Imagen: El País / Marta Higueras y Manuela Carmena |
Guillermo Abril | EPS, El País, 2018-11-10
https://elpais.com/elpais/2018/11/06/eps/1541502538_300278.html
Huye de los focos, se desenvuelve mejor en la penumbra, se considera una “política circunstancial”. Marta Higueras es una de las personas más desconocidas y con mayor poder dentro del Ayuntamiento de Madrid; la mano derecha de la alcaldesa, Manuela Carmena, con quien comenzó a trabajar hace 25 años en la judicatura. Y también una de las pocas personalidades que han declarado abiertamente su homosexualidad.
La sombra de Manuela Carmena es alargada. Tiene un rictus serio. Una mirada ceñuda. Una altura de 1,78 metros y una zancada pasmosamente rápida. Su pisada rompe el silencio en el Ayuntamiento de Madrid, cuando los funcionarios ya han desaparecido y la cuarta planta del palacio de Cibeles padece el silencio de la digestión a eso de las cinco y pico de un martes de octubre. Brillan sus zapatos de charol sobre la tarima de un largo pasillo. Por lo demás, todo parece gris en ella: el corte de pelo a lo MacGyver, el atuendo como de uniforme, su biografía pública sin un solo apunte personal. A menudo, no la reconocen a la entrada de los edificios oficiales. No cuenta con una trayectoria en mítines y tertulias. Y su nombre no dice mucho para quien no siga la política local: Marta María Higueras Garrobo, madrileña, de 54 años, teniente de alcaldesa de Madrid, delegada del Área de Gobierno de Equidad, Derechos Sociales y Empleo; presidenta de la Empresa Municipal de la Vivienda y Suelo y de Mercamadrid. La sombra de Carmena.
Afilada, expeditiva, Marta Higueras se adentra en el último despacho: el de “la jefa”, así suele llamarla cuando le vibra el móvil y la alcaldesa se encuentra al otro lado. O simplemente “Manuela”, cuando rememora los 25 años de amistad que las unen, y el día en que la convenció de que liderara las confluencias de izquierda en las elecciones locales de 2015 bajo el paraguas de Ahora Madrid: “Solo me presento si tú vienes conmigo”, le dijo Carmena. “¿Dónde firmo?”, respondió Higueras.
Los ventanales del despacho de la alcaldesa vierten sobre la calle de Alcalá. La estancia tiene dos alturas, recuerda a un ‘loft’ del extrarradio. En el perchero cuelga una bolsa de tela con el lema “Cities for climate”. Tras el escritorio de Carmena hay una mesa de reuniones, donde ya se encuentran ambas despachando: licencias, cambios de uso, la oposición. En la frente de la alcaldesa, bajo una madeja de pelo rubio y alocado, aún brilla la cicatriz de un accidente casero. Concluida la reunión, Higueras muestra una mesa diminuta donde suele sentarse a trabajar. La concejal tiene despacho propio en otra punta de la ciudad, a orillas del Manzanares. Pero el cargo, a menudo, le exige quedarse aquí, estratégicamente colocada en penumbra y justo a mano derecha de Carmena, como una alumna aplicada. Quizá la más aventajada. Dice: “Manuela ha sido modelo creativo toda la vida. Cuando le preguntas algo, contesta con una respuesta original. Luego, darle forma a lo mejor cuesta. A los demás nos toca intentar descender esa idea a algo concreto. Pero ese modelo creativo nos ha llevado —y lo digo porque he trabajado muchísimos años con ella— a hacer cosas que eran impensables”.
Higueras no habla: percute palabras como una locomotora. Y se desplaza por Madrid, de reunión en reunión, al mismo ritmo. Siempre en la parte de atrás de un pequeño Renault eléctrico, donde desbordan sus largas piernas. Con dos móviles en la mano que no paran quietos: suena uno y es Dolores Sancho, su asesora; le da un nombre, una fecha y el número de un fondo buitre. Higueras cuelga y explica: “Tenemos un desahucio y estamos intentando pararlo, vamos a ver”. Se lanza una juanola a la boca y la muerde. Comienza a llamar. Tardará 35 minutos en frenarlo. O, más que frenarlo, en desplazar el problema: el fondo le concede un mes para negociar una salida con los okupas del piso, una persona mayor enferma y su hijo con discapacidad, con ingresos de 350 euros mensuales. “Es un tema complicado, de muchísimo calado. Hemos parado desahucios por impago de hipotecas. Pero es distinto con desahucios por ocupación”.
La cartera de Higueras exige un contacto continuo con personas sin techo, sin papeles, sin casa, sin escolarizar, sin ingresos, sin nadie que los visite en la vejez. En un contexto aún de recortes, parece imposible no ir con el agua al cuello en su concejalía. Tal y como define su área Luis Nogués, uno de los colaboradores de Higueras, responsable de Emergencia Social: “Esto es un observatorio desde el que se ven los nuevos problemas de la ciudad. En estos momentos vivimos de forma dramática el del alojamiento, que pone de manifiesto la polarización social”. Muestra en su teléfono un mensaje a las 10.44: un desahucio, y otro poco después. “Esto es el día a día”.
Higueras no se considera política. Si acaso, “política circunstancial”. “Hay a quien le gusta estar ante la cámara, comunicando todo el rato cosas aunque no sepa de qué va. Si a eso nos referimos con política, lo llevo mal. Me defino mejor como gestora de lo público”.
