domingo, 19 de julio de 2015

#hemeroteca #asexualidad | Asexualidad, ¿subversión definitiva?

Crítica a la centralidad social del sexo. Asexualidad, ¿subversión definitiva?
Esta identidad, que cuestiona la esencia biológica del deseo sexual, pone de manifiesto que vivimos en una cultura hipersexualizada.
Irene Blanco, Sonia Tello | Diagonal Periódico, 2015-07-19
https://www.diagonalperiodico.net/cuerpo/27268-asexualidad-subversion-definitiva.html

Para una gran mayoría de la sociedad, pensar en la palabra 'asexualidad' supone revisar algún libro de biología para encontrar el apartado de la reproducción de las amebas o contar historias de monjes y curas que se entregaron a Dios. Sin embargo, lo cierto es que más del 3% de la población mundial ha buscado en internet esta palabra para intentar dar sentido a su vida.

Una definición muy básica de asexualidad es "bajo o nulo deseo sexual". Con este primer acercamiento, el activista David Jay abrió, en el año 2001, un portal online –Asexual Visibility and Education Network o Red para la Visibilidad y Educación de la Asexualidad– en el que volcó toda la información y todas las teorías existentes acerca de esta identidad.

Esta comunidad expone abiertamente que no sienten interés por tener vínculos sexuales o románticos con otras personas. La gama de identidades dentro de esta página es muy amplia, pero todas ellas tienen como eje común la contemplación del sexo como una actividad que tiene baja o nula importancia en sus cotidianeidades.

La asexualidad ha sido abordada, sobre todo, desde investigaciones de corte científico por autores como Alfred Kinsey o Anthony F. Bogaert. El estudio de la sexualidad humana desde una perspectiva cultural es un enfoque analítico inexistente, y así hemos podido comprobarlo al llevar a cabo la investigación "Asexualidad: la construcción biológica y cultural del deseo".

Tras analizar de forma exhaustiva los foros de la página web y entrevistar a varios internautas, hemos podido profundizar en las complejidades de esta identidad y en lo que supone su existencia para la sociedad.

La cultura del deseo
Repasar aquello que despierta nuestro apetito sexual es un ejercicio mental interesante: el hombro desnudo de una mujer, un hombre que fuma apoyado en la pared. Pero, ¿qué hace que esa escena nos posicione como sujetos deseantes? ¿Qué hay detrás de ese erotismo? ¿Ese hombro desnudo surtirá el mismo efecto en un país que no sea de Occidente? ¿Deberíamos hablar entonces de una contextualización del deseo? Y, si es así, ¿cómo queda definida nuestra sexualidad?

A pesar de que la homosexualidad ha cuestionado el deseo, siempre se ha partido de la idea de que éste es innato. Sin embargo, ¿tan descabellado es afirmar que existen personas a las que este deseo no llega? Desde el feminismo se ha buscado visibilizar otras formas de deseo, es decir, que no todo tiene que pasar por la heterosexualidad o por grabar durante horas un contacto meramente genital. Sin embargo, estos intentos por reinventar el sexo siempre acaban implicando deseo hacia otras personas.

El deseo hacia otras personas, con independencia de cómo se haga, es el eje central de la sexualidad humana. Y junto a este eje tiene un papel fundamental el género.

El género está sexualizado, es lo que nos hace ver si nos interesa una persona o no, pero el género también puede contextualizarse. Existe una concepción occidental de qué es ser hombre y de qué es ser mujer. Si esto es así, ¿cómo puede ser innato un deseo que parte de algo construido?

La comunidad asexual es el punto de inflexión definitivo para poder contestar a esta pregunta. El placer sexual está en la cúspide de nuestro entretenimiento y del éxito social. Por esta razón, muchas personas asexuales no son capaces de integrarse, lo que les provoca preo­cupaciones que acaban soltando en consultas psicológicas.

Éste es el instante concreto en el que empieza su estigma, ya que las entidades médicas les aseguran que padecen Trastorno del Deseo Sexual Hipo­activo, les dan hormonas y también pautas que sólo buscan encauzar a estas personas en 'la nor­malidad de su naturaleza humana'.

"Estuve medicada y tirada en una bendita cama durante trece años, sin ayuda de mis viejos, que prefirieron verme secar en vida que aceptar mi rareza. ¿Creen que hubo una evolución en mí? No, terminé enfermando de verdad al ver que no podía cumplir con lo que la sociedad cree normal", explicaba una de las participantes de un foro de internet.

Capitalismo sexual
¿Qué nos choca más? ¿Ver a una prostituta ofreciendo sus servicios en la calle o contemplar el cartel publicitario que se erige tras ella, en el que se hace uso del se­xo para vender algo tan banal como una colonia? Vivimos en una sociedad sexocentrista, sociedad que concede un protagonismo absoluto al sexo. El sexocentrismo se lleva bien con el capitalismo, ya que ambos tienen un elemento en común: la mercantilización del sexo. Quizá una de las claves de la permanencia del sistema capitalista es su capacidad de absorción de las luchas conseguidas desde los movimientos sociales. Aparece el interés económico y las figuras que antes resultaban incómodas pasan a ser bienvenidas. Pero a un precio: fagocitar la protesta, despolitizar la lucha.

