Imagen: La Marea / Recuerdo a los represaliados en Tefía, Fuerteventura |
La Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía, en Fuerteventura, fue creada para encerrar a los homosexuales.
Eduardo Robaina | Rutas de la Memoria, La Marea, 2018-11-02
https://rutasdelamemoria.lamarea.com/un-campo-de-concentracion-para-aislar-a-los-gays-del-turismo/
Tefía, Fuerteventura (Canarias). Estado de conservación: Las instalaciones están perfectas y la zona está cuidada, debido a que ahora cumple funciones de albergue. Se han construido nuevos edificios alrededor, pero el principal sigue igual. Esta ruta fue realizada en septiembre de 2018.
“Desierto es esta solemne y querida tierra aislada de Fuerteventura”, escribió Miguel de Unamuno durante su destierro a la isla en 1924. Allí lo envió Primo de Rivera por sus continuos ataques a él y al rey. Casi un siglo después, el paisaje que dibujó el escritor a través de sus letras se mantiene inmutable. A medida que se avanza hacia el interior, los campos se vuelven cada vez más áridos, y las paradisíacas playas de arena dorada desaparecen de la vista. El verano, que araña sus últimos días de protagonismo, se hace notar con gran temperatura. La humedad, que no pide permiso, contribuye a que el ambiente sea aún más agobiante. En Fuerteventura las carreteras no abundan. Y llegar a Tefía no entraña gran complicación. Estamos en un modesto pueblo de apenas 200 habitantes situado a 20 kilómetros de la capital, Puerto del Rosario –por entonces Puerto de Cabras–, que acabó siendo el lugar elegido para la llamada Colonia Agrícola Penitenciaria.
Ahora es necesario continuar la carretera que atraviesa el pueblo. Lo primero que puede verse es un Ecomuseo, principal atractivo turístico de la zona. En la parte derecha, continuando la andadura por la FV-207, queda al descubierto un gran tablón de madera: “Albergue de Tefía”, anuncia. La carretera asfaltada desaparece y el camino se vuelve salvaje. A lo lejos, un molino, como tantos de los que pueblan la isla. Tras él, el centro juvenil que adelantaba el cartel. Las puertas están abiertas. Unos cuantos edificios, un gran patio, y un modesto observatorio astronómico completan el lugar. Sobre estos metros cuadrados, cientos de personas fueron recluidas por la dictadura franquista con el fin de “proteger la paz social y la tranquilidad pública”. Ahora es un lugar de encuentro para la diversión. Antes lo era del sufrimiento.
El grueso de personas que fueron encerradas en aquel lugar eran “maricones”, apelativo empleado por los policías y resto de funcionarios. No habían cometido ningún delito. Se castigaba a los que hubiesen realizado “actos de homosexualidad”, tal y como figuraba en la modificación del 17 de julio de 1954 de la Ley de Vagos y Maleantes, aprobada por el dictador Francisco Franco. Tefía se convirtió, así, en el centro al que fue a parar la mayor parte del colectivo LGTBI de las islas.
La idea de su creación llevaba tiempo en mente. El 30 de agosto de 1947, el periódico Falange publicó una entrevista con el entonces director general de prisiones, Francisco Aylagas Alonso, quien afirmó que su visita a Canarias se debía a la búsqueda de unos “magníficos terrenos” en los que establecer “una Colonia Agrícola Penitenciaria Modelo”. No se supo más del proyecto hasta el 17 de julio de 1953, cuando en el mismo medio, el nuevo encargado de prisiones, José María Herreros de Tejada, ya hacía directamente alusión a Fuerteventura, y particularmente a Tefía. Y así fue. Mediante una orden ministerial, el 15 de enero de 1954 se creó la Colonia. El Ministerio del Aire había cedido un aeródromo convertido en cuartel de la Legión tras la guerra civil.
Como atestigua la memoria de instituciones penitenciarias, en su primer año ya había 43 internos y 6 funcionarios. En sus inicios era capaz de albergar a 200 individuos, pero su capacidad fue aumentada hasta los 300, cifra jamás lograda. El objetivo, más que cumplido según afirmaban, resolvía el grave problema “que preocupaba a las autoridades, pues habida cuenta de la importancia del turismo en las islas, se hacía preciso aislar a los nocivos elementos que con sus ademanes hacían desmerecer el magnífico concepto que al arribar a aquellas tierras adquirían tanto los extranjeros como los nacionales en el momento de desembarcar”.
