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El rescate de 'Manuel', el cómic maldito que en 1983 normalizó la homosexualidad: “Fue un bofetón a la sociedad”.
Una nueva edición rescata la trascendencia de la obra de Rodrigo Muñoz Ballester en el cómic español. Publicado por etapas sirvió para normalizar las relaciones homosexuales.
Eduardo Bravo | EPE, 2022-01-21
https://www.epe.es/es/cultura/20220121/rescate-manuel-comic-maldito-1983-13126092
En noviembre de 1983, nace ‘La Luna de Madrid’, la revista que va a captar como nadie La Movida. Está en el lugar y el momento oportuno. Entre sus ejemplares destaca un cómic obra de Rodrigo Muñoz Ballester. Se titula ‘Manuel’ y se convierte rápidamente en un fenómeno entre los lectores. Abordar el amor entre dos hombres a través de la lírica, la pulcritud y el dibujo academicista. Fue un bofetón a lo establecido.
Casi 40 años después, la editorial Cielo Eléctrico acaba de reeditar el cómic que revolucionó el género a principios de los años 80, tanto por su virtuosismo en el dibujo, como por su naturalidad al abordar la relación sentimental entre dos hombres. "Para mí es una de las obras más importantes de cómic español. Podríamos hablar de ‘Paracuellos’, de Carlos Giménez; de ‘Raya’, de Micharmunt; de ‘Estrella Lejana’, de Daniel Torres; y de ‘Manuel’, de Rodrigo. A pesar de ello, tengo la sensación de que el propio Rodrigo no es consciente de la importancia de su trabajo. Creo que para él es algo más personal que artístico", comenta el experto en cómics Álvaro Pons.
Rodrigo Muñoz Ballester recuerda cómo surgió: "Dibujar ‘Manuel’ no fue algo premeditado. Por ello, en todo este tiempo no me he dado cuenta de lo importante que ha sido. Empecé a valorarlo el otro día en la cama, cuando me puse a leer esta nueva edición. Vi la página en la que aparece la habitación de la casa, en la que incluso hay un dibujito de un cuadro de Antonio López de la Gran Vía. Ahí pensé: “¿Pero cómo pudiste hacer esto?”. Todo dibujado con un Rotring, que es súper duro y que rasga el papel... En el fondo, solo quería contar mi historia", reconoce el autor en su casa de la sierra madrileña.
La historia de Manuel comenzó un día de verano de 1976 en la piscina de Lago de la Casa de Campo de Madrid. Allí, Rodrigo vio por primera vez a Manuel y se quedó prendado. Después de varios chapuzones e intercambiar algunas palabras, el artista le propuso que se fueran a tomar algo juntos. "Habíamos quedado en las gradas de la piscina. Me fui a las gradas, no le vi, y esperé un ratito. Pensé: 'Bueno, lo normal es que un chicazo así pase por completo de un tío rarete que le habla de no sé qué...'. Y cogí, como siempre, con este carácter melancólico depresivo que tengo, y me fui al metro", recuerda Rodrigo en una entrevista mantenida con el artista Pepe Murciego que, junto a otros materiales como bocetos y cuadernos de notas, se incluye en la nueva edición de ‘Manuel’.
Justo en el momento en el que iba a entrar en el vagón, Rodrigo dejó a un lado el derrotismo y pensó que tal vez ese chicazo sí habría acudido al encuentro. Esperanzado, dejó marchar el convoy y, con el corazón en un puño, regresó a la piscina donde, efectivamente, le esperaba Manuel. A partir de entonces, los dos hombres comenzaron a hacer planes juntos. Quedaban en un bar, iban al cine, a discotecas de la popular cadena Consulado, hasta establecer una relación desigual, en la que Rodrigo se sentía claramente atraído por un Manuel que no le correspondía.
Para canalizar esa pasión, Rodrigo decidió volcar en un cómic aquellas cosas que vivían juntos, al tiempo que aprovechaba el dibujo para fantasear con las que le gustaría que sucedieran. "Así, entre nosotros, no sabía que estaba haciendo un cómic. Yo no estaba en ese gremio. Ni siquiera sabía de cómics. A mí siempre me gustó Vázquez, no Ibáñez, sino Vázquez, porque hacía las Hermanas Gilda, pero poco más", recuerda Rodrigo que, cuando ya llevaba varias páginas dibujadas, decidió presentárselas a la revista ‘El Víbora’, que rechazó su publicación. Poco tiempo después de esa negativa, Borja Casani le propuso publicar ‘Manuel’ en una revista que estaba a punto de lanzar: ‘La Luna de Madrid’.