La alarma de Higueras, que vive en el distrito de Arganzuela, suena siempre a la 6.30. Pero para entonces, dice, ya se ha planificado el día. Coloca su primera reunión a las ocho de la mañana y a partir de ahí se suceden citas en batería: con el consejo de la EMVS, con su equipo para evaluar el proyecto de la tarjeta de vecindad, con los operadores de Mercamadrid; con Paloma O’Shea, directora de la Escuela de Música Reina Sofía; con “las portavozas” de los grupos municipales para el almuerzo, y así, más o menos, hasta las diez de la noche, cuando regresa a casa “muerta”, tira los zapatos, se ducha y se mete en la cama, a menudo sin cenar. Entre medias, en cualquier momento puede llamar “la jefa”, y entonces la agenda corre el riesgo de “saltar por los aires”. Aunque con Carmena hay rutinas fijas, como el almuerzo de los lunes con el círculo reducido de gobierno. La alcaldesa cocina y lleva la comida. El menú Carmena del 1 de octubre: gazpacho de sandía, albóndigas y un postre turco con calabaza y yogur griego.
Higueras nunca ha militado en ningún partido. Y cuando aterrizó en el Ayuntamiento se sabía poco de ella: que había hecho de Esperanza Aguirre en la preparación de los debates; que era mediadora penal y había ejercido un cargo directivo en el Gobierno vasco de Patxi López. Su último puesto fue como secretaria de una consejera del Tribunal de Cuentas. Entonces, Carmena, ya jubilada, se pasaba a menudo por su trabajo y desayunaban juntas. Fue en uno de esos cafés cuando esta le confesó: “Fíjate lo que me han ofrecido. ¡Anda que a quién se le ocurre! Si nadie me conoce”. Higueras respondió: “¿Cómo que no te conoce nadie? Manuela, es la ocasión que no podemos perder para echar a la derecha después de 25 años”.
Se conocieron en 1993 en los juzgados de la plaza de Castilla, en Madrid. Higueras era una oficial de justicia que no llegaba a los 30; Carmena, 20 años mayor, entró como juez decana, pero arrastraba ya un halo de heroína de la Transición: había militado en el PCE, defendido a obreros en aquel despacho laboralista de Atocha donde la extrema derecha mató a cinco personas en 1977 y exhibido sus dotes para aplacar, ya como jueza de pelo revuelto e ideas renovadoras, el viejo y corrupto sistema judicial. A la plaza de Castilla se la conocía como “plaza de la Astilla” (la mordida para hacer que los asuntos se tramitaran o dejaran de hacerlo). Y en la puerta del servicio de notificaciones, donde trabajaba Higueras, un cartel resumía el engranaje: “Lo urgente lo tramitamos en dos años”. Aquel verano de 1993 aprovecharon para organizar una pequeña revolución.
Dolores Sancho, hoy asesora de Higueras, lo recuerda bien. Sancho, de 73 años, trabajaba también en los juzgados. Pero había conocido a Carmena mucho antes: la Guardia Civil mató de un tiro a su marido en 1971 tras haber sido detenido por repartir propaganda obrera. Carmena había sido su abogada. Aquel verano de 1993, siguiendo la iniciativa de Marta, y con la aprobación y el aliento de la decana, tiraron de la estantería al suelo los asuntos pendientes y empezaron de cero. “Mandamos el primer mes unas 3.000 notificaciones”, cuenta Sancho. “Cuando el 1 de septiembre llegaron el resto de funcionarios de vacaciones, se encontraron colas industriales. Y dijimos: ‘Mientras esté Carmena de decana, el dinero [ilegal] no puede funcionar. Cada papel habrá de ir en su orden. Según entra, sale. Hubo una resistencia monstruosa porque era una gran economía”. Según ella, el episodio define a Higueras: “Encontró una solución que el resto no veía. Ideó el sistema de notificaciones, planificamos las rutas. Teníamos 400 funcionarios saliendo a la calle. Y les mejoramos la vida, a cambio de no cobrar [astillas]. Llegó un momento en que lo entendieron”. De su relación con Higueras y Carmena dice: “Somos amigas y hermanas”.
La alcaldesa también recuerda aquella época: “Marta era muy joven. Extraordinariamente inteligente. Era sorprendente ver cómo conseguía organizar y comprometer en un momento a los que la rodeaban en hacer su trabajo eficaz y eficiente”. En 1996, cuando Carmena fue nombrada vocal del Consejo General del Poder Judicial, se llevó a Higueras con ella y poco a poco se fue solidificando una amistad de esas en que se funden lo laboral y lo personal: llevan dos décadas yendo juntas cada verano a montar en bicicleta. Este último rodaron por los castillos del Loira, en Francia. En palabras de la alcaldesa: “Marta siempre ha ido creciendo como persona, ganando en seguridad y capacidad para abordar las situaciones difíciles y muy especialmente para negociar. Es la persona que conozco con mayor capacidad de negociación, de buscar las soluciones a los conflictos”.