En su construcción colaboraron la Dirección General de Prisiones, autoridades civiles y militares de Las Palmas y el Cabildo de la isla, quien dio todo tipo de facilidades y “costeó materiales y utensilios”, señalan documentos oficiales. Fue un campo de concentración, como destacan los que lo sufrieron; pero no fueron los únicos en usar esa definición. El presidente de la Audiencia Territorial, en unas declaraciones recogidas por el diario del régimen, tampoco dudó en llamarlo así. Otros lo denominaban campo de trabajo. Un término que hacía referencia a la realidad a la que se enfrentaban los presos, obligados a tareas más allá de las relacionadas con la agricultura.
Fueron usados como peones en muchas de las obras que hoy pueden verse; cargaban piedras y agua; o se les obligaba a explotar una cantera de piedra de cal de la zona, como atestiguan periódicos de la época. Las obligaciones también pasaban por practicar la instrucción militar con sesiones de gimnasia.
Muchos presos guardaron silencio. Unos por miedo, otros por vergüenza. El transcurso de la vida se ha ido llevando, sin posibilidad de retorno, todos esos testimonios. Otros, sin embargo, sí decidieron alzar la voz. Octavio García jamás se calló nada de lo que vivió en aquel lugar. Nació en 1931 en Las Palmas de Gran Canaria, y a los 23 ya fue encarcelado. Fue uno de los primeros de Tefía, donde pasó 16 meses. Octavio falleció el pasado agosto. Tenía 87 años y un sinfín de horrorosos recuerdos. En varias de las entrevistas que concedió a lo largo de su vida, relató las palizas que les propiciaba el personal, las humillaciones verbales y físicas. “Te transforma; te quita la mente”, dijo en una de ellas. Su intención al dar la cara siempre era la misma: “Para que la juventud sepa lo que fue la homosexualidad, cómo la reprimían”. Tras casi tres años encerrados volvió a Gran Canaria, a su hogar, del que había sido desterrado por las autoridades isleñas.
Fueron 11 los años que permaneció en funcionamiento la Colonia. Su clausura llegó por orden del Ministerio de Justicia el 21 de julio de 1966 debido al casi inexistente número de reclusos. Quedaban siete personas que fueron derivadas a la prisión de Barranco Seco en Las Palmas de Gran Canaria, hoy usada como Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE). Una placa fijada en 2008 por el Cabildo de Fuerteventura reconoce el horror y la injusticia que por esos caminos de tierra y escasa vegetación se perpetuó durante más de una década. Una isla asociada como destino de sol y playa forma parte de la historia que nuestro país no debe olvidar.
“Desierto es esta solemne y querida tierra aislada de Fuerteventura”, escribió Miguel de Unamuno durante su destierro a la isla en 1924. Allí lo envió Primo de Rivera por sus continuos ataques a él y al rey. Casi un siglo después, el paisaje que dibujó el escritor a través de sus letras se mantiene inmutable. A medida que se avanza hacia el interior, los campos se vuelven cada vez más áridos, y las paradisíacas playas de arena dorada desaparecen de la vista. El verano, que araña sus últimos días de protagonismo, se hace notar con gran temperatura. La humedad, que no pide permiso, contribuye a que el ambiente sea aún más agobiante. En Fuerteventura las carreteras no abundan. Y llegar a Tefía no entraña gran complicación. Estamos en un modesto pueblo de apenas 200 habitantes situado a 20 kilómetros de la capital, Puerto del Rosario –por entonces Puerto de Cabras–, que acabó siendo el lugar elegido para la llamada Colonia Agrícola Penitenciaria.
Ahora es necesario continuar la carretera que atraviesa el pueblo. Lo primero que puede verse es un Ecomuseo, principal atractivo turístico de la zona. En la parte derecha, continuando la andadura por la FV-207, queda al descubierto un gran tablón de madera: “Albergue de Tefía”, anuncia. La carretera asfaltada desaparece y el camino se vuelve salvaje. A lo lejos, un molino, como tantos de los que pueblan la isla. Tras él, el centro juvenil que adelantaba el cartel. Las puertas están abiertas. Unos cuantos edificios, un gran patio, y un modesto observatorio astronómico completan el lugar. Sobre estos metros cuadrados, cientos de personas fueron recluidas por la dictadura franquista con el fin de “proteger la paz social y la tranquilidad pública”. Ahora es un lugar de encuentro para la diversión. Antes lo era del sufrimiento.