Un bofetón a lo establecido
A partir de noviembre de 1983, el trabajo de Rodrigo comenzó a aparecer mensualmente en ‘La Luna’ a razón de cuatro páginas por número. Desde las primeras entregas, ‘Manuel’ fue todo un fenómeno entre los lectores, por abordar el amor entre dos hombres a través de la lírica, la pulcritud y el dibujo academicista.
"Publicar un cómic como ‘Manuel’ a principios de los 80 era un bofetón a la sociedad. Era una historia que nadie se hubiera atrevido a llevar al papel, y mucho menos a publicar, porque esos temas solo estaban en el ‘underground’. Aunque en el ambiente de La Movida no era algo tan extraño, porque había una visibilización del homosexual, imagínate sacar eso del centro de la ciudad y llevarlo a Vallecas. O a Guadalajara, a Ávila o a Soria. Que saliera en ‘La Luna de Madrid’ también era importante porque, si bien era la voz de La Movida, la revista tenía una intención generalista", explica Álvaro Pons, que ve diferencias claras entre ‘Manuel’ de Rodrigo y otros cómics de temática gay como ‘Anarcoma’, de Nazario Luque.
"Aunque gráficamente hay ciertas conexiones, la intención es diferente. Rodrigo hace una historia de amor, mientras que la de Nazario es una representación del mundo homosexual reivindicativa, provocadora y que busca establecer un nuevo discurso. Nazario pega un golpe en la mesa para decir “aquí estamos nosotros”, Rodrigo no. De hecho, la importancia de ‘Manuel’ para el colectivo gay se ha visto a posteriori. El mejor ejemplo de ello es que, igual que de Nazario vas a encontrar muchos artículos, de Rodrigo, si no son inexistentes, los podrás contar con los dedos de una mano. Eso indica que, aunque es una obra que daría para tesis doctoral, es muy poco conocida y ni siquiera se publicó fuera de España".
Rodrigo ratifica el análisis de Pons. Si bien reconoce que "me ha llegado el testimonio de mucha gente que me admira y a la que le ha gustado ‘Manuel’, cosa que respeto y valoro muchísimo", tampoco oculta que "cuando me han querido sacar del agujero con la bandera arcoíris, no me he sentido cómodo. Aunque no podemos olvidar que hace 200 años nos quemaban en la Plaza Mayor por ser quienes somos, no soy militante. Por eso, aunque entiendo el descaro de las propuestas LGTBI, si me preguntas si me gustan, te responderé que no, pero como tampoco me gusta la gente que va a misa", zanja el autor.
Una obra transmedia
La fascinación de Rodrigo por ‘Manuel’ hizo que, además del cómic, el artista decidiera crear una escultura a la que dedicó seis años de trabajo y que se presentó en la segunda edición de ARCO, celebrada en el antiguo palacio de exposiciones de la Castellana en febrero de 1982. Durante el tiempo que permaneció abierta la feria, al ‘stand’ de la galerista de Fefa Seiquer en el que estaba expuesta la escultura, se acercó todo tipo de público. Desde monjas, a familias con niños que le colocaban gorros de papel en la cabeza, sin olvidar una anciana que, mientras observaba la pieza, repetía: "¡Ay!, si lo viera Federico, ¡ay!, si lo viera Federico". El Federico al que se refería en su lamento no era otro que García Lorca y, la anciana en cuestión, la pintora Maruja Mallo.
"Venía todas las tardes a las 15:30 con una silla plegable. Aparecía toda emperifollada, pintada y a mí me parecía un loro —recuerda Rodrigo—. Se sentaba allí y me provocaba mucha curiosidad, hasta que un día me dijeron: “¡Pero si es Maruja Mallo!”. Me lo pasaba genial viendo las reacciones que provocaba la escultura. Solía esconderme para espiar qué hacía la gente con esa pieza que era diferente a las demás, porque no tenía tanto que ver con la Movida como con la imaginería religiosa".
