jueves, 17 de enero de 2019

#hemeroteca #transexualidad | Miquel Missé: “La ‘conquista’ del cuerpo trans es un estado mental, no tiene que ver con si te has operado”

Imagen: La Marea / Miquel Missé
“La ‘conquista’ del cuerpo trans es un estado mental, no tiene que ver con si te has operado”.
El sociólogo y activista trans presenta su nuevo libro "A la ‘conquista’ del cuerpo equivocado".
Yeray S. Iborra | La Marea, 2019-01-17
https://www.lamarea.com/2019/01/17/la-conquista-del-cuerpo-trans-es-un-estado-mental-no-tiene-que-ver-con-si-te-has-operado/

Los cuerpos solo son equivocados cuando los moldes son demasiado rígidos. Así lo cree el sociólogo y activista trans Miquel Missé (Barcelona, 1986), que aboga por limar, cuando no derrocar, esos arquetipos que nos encasillan en hombres y mujeres. ¿El objetivo? Paliar el malestar que el binomio provoca, plantear más opciones que no pasen solo por transitar –en el caso trans– de un género a otro y que supongan una “conquista” de los cuerpos. La deconstrucción del género es uno de los debates, desde la teoría ‘queer’ y en primera persona, de “A la ‘conquista’ del cuerpo equivocado”. Pero el libro también ahonda en la medicalización / patologización, los referentes trans pop, la infancia trans y los puentes entre la lucha del colectivo y la del resto de mortales: calvos que se implantan pelo o mujeres que se infligen sesiones de láser para no lucir ni uno... Los moldes nos ahogan a todos.

P. En el inicio del libro dice que le han “robado el cuerpo”.
R. Me han robado el cuerpo o la posibilidad de vivirlo de otro modo, porque en un momento determinado quise recuperarlo y ya no estaba a tiempo. Yo también he pensado “este cuerpo no está bien”. Y a pesar de ello, ahora creo que es posible vivir mejor tu cuerpo siendo una persona trans.

P. Cuando habla de recuperar el cuerpo cita la palabra “conquista”.
R. De algunas acepciones concretas, sí. Las que tienen que ver con volver a seducirse a uno mismo respecto a su cuerpo. Era consciente que podía generar polémica, pero hay que abandonar la práctica de quedarse con los ‘tweets’ y leer hasta el final; rechazo las acepciones del término que tienen que ver con la violencia.

P. “El malestar que genera la transexualidad se restaura modificando el cuerpo”. ¿Cómo se resuelve el malestar entonces?
R. El tema del malestar es muy serio. He sido un activista contra la patologización. Pero que no sea una enfermedad no quita que ese malestar exista. La oferta que se nos hace es tentadora y, seguramente, efectiva a corto plazo. Pero incluso sometiendo al cuerpo a modificaciones hay una parte del malestar que persiste. Se debe ser respetuoso con las estrategias individuales; yo mismo me hormono. Pero la solución que se nos da es perversa y la sociedad no puede desentenderse. Los cuerpos trans expresan el malestar colectivo de unas determinadas concepciones del género. Una forma de violencia estructural.

P. ¿Cómo combate esa normatividad de género? Cita el activismo como “salvavidas”.
R. En mi experiencia así ha sido. Aunque yo hice mi proceso en otro momento histórico. Igual hoy, por las vueltas que da la cultura popular, la lectura o una corriente ‘youtuber’ salve también. En mi momento, el cine no salvaba. Pero, como digo en el libro, lo que se interpreta como una cultura trans progresista está reactivando un escenario esencialista respecto al género. El género como algo orgánico, cuando este no habita en los cuerpos.

P. Habla de dejar de mirar el cuerpo para pasar el debate a un estadio cultural.
R. No hay cambio posible, si no. Pero en esta sociedad se siguen tildando las decisiones por elección como frívolas. El tema de ser gay era catalogado como un vicio: tratarlo como enfermedad restableció el orden. En esa maldita trampa está el colectivo trans, que compró la idea de “esto es una enfermedad” y ahora se quiere desprender de ella pero no puede. Esto no es una cuestión biológica sino cultural. Que yo no entrara en la categoría mujer no tenía que ver conmigo: había una cultura determinada detrás.