Cuando Carmena desaparece, a Higueras le toca asumir el mando. En marzo de este año, con la regidora en París y ella de alcaldesa en funciones, un mantero senegalés, que llevaba 12 años sobreviviendo indocumentado en Madrid, murió de un infarto en Lavapiés. Se interpretó erróneamente que había fallecido tras un control policial y el barrio se convirtió en una batalla campal. “La policía hizo lo correcto”, rememora Higueras una mañana, en el asiento trasero del vehículo, mientras cruza una atascadísima Puerta del Sol. “No agredió, ni hostigó [al fallecido]. Hizo su trabajo. Y ya está. Lo que no podemos consentir es esto”, añade, y señala por la ventanilla la acera repleta de manteros. “Es una actividad ilegal y tenemos obligación de evitar que exista, porque perjudica al comercio, al tránsito, a las personas que compran productos falsificados, por sus posibles consecuencias para la salud”. Medita un rato. “Muchas de estas personas tienen una orden de expulsión. Pero como no se les expulsa, viven con nosotros. Y no les damos salidas ni tienen derechos. Conjugar esos intereses es complicado. Mientras el Gobierno no facilite alternativas, la gente tiene que ganarse la vida”.
En el mohín de sus labios parecen confluir las convicciones de una mujer legalista. Pero bajo las gafas le asoman unos ojos nerviosos. Da la sensación de que esos dos polos de su rostro expresaran su forma de entender el trabajo: la política, para Higueras, consiste en conciliar intereses en conflicto. Cuando se le pregunta cuál es la mayor barrera que ha encontrado para sacar adelante proyectos, contesta: “La maquinaria del Ayuntamiento”. Reconoce su capacidad limitada para cambiar el mundo desde el ámbito local; a menudo, las soluciones pasan por el Gobierno central. “Una posibilidad”, prosigue, “es conceder permisos de trabajo temporales. Nadie puede contratar a estas personas porque no tienen permiso de residencia ni de trabajo. No tienen otra forma de subsistir. No creo que la alternativa sea mantenerlos, sino que se busquen la vida. Yo no tengo esa competencia. Lo que sí tengo es la tarjeta de vecindad [una especie de DNI para inmigrantes]. Para obtenerla, mi primer requisito es que se empadronen. Para saber quiénes viven aquí. No queremos fantasmas. Los reconocemos como habitantes. Y eso les otorga derechos en lo que sí tengo competencia. Que no vendan, no cobren, no vivan… Esto no funciona”.
Un miércoles de octubre, Higueras se sienta en su despacho en la sede de la Concejalía de Equidad. La puerta está abierta y a menudo la interrumpen (una firma, una llamada, una reunión). Sobre la mesa hay una taza con un lema: “Lo que parece imposible a veces solo tarda un poco más”; y de un corcho cuelga una bandera arcoíris. El pasado junio, durante el 40º aniversario de la primera marcha del Orgullo en Madrid, Higueras agradeció en su discurso a los activistas LGTBI —“Tenía 13 años, una familia muy conservadora, estudiaba en un colegio de monjas francesas… Solo puedo daros las gracias por haberme salvado la vida”—, convirtiéndose en una de las pocas políticas que han abierto la puerta del armario. “A los 13 o 14 te sientes fuera de juego”, añade en su despacho. “No tienes referentes, te sientes distinta, sabes que no eres como las demás. Cuando empiezas a ver que no eres la única, que hay alguien a quien preguntar y te cuenta… Eso te salva la vida. Aunque lo dije en aquel genérico de los movimientos, yo no estaba en nada de eso. Pero conocí a una persona que me abrió los ojos: la profesora de literatura del colegio. No era monja, sino de las otras. Estuvimos conversando porque yo había escrito una redacción que le llamó la atención. Fue una suerte. Porque sientes que estás haciendo algo malo. Y lo ocultas para que no se entere nadie. Y porque, si se entera tu padre, puede ser el horror. Intentas ser otra persona, para que estén orgullosos de ti. Siempre sale mal, al menos en mi caso. Y eso era lo que escribí en aquella redacción… Un momento”, se interrumpe, “me da el sol, voy a bajar la persiana”.
Higueras no lleva maquillaje, pero cada mañana se embadurna de crema factor 50 porque es alérgica al sol; el cuello de la camisa disimula unas manchas rojizas que le trepan hacia la barbilla. Quizá por eso se desenvuelve cómoda en la penumbra. También es alérgica al alcohol y a la fruta. Y nunca come verdura. Se intuye en ella a una mujer curtida a contracorriente. Los botones de su camisa, por ejemplo, se encuentran a la derecha: las compra en la sección masculina. “Las de chicas me quedan estrechas de hombros y cortas de mangas. Y las de hombres, además, son más bonitas”. Tras ensombrecer el despacho, cuenta que jamás explicitó su orientación sexual en casa: “Nunca di la opción a mis padre ni ellos me la dieron a mí. Como eso era malo, feo y pernicioso, con no hablarlo es como si no existiera”. A los 22 se fue a vivir con su actual pareja —llevan 34 años juntas—. “Y ella tiene dos hijos, que a su vez tienen hijos. Por tanto, soy abuela. Tengo cinco nietos”.
Higueras estudió Geografía e Historia porque le gustaba picotear de todo. De niña era una lectora voraz, sobre todo de la Biblia, aunque hoy no se considera religiosa. A ella le gustaba jugar con los chicos, estuvo en dos equipos de baloncesto y siempre organizaba los juegos con sus hermanos (según su hermana, “nos mandaba”). Higueras anotaba las reglas: por ejemplo, en el de “los niños en la Luna”, el banco era la nave; uno pilotaba, otro organizaba el alunizaje y ella iba detrás “con la metralleta”. Su gran pasión es el teatro. Y los videojuegos de rol, en los que suele elegir el personaje del mago. “El fundamento es ir mejorando y resolviendo puzles. Me engancha esa progresión del personaje ”.
