Imagen: El País / Megan Rapinoe (d) |
La capitana de la selección de fútbol estadounidense utiliza el alcance social del deporte para promover causas como la igualdad de género y los derechos LGBT+.
Álex Vicente | EPS, El País, 2019-04-09
https://elpais.com/elpais/2019/04/04/eps/1554379443_056789.html
Megan Rapinoe es una de las mejores futbolistas del mundo, aunque cada vez sea más conocida por sus logros al margen de los estadios. Esta delantera de mechas platino, mirada firme y físico robusto jugó un papel decisivo en la victoria de la selección estadounidense en el Mundial femenino de 2015 en Canadá y en la conquista del oro olímpico en Londres tres años antes. Pero, a sus 33 años, le interesa tanto marcar goles como cambiar el mundo. “Dispongo de una plataforma tan poderosa como el deporte, que interesa a millones de personas en todo el planeta. Y formo parte de un equipo que recibe una gran cobertura mediática. Callarme sería egoísta”, afirmaba Rapinoe durante unas recientes jornadas organizadas en París por Nike, con las que la marca quiso renovar su compromiso con el deporte femenino a pocas semanas del Mundial que se celebrará en Francia en junio y julio.
Sus combates son múltiples. A comienzos de marzo, Rapinoe decidió denunciar, junto a sus compañeras de la selección, a la federación del fútbol estadounidense por discriminación de género. Su objetivo es terminar con la diferencia de retribución salarial y condiciones de trabajo entre la selección masculina y la femenina, separadas por un abismo. La jugadora, que hizo pública su homosexualidad en 2012, también colabora con organizaciones como Athlete Ally, que lucha contra la homofobia en el mundo del deporte, o Common Goal, que incita a deportistas de élite a donar un 1% de su sueldo a causas relacionadas con la justicia social. Además, en 2016 decidió arrodillarse mientras sonaba el himno nacional de su país antes de un partido de la selección. Lo hizo en solidaridad con Colin Kaepernick, el ‘quarterback’ de los San Francisco 49ers que había protestado de idéntica manera contra la violencia racial y la opresión de las minorías. Fue la única en dar el paso de todo el equipo. “Supongo que, por el hecho de ser mujer y homosexual, siento una mayor empatía respecto a las personas que no se encuentran en una posición dominante. A mí me pareció una obviedad. Cuando alguien se ahoga, ¿vas a ayudarle o te quedas en la orilla?”, explica.
En tiempos no muy lejanos, Rapinoe habría sido desterrada del mundo del deporte. En este convulso presente, su gesto fue aplaudido. La federación sopesó sancionarla, pero terminó dejándolo correr. Es más: en 2018, la jugadora se convirtió en capitana de la selección, responsabilidad en la que se turna con otras dos estrellas del fútbol femenino como Carli Lloyd y Alex Morgan. Por si fuera poco, enseñas como Nike o Samsung la han escogido como imagen. “Las marcas han entendido que ya no pueden quedarse calladas. Si cada vez más personas toman partido, es porque han entendido que su silencio también estaba transmitiendo un mensaje”, sostiene Rapinoe, a quien no sorprendería ver metida, algún día, en la arena política.
La delantera nació en Redding, pequeña ciudad en el norte rural de California, cuya silueta lleva tatuada en el antebrazo. Tiene cinco hermanos, incluida su melliza Rachael, con quien creció jugando “como animales salvajes” a deportes como el hockey o el flag football, variante suave del fútbol americano. Fue en uno de esos partidos callejeros donde escuchó por primera vez la palabra “marimacho”. No le importó demasiado, aunque le apenó descubrir, durante su preadolescencia, que niños y niñas dejaban de jugar juntos en el patio del colegio. “Ninguna chica a mi alrededor jugaba al fútbol. Y existía una selección femenina desde los ochenta, pero nunca salían en la tele”, recuerda. Los tiempos han cambiado, desde entonces, en un país convertido en líder mundial del fútbol femenino, donde las niñas le gritan por la calle que, de mayores, quieren ser Megan Rapinoe.
Sus combates son múltiples. A comienzos de marzo, Rapinoe decidió denunciar, junto a sus compañeras de la selección, a la federación del fútbol estadounidense por discriminación de género. Su objetivo es terminar con la diferencia de retribución salarial y condiciones de trabajo entre la selección masculina y la femenina, separadas por un abismo. La jugadora, que hizo pública su homosexualidad en 2012, también colabora con organizaciones como Athlete Ally, que lucha contra la homofobia en el mundo del deporte, o Common Goal, que incita a deportistas de élite a donar un 1% de su sueldo a causas relacionadas con la justicia social. Además, en 2016 decidió arrodillarse mientras sonaba el himno nacional de su país antes de un partido de la selección. Lo hizo en solidaridad con Colin Kaepernick, el ‘quarterback’ de los San Francisco 49ers que había protestado de idéntica manera contra la violencia racial y la opresión de las minorías. Fue la única en dar el paso de todo el equipo. “Supongo que, por el hecho de ser mujer y homosexual, siento una mayor empatía respecto a las personas que no se encuentran en una posición dominante. A mí me pareció una obviedad. Cuando alguien se ahoga, ¿vas a ayudarle o te quedas en la orilla?”, explica.
En tiempos no muy lejanos, Rapinoe habría sido desterrada del mundo del deporte. En este convulso presente, su gesto fue aplaudido. La federación sopesó sancionarla, pero terminó dejándolo correr. Es más: en 2018, la jugadora se convirtió en capitana de la selección, responsabilidad en la que se turna con otras dos estrellas del fútbol femenino como Carli Lloyd y Alex Morgan. Por si fuera poco, enseñas como Nike o Samsung la han escogido como imagen. “Las marcas han entendido que ya no pueden quedarse calladas. Si cada vez más personas toman partido, es porque han entendido que su silencio también estaba transmitiendo un mensaje”, sostiene Rapinoe, a quien no sorprendería ver metida, algún día, en la arena política.
La delantera nació en Redding, pequeña ciudad en el norte rural de California, cuya silueta lleva tatuada en el antebrazo. Tiene cinco hermanos, incluida su melliza Rachael, con quien creció jugando “como animales salvajes” a deportes como el hockey o el flag football, variante suave del fútbol americano. Fue en uno de esos partidos callejeros donde escuchó por primera vez la palabra “marimacho”. No le importó demasiado, aunque le apenó descubrir, durante su preadolescencia, que niños y niñas dejaban de jugar juntos en el patio del colegio. “Ninguna chica a mi alrededor jugaba al fútbol. Y existía una selección femenina desde los ochenta, pero nunca salían en la tele”, recuerda. Los tiempos han cambiado, desde entonces, en un país convertido en líder mundial del fútbol femenino, donde las niñas le gritan por la calle que, de mayores, quieren ser Megan Rapinoe.
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