Imagen: La Vanguardia / María Garriga (d), mujer que dió voz a Elena Francis |
Un libro habla sobre qué se esconde detrás de este famoso personaje de ficción del franquismo que tenía por objetivo, además de publicitar, reeducar a la mujer tras la República.
Lara Gómez Ruiz | La Vanguardia, 2018-11-12
https://www.lavanguardia.com/cultura/20181112/452813089211/tremendos-consejos-elena-francis-mujeres-maltratadas-violadas.html
Nadie podía imaginar que en una masía abandonada de Cornellà (Barcelona) aparecerían más de un millón de cartas. Era 2005 y la correspondencia estaba repleta de polvo. Se notaba que hacía años que nadie se había preocupado de leer esas misivas. Lo curioso es que todas ellas se dirigían a una misma persona: Elena Francis.
El Consultorio de Elena Francis fue un programa de radio emitido en España entre los años 1947 y 1984. Iba dirigido principalmente al público femenino y se estructuraba en torno a la correspondencia que dirigían las radioyentes a una supuesta experta, Dª Elena Francis, que contestaba a las dudas, consultas y confidencias planteadas. Una estratagema del Instituto de Belleza Francis para publicitar sus productos que resultó ser todo un éxito.
El Archivo Comarcal del Baix Llobregat asumió la custodia de 100.000 cartas y quemó el resto. De estas, 4.325 han sido analizadas por Rosario Fontova y Armand Balsebre, así como las respuestas enviadas por un equipo de contestadores. Una investigación que ha salido a la luz en forma de libro (‘Las cartas de Elena Francis, una educación sentimental bajo el franquismo’, editorial Cátedra) y que tiene por objetivo retratar tanto al personaje como a sus atormentadas seguidoras.
Mujeres que no sólo enviaban consultas de belleza, como en un inicio se estipuló, sino que también confesaban ser víctimas de violencia de género o de violación. “La palabra violación no aparece explícitamente, pero las víctimas, no siempre conscientes de que lo son, la describen con eufemismos”, explica Fontova a ‘La Vanguardia’ (“Hizo lo que quiso de mí”; “Me hago la dormida y mi hermano hace lo que quiere…”).
Este tipo de cartas eran marcadas con un asterisco para señalar que su contenido era delicado. Tenían una censura doble: política y religiosa. De hecho, la radio tenía un sacerdote en nómina para ese cometido y, pese a que no se leyeran por radio, sí que eran en su mayoría contestadas. No obstante, las respuestas son más que cuestionables y escalofriantes. Por ejemplo, una madre cuenta que un vecino ha dejado embarazada a su hija de 15 años. El mejor consejo que se le ocurre a Francis es que dé al bebé en adopción.
Cuando la infidelidad era del marido, la receta de Francis era la siguiente: “Es mucho mejor que se haga la ciega, sorda y muda. Procure hacer lo más grato posible su hogar, no ponga mala cara cuando él llegue”. Mucho más terrorífico resulta el consejo que le da a una mujer maltratada: “Sea valiente, no descuide un solo instante su arreglo personal. Y cuando él llegue a casa, esté dispuesta a complacerlo en cuanto le pida”. “No les decía que abandonara el hogar, sino que las animaba a aguantar. Por si fuera poco, les achacaba parte de culpabilidad, pues les decía que ella también había pecado. Actualmente puede parecer una locura, pero el franquismo estipulaba una serie de estrictas normas de conducta que hacían pensar que determinadas cosas eran normales”, explica Balsebre.
“Son cartas mayormente infelices. A ello se le añadían sus respuestas, que remarcan una idea que viene a decir que a este mundo se ha venido a sufrir. Al leerlas, puedes pensar: ‘estas mujeres eran un poco tontas’, pero no eran así porque sí, sino porque las querían tontas. La estructura de Falange, la Iglesia, y el franquismo quiso que estuvieran en la cocina. Y estas cartas reflejan cómo la dictadura les arrebató cualquier posibilidad de autonomía”, añade Fontova.
Muchas de las misivas eran firmadas con pseudónimos: “Corazón triste”, “Una que ha sido descubierta”, “Desgraciada sin remedio”, “Una casada amargada”... Aunque, de poco servía, pues en el remitente constaban las direcciones de sus casas. Poco les importaba o probablemente no se dieran cuenta de ello. “Lo que querían era recibir una carta de Francis. Eso les aportaba autoestima, era incluso terapéutico. Las mujeres se daban cuenta de que sus problemas eran los de muchas y eso, probablemente, fuera el secreto del consultorio”, asegura Armand Balsebre.