"La escultura le aporta al tebeo una perspectiva totalmente diferente —comenta Álvaro Pons—. Cuando la ves, te das cuenta de que el proyecto es mucho mayor porque, además de una historia de amor, hay una transmedialidad, si quieres llamarlo así, hacia otro objeto artístico. De hecho, creo que es el único caso en el que hay esa relación entre el cómic y la escultura. Además, en las anteriores ediciones de ‘Manuel’, la de ‘La Luna’, la de Ediciones Libertarias y la de Sins Entido, no quedaba tan claro que el cómic estuviera relacionado con la creación de la escultura. Eso solo se ha podido ver ahora gracias a la edición de Cielo Eléctrico".
Después de ser expuesta en ARCO, la escultura de ‘Manuel’ fue adquirida por un coleccionista —a la sazón asesor de la Tate Gallery de Londres— que la llevó consigo a la capital británica, primero, y, posteriormente, a Nueva York, ciudad en la que falleció en 1992. Cuando eso sucedió, la pareja del comprador, consciente del valor emocional de la pieza, decidió devolvérsela a Rodrigo.
La obra llegó a Barajas en un enorme contenedor que permaneció en las instalaciones de la compañía aérea durante varios meses. Para liberarla, la empresa exigía el pago de 600.000 pesetas [3.606 euros] en concepto de gastos de transporte y almacenaje, una cantidad desorbitada para la época y de la que Rodrigo carecía. "Los empleados me decían: 'No va a poder sacarla nunca. ¿Por qué no habla con el jefe de almacén?'. Entonces me llevaron allí, a la oficina, y no se me ocurrió otra cosa que sentarme enfrente del jefe de almacén y contarle todo […]. De pronto se levanta, me abraza, y me dice: 'Llévesela inmediatamente'", recuerda Rodrigo que, hoy en día, tiene la escultura de Manuel a los pies de su cama.
Por su parte, las páginas originales del cómic fueron adquiridas por el IVAM por un precio que no acaba de estar claro. "A mí me pagaron 18.000 euros, pero luego me contaron que, en realidad, el museo había pagado por ellas 60.000", relata Rodrigo, que no se explica ese descuadre de cifras, en caso de que sea cierto.
40 años de amor
Durante varios años, Rodrigo perdió el contacto con Manuel que, por asuntos laborales, se había radicado en Granada. "No supe nada de él hasta la famosa huelga de Sintel, que era la empresa donde entró a trabajar cuando dejó de vivir en Madrid". En 2001, los trabajadores de esa compañía subsidiaria de Telefónica decidieron acampar en la Castellana para defender sus puestos de trabajo y, durante 187 días, convivieron, cocinaron y durmieron en los jardines que se extienden desde la plaza de Cuzco al estadio Santiago Bernabéu.
"Un día, escuchando la cadena SER, oigo: 'Ahora vamos a hablar desde el campamento de Sintel, con el turuta Manolico de Granada, y no sé qué…'. Yo estaba trabajando en una pieza […] y me quedé así… Reconocí su voz, no le había cambiado. Entonces, cuando lo escuché, me dije: 'Mañana voy a verlo'", recuerda Rodrigo que, a la mañana siguiente, se arregló, cogió el autobús número 27 y llegó hasta el campamento, donde preguntó por Manuel que, nada más verlo, le reconoció.
Los amigos se pusieron al día de lo sucedido en esas dos décadas y, antes de despedirse, Rodrigo le soltó una frase que hubiera extrañado a cualquiera que conociera el cómic: "Manuel, antes de morir, tenemos que echar un polvo". A pesar de que durante años los lectores habían pensado que Manuel y Rodrigo habían mantenido relaciones sexuales, ha tenido que ser la edición de Cielo Eléctrico la que, de nuevo, explique que su relación no pasó de la amistad y el platonismo.
"Cuando se publicaba en ‘La Luna’, la gente me paraba en los bares y me decía que a ver cuándo se iban a acostar los personajes. Al final, accedí a incluir esa escena porque era lo que tocaba, pero, aún así, está todo contado como si fuera una especie de ensoñación", relata Rodrigo que, a pesar del éxito de ‘Manuel’, nunca pensó en continuar la historia. "No, jamás lo haré. Luis Gasca, el crítico de cómics que era muy simpático, me decía: 'Tienes que hacer que Manuel coja el SIDA', pero yo nunca hubiera hecho eso. En realidad, nunca más haré un cómic en mi vida".
