Imagen: Shangay |
Paco Tomás | Shangay, 2018-11-09
https://shangay.com/2018/11/09/senores-gays-mariconez-activismo-lgtb/
En ocasiones tuiteo, leo comentarios en las redes sociales, y me siento como el tímido William llegando a ‘Westworld’, ese ‘far west’ de HBO donde los humanos olvidan toda su capacidad de discernimiento, toda su empatía, para entregarse a ser quienes realmente son.
Desde hace años, en ese ‘west world’ de las redes, existen unos anfitriones dignos de análisis. Se trata de los “señoros”, hombres muy machos, de incuestionable heterosexualidad, que fuman, beben y van con mujeres, pero que, a diferencia de la mediocridad del antiguo régimen, han leído.
Son intelectuales, escriben, debaten sobre fútbol y sobre el siglo de oro español sin despresurizarse, y sueltan tacos con denominación de origen. El activismo moderno les parece una “mariconada”, una colección de frivolidades absurdas que lo único que hacen es cuestionar la libertad de su exabrupto en nombre de lo políticamente correcto. Porque, para lo que quieren, el trabajo intelectual lo dejan a un lado y ponen en el mostrador sus cojones, que venden más porque exigen menos. Es la evolución del machismo, que lo contamina todo, independientemente del género y la orientación sexual.
Hay mujeres “señoros” y hay “señoros” gais. Me voy a detener en estos últimos. Estos ‘señoros’ –este fenómeno no es tan habitual entre lesbianas e identidades trans– abogan por un único modelo de masculinidad respetable y ante cualquier debate que incomode su estatus y su deseo, se erigen como defensores de la libertad individual, que es el principal argumento del neoliberalismo para sentar los cimientos de una sociedad individualista en la que lo único rentable sea uno mismo.
Cuando enfrentas a un “señoro” gay a lo discutible de sus principios, cuando les hablas de la plumofobia, cuando les explicas que hay jóvenes homosexuales con trastornos alimentarios por el excesivo culto al cuerpo, cuando les comentas lo importante que es cambiar la palabra “mariconez” en una canción de hace treinta años, cuando abres el debate, siempre complejo y nunca sereno, de la gestación subrogada, ellos se amparan en su libertad individual para legitimar comportamientos claramente homófobos, tránsfobos, machistas, sexistas y racistas.
Su estrategia, como ha hecho el heteropatriarcado y su ejército de “señoros” durante siglos, es ridiculizarte, despreciar tus argumentaciones, que, según ellos, siempre están condicionadas por tu frustración al no ser, al no tener, lo que ellos son y tienen. Nos disfrazan de loquitos urbanos, de activistas pesadas repartiendo propaganda, de inquisidores que queremos acabar con la libertad creativa de los autores..., reduciendo un debate saludable a una burda cuestión de censura. Te gritan “censor” y cuando te cansas de escucharlos y los bloqueas, entonces se preguntan que dónde está tu tolerancia. El viejo truco.
Ni se cuestionan que estamos nueve pisos por encima, que esto no va de censuras ni de ser políticamente correcto; que esto va de dejar de asumir conductas, palabras, expresiones, que hemos interiorizado, que algunos hemos desactivado, pero que son objetivamente lesivas para el sano desarrollo de los seres humanos. Hoy, hay una sociedad que se cuestiona lo incuestionable.
Hay una generación joven, educada en otros valores, que se atreve a discutir la norma. Y los ‘señoros’, como hicieron los viejos de entonces con nuestras propuestas de cambio, les niegan ese derecho despreciando sus argumentos y burlándose de ellos. Es terrible descubrir esa actitud en una parte del hombre gay occidental de los últimos años.
Quizá tengamos que volver a aquellos tiempos en los que nos dividíamos en comunitaristas o igualitaristas. Quizá tengamos que volver a concienciarnos de quienes somos, de nuestra lucha, para comprender que vienen tiempos duros y que cuanto más sólido sea nuestro pensamiento, más difícil será desmontarlo. Más compromiso y menos mancuernas. Solo así conseguiremos convertirnos en los anfitriones que necesita nuestra revolución. Aunque los “señoros” gais luchen en el bando contrario, al final, nuestra victoria también será la suya. Como comprobó Javier Maroto el 18 de septiembre de hace tres años.
