminé en el hospital. Estuve siete días ingresada. Mientras, Usman había estado intentando contactar conmigo. Cuando volví a casa le llamé y se lo conté todo. Era la única persona en la que confiaba, además de mi madre”.
"Pase lo que pase, lo enfrentaremos juntos"
“Me dijo que tenía que luchar. Que él quería continuar su vida conmigo. Dijo que tenía un amigo que le había dicho que las relaciones homosexuales eran aceptadas en Europa y que me llamaría cuando tuviera más información. Unos días más tarde me llamó con un plan: él vendría a Europa para comprobar que era seguro y luego yo escaparía. Usman llegó a Lesbos en mayo del 2016. Yo escapé de mi país en octubre”.
Usman tiene 24 años. Viene de un pequeño pueblo en Panjab, Pakistán. No tiene padres, sólo una hermana mayor. “Cuando éramos pequeños vivíamos en casa de mi tío. Mi tío era bueno con nosotros, pero a su mujer no le caíamos muy bien. Cuando mi hermana se casó, me mudé con ella y su marido. Tenía 14 años”, explica Usman. “Mi cuñado es un monstruo. Es imán en la mezquita, así que es una persona muy religiosa. Pero aun así me pegaba a menudo. Nunca fui al colegio. Mi hermana cosía ropa en casa y yo trabajaba en la tienda que tenía mi cuñado”.
Usman nunca le dijo a nadie de su familia que era gay. “La homosexualidad es ilegal en Pakistán”, explica Usman. No tenía móvil, así que usaba el de su hermana para entrar en Facebook. Gracias a las recomendaciones de amigos de Facebook conoció a Ovil. “Hablamos por mensaje durante seis meses, y luego intercambiamos números. Ella lo compartía todo conmigo, y yo todo con ella”.
Cuando decidió escapar, Usman pidió ayuda a su hermana. Gracias a la ropa que ella cosía consiguió una pequeña cantidad. También le pidió un préstamo a su tío. Una vez consiguió el dinero, un amigo le dio el número de la persona que podía llevarle a Europa. Escapó de Pakistán a finales de febrero de 2016. “Primero crucé la frontera con Irán y luego entré en Turquía”, recuerda. “Esperé en Turquía 25 días, hasta que las personas encargadas de traernos a Lesbos consiguieron un bote. 60 personas nos subimos en un bote diminuto. Cuando finalmente llegué a Lesbos ya era primavera”.
Cuando desembarcó en Lesbos, decidió ir a Atenas. “Entonces no sabía nada de cómo funciona el proceso, pensaba que sólo que había que llegar aquí y nos aceptarían”, explica. La policía dio con él en el ferry de camino a Atenas. Cuando llegaron a la capital griega le metieron en la cárcel. Tras dos meses en prisión le trajeron de vuelta a Lesbos, donde pasó cuatro meses más en la cárcel del campo de refugiados de Moria. Tras ser registrado por las autoridades, Usman salió finalmente de la cárcel.
“Llevaba más de seis meses sin poder comunicarme con Ovil. Lo primero que hice al salir de la cárcel fue llamarla”, explica Usman. Ovil llegó a Lesbos el 13 de diciembre. Su madre vendió todas sus joyas para que tuviese dinero para el viaje. Hoy en día es la única persona de su familia con la que sigue en contacto.
La vida de Ovil y Usman en Lesbos no es fácil: a pesar de que ya no viven en el campo de refugiados de Moria siguen siendo víctimas de ataques y comentarios homófobos. “Muchos de los refugiados no quieren saber nada de nosotros. A veces nos siguen y nos insultan por la calle”, dice Usman. No son sólo los refugiados. Usman afirma que los propios habitantes de Lesbos también les han insultado y se han reído de la apariencia de Ovil. Es por eso que preguntan si en España las cosas serían distintas.
“Si nos aceptan en España a mi me gustaría ser cocinera. O tal vez maquilladora”, dice Ovil mientras caminan de vuelta a su casa. “Cocino muy bien y me gusta el maquillaje, hacerme peinados en el pelo... me gusta hacer cosas muy de chicas”, dice apuntando a su larga peluca negra como prueba. Usman cree que a él le gustaría ser electricista. También le gustaría ir al colegio algún día.
