Imagen: Noticias de Gipuzkoa / Lurdes Gabarain y Kathrine Switzer |
La estadounidense Kathrine Switzer, primera mujer en correr con dorsal un maratón -Boston 1967-, y la tolosarra Lurdes Gabarain, primera atleta estatal en correr los 42 kilómetros, algo que consiguió en 1977 en Burdeos, se conocieron ayer en Donostia.
Néstor Rodríguez | Noticias de Gipuzkoa, 2018-11-13
https://www.noticiasdegipuzkoa.eus/2018/11/13/deportes/otros-deportes/el-encuentro-de-dos-pioneras
En 1967, una estadounidense de origen alemán, Kathrine Switzer, hizo historia al convertirse en Boston en la primera mujer en completar un maratón con dorsal. Entonces participar para las mujeres estaba prohibido y se inscribió como KV Switzer. A mitad de carrera, uno de los organizadores, Jock Semple, trató de agarrarla por detrás al grito de “¡Sal de mi carrera y devuélveme el dorsal!”. Otros corredores permitieron que Switzer siguiera corriendo, pero esa imagen -la de Jock Semple, con rostro furioso, detrás de aquella mujer- es ya icónica en el deporte como símbolo de una de las grandes barreras rotas por las mujeres. Diez años después, en 1977 en Burdeos, otra mujer hizo historia, una tolosarra de nombre Lurdes Gabarain, que completó en la localidad francesa un maratón y se convirtió así en la primera atleta vasca y también estatal en completar la distancia de 42 kilómetros y 195 metros.
Estas dos pioneras, dos mujeres que derribaron una barrera hasta entonces imposible, se conocieron ayer. Kathrine Switzer (nacida el 5 de enero de 1947) lleva ya varios días en Donostia participando en diversos actos de la Behobia-San Sebastián y atendiendo a los medios, estancia que cerrará hoy mismo con una charla en DeustoForum. Aprovechando su presencia en tierras guipuzcoanas, la tolosarra Lurdes Gabarain (nacida el 4 de febrero de 1960) quiso conocerla. El encuentro, por inesperado, fue una agradable sorpresa para Switzer, que se mostró entusiasmada por encontrarse con la pionera del maratón en España. “Es magnífico, es fantástico”, repetía Switzer mientras abrazaba a Gabarain, feliz también de conocer a un icono del atletismo, el deporte que amó durante años. “Mantengo el contacto con corredoras de aquella época en Estados Unidos, y también con alguna en Francia y Alemania, y ahora me alegro de conocerte”, indicó la atleta estadounidense.
“Lo que me gustaba era correr”
“Fui al maratón de Burdeos, allí no me pusieron problemas para participar, y ese mismo año me empeñé en hacer el de Oviedo. Tenía 17 años. Llamé y me dijeron que solo podía hacer el medio maratón, pero llevé el diploma de Burdeos. Me comentaron que a mitad de carrera me iban a parar y hacerme un chequeo para ver si podía seguir, pero al final ni chequeo ni nada, eso era una chorrada. Acabé y todavía llegó algún hombre por detrás. Me dieron un hórreo de plata que todavía guardo”, contaba Gabarain: “Siempre me ha gustado correr. Cuando era una niña salía de casa corriendo y llegaba corriendo. Hice muchos deportes, pero lo que me gustaba era correr”. Con 17 años hizo esos dos maratones y luego “tres más”. “También disputé triatlones y era buena en esquí de fondo. Una vez quedé segunda de España”.
Para entonces, Switzer era ya un mito del atletismo. Además del citado capítulo en Boston, había ganado ya los maratones de Nueva York y Boston en 1974 y 1975 y era una figura muy conocida. Su hazaña sirvió como inspiración para muchas. Un año antes otra mujer, Roberta Gibb, había disputado -sin dorsal- el maratón de Boston, pero fue esa imagen de 1967 la que lanzó a la fama a Switzer. “Conozco a Roberta, pero apenas coincidimos porque vive en la otra punta de Estados Unidos. Ella corrió y no hizo nada más con eso. Yo quise cambiar el sistema, somos personalidades diferentes, nada más”, explica Switzer, que aclara que antes que ellas hubo mujeres que completaron maratones en “Estados Unidos, Nueva Zelanda o Inglaterra”.