Después de su encuentro en 1993 con Carmena y de seguirle los pasos al CGPJ, donde se dedicó a montar servicios judiciales pioneros por España, le ofrecieron ser asesora del Gobierno vasco en materia de justicia. Pasó ocho años allí, bajo distintos Gobiernos del PNV, hasta que con la llegada del Ejecutivo socialista de Patxi López, en 2009, fue nombrada directora de Justicia. La magistrada Victoria Cinto, viceconsejera de Justicia con Patxi López, y por tanto jefa directa de Higueras, destaca sus logros: la puesta en marcha de un servicio de intermediación hipotecaria en los años duros de los desahucios, similar al que después nació en Madrid; su implicación en los itinerarios de reinserción de presos de ETA; su trabajo con menores infractores; su cualificación en justicia restaurativa y en asuntos de violencia de género.
De aquí a 50 años, Higueras imagina una ciudad de Madrid “más habitable, más paseable, más respirable”. Y defiende que el tráfico de hoy (debido a las obras) y la incertidumbre ante la próxima restricción de coches en el centro son hitos necesarios en ese camino. Un viernes de octubre, la acompañamos al pleno en el que se debate la nueva ordenanza de movilidad. Antes de empezar, Begoña Villacís, portavoz de Ciudadanos, asegura: “Marta es de las pocas de las que tengo buena opinión”. Durante el debate, en cambio, su grupo se lanza a la yugular: “Tenemos un pufo para los próximos años”; y el PP pide a Carmena que no convierta Madrid “en un búnker de sus experimentos sociológicos”.
Tras ser aprobada la ordenanza, el portavoz popular, José Luis Martínez-Almeida, muestra también otro tono: “El trato político con Marta es correcto. Es una persona razonable, con la que se puede dialogar, a pesar de las posiciones enfrentadas. Tiende al acuerdo, aunque estos pactos tienden a no ser ejecutados. No es una política en estado puro, sino de exclusiva confianza de Carmena. Y ejerce de apagafuegos dentro del grupo de Ahora Madrid”.
En busca de una voz crítica en los corrillos, nos acercamos a Carlos Sánchez-Mato, exconcejal de Hacienda cesado por Carmena, y una voz disonante de Ahora Madrid. Cuando se le pide que valore la gestión de Higueras, arquea las cejas: “No me corresponde a mí”. Otra de las concejalas cesadas por Carmena, Celia Mayer, declinó ser entrevistada sobre Higueras. Pero hay quienes opinan, dentro de Ahora Madrid, que Higueras podría haber hecho mucho más con los recursos a su alcance (por ejemplo: de las 4.500 viviendas sociales prometidas, no se llegará al millar al término de la legislatura), y lo achacan a su incapacidad para gestionar una superconcejalía y a su escasa visión política. Quien habla, lo hace solo a puerta cerrada, y sin nombre: “Es una buena asistente de Manuela. Punto. Su único valor positivo es la lealtad”.
A Higueras le tocó extinguir uno de los grandes incendios de la legislatura: el Plan Económico-Financiero. Un conflicto similar al que se dio entre Bruselas y Atenas en tiempos de Varoufakis, pero entre el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro —que amenazó con intervenir el Consistorio si no cumplía con el techo de gasto—, y el Ayuntamiento de Madrid. El fuego se llevó por delante al concejal de Hacienda de Ahora Madrid; Higueras lo sustituyó en la negociación y se encargó de pactar con el PP la aprobación del plan (porque varios concejales de su propio grupo se negaron a apoyarlo). Higueras defiende así su aprobación en diciembre de 2017: “Siempre es mejor poder hacer algo que no poder hacer nada. Nos iban a intervenir de verdad”. Lo peor, en cualquier caso, no fue el plan en sí. “Lo duro fue no poder llegar al acuerdo interno. Esa fractura que se genera ahí”.
A partir de ese instante, quedaron al aire las costuras de una formación política heterogénea, justo en el momento en que “la jefa” comenzaba a ser preguntada si sería de nuevo candidata para las elecciones de mayo de 2019. El pasado septiembre anunció que se presentaría, pero al frente de una agrupación de electores y no de confluencias. Este es el modelo creativo del que habla Higueras (y que los críticos de Ahora Madrid temen que se parezca a la “vieja política”). A la teniente de alcaldesa se le ha encomendado gestionar este “lío”, así lo define: “Es una candidatura ciudadana, abierta a todos con independencia de las siglas a las que estés afiliado”. De momento, se traduce en que recibe e-mails de todo tipo de personas ofreciéndose para la lista o para elaborar el programa electoral. El proceso concluirá con unas primarias (que Carmena bautizó “participadarias”) y los elegidos deberán tener algo muy claro: “No es posible que dentro de la candidatura haya personas que no voten la acción de gobierno”.