El grueso de personas que fueron encerradas en aquel lugar eran “maricones”, apelativo empleado por los policías y resto de funcionarios. No habían cometido ningún delito. Se castigaba a los que hubiesen realizado “actos de homosexualidad”, tal y como figuraba en la modificación del 17 de julio de 1954 de la Ley de Vagos y Maleantes, aprobada por el dictador Francisco Franco. Tefía se convirtió, así, en el centro al que fue a parar la mayor parte del colectivo LGTBI de las islas.
La idea de su creación llevaba tiempo en mente. El 30 de agosto de 1947, el periódico Falange publicó una entrevista con el entonces director general de prisiones, Francisco Aylagas Alonso, quien afirmó que su visita a Canarias se debía a la búsqueda de unos “magníficos terrenos” en los que establecer “una Colonia Agrícola Penitenciaria Modelo”. No se supo más del proyecto hasta el 17 de julio de 1953, cuando en el mismo medio, el nuevo encargado de prisiones, José María Herreros de Tejada, ya hacía directamente alusión a Fuerteventura, y particularmente a Tefía. Y así fue. Mediante una orden ministerial, el 15 de enero de 1954 se creó la Colonia. El Ministerio del Aire había cedido un aeródromo convertido en cuartel de la Legión tras la guerra civil.
Como atestigua la memoria de instituciones penitenciarias, en su primer año ya había 43 internos y 6 funcionarios. En sus inicios era capaz de albergar a 200 individuos, pero su capacidad fue aumentada hasta los 300, cifra jamás lograda. El objetivo, más que cumplido según afirmaban, resolvía el grave problema “que preocupaba a las autoridades, pues habida cuenta de la importancia del turismo en las islas, se hacía preciso aislar a los nocivos elementos que con sus ademanes hacían desmerecer el magnífico concepto que al arribar a aquellas tierras adquirían tanto los extranjeros como los nacionales en el momento de desembarcar”.
En su construcción colaboraron la Dirección General de Prisiones, autoridades civiles y militares de Las Palmas y el Cabildo de la isla, quien dio todo tipo de facilidades y “costeó materiales y utensilios”, señalan documentos oficiales. Fue un campo de concentración, como destacan los que lo sufrieron; pero no fueron los únicos en usar esa definición. El presidente de la Audiencia Territorial, en unas declaraciones recogidas por el diario del régimen, tampoco dudó en llamarlo así. Otros lo denominaban campo de trabajo. Un término que hacía referencia a la realidad a la que se enfrentaban los presos, obligados a tareas más allá de las relacionadas con la agricultura.
Fueron usados como peones en muchas de las obras que hoy pueden verse; cargaban piedras y agua; o se les obligaba a explotar una cantera de piedra de cal de la zona, como atestiguan periódicos de la época. Las obligaciones también pasaban por practicar la instrucción militar con sesiones de gimnasia.
Muchos presos guardaron silencio. Unos por miedo, otros por vergüenza. El transcurso de la vida se ha ido llevando, sin posibilidad de retorno, todos esos testimonios. Otros, sin embargo, sí decidieron alzar la voz. Octavio García jamás se calló nada de lo que vivió en aquel lugar. Nació en 1931 en Las Palmas de Gran Canaria, y a los 23 ya fue encarcelado. Fue uno de los primeros de Tefía, donde pasó 16 meses. Octavio falleció el pasado agosto. Tenía 87 años y un sinfín de horrorosos recuerdos. En varias de las entrevistas que concedió a lo largo de su vida, relató las palizas que les propiciaba el personal, las humillaciones verbales y físicas. “Te transforma; te quita la mente”, dijo en una de ellas. Su intención al dar la cara siempre era la misma: “Para que la juventud sepa lo que fue la homosexualidad, cómo la reprimían”. Tras casi tres años encerrados volvió a Gran Canaria, a su hogar, del que había sido desterrado por las autoridades isleñas.
Fueron 11 los años que permaneció en funcionamiento la Colonia. Su clausura llegó por orden del Ministerio de Justicia el 21 de julio de 1966 debido al casi inexistente número de reclusos. Quedaban siete personas que fueron derivadas a la prisión de Barranco Seco en Las Palmas de Gran Canaria, hoy usada como Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE). Una placa fijada en 2008 por el Cabildo de Fuerteventura reconoce el horror y la injusticia que por esos caminos de tierra y escasa vegetación se perpetuó durante más de una década. Una isla asociada como destino de sol y playa forma parte de la historia que nuestro país no debe olvidar.
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