El mítico dorsal 261
“La gente empezó a mandarme fotos y mensajes con el dorsal 261 (el que usó en el maratón de Boston), diciéndome que ese número les había servido como inspiración, les hacía perder el miedo”, cuenta la estadounidense, que quedó impresionada con esos mensajes y se propuso ayudar a las mujeres a correr. “Te dicen que por ser mujer o por estar gorda no vas a poder correr. Parece mentira, pero muchas mujeres se han sentido así durante muchos años. Creamos la fundación 261 fearless (sin miedo). Organizamos carreras y animamos a las mujeres a que empiecen a correr. Es muy simple, pero muchas siguen pensando que no pueden. Es fácil, es gratis, animamos a que lo hagan. Y veo que se sienten mejor, más fuertes. Pienso que, si cambiamos la mentalidad de las mujeres, cambiaremos el mundo. Ya lo estamos haciendo”.
Switzer fue también una de las impulsoras de que el maratón femenino entrara en el programa olímpico, algo que sucedió en 1984. “Antes la carrera para mujeres más larga era la de 1.500 metros y ese año metieron los 3.000 y el maratón. Fue un momento importante. Sentí que algo estaba cambiando. Correr un maratón es un largo camino. Si alguien es capaz de correr 42 kilómetros, es capaz de cualquier cosa en la vida. Queremos dar a las mujeres la oportunidad de correr, de confiar en ellas mismas. Es una revolución social. Hoy en día en Estados Unidos el 58% de los corredores son mujeres y eso es algo que ha visto evolucionar a lo largo de mi vida, es fantástico”.
“Yo no sentía vergüenza”
“Supongo que las mujeres antes no corrían por vergüenza o por miedo. Yo no sentía eso, desde luego”, comenta Lurdes Gabarain, a quien le sobraba carácter. Un espectador de una de sus primeras carreras lo comprobó en sus propias carnes. “Esos primeros años tenía mucho pecho, luego me operé y me quité dos kilos. Me ponía una camiseta apretada y luego otra por encima. Un hombre que estaba viendo la carrera me gritó ‘vaya tetas’ o algo así, me paré y le di una leche en toda la cara. Luego seguí corriendo y gané. La gente se quedó flipando, me aplaudieron y todo”, explica la tolosarra ante las risas de Switzer, cuyo incidente con Jock Semple acabó de mejor manera.
“Nunca me llegó a pedir disculpas, pero me dio un beso en la mejilla, supongo que cada uno pide perdón a su manera. Hemos sido buenos amigos y hemos dado charlas juntos. Le visité poco antes de morir. ¿Sabes? Ese momento cambió mi vida y la de millones de mujeres. A veces algo muy malo puede convertirse en lo mejor de tu vida”.
Varias lesiones impidieron a Lurdes Gabarain seguir disputando maratones y triatlones, pero esas barreras que había roto en el deporte las rompió también en otros ámbitos. Ni corta ni perezosa, en los años 80 empezó a trabajar en la construcción. “Entonces no había ninguna mujer haciendo esos trabajos. Empecé de encofradora y luego me saqué el título de gruísta”, cuenta la tolosarra, que recuerda con cariño aquellos años en los que fue pionera disputando maratones: “Me llamaban la rubia de oro o la sueca. Lo de romper barreras es algo de lo que eres más consciente con el tiempo;entonces no te das cuenta”.
Impresionada con la Behobia
Kathrine Switzer, por su parte, sigue haciendo deporte. De hecho, iba a participar este pasado domingo en la Behobia-San Sebastián, pero una lesión se lo impidió. “Me caí y me hice daño en la cadera”. Pese a este contratiempo, se mantiene muy en forma y el año pasado volvió a disputar el maratón de Boston 50 años después de aquella participación en 1967. “Entonces era yo la única y el pasado año éramos 13.000 mujeres. Me sentí feliz y me dio fuerzas para seguir animando a las mujeres para que den ese primer paso”.