Es evidente que en algún momento, quién sabe cuándo, Carmena —que tiene 74 años— decidirá retirarse. Quizá Higueras salga entonces de la penumbra. Ante la pregunta, la sombra de Carmena frunce el ceño: “Ser alcaldesa conlleva una carga de responsabilidad inmensa”, responde. “Pero si la pregunta es si me presentaría si no está Manuela, sí, me presentaría”.
Poco después vibra un móvil sobre la mesa: “Esta tengo que cogerla, es la jefa”.
La sombra de Manuela Carmena es alargada. Tiene un rictus serio. Una mirada ceñuda. Una altura de 1,78 metros y una zancada pasmosamente rápida. Su pisada rompe el silencio en el Ayuntamiento de Madrid, cuando los funcionarios ya han desaparecido y la cuarta planta del palacio de Cibeles padece el silencio de la digestión a eso de las cinco y pico de un martes de octubre. Brillan sus zapatos de charol sobre la tarima de un largo pasillo. Por lo demás, todo parece gris en ella: el corte de pelo a lo MacGyver, el atuendo como de uniforme, su biografía pública sin un solo apunte personal. A menudo, no la reconocen a la entrada de los edificios oficiales. No cuenta con una trayectoria en mítines y tertulias. Y su nombre no dice mucho para quien no siga la política local: Marta María Higueras Garrobo, madrileña, de 54 años, teniente de alcaldesa de Madrid, delegada del Área de Gobierno de Equidad, Derechos Sociales y Empleo; presidenta de la Empresa Municipal de la Vivienda y Suelo y de Mercamadrid. La sombra de Carmena.
Afilada, expeditiva, Marta Higueras se adentra en el último despacho: el de “la jefa”, así suele llamarla cuando le vibra el móvil y la alcaldesa se encuentra al otro lado. O simplemente “Manuela”, cuando rememora los 25 años de amistad que las unen, y el día en que la convenció de que liderara las confluencias de izquierda en las elecciones locales de 2015 bajo el paraguas de Ahora Madrid: “Solo me presento si tú vienes conmigo”, le dijo Carmena. “¿Dónde firmo?”, respondió Higueras.
Los ventanales del despacho de la alcaldesa vierten sobre la calle de Alcalá. La estancia tiene dos alturas, recuerda a un ‘loft’ del extrarradio. En el perchero cuelga una bolsa de tela con el lema “Cities for climate”. Tras el escritorio de Carmena hay una mesa de reuniones, donde ya se encuentran ambas despachando: licencias, cambios de uso, la oposición. En la frente de la alcaldesa, bajo una madeja de pelo rubio y alocado, aún brilla la cicatriz de un accidente casero. Concluida la reunión, Higueras muestra una mesa diminuta donde suele sentarse a trabajar. La concejal tiene despacho propio en otra punta de la ciudad, a orillas del Manzanares. Pero el cargo, a menudo, le exige quedarse aquí, estratégicamente colocada en penumbra y justo a mano derecha de Carmena, como una alumna aplicada. Quizá la más aventajada. Dice: “Manuela ha sido modelo creativo toda la vida. Cuando le preguntas algo, contesta con una respuesta original. Luego, darle forma a lo mejor cuesta. A los demás nos toca intentar descender esa idea a algo concreto. Pero ese modelo creativo nos ha llevado —y lo digo porque he trabajado muchísimos años con ella— a hacer cosas que eran impensables”.
Higueras no habla: percute palabras como una locomotora. Y se desplaza por Madrid, de reunión en reunión, al mismo ritmo. Siempre en la parte de atrás de un pequeño Renault eléctrico, donde desbordan sus largas piernas. Con dos móviles en la mano que no paran quietos: suena uno y es Dolores Sancho, su asesora; le da un nombre, una fecha y el número de un fondo buitre. Higueras cuelga y explica: “Tenemos un desahucio y estamos intentando pararlo, vamos a ver”. Se lanza una juanola a la boca y la muerde. Comienza a llamar. Tardará 35 minutos en frenarlo. O, más que frenarlo, en desplazar el problema: el fondo le concede un mes para negociar una salida con los okupas del piso, una persona mayor enferma y su hijo con discapacidad, con ingresos de 350 euros mensuales. “Es un tema complicado, de muchísimo calado. Hemos parado desahucios por impago de hipotecas. Pero es distinto con desahucios por ocupación”.
La cartera de Higueras exige un contacto continuo con personas sin techo, sin papeles, sin casa, sin escolarizar, sin ingresos, sin nadie que los visite en la vejez. En un contexto aún de recortes, parece imposible no ir con el agua al cuello en su concejalía. Tal y como define su área Luis Nogués, uno de los colaboradores de Higueras, responsable de Emergencia Social: “Esto es un observatorio desde el que se ven los nuevos problemas de la ciudad. En estos momentos vivimos de forma dramática el del alojamiento, que pone de manifiesto la polarización social”. Muestra en su teléfono un mensaje a las 10.44: un desahucio, y otro poco después. “Esto es el día a día”.
Higueras no se considera política. Si acaso, “política circunstancial”. “Hay a quien le gusta estar ante la cámara, comunicando todo el rato cosas aunque no sepa de qué va. Si a eso nos referimos con política, lo llevo mal. Me defino mejor como gestora de lo público”.