Pero, pese a que después se supo que había un equipo detrás, ¿quién era la responsable máxima de tales contestaciones? Pues, como se ha mencionado, Elena Francis era un personaje de ficción. Muchos creyeron que era un hombre, pues después de su emisión, Juan Soto Viñolo confesó ser el último guionista del programa. “Para nosotros, en cambio, fue Angela Castells (la primera guionista) quien sentó las bases narrativas para los contestadores de cartas”, cuentan los autores. Castells pertenecía nada menos que a la sección femenina de Falange y al Patronato de Protección de la mujer, que, lejos de proteger a la mujer, hacía, entre otras cosas, informes con los datos recogidos por un organismo llamado Liga Española contra la Pública Inmoralidad.
El Consultorio de Elena Francis fue un programa de radio emitido en España entre los años 1947 y 1984. Iba dirigido principalmente al público femenino y se estructuraba en torno a la correspondencia que dirigían las radioyentes a una supuesta experta, Dª Elena Francis, que contestaba a las dudas, consultas y confidencias planteadas. Una estratagema del Instituto de Belleza Francis para publicitar sus productos que resultó ser todo un éxito.
El Archivo Comarcal del Baix Llobregat asumió la custodia de 100.000 cartas y quemó el resto. De estas, 4.325 han sido analizadas por Rosario Fontova y Armand Balsebre, así como las respuestas enviadas por un equipo de contestadores. Una investigación que ha salido a la luz en forma de libro (‘Las cartas de Elena Francis, una educación sentimental bajo el franquismo’, editorial Cátedra) y que tiene por objetivo retratar tanto al personaje como a sus atormentadas seguidoras.
Mujeres que no sólo enviaban consultas de belleza, como en un inicio se estipuló, sino que también confesaban ser víctimas de violencia de género o de violación. “La palabra violación no aparece explícitamente, pero las víctimas, no siempre conscientes de que lo son, la describen con eufemismos”, explica Fontova a ‘La Vanguardia’ (“Hizo lo que quiso de mí”; “Me hago la dormida y mi hermano hace lo que quiere…”).
Este tipo de cartas eran marcadas con un asterisco para señalar que su contenido era delicado. Tenían una censura doble: política y religiosa. De hecho, la radio tenía un sacerdote en nómina para ese cometido y, pese a que no se leyeran por radio, sí que eran en su mayoría contestadas. No obstante, las respuestas son más que cuestionables y escalofriantes. Por ejemplo, una madre cuenta que un vecino ha dejado embarazada a su hija de 15 años. El mejor consejo que se le ocurre a Francis es que dé al bebé en adopción.
Cuando la infidelidad era del marido, la receta de Francis era la siguiente: “Es mucho mejor que se haga la ciega, sorda y muda. Procure hacer lo más grato posible su hogar, no ponga mala cara cuando él llegue”. Mucho más terrorífico resulta el consejo que le da a una mujer maltratada: “Sea valiente, no descuide un solo instante su arreglo personal. Y cuando él llegue a casa, esté dispuesta a complacerlo en cuanto le pida”. “No les decía que abandonara el hogar, sino que las animaba a aguantar. Por si fuera poco, les achacaba parte de culpabilidad, pues les decía que ella también había pecado. Actualmente puede parecer una locura, pero el franquismo estipulaba una serie de estrictas normas de conducta que hacían pensar que determinadas cosas eran normales”, explica Balsebre.
“Son cartas mayormente infelices. A ello se le añadían sus respuestas, que remarcan una idea que viene a decir que a este mundo se ha venido a sufrir. Al leerlas, puedes pensar: ‘estas mujeres eran un poco tontas’, pero no eran así porque sí, sino porque las querían tontas. La estructura de Falange, la Iglesia, y el franquismo quiso que estuvieran en la cocina. Y estas cartas reflejan cómo la dictadura les arrebató cualquier posibilidad de autonomía”, añade Fontova.
Muchas de las misivas eran firmadas con pseudónimos: “Corazón triste”, “Una que ha sido descubierta”, “Desgraciada sin remedio”, “Una casada amargada”... Aunque, de poco servía, pues en el remitente constaban las direcciones de sus casas. Poco les importaba o probablemente no se dieran cuenta de ello. “Lo que querían era recibir una carta de Francis. Eso les aportaba autoestima, era incluso terapéutico. Las mujeres se daban cuenta de que sus problemas eran los de muchas y eso, probablemente, fuera el secreto del consultorio”, asegura Armand Balsebre.
Pero, pese a que después se supo que había un equipo detrás, ¿quién era la responsable máxima de tales contestaciones? Pues, como se ha mencionado, Elena Francis era un personaje de ficción. Muchos creyeron que era un hombre, pues después de su emisión, Juan Soto Viñolo confesó ser el último guionista del programa. “Para nosotros, en cambio, fue Angela Castells (la primera guionista) quien sentó las bases narrativas para los contestadores de cartas”, cuentan los autores. Castells pertenecía nada menos que a la sección femenina de Falange y al Patronato de Protección de la mujer, que, lejos de proteger a la mujer, hacía, entre otras cosas, informes con los datos recogidos por un organismo llamado Liga Española contra la Pública Inmoralidad.
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