Antes de despedirnos, les preguntamos qué es lo que hizo que se enamorasen el uno del otro cuando empezaron a hablar por Facebook hace ya tanto tiempo. “Desde el principio se preocupó por mí como nadie lo había hecho”, dice Usman, cogiendo la mano de su novia. “Ella tenía sus propios problemas, pero cuando hablábamos por teléfono siempre me preguntaba cómo estaba yo y si tenía suficiente para comer. Ovil se preocupa por la gente. Es lo que más me gusta de ella”.
¿Y Usman? “Siempre me ha apoyado”, dice Ovil de su novio. “Me hace sentir que soy un ser humano. Que no soy un error, sino que tengo mi propio camino”. Ambos tienen claro que no van a abandonar la isla sin el otro. “Hemos sufrido mucho para llegar a Europa. Pase lo que pase con nosotros, lo enfrentaremos juntos”, dice Ovil, dando por terminada la conversación.
Sus problemas no terminaron al llegar a Lesbos. Aproximadamente 8.000 refugiados esperan en esta pequeña isla de apenas 86.000 habitantes, de los cuales 6.000 viven en el campo de refugiados de Moria. Organizaciones internacionales y ONGs han denunciado las condiciones inhumanas del campo, donde escasean la comida, el agua y los productos de higiene. Desde el acuerdo de la Unión Europea con Turquía por el que Ankara se comprometió a detener el flujo de refugiados a cambio de compensación económica, cada vez menos refugiados llegan a Lesbos, y aún menos consiguen salir de la isla.
Ovil y Usman ya no viven en el campo de refugiados de Moria. Al ser una pareja LGBTQ el campamento no era un ambiente seguro para ellos. Para muchos de los refugiados que esperan ser acogidos en Europa, Ovil y Usman son en el mejor de los casos una anomalía y, en el peor, una aberración. En su primera noche en el campamento les robaron la tienda de campaña y tuvieron que dormir al aire libre. Era diciembre y nevaba, así que Ovil terminó en el hospital. Después de este incidente el organismo de Naciones Unidas encargado de los refugiados (UNHCR) les sacó del campamento y ahora viven en un piso en el centro de Mitilene, la capital de Lesbos.
Ni Ovil ni Usman saben mucho sobre España, el país que esperan que les admita a través de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). “Nos han dicho que en España son muy abiertos de mente, que las personas LGTBQ no se tienen que esconder. ¿Es así?”, pregunta Ovil.
"No era capaz de no hablar o no andar como lo hago"
Nos reunimos con Ovil y Usman en la plaza principal de Mitilene. Ninguno de ellos quiere recordar el pasado, pero son conscientes de que la única manera de llegar a Europa es contando su historia. No es fácil ser acogido en España: el Gobierno ha acogido a tan sólo una décima parte de los refugiados que acordó con la Unión Europea. Es por esto que repiten este ejercicio, primero con las autoridades griegas y ahora con nosotros.
Ovil nació en Bangladesh hace 22 años. Viene de una familia acomodada y tiene un padre, una madre y una hermana mayor. “Me he sentido una chica toda mi vida. Mi cuerpo es el de un chico, pero en mi corazón soy una chica”, dice en un inglés entrecortado, porque sólo comenzó a aprender este idioma cuando llegó a Lesbos.
“Ser como soy es un problema enorme en mi sociedad, en mi religión. Mi familia no puede aceptarme. Tenía siete años cuando empezaron los problemas en el colegio. Los niños me acosaban, me decían que me sentase con las chicas, no con los chicos. Los vecinos susurraban cosas”, cuenta.
Ovil recuerda la primera vez que se probó el pintalabios de su hermana: tenía 11 años. “Mi padre se enteró y me pegó una paliza. Yo estaba muy asustada, no sabía qué hacer. Podía dejar de usar el pintalabios de mi hermana, pero no podía dejar de hablar como hablo, o cambiar la manera en la que ando. Mi madre lo intentaba, me decía ‘no andes así, no hables así, la gente se está riendo’. Pero yo no sabía cómo parar”.