La alarma de Higueras, que vive en el distrito de Arganzuela, suena siempre a la 6.30. Pero para entonces, dice, ya se ha planificado el día. Coloca su primera reunión a las ocho de la mañana y a partir de ahí se suceden citas en batería: con el consejo de la EMVS, con su equipo para evaluar el proyecto de la tarjeta de vecindad, con los operadores de Mercamadrid; con Paloma O’Shea, directora de la Escuela de Música Reina Sofía; con “las portavozas” de los grupos municipales para el almuerzo, y así, más o menos, hasta las diez de la noche, cuando regresa a casa “muerta”, tira los zapatos, se ducha y se mete en la cama, a menudo sin cenar. Entre medias, en cualquier momento puede llamar “la jefa”, y entonces la agenda corre el riesgo de “saltar por los aires”. Aunque con Carmena hay rutinas fijas, como el almuerzo de los lunes con el círculo reducido de gobierno. La alcaldesa cocina y lleva la comida. El menú Carmena del 1 de octubre: gazpacho de sandía, albóndigas y un postre turco con calabaza y yogur griego.
Higueras nunca ha militado en ningún partido. Y cuando aterrizó en el Ayuntamiento se sabía poco de ella: que había hecho de Esperanza Aguirre en la preparación de los debates; que era mediadora penal y había ejercido un cargo directivo en el Gobierno vasco de Patxi López. Su último puesto fue como secretaria de una consejera del Tribunal de Cuentas. Entonces, Carmena, ya jubilada, se pasaba a menudo por su trabajo y desayunaban juntas. Fue en uno de esos cafés cuando esta le confesó: “Fíjate lo que me han ofrecido. ¡Anda que a quién se le ocurre! Si nadie me conoce”. Higueras respondió: “¿Cómo que no te conoce nadie? Manuela, es la ocasión que no podemos perder para echar a la derecha después de 25 años”.
Se conocieron en 1993 en los juzgados de la plaza de Castilla, en Madrid. Higueras era una oficial de justicia que no llegaba a los 30; Carmena, 20 años mayor, entró como juez decana, pero arrastraba ya un halo de heroína de la Transición: había militado en el PCE, defendido a obreros en aquel despacho laboralista de Atocha donde la extrema derecha mató a cinco personas en 1977 y exhibido sus dotes para aplacar, ya como jueza de pelo revuelto e ideas renovadoras, el viejo y corrupto sistema judicial. A la plaza de Castilla se la conocía como “plaza de la Astilla” (la mordida para hacer que los asuntos se tramitaran o dejaran de hacerlo). Y en la puerta del servicio de notificaciones, donde trabajaba Higueras, un cartel resumía el engranaje: “Lo urgente lo tramitamos en dos años”. Aquel verano de 1993 aprovecharon para organizar una pequeña revolución.
Dolores Sancho, hoy asesora de Higueras, lo recuerda bien. Sancho, de 73 años, trabajaba también en los juzgados. Pero había conocido a Carmena mucho antes: la Guardia Civil mató de un tiro a su marido en 1971 tras haber sido detenido por repartir propaganda obrera. Carmena había sido su abogada. Aquel verano de 1993, siguiendo la iniciativa de Marta, y con la aprobación y el aliento de la decana, tiraron de la estantería al suelo los asuntos pendientes y empezaron de cero. “Mandamos el primer mes unas 3.000 notificaciones”, cuenta Sancho. “Cuando el 1 de septiembre llegaron el resto de funcionarios de vacaciones, se encontraron colas industriales. Y dijimos: ‘Mientras esté Carmena de decana, el dinero [ilegal] no puede funcionar. Cada papel habrá de ir en su orden. Según entra, sale. Hubo una resistencia monstruosa porque era una gran economía”. Según ella, el episodio define a Higueras: “Encontró una solución que el resto no veía. Ideó el sistema de notificaciones, planificamos las rutas. Teníamos 400 funcionarios saliendo a la calle. Y les mejoramos la vida, a cambio de no cobrar [astillas]. Llegó un momento en que lo entendieron”. De su relación con Higueras y Carmena dice: “Somos amigas y hermanas”.
La alcaldesa también recuerda aquella época: “Marta era muy joven. Extraordinariamente inteligente. Era sorprendente ver cómo conseguía organizar y comprometer en un momento a los que la rodeaban en hacer su trabajo eficaz y eficiente”. En 1996, cuando Carmena fue nombrada vocal del Consejo General del Poder Judicial, se llevó a Higueras con ella y poco a poco se fue solidificando una amistad de esas en que se funden lo laboral y lo personal: llevan dos décadas yendo juntas cada verano a montar en bicicleta. Este último rodaron por los castillos del Loira, en Francia. En palabras de la alcaldesa: “Marta siempre ha ido creciendo como persona, ganando en seguridad y capacidad para abordar las situaciones difíciles y muy especialmente para negociar. Es la persona que conozco con mayor capacidad de negociación, de buscar las soluciones a los conflictos”.