Desde hace años, en ese ‘west world’ de las redes, existen unos anfitriones dignos de análisis. Se trata de los “señoros”, hombres muy machos, de incuestionable heterosexualidad, que fuman, beben y van con mujeres, pero que, a diferencia de la mediocridad del antiguo régimen, han leído.
Son intelectuales, escriben, debaten sobre fútbol y sobre el siglo de oro español sin despresurizarse, y sueltan tacos con denominación de origen. El activismo moderno les parece una “mariconada”, una colección de frivolidades absurdas que lo único que hacen es cuestionar la libertad de su exabrupto en nombre de lo políticamente correcto. Porque, para lo que quieren, el trabajo intelectual lo dejan a un lado y ponen en el mostrador sus cojones, que venden más porque exigen menos. Es la evolución del machismo, que lo contamina todo, independientemente del género y la orientación sexual.
Hay mujeres “señoros” y hay “señoros” gais. Me voy a detener en estos últimos. Estos ‘señoros’ –este fenómeno no es tan habitual entre lesbianas e identidades trans– abogan por un único modelo de masculinidad respetable y ante cualquier debate que incomode su estatus y su deseo, se erigen como defensores de la libertad individual, que es el principal argumento del neoliberalismo para sentar los cimientos de una sociedad individualista en la que lo único rentable sea uno mismo.
Cuando enfrentas a un “señoro” gay a lo discutible de sus principios, cuando les hablas de la plumofobia, cuando les explicas que hay jóvenes homosexuales con trastornos alimentarios por el excesivo culto al cuerpo, cuando les comentas lo importante que es cambiar la palabra “mariconez” en una canción de hace treinta años, cuando abres el debate, siempre complejo y nunca sereno, de la gestación subrogada, ellos se amparan en su libertad individual para legitimar comportamientos claramente homófobos, tránsfobos, machistas, sexistas y racistas.
Su estrategia, como ha hecho el heteropatriarcado y su ejército de “señoros” durante siglos, es ridiculizarte, despreciar tus argumentaciones, que, según ellos, siempre están condicionadas por tu frustración al no ser, al no tener, lo que ellos son y tienen. Nos disfrazan de loquitos urbanos, de activistas pesadas repartiendo propaganda, de inquisidores que queremos acabar con la libertad creativa de los autores..., reduciendo un debate saludable a una burda cuestión de censura. Te gritan “censor” y cuando te cansas de escucharlos y los bloqueas, entonces se preguntan que dónde está tu tolerancia. El viejo truco.
Ni se cuestionan que estamos nueve pisos por encima, que esto no va de censuras ni de ser políticamente correcto; que esto va de dejar de asumir conductas, palabras, expresiones, que hemos interiorizado, que algunos hemos desactivado, pero que son objetivamente lesivas para el sano desarrollo de los seres humanos. Hoy, hay una sociedad que se cuestiona lo incuestionable.
Hay una generación joven, educada en otros valores, que se atreve a discutir la norma. Y los ‘señoros’, como hicieron los viejos de entonces con nuestras propuestas de cambio, les niegan ese derecho despreciando sus argumentos y burlándose de ellos. Es terrible descubrir esa actitud en una parte del hombre gay occidental de los últimos años.
Quizá tengamos que volver a aquellos tiempos en los que nos dividíamos en comunitaristas o igualitaristas. Quizá tengamos que volver a concienciarnos de quienes somos, de nuestra lucha, para comprender que vienen tiempos duros y que cuanto más sólido sea nuestro pensamiento, más difícil será desmontarlo. Más compromiso y menos mancuernas. Solo así conseguiremos convertirnos en los anfitriones que necesita nuestra revolución. Aunque los “señoros” gais luchen en el bando contrario, al final, nuestra victoria también será la suya. Como comprobó Javier Maroto el 18 de septiembre de hace tres años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.