P. Cuando elevamos ese discurso a las políticas públicas, la cosa se complica.
R. Es un cambio de paradigma. Nos ha costado mucho explicar que la gente trans tiene derecho a modificar su cuerpo. Cuando consigues colocar en la agenda política una demanda, los movimientos se muestran rígidos a problematizarla de nuevo. El argumentario que la solución de las personas trans es la modificación corporal es equivocado. En mi sociedad ideal las personas trans no tienen que operarse para ser felices y hay que ir en transición hacia ello. Pero hay algo perverso: está naciendo una voz de extrema derecha que quiere prohibir las operaciones de reafirmación de sexo, por lo que se me puede acusar a mí de estar alineado ahí. Al contrario. La extrema derecha no está a favor de que los géneros se diluyan. Yo sí. Con este libro quizás seré acusado de transfobia y eso es una paradoja. ¿Digo que a la gente no se la opere más y que todo el mundo conquiste su cuerpo? No. Digo que el acompañamiento basado en cambiar el cuerpo, como política pública, es pobre. Cobarde.

P. ¿Hay que reforzar las conquistas conseguidas y a la vez ampliar otros imaginarios que deconstruyan el binomio? Difícil.
R. Un gran ‘embolao’. Habrá gente que sienta malestar leyéndome, me hago cargo. Pero hay que tener un debate político, no personal. La conquista del cuerpo trans es un estado mental, no tiene que ver con si te has operado o no. Pero si la base sobre la modificación era que la gente trans fuera más libre, dudo sobre su eficiencia. Vayamos más allá.

P. Habla en el libro de buenos tiempos para lo trans. ¿Existe un trans pop igual que un feminismo pop?
R. No sé si se puede establecer un paralelismo. Porque la crítica que le hago a la cultura trans pop tiene más que ver con un imaginario individualista y clasista que con el género. ¿Promueve la diversidad de género esta nueva cultura? Sí. Pero tenemos que andar con ojo, sobre todo en un país donde las referentes trans televisivas han sido ejemplo de frivolidad: La Veneno, Carmen de Mairena... Ahora vienen unas señoras ricas que han logrado ser portadas de revistas y se nos dice “estas trans, sí”. Hay que ver qué formas de transitar adquieren relevancia mediática.

P. La transexualidad infantil la ha adquirido.
R. Es casi imposible competir con la potencia del relato trans infantil. Porque hacen uso de canales que el movimiento trans ha repelido, sobre todo cuando se hacían programas del tipo 'El Diario de Patricia', donde la afirmación política desaparecía. Eso generó resistencia a los medios. Hay una gente ahora que, sin pudor, ocupa esos lugares desde la lógica del testimonio. “Este es mi hijo y lo hemos pasado mal”. Y se acompaña eso con el experto médico. Yo no estoy en contra de esos niños. Es una cuestión de qué paradigma se acaba promoviendo: si a mí ya me parecía arriesgado plantear la transexualidad como esencia en la edad adulta, imagínate en los niños. No digo que no haya niños con conciencia madura de su género pero... Los niños expresan a veces rupturas con su género asignado, y la transexualidad infantil es una interpretación posible, pero no la única.

P. ¿La violencia que ejercen las personas trans sobre el cuerpo es algo comparable con la violencia que nos ejercemos el resto por las presiones de género?
R. Sí, pero hay demasiado esencialismo en los movimientos sociales para crear esos puentes.

P. ¿Esencialismo?
R. Hay gente cómoda estableciendo al otro como otro y ya. Yo no lo estoy. Me interesa la pedagogía, las conexiones para que nos vinculemos: qué te interpela de mi malestar para poder jugar en mi mismo equipo. Habrá a quien le parezca descabellado poner al mismo nivel la violencia que yo siento como trans con la de otras personas cis, pero yo quiero generar empatía, muy transformadora políticamente. Al final se trata de presiones sociales de un mundo en el que todos participamos.

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