La máxima 'el sexo vende' se ha convertido en el padrenuestro de nuestros días. Y, sin embargo, encontramos un doble rasero en torno a su mercantilización. Vend­er sexo sólo vale cuando engrosa el mecanismo de la máquina capitalista, no cuando la venta se ejerce desde el propio cuerpo.

Por eso, la prostitución –refiriéndonos a aquella que se ejerce desde el empoderamiento y la voluntad propia– pone en entredicho al sistema. Resulta que se puede utilizar el sexo para enriquecer a una empresa en la venta de su producto, pero no puede hacerse uso del mismo utilizando nuestro propio cuerpo con ánimo de lucro. ¿Cuestión de moral o de competencia?

El capitalismo sexual genera un deseo concreto. Y en contraposición a la imposición, surge la alternativa. Frente al porno convencional encontramos el porno subversivo. Así pues, o se practica el sexo siguiendo el modelo capitalista o se practica siguiendo el alternativo. Pero, ¿qué sucede si no se encaja en ninguna de las dos opciones posibles? ¿Qué ocurre cuando no hay un interés en el sexo?

La asexua­lidad se presenta como una identidad excluida por su nula rentabi­lidad dentro de este sexocentrismo, estructura de poder de la que estas personas son perfectamente conscientes: "Al imperar el capitalismo como sistema político, éste utiliza métodos de control en la población y uno de ellos es la sexualidad humana. La hiper­sexua­lización la ­encontramos en todo, desde los medios hasta los productos que nos venden", explica una de las personas entrevistadas.

Dentro del activismo LGTBIQ, a pesar de los esfuerzos realizados por generar unas siglas que nos incluyan a todas, parece que hemos sido víctimas también de este sexocentrismo. Quizá a raíz de la necesidad de la liberación sexual, de romper con el tabú en torno al sexo, de practicarlo en libertad y haciendo uso de nuestros cuerpos al margen de la norma, hemos aparcado otras posibilidades.

Hasta en algunos de los vínculos afectivos más alternativos, como el poliamor, el sexo sigue siendo un elemento diferenciador a la hora de establecer relaciones sociales. Y en esta jerarquía, las personas asexuales quedan inevitablemente relegadas a un segundo plano: "La asexualidad supone un gran dilema a la hora de buscar una pareja o compañera de viaje, porque si acabo con una chica que no es asexual como yo, ella con el tiempo se acabaría frustrando porque que­rrá tener sexo y yo no voy a querer", explica otra de las personas entrevistadas.

El consuelo lo encontramos en el surgimiento de otras variantes, como la anarquía relacional o la agamia, que intentan equilibrar el privilegio que concedemos a las re­laciones sexo-afectivas frente al resto.

Con este jaque al monopolio del sexo, ¿podría ser la asexualidad la subversión definitiva?

El espectro asexual
La teoría asexual expone, por un lado, que el placer sexual se puede dividir en dos: deseo y libido. El deseo incluye una apetencia de contacto sexual, genital o no, con otra persona y la libido es la potencia sexual que toda persona tiene y que no depende de otra para ser alta o baja. De esta forma, hay asexuales que se masturban por una apetencia meramente física, sin connotación erótica alguna (sin pensar en nadie, por ejemplo).

Por otro lado, también se diferencia entre atracción sexual y atracción romántica. La primera responde a una contemplación de la otra persona como sujeto sexual, se piensa en ella desde un erotismo que se manifestará “en la carne”. La atracción romántica, sin embargo, no tiene un marco sexual, pero si una vinculación emocional. Muchas personas asexuales tiene parejas por las que sienten atracción romántica y en ningún momento hay entre ellas un contacto erótico, y otras que solo sienten atracción sexual cuando tienen un vínculo emocional/intelectual intenso, es decir, cuando saben que hay una conexión mutua en muchos ámbitos de la personalidad. Y también asexuales que no sienten atracción de ningún tipo.

A través de estos conceptos, la teoría asexual pretende visibilizar una amplia gama de realidades cotidianas que cuestionan la concepción de la pareja, así como también poner de manifiesto que no hay tantas diferencias entre la amistad y las relaciones sentimentales. Y, sobre todo, que hay personas que, socialmente, interaccionan con unos códigos que rompen muchos esquemas culturales básicos.

Incomprensión en espacios feministas
Una experiencia de Sonia Tello


"Asisto a una charla sobre poliamor en un espacio feminista de Madrid. Me cuesta hablar en público, pero finalmente lo hago para explicar el tema de la agamia y asexualidad. No me dejan explicarme, la charla termina y se oyen comentarios como: "Yo me follo mucho a mí misma, así que eso de la asexualidad me queda raro. No soy una monja-budista de ésas".

Rompen en carcajadas y aplausos. Quiero largarme. Salgo de las primeras. Al lado de la puerta está un grupo que me mira y sueltan: "Tías, siempre acabamos juntándonos con las que no follan". Carcajadas de nuevo. Estoy en shock.

Se supone que esto es un espacio de seguridad, un maldito espacio de seguridad. Mis dos compañeras me preguntan si estoy bien y mi respuesta brota con sencillez: "Lo que no ha conseguido mi padre en diez años con mi homosexualidad, lo ha conseguido esta gente en menos de dos horas".

El resto de la historia es agua salada".

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