Cuando Carmena desaparece, a Higueras le toca asumir el mando. En marzo de este año, con la regidora en París y ella de alcaldesa en funciones, un mantero senegalés, que llevaba 12 años sobreviviendo indocumentado en Madrid, murió de un infarto en Lavapiés. Se interpretó erróneamente que había fallecido tras un control policial y el barrio se convirtió en una batalla campal. “La policía hizo lo correcto”, rememora Higueras una mañana, en el asiento trasero del vehículo, mientras cruza una atascadísima Puerta del Sol. “No agredió, ni hostigó [al fallecido]. Hizo su trabajo. Y ya está. Lo que no podemos consentir es esto”, añade, y señala por la ventanilla la acera repleta de manteros. “Es una actividad ilegal y tenemos obligación de evitar que exista, porque perjudica al comercio, al tránsito, a las personas que compran productos falsificados, por sus posibles consecuencias para la salud”. Medita un rato. “Muchas de estas personas tienen una orden de expulsión. Pero como no se les expulsa, viven con nosotros. Y no les damos salidas ni tienen derechos. Conjugar esos intereses es complicado. Mientras el Gobierno no facilite alternativas, la gente tiene que ganarse la vida”.
En el mohín de sus labios parecen confluir las convicciones de una mujer legalista. Pero bajo las gafas le asoman unos ojos nerviosos. Da la sensación de que esos dos polos de su rostro expresaran su forma de entender el trabajo: la política, para Higueras, consiste en conciliar intereses en conflicto. Cuando se le pregunta cuál es la mayor barrera que ha encontrado para sacar adelante proyectos, contesta: “La maquinaria del Ayuntamiento”. Reconoce su capacidad limitada para cambiar el mundo desde el ámbito local; a menudo, las soluciones pasan por el Gobierno central. “Una posibilidad”, prosigue, “es conceder permisos de trabajo temporales. Nadie puede contratar a estas personas porque no tienen permiso de residencia ni de trabajo. No tienen otra forma de subsistir. No creo que la alternativa sea mantenerlos, sino que se busquen la vida. Yo no tengo esa competencia. Lo que sí tengo es la tarjeta de vecindad [una especie de DNI para inmigrantes]. Para obtenerla, mi primer requisito es que se empadronen. Para saber quiénes viven aquí. No queremos fantasmas. Los reconocemos como habitantes. Y eso les otorga derechos en lo que sí tengo competencia. Que no vendan, no cobren, no vivan… Esto no funciona”.
Un miércoles de octubre, Higueras se sienta en su despacho en la sede de la Concejalía de Equidad. La puerta está abierta y a menudo la interrumpen (una firma, una llamada, una reunión). Sobre la mesa hay una taza con un lema: “Lo que parece imposible a veces solo tarda un poco más”; y de un corcho cuelga una bandera arcoíris. El pasado junio, durante el 40º aniversario de la primera marcha del Orgullo en Madrid, Higueras agradeció en su discurso a los activistas LGTBI —“Tenía 13 años, una familia muy conservadora, estudiaba en un colegio de monjas francesas… Solo puedo daros las gracias por haberme salvado la vida”—, convirtiéndose en una de las pocas políticas que han abierto la puerta del armario. “A los 13 o 14 te sientes fuera de juego”, añade en su despacho. “No tienes referentes, te sientes distinta, sabes que no eres como las demás. Cuando empiezas a ver que no eres la única, que hay alguien a quien preguntar y te cuenta… Eso te salva la vida. Aunque lo dije en aquel genérico de los movimientos, yo no estaba en nada de eso. Pero conocí a una persona que me abrió los ojos: la profesora de literatura del colegio. No era monja, sino de las otras. Estuvimos conversando porque yo había escrito una redacción que le llamó la atención. Fue una suerte. Porque sientes que estás haciendo algo malo. Y lo ocultas para que no se entere nadie. Y porque, si se entera tu padre, puede ser el horror. Intentas ser otra persona, para que estén orgullosos de ti. Siempre sale mal, al menos en mi caso. Y eso era lo que escribí en aquella redacción… Un momento”, se interrumpe, “me da el sol, voy a bajar la persiana”.
Higueras no lleva maquillaje, pero cada mañana se embadurna de crema factor 50 porque es alérgica al sol; el cuello de la camisa disimula unas manchas rojizas que le trepan hacia la barbilla. Quizá por eso se desenvuelve cómoda en la penumbra. También es alérgica al alcohol y a la fruta. Y nunca come verdura. Se intuye en ella a una mujer curtida a contracorriente. Los botones de su camisa, por ejemplo, se encuentran a la derecha: las compra en la sección masculina. “Las de chicas me quedan estrechas de hombros y cortas de mangas. Y las de hombres, además, son más bonitas”. Tras ensombrecer el despacho, cuenta que jamás explicitó su orientación sexual en casa: “Nunca di la opción a mis padre ni ellos me la dieron a mí. Como eso era malo, feo y pernicioso, con no hablarlo es como si no existiera”. A los 22 se fue a vivir con su actual pareja —llevan 34 años juntas—. “Y ella tiene dos hijos, que a su vez tienen hijos. Por tanto, soy abuela. Tengo cinco nietos”.
Higueras estudió Geografía e Historia porque le gustaba picotear de todo. De niña era una lectora voraz, sobre todo de la Biblia, aunque hoy no se considera religiosa. A ella le gustaba jugar con los chicos, estuvo en dos equipos de baloncesto y siempre organizaba los juegos con sus hermanos (según su hermana, “nos mandaba”). Higueras anotaba las reglas: por ejemplo, en el de “los niños en la Luna”, el banco era la nave; uno pilotaba, otro organizaba el alunizaje y ella iba detrás “con la metralleta”. Su gran pasión es el teatro. Y los videojuegos de rol, en los que suele elegir el personaje del mago. “El fundamento es ir mejorando y resolviendo puzles. Me engancha esa progresión del personaje ”.