Desde que se reencontraron allá por 2001, Rodrigo y Manuel han seguido en contacto. Cada 1 de enero, por ejemplo, se llaman con motivo del cumpleaños del segundo. Aunque hace pocas semanas que han hablado, ninguno de los dos ha hecho referencia a la reedición del cómic. "Manuel no ha dicho nada. Ahora está jubilado, cuida de su mujer, tiene nietos, se retrata con ellos, como cualquier otra persona. No sé cómo le aterrizan este tipo de historias", explica Rodrigo con ese pudor del que tampoco se atreve a preguntar.
Casi 40 años después, la editorial Cielo Eléctrico acaba de reeditar el cómic que revolucionó el género a principios de los años 80, tanto por su virtuosismo en el dibujo, como por su naturalidad al abordar la relación sentimental entre dos hombres. "Para mí es una de las obras más importantes de cómic español. Podríamos hablar de ‘Paracuellos’, de Carlos Giménez; de ‘Raya’, de Micharmunt; de ‘Estrella Lejana’, de Daniel Torres; y de ‘Manuel’, de Rodrigo. A pesar de ello, tengo la sensación de que el propio Rodrigo no es consciente de la importancia de su trabajo. Creo que para él es algo más personal que artístico", comenta el experto en cómics Álvaro Pons.
Rodrigo Muñoz Ballester recuerda cómo surgió: "Dibujar ‘Manuel’ no fue algo premeditado. Por ello, en todo este tiempo no me he dado cuenta de lo importante que ha sido. Empecé a valorarlo el otro día en la cama, cuando me puse a leer esta nueva edición. Vi la página en la que aparece la habitación de la casa, en la que incluso hay un dibujito de un cuadro de Antonio López de la Gran Vía. Ahí pensé: “¿Pero cómo pudiste hacer esto?”. Todo dibujado con un Rotring, que es súper duro y que rasga el papel... En el fondo, solo quería contar mi historia", reconoce el autor en su casa de la sierra madrileña.
La historia de Manuel comenzó un día de verano de 1976 en la piscina de Lago de la Casa de Campo de Madrid. Allí, Rodrigo vio por primera vez a Manuel y se quedó prendado. Después de varios chapuzones e intercambiar algunas palabras, el artista le propuso que se fueran a tomar algo juntos. "Habíamos quedado en las gradas de la piscina. Me fui a las gradas, no le vi, y esperé un ratito. Pensé: 'Bueno, lo normal es que un chicazo así pase por completo de un tío rarete que le habla de no sé qué...'. Y cogí, como siempre, con este carácter melancólico depresivo que tengo, y me fui al metro", recuerda Rodrigo en una entrevista mantenida con el artista Pepe Murciego que, junto a otros materiales como bocetos y cuadernos de notas, se incluye en la nueva edición de ‘Manuel’.
Justo en el momento en el que iba a entrar en el vagón, Rodrigo dejó a un lado el derrotismo y pensó que tal vez ese chicazo sí habría acudido al encuentro. Esperanzado, dejó marchar el convoy y, con el corazón en un puño, regresó a la piscina donde, efectivamente, le esperaba Manuel. A partir de entonces, los dos hombres comenzaron a hacer planes juntos. Quedaban en un bar, iban al cine, a discotecas de la popular cadena Consulado, hasta establecer una relación desigual, en la que Rodrigo se sentía claramente atraído por un Manuel que no le correspondía.
Para canalizar esa pasión, Rodrigo decidió volcar en un cómic aquellas cosas que vivían juntos, al tiempo que aprovechaba el dibujo para fantasear con las que le gustaría que sucedieran. "Así, entre nosotros, no sabía que estaba haciendo un cómic. Yo no estaba en ese gremio. Ni siquiera sabía de cómics. A mí siempre me gustó Vázquez, no Ibáñez, sino Vázquez, porque hacía las Hermanas Gilda, pero poco más", recuerda Rodrigo que, cuando ya llevaba varias páginas dibujadas, decidió presentárselas a la revista ‘El Víbora’, que rechazó su publicación. Poco tiempo después de esa negativa, Borja Casani le propuso publicar ‘Manuel’ en una revista que estaba a punto de lanzar: ‘La Luna de Madrid’.
Un bofetón a lo establecido
A partir de noviembre de 1983, el trabajo de Rodrigo comenzó a aparecer mensualmente en ‘La Luna’ a razón de cuatro páginas por número. Desde las primeras entregas, ‘Manuel’ fue todo un fenómeno entre los lectores, por abordar el amor entre dos hombres a través de la lírica, la pulcritud y el dibujo academicista.