El momento más duro de la vida de Ovil tuvo lugar cuando cumplió los 17 años y uno de sus compañeros la invitó a una fiesta en su casa. “Estaba muy emocionada. Nadie de mi colegio me había invitado a su casa nunca”, dice Ovil. “Cuando llegué no había nadie. Mi compañero dijo que los demás invitados llegarían más tarde y que esperase en su cuarto. Abrí la puerta y vi que en el cuarto había otros dos chicos, también de mi colegio”.
“Los chicos se acercaron y empezaron a tocarme. El chico que me había invitado a su casa dijo que no me asustase, que era muy importante que no gritase. Entonces se quitó la bufanda y me ató la boca y las manos. Me quitaron la ropa y uno de los chicos sacó una cámara de vídeo. No podía gritar. Me violaron uno por uno, todos con las caras tapadas. Cuando terminaron, me dijeron que si alguna vez se lo contaba a alguien publicarían el vídeo en internet”.
Cuando volvió a casa, Ovil estaba sangrando. “Por la noche empecé a tener fiebre, así que llamé a mi madre. Cuando vio que estaba sangrando llamó a mi tío y los dos me llevaron al hospital. Me tuvieron que coser cinco puntos. Cuando mi padre se enteró de lo que había pasado, vino a mi cuarto y me pegó una paliza. Todavía tengo las marcas en dónde me pegó con el cinturón”, dice, enseñando los brazos.
“Mi padre me prohibió que volviera al colegio. También empezó a ignorarme, para él yo no existía. Esa fue la primera vez que intenté suicidarme”, dice enseñándome los brazos de nuevo. “Pero mi madre me salvó y me cuidó. Dijo que todo iba a salir bien”.
Siete meses más tarde, Ovil volvió a ver a uno de los chicos que había abusado de ella. Le dijo que lo sentía y que por favor volviera al colegio. Que tenía la tarjeta de memoria del vídeo y que si iba con él a casa se la devolvería. Así que se fue con él. Esa fue la segunda vez que la violaron.
“No quería que mi padre se enterase otra vez. Pero esa noche tuve fiebre de nuevo, así que cuando mi madre me preguntó qué ocurría le dije lo que había pasado”, dice Ovil. “Por la mañana llamó a mi tío y fuimos a la policía. Pero cuando conté lo que me habían hecho nos dijeron que nos fuéramos. Cuando mi padre se enteró de que habíamos estado en el cuartel de policía le pegó una paliza a mi madre. Por mi culpa”.
Ovil se detiene en este punto de la historia. “Ahora quiero hablar de Usman”, dice con una sonrisa. “Le conocí en marzo de 2015 a través de Facebook. Nos enamoramos después de varios meses. Pero no le dije nada sobre lo que me había pasado. Solíamos hablar por Facebook, a veces por teléfono. Él me apoyaba mucho. Me decía que Dios quiere a todo el mundo, pero que a mi me quiere más y por eso me hizo distinta”.
“Después de mi segunda violación quise matarme otra vez. Bebí gel de limpieza y loción de afeitar que encontré por la casa. Pero sólo terminé en el hospital. Estuve siete días ingresada. Mientras, Usman había estado intentando contactar conmigo. Cuando volví a casa le llamé y se lo conté todo. Era la única persona en la que confiaba, además de mi madre”.
"Pase lo que pase, lo enfrentaremos juntos"
“Me dijo que tenía que luchar. Que él quería continuar su vida conmigo. Dijo que tenía un amigo que le había dicho que las relaciones homosexuales eran aceptadas en Europa y que me llamaría cuando tuviera más información. Unos días más tarde me llamó con un plan: él vendría a Europa para comprobar que era seguro y luego yo escaparía. Usman llegó a Lesbos en mayo del 2016. Yo escapé de mi país en octubre”.