Después de su encuentro en 1993 con Carmena y de seguirle los pasos al CGPJ, donde se dedicó a montar servicios judiciales pioneros por España, le ofrecieron ser asesora del Gobierno vasco en materia de justicia. Pasó ocho años allí, bajo distintos Gobiernos del PNV, hasta que con la llegada del Ejecutivo socialista de Patxi López, en 2009, fue nombrada directora de Justicia. La magistrada Victoria Cinto, viceconsejera de Justicia con Patxi López, y por tanto jefa directa de Higueras, destaca sus logros: la puesta en marcha de un servicio de intermediación hipotecaria en los años duros de los desahucios, similar al que después nació en Madrid; su implicación en los itinerarios de reinserción de presos de ETA; su trabajo con menores infractores; su cualificación en justicia restaurativa y en asuntos de violencia de género.
De aquí a 50 años, Higueras imagina una ciudad de Madrid “más habitable, más paseable, más respirable”. Y defiende que el tráfico de hoy (debido a las obras) y la incertidumbre ante la próxima restricción de coches en el centro son hitos necesarios en ese camino. Un viernes de octubre, la acompañamos al pleno en el que se debate la nueva ordenanza de movilidad. Antes de empezar, Begoña Villacís, portavoz de Ciudadanos, asegura: “Marta es de las pocas de las que tengo buena opinión”. Durante el debate, en cambio, su grupo se lanza a la yugular: “Tenemos un pufo para los próximos años”; y el PP pide a Carmena que no convierta Madrid “en un búnker de sus experimentos sociológicos”.
Tras ser aprobada la ordenanza, el portavoz popular, José Luis Martínez-Almeida, muestra también otro tono: “El trato político con Marta es correcto. Es una persona razonable, con la que se puede dialogar, a pesar de las posiciones enfrentadas. Tiende al acuerdo, aunque estos pactos tienden a no ser ejecutados. No es una política en estado puro, sino de exclusiva confianza de Carmena. Y ejerce de apagafuegos dentro del grupo de Ahora Madrid”.
En busca de una voz crítica en los corrillos, nos acercamos a Carlos Sánchez-Mato, exconcejal de Hacienda cesado por Carmena, y una voz disonante de Ahora Madrid. Cuando se le pide que valore la gestión de Higueras, arquea las cejas: “No me corresponde a mí”. Otra de las concejalas cesadas por Carmena, Celia Mayer, declinó ser entrevistada sobre Higueras. Pero hay quienes opinan, dentro de Ahora Madrid, que Higueras podría haber hecho mucho más con los recursos a su alcance (por ejemplo: de las 4.500 viviendas sociales prometidas, no se llegará al millar al término de la legislatura), y lo achacan a su incapacidad para gestionar una superconcejalía y a su escasa visión política. Quien habla, lo hace solo a puerta cerrada, y sin nombre: “Es una buena asistente de Manuela. Punto. Su único valor positivo es la lealtad”.
A Higueras le tocó extinguir uno de los grandes incendios de la legislatura: el Plan Económico-Financiero. Un conflicto similar al que se dio entre Bruselas y Atenas en tiempos de Varoufakis, pero entre el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro —que amenazó con intervenir el Consistorio si no cumplía con el techo de gasto—, y el Ayuntamiento de Madrid. El fuego se llevó por delante al concejal de Hacienda de Ahora Madrid; Higueras lo sustituyó en la negociación y se encargó de pactar con el PP la aprobación del plan (porque varios concejales de su propio grupo se negaron a apoyarlo). Higueras defiende así su aprobación en diciembre de 2017: “Siempre es mejor poder hacer algo que no poder hacer nada. Nos iban a intervenir de verdad”. Lo peor, en cualquier caso, no fue el plan en sí. “Lo duro fue no poder llegar al acuerdo interno. Esa fractura que se genera ahí”.
A partir de ese instante, quedaron al aire las costuras de una formación política heterogénea, justo en el momento en que “la jefa” comenzaba a ser preguntada si sería de nuevo candidata para las elecciones de mayo de 2019. El pasado septiembre anunció que se presentaría, pero al frente de una agrupación de electores y no de confluencias. Este es el modelo creativo del que habla Higueras (y que los críticos de Ahora Madrid temen que se parezca a la “vieja política”). A la teniente de alcaldesa se le ha encomendado gestionar este “lío”, así lo define: “Es una candidatura ciudadana, abierta a todos con independencia de las siglas a las que estés afiliado”. De momento, se traduce en que recibe e-mails de todo tipo de personas ofreciéndose para la lista o para elaborar el programa electoral. El proceso concluirá con unas primarias (que Carmena bautizó “participadarias”) y los elegidos deberán tener algo muy claro: “No es posible que dentro de la candidatura haya personas que no voten la acción de gobierno”.
Es evidente que en algún momento, quién sabe cuándo, Carmena —que tiene 74 años— decidirá retirarse. Quizá Higueras salga entonces de la penumbra. Ante la pregunta, la sombra de Carmena frunce el ceño: “Ser alcaldesa conlleva una carga de responsabilidad inmensa”, responde. “Pero si la pregunta es si me presentaría si no está Manuela, sí, me presentaría”.
Poco después vibra un móvil sobre la mesa: “Esta tengo que cogerla, es la jefa”.
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