"Publicar un cómic como ‘Manuel’ a principios de los 80 era un bofetón a la sociedad. Era una historia que nadie se hubiera atrevido a llevar al papel, y mucho menos a publicar, porque esos temas solo estaban en el ‘underground’. Aunque en el ambiente de La Movida no era algo tan extraño, porque había una visibilización del homosexual, imagínate sacar eso del centro de la ciudad y llevarlo a Vallecas. O a Guadalajara, a Ávila o a Soria. Que saliera en ‘La Luna de Madrid’ también era importante porque, si bien era la voz de La Movida, la revista tenía una intención generalista", explica Álvaro Pons, que ve diferencias claras entre ‘Manuel’ de Rodrigo y otros cómics de temática gay como ‘Anarcoma’, de Nazario Luque.
"Aunque gráficamente hay ciertas conexiones, la intención es diferente. Rodrigo hace una historia de amor, mientras que la de Nazario es una representación del mundo homosexual reivindicativa, provocadora y que busca establecer un nuevo discurso. Nazario pega un golpe en la mesa para decir “aquí estamos nosotros”, Rodrigo no. De hecho, la importancia de ‘Manuel’ para el colectivo gay se ha visto a posteriori. El mejor ejemplo de ello es que, igual que de Nazario vas a encontrar muchos artículos, de Rodrigo, si no son inexistentes, los podrás contar con los dedos de una mano. Eso indica que, aunque es una obra que daría para tesis doctoral, es muy poco conocida y ni siquiera se publicó fuera de España".
Rodrigo ratifica el análisis de Pons. Si bien reconoce que "me ha llegado el testimonio de mucha gente que me admira y a la que le ha gustado ‘Manuel’, cosa que respeto y valoro muchísimo", tampoco oculta que "cuando me han querido sacar del agujero con la bandera arcoíris, no me he sentido cómodo. Aunque no podemos olvidar que hace 200 años nos quemaban en la Plaza Mayor por ser quienes somos, no soy militante. Por eso, aunque entiendo el descaro de las propuestas LGTBI, si me preguntas si me gustan, te responderé que no, pero como tampoco me gusta la gente que va a misa", zanja el autor.
Una obra transmedia
La fascinación de Rodrigo por ‘Manuel’ hizo que, además del cómic, el artista decidiera crear una escultura a la que dedicó seis años de trabajo y que se presentó en la segunda edición de ARCO, celebrada en el antiguo palacio de exposiciones de la Castellana en febrero de 1982. Durante el tiempo que permaneció abierta la feria, al ‘stand’ de la galerista de Fefa Seiquer en el que estaba expuesta la escultura, se acercó todo tipo de público. Desde monjas, a familias con niños que le colocaban gorros de papel en la cabeza, sin olvidar una anciana que, mientras observaba la pieza, repetía: "¡Ay!, si lo viera Federico, ¡ay!, si lo viera Federico". El Federico al que se refería en su lamento no era otro que García Lorca y, la anciana en cuestión, la pintora Maruja Mallo.
"Venía todas las tardes a las 15:30 con una silla plegable. Aparecía toda emperifollada, pintada y a mí me parecía un loro —recuerda Rodrigo—. Se sentaba allí y me provocaba mucha curiosidad, hasta que un día me dijeron: “¡Pero si es Maruja Mallo!”. Me lo pasaba genial viendo las reacciones que provocaba la escultura. Solía esconderme para espiar qué hacía la gente con esa pieza que era diferente a las demás, porque no tenía tanto que ver con la Movida como con la imaginería religiosa".
"La escultura le aporta al tebeo una perspectiva totalmente diferente —comenta Álvaro Pons—. Cuando la ves, te das cuenta de que el proyecto es mucho mayor porque, además de una historia de amor, hay una transmedialidad, si quieres llamarlo así, hacia otro objeto artístico. De hecho, creo que es el único caso en el que hay esa relación entre el cómic y la escultura. Además, en las anteriores ediciones de ‘Manuel’, la de ‘La Luna’, la de Ediciones Libertarias y la de Sins Entido, no quedaba tan claro que el cómic estuviera relacionado con la creación de la escultura. Eso solo se ha podido ver ahora gracias a la edición de Cielo Eléctrico".