La estadounidense se lleva una grata impresión tanto de la carrera como de Donostia. “Es una ciudad que me está encantando. Es muy destacable que el 24% de los corredores sean las mujeres y me gusta el reto que se han puesto de llegar al 50% de participación femenina. Me encantó que en la meta se me acercaron muchísimos hombres a saludarme y a conocerme, todos con mucha educación, y vi a un montón de mujeres felices corriendo”, dice, satisfecha, Switzer, que cierra el encuentro pidiendo sacarse una foto con su móvil junto a Lurdes Gabarain para hacerse eco del encuentro en sus redes sociales. La estadounidense, con su historia, su personalidad y su energía, está dejando huella en su paso por Gipuzkoa.
Estas dos pioneras, dos mujeres que derribaron una barrera hasta entonces imposible, se conocieron ayer. Kathrine Switzer (nacida el 5 de enero de 1947) lleva ya varios días en Donostia participando en diversos actos de la Behobia-San Sebastián y atendiendo a los medios, estancia que cerrará hoy mismo con una charla en DeustoForum. Aprovechando su presencia en tierras guipuzcoanas, la tolosarra Lurdes Gabarain (nacida el 4 de febrero de 1960) quiso conocerla. El encuentro, por inesperado, fue una agradable sorpresa para Switzer, que se mostró entusiasmada por encontrarse con la pionera del maratón en España. “Es magnífico, es fantástico”, repetía Switzer mientras abrazaba a Gabarain, feliz también de conocer a un icono del atletismo, el deporte que amó durante años. “Mantengo el contacto con corredoras de aquella época en Estados Unidos, y también con alguna en Francia y Alemania, y ahora me alegro de conocerte”, indicó la atleta estadounidense.
“Lo que me gustaba era correr”
“Fui al maratón de Burdeos, allí no me pusieron problemas para participar, y ese mismo año me empeñé en hacer el de Oviedo. Tenía 17 años. Llamé y me dijeron que solo podía hacer el medio maratón, pero llevé el diploma de Burdeos. Me comentaron que a mitad de carrera me iban a parar y hacerme un chequeo para ver si podía seguir, pero al final ni chequeo ni nada, eso era una chorrada. Acabé y todavía llegó algún hombre por detrás. Me dieron un hórreo de plata que todavía guardo”, contaba Gabarain: “Siempre me ha gustado correr. Cuando era una niña salía de casa corriendo y llegaba corriendo. Hice muchos deportes, pero lo que me gustaba era correr”. Con 17 años hizo esos dos maratones y luego “tres más”. “También disputé triatlones y era buena en esquí de fondo. Una vez quedé segunda de España”.
Para entonces, Switzer era ya un mito del atletismo. Además del citado capítulo en Boston, había ganado ya los maratones de Nueva York y Boston en 1974 y 1975 y era una figura muy conocida. Su hazaña sirvió como inspiración para muchas. Un año antes otra mujer, Roberta Gibb, había disputado -sin dorsal- el maratón de Boston, pero fue esa imagen de 1967 la que lanzó a la fama a Switzer. “Conozco a Roberta, pero apenas coincidimos porque vive en la otra punta de Estados Unidos. Ella corrió y no hizo nada más con eso. Yo quise cambiar el sistema, somos personalidades diferentes, nada más”, explica Switzer, que aclara que antes que ellas hubo mujeres que completaron maratones en “Estados Unidos, Nueva Zelanda o Inglaterra”.
El mítico dorsal 261
“La gente empezó a mandarme fotos y mensajes con el dorsal 261 (el que usó en el maratón de Boston), diciéndome que ese número les había servido como inspiración, les hacía perder el miedo”, cuenta la estadounidense, que quedó impresionada con esos mensajes y se propuso ayudar a las mujeres a correr. “Te dicen que por ser mujer o por estar gorda no vas a poder correr. Parece mentira, pero muchas mujeres se han sentido así durante muchos años. Creamos la fundación 261 fearless (sin miedo). Organizamos carreras y animamos a las mujeres a que empiecen a correr. Es muy simple, pero muchas siguen pensando que no pueden. Es fácil, es gratis, animamos a que lo hagan. Y veo que se sienten mejor, más fuertes. Pienso que, si cambiamos la mentalidad de las mujeres, cambiaremos el mundo. Ya lo estamos haciendo”.