Usman tiene 24 años. Viene de un pequeño pueblo en Panjab, Pakistán. No tiene padres, sólo una hermana mayor. “Cuando éramos pequeños vivíamos en casa de mi tío. Mi tío era bueno con nosotros, pero a su mujer no le caíamos muy bien. Cuando mi hermana se casó, me mudé con ella y su marido. Tenía 14 años”, explica Usman. “Mi cuñado es un monstruo. Es imán en la mezquita, así que es una persona muy religiosa. Pero aun así me pegaba a menudo. Nunca fui al colegio. Mi hermana cosía ropa en casa y yo trabajaba en la tienda que tenía mi cuñado”.
Usman nunca le dijo a nadie de su familia que era gay. “La homosexualidad es ilegal en Pakistán”, explica Usman. No tenía móvil, así que usaba el de su hermana para entrar en Facebook. Gracias a las recomendaciones de amigos de Facebook conoció a Ovil. “Hablamos por mensaje durante seis meses, y luego intercambiamos números. Ella lo compartía todo conmigo, y yo todo con ella”.
Cuando decidió escapar, Usman pidió ayuda a su hermana. Gracias a la ropa que ella cosía consiguió una pequeña cantidad. También le pidió un préstamo a su tío. Una vez consiguió el dinero, un amigo le dio el número de la persona que podía llevarle a Europa. Escapó de Pakistán a finales de febrero de 2016. “Primero crucé la frontera con Irán y luego entré en Turquía”, recuerda. “Esperé en Turquía 25 días, hasta que las personas encargadas de traernos a Lesbos consiguieron un bote. 60 personas nos subimos en un bote diminuto. Cuando finalmente llegué a Lesbos ya era primavera”.
Cuando desembarcó en Lesbos, decidió ir a Atenas. “Entonces no sabía nada de cómo funciona el proceso, pensaba que sólo que había que llegar aquí y nos aceptarían”, explica. La policía dio con él en el ferry de camino a Atenas. Cuando llegaron a la capital griega le metieron en la cárcel. Tras dos meses en prisión le trajeron de vuelta a Lesbos, donde pasó cuatro meses más en la cárcel del campo de refugiados de Moria. Tras ser registrado por las autoridades, Usman salió finalmente de la cárcel.
“Llevaba más de seis meses sin poder comunicarme con Ovil. Lo primero que hice al salir de la cárcel fue llamarla”, explica Usman. Ovil llegó a Lesbos el 13 de diciembre. Su madre vendió todas sus joyas para que tuviese dinero para el viaje. Hoy en día es la única persona de su familia con la que sigue en contacto.
La vida de Ovil y Usman en Lesbos no es fácil: a pesar de que ya no viven en el campo de refugiados de Moria siguen siendo víctimas de ataques y comentarios homófobos. “Muchos de los refugiados no quieren saber nada de nosotros. A veces nos siguen y nos insultan por la calle”, dice Usman. No son sólo los refugiados. Usman afirma que los propios habitantes de Lesbos también les han insultado y se han reído de la apariencia de Ovil. Es por eso que preguntan si en España las cosas serían distintas.
“Si nos aceptan en España a mi me gustaría ser cocinera. O tal vez maquilladora”, dice Ovil mientras caminan de vuelta a su casa. “Cocino muy bien y me gusta el maquillaje, hacerme peinados en el pelo... me gusta hacer cosas muy de chicas”, dice apuntando a su larga peluca negra como prueba. Usman cree que a él le gustaría ser electricista. También le gustaría ir al colegio algún día.
Antes de despedirnos, les preguntamos qué es lo que hizo que se enamorasen el uno del otro cuando empezaron a hablar por Facebook hace ya tanto tiempo. “Desde el principio se preocupó por mí como nadie lo había hecho”, dice Usman, cogiendo la mano de su novia. “Ella tenía sus propios problemas, pero cuando hablábamos por teléfono siempre me preguntaba cómo estaba yo y si tenía suficiente para comer. Ovil se preocupa por la gente. Es lo que más me gusta de ella”.
¿Y Usman? “Siempre me ha apoyado”, dice Ovil de su novio. “Me hace sentir que soy un ser humano. Que no soy un error, sino que tengo mi propio camino”. Ambos tienen claro que no van a abandonar la isla sin el otro. “Hemos sufrido mucho para llegar a Europa. Pase lo que pase con nosotros, lo enfrentaremos juntos”, dice Ovil, dando por terminada la conversación.
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