Después de ser expuesta en ARCO, la escultura de ‘Manuel’ fue adquirida por un coleccionista —a la sazón asesor de la Tate Gallery de Londres— que la llevó consigo a la capital británica, primero, y, posteriormente, a Nueva York, ciudad en la que falleció en 1992. Cuando eso sucedió, la pareja del comprador, consciente del valor emocional de la pieza, decidió devolvérsela a Rodrigo.
La obra llegó a Barajas en un enorme contenedor que permaneció en las instalaciones de la compañía aérea durante varios meses. Para liberarla, la empresa exigía el pago de 600.000 pesetas [3.606 euros] en concepto de gastos de transporte y almacenaje, una cantidad desorbitada para la época y de la que Rodrigo carecía. "Los empleados me decían: 'No va a poder sacarla nunca. ¿Por qué no habla con el jefe de almacén?'. Entonces me llevaron allí, a la oficina, y no se me ocurrió otra cosa que sentarme enfrente del jefe de almacén y contarle todo […]. De pronto se levanta, me abraza, y me dice: 'Llévesela inmediatamente'", recuerda Rodrigo que, hoy en día, tiene la escultura de Manuel a los pies de su cama.
Por su parte, las páginas originales del cómic fueron adquiridas por el IVAM por un precio que no acaba de estar claro. "A mí me pagaron 18.000 euros, pero luego me contaron que, en realidad, el museo había pagado por ellas 60.000", relata Rodrigo, que no se explica ese descuadre de cifras, en caso de que sea cierto.
40 años de amor
Durante varios años, Rodrigo perdió el contacto con Manuel que, por asuntos laborales, se había radicado en Granada. "No supe nada de él hasta la famosa huelga de Sintel, que era la empresa donde entró a trabajar cuando dejó de vivir en Madrid". En 2001, los trabajadores de esa compañía subsidiaria de Telefónica decidieron acampar en la Castellana para defender sus puestos de trabajo y, durante 187 días, convivieron, cocinaron y durmieron en los jardines que se extienden desde la plaza de Cuzco al estadio Santiago Bernabéu.
"Un día, escuchando la cadena SER, oigo: 'Ahora vamos a hablar desde el campamento de Sintel, con el turuta Manolico de Granada, y no sé qué…'. Yo estaba trabajando en una pieza […] y me quedé así… Reconocí su voz, no le había cambiado. Entonces, cuando lo escuché, me dije: 'Mañana voy a verlo'", recuerda Rodrigo que, a la mañana siguiente, se arregló, cogió el autobús número 27 y llegó hasta el campamento, donde preguntó por Manuel que, nada más verlo, le reconoció.
Los amigos se pusieron al día de lo sucedido en esas dos décadas y, antes de despedirse, Rodrigo le soltó una frase que hubiera extrañado a cualquiera que conociera el cómic: "Manuel, antes de morir, tenemos que echar un polvo". A pesar de que durante años los lectores habían pensado que Manuel y Rodrigo habían mantenido relaciones sexuales, ha tenido que ser la edición de Cielo Eléctrico la que, de nuevo, explique que su relación no pasó de la amistad y el platonismo.
"Cuando se publicaba en ‘La Luna’, la gente me paraba en los bares y me decía que a ver cuándo se iban a acostar los personajes. Al final, accedí a incluir esa escena porque era lo que tocaba, pero, aún así, está todo contado como si fuera una especie de ensoñación", relata Rodrigo que, a pesar del éxito de ‘Manuel’, nunca pensó en continuar la historia. "No, jamás lo haré. Luis Gasca, el crítico de cómics que era muy simpático, me decía: 'Tienes que hacer que Manuel coja el SIDA', pero yo nunca hubiera hecho eso. En realidad, nunca más haré un cómic en mi vida".
Desde que se reencontraron allá por 2001, Rodrigo y Manuel han seguido en contacto. Cada 1 de enero, por ejemplo, se llaman con motivo del cumpleaños del segundo. Aunque hace pocas semanas que han hablado, ninguno de los dos ha hecho referencia a la reedición del cómic. "Manuel no ha dicho nada. Ahora está jubilado, cuida de su mujer, tiene nietos, se retrata con ellos, como cualquier otra persona. No sé cómo le aterrizan este tipo de historias", explica Rodrigo con ese pudor del que tampoco se atreve a preguntar.
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