Switzer fue también una de las impulsoras de que el maratón femenino entrara en el programa olímpico, algo que sucedió en 1984. “Antes la carrera para mujeres más larga era la de 1.500 metros y ese año metieron los 3.000 y el maratón. Fue un momento importante. Sentí que algo estaba cambiando. Correr un maratón es un largo camino. Si alguien es capaz de correr 42 kilómetros, es capaz de cualquier cosa en la vida. Queremos dar a las mujeres la oportunidad de correr, de confiar en ellas mismas. Es una revolución social. Hoy en día en Estados Unidos el 58% de los corredores son mujeres y eso es algo que ha visto evolucionar a lo largo de mi vida, es fantástico”.
“Yo no sentía vergüenza”
“Supongo que las mujeres antes no corrían por vergüenza o por miedo. Yo no sentía eso, desde luego”, comenta Lurdes Gabarain, a quien le sobraba carácter. Un espectador de una de sus primeras carreras lo comprobó en sus propias carnes. “Esos primeros años tenía mucho pecho, luego me operé y me quité dos kilos. Me ponía una camiseta apretada y luego otra por encima. Un hombre que estaba viendo la carrera me gritó ‘vaya tetas’ o algo así, me paré y le di una leche en toda la cara. Luego seguí corriendo y gané. La gente se quedó flipando, me aplaudieron y todo”, explica la tolosarra ante las risas de Switzer, cuyo incidente con Jock Semple acabó de mejor manera.
“Nunca me llegó a pedir disculpas, pero me dio un beso en la mejilla, supongo que cada uno pide perdón a su manera. Hemos sido buenos amigos y hemos dado charlas juntos. Le visité poco antes de morir. ¿Sabes? Ese momento cambió mi vida y la de millones de mujeres. A veces algo muy malo puede convertirse en lo mejor de tu vida”.
Varias lesiones impidieron a Lurdes Gabarain seguir disputando maratones y triatlones, pero esas barreras que había roto en el deporte las rompió también en otros ámbitos. Ni corta ni perezosa, en los años 80 empezó a trabajar en la construcción. “Entonces no había ninguna mujer haciendo esos trabajos. Empecé de encofradora y luego me saqué el título de gruísta”, cuenta la tolosarra, que recuerda con cariño aquellos años en los que fue pionera disputando maratones: “Me llamaban la rubia de oro o la sueca. Lo de romper barreras es algo de lo que eres más consciente con el tiempo;entonces no te das cuenta”.
Impresionada con la Behobia
Kathrine Switzer, por su parte, sigue haciendo deporte. De hecho, iba a participar este pasado domingo en la Behobia-San Sebastián, pero una lesión se lo impidió. “Me caí y me hice daño en la cadera”. Pese a este contratiempo, se mantiene muy en forma y el año pasado volvió a disputar el maratón de Boston 50 años después de aquella participación en 1967. “Entonces era yo la única y el pasado año éramos 13.000 mujeres. Me sentí feliz y me dio fuerzas para seguir animando a las mujeres para que den ese primer paso”.
La estadounidense se lleva una grata impresión tanto de la carrera como de Donostia. “Es una ciudad que me está encantando. Es muy destacable que el 24% de los corredores sean las mujeres y me gusta el reto que se han puesto de llegar al 50% de participación femenina. Me encantó que en la meta se me acercaron muchísimos hombres a saludarme y a conocerme, todos con mucha educación, y vi a un montón de mujeres felices corriendo”, dice, satisfecha, Switzer, que cierra el encuentro pidiendo sacarse una foto con su móvil junto a Lurdes Gabarain para hacerse eco del encuentro en sus redes sociales. La estadounidense, con su historia, su personalidad y su energía, está dejando huella en su paso por Gipuzkoa.
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