Imagen: El País / Fischerspooner, 2015 |
El nuevo proyecto del dúo de electrónica neoyorquino incluye un disco y una exposición que eleva la búsqueda de sexo con el móvil a la categoría de arte.
José Manuel Abad Liñán | Tentaciones, El País, 2017-10-20
https://elpais.com/elpais/2017/10/19/tentaciones/1508398379_980597.html
Para entender el último trabajo de Fischerspooner primero hay que visualizar, como caído del cielo, a aquel Michael Stipe alado de ‘Losing my religion’, que ahora regresa a la vida de Casey Spooner (Georgia, 1970) para rescatarlo. Cuesta más imaginarse al gurú de REM coproduciendo y escribiendo en el nuevo álbum del dúo de electrónica, pero quizá choque menos al saber dónde y cómo se topó con un Casey muy joven. Fue una noche de 1988 en la ciudad donde vivían ambos, Athens (Georgia), junto a una pista de baile. “Todavía no me creo del todo que pudiera conocerle. Ligó conmigo en un bar. Yo tenía 18 años [Stipe es diez años mayor] y era virgen”, confiesa el artista.
“Me ayudó a descubrir mi sexualidad y me animó a convertirme en artista”, revive el cantante, que tantos años después estrena cuerpazo de gimnasio y sentimientos. “Siempre he puesto mi alma y corazón en Fischerspooner, es algo que arraiga en mis deseos más profundos, aunque la imagen y el sonido fueran tan de plástico”, confiesa tras el último parto de su dúo de electrónica. Esta vez han sido trillizos: junto al álbum, que se pondrá a la venta en los próximos meses tras adelantar el single ‘Have fun tonight’, salen a la luz un libro-catálogo y una exposición del museo MUMOK de Viena. Las tres criaturas del matrimonio Fischerspooner se llaman igual: ‘SIR’.
El proyecto triple llega 19 años después de que Spooner fundara el grupo junto a Warren Fischer, el reverso tímido (apenas aparece en fotos) del sobreexpuesto y expansivo cantante. Los mismos adjetivos de Casey aplican a Fischerspooner, una propuesta de vanguardia que se aventura más allá de la música para crear vídeos, vestuarios y performances espectaculares. Eso sí, quienes quieran asistir de nuevo al cabaré de máscaras y glitter al que les acostumbró sepan que este Fischerspooner llega esta vez más ligero de sobreactuaciones. Y de ropa. Ya la portada de SIR lo deja claro con una foto del cantante desvestido, contorsionado como un atleta griego que recoge su disco del suelo. “Todo está desnudo y crudo. Mi cuerpo es mi traje y lo cubro de sudor y lágrimas en lugar de brillantina”, avisa.
El espacio que acoge la expo, el MUMOK, es quizá el más contemporáneo y atrevido de una Viena plagada de adoratrices de Sisí en busca de reproducciones de ‘El Beso de Klimt’. La amistad con uno de los trabajadores del museo trajo a Casey a la capital austriaca, que -a la vista está- ya no es tan gazmoña. “Me encanta montar exposiciones en galerías y museos. Ahí es donde nació Fischerspooner y donde hacemos nuestro mejor trabajo, adonde pertenecemos”, comenta Spooner. En la expo airea lo único bueno que salió de una ruptura dolorosa y una época agitada, que el artista desgrana en una salmodia: “Perdí todo: a mi mejor amigo, a mi amante, mi casa, mi madre me traicionó, me eché otro novio y también lo perdí. Perdí mi pasado, mi futuro, se me fue la puta olla, pero mi vida se llenó de algo excitante, de aventura, de crecimiento”.
Casey Spooner resume la motivación de su trabajo en el vídeo de presentación del MUMOK. “Esto es una recreación de cuando mi novio desde hacía 14 años cortó conmigo. Cuando abrí la puerta [de casa] tuve un sentimiento agobiante y terrible. El apartamento era un oscuro sitio encantado y me sentí culpable por haberlo traído a este espacio terrible”. Y ese ambiente el que recrea la expo en una única sala con paredes empapeladas de fotografías enormes, de suelo a techo, que entre sí no dejan un solo blanco. Se funden unas con otras aprovechando que la luz es mínima para contar la historia cotidiana de Casey, sus amigos y amigas, sus amantes, su soledad en casa.
La única luz que interesa la emanan los trabajos fotográficos de Yuki James, a quien Casey conoció por Instagram. Ahí van esos flashazos y azules de neón que descubren bocas abiertas, braguetas y genitales, pero también el fregadero de una cocina, el dormitorio y la sala de estar del hogar, oscuro hogar, del artista. Como única concesión a la claridad entre la umbría, la sala se parte en dos con la proyección de Casey practicando una versión muy liviana de aquella “gimnasia revolcatoria” que se atribuye a Lorca y Cernuda. “[Para los escarceos] mi madre ha acuñado un término: ‘folleteo deportivo’”, comenta el artista. El vídeo, rodado también en su casa, desvela una coreografía a cámara lenta, teñida de rojo, en la que Casey y su acompañante saltan el uno sobre el otro sin apenas tocarse.
La exposición se recoge y se amplía en el catálogo, una combinación airosa de tipografías y fotos que evocan la paleta de las polaroids de Warhol, y que surgió cuando Casey le pasó desbloqueado su iPhone al diseñador Nicolás Santos. Dentro del teléfono estaba todo él, carne hecha unos y ceros: su yo digital, sus emojis en un chat de ligoteo, muchas fotos y un retrato junto a Michael Stipe como contrapunto tierno a la imagen de un frasco de antirretrovirales. El libro envuelve las imágenes en un trabajo limpio de diseño gráfico que, como en el resto de trabajos de Fischerspooner, no oculta el afán de asentar una nueva tendencia.
En realidad, el uso del móvil se infiltra por todo SIR: no se puede entender el proyecto sin Instagram y las apps de ligue gay que espolean en público intimidades, a las que Casey lleva asomándose años. “[Ahí] he hecho contactos increíbles, aunque también perdí mucho el tiempo y viví experiencias horrendas”, reconoce. “Pertenezco a la última generación de gais que recuerda cómo era el sexo antes de que existieran las apps. Veo el impacto que la tecnología ha causado en los jóvenes homosexuales. Sobre todo lo que veo es una división real entre sexo e intimidad, y es un problema. Antes, cuando me traía a casa a alguien, no sabía qué tipo de sexo íbamos a practicar. Ahora en Nueva York cualquiera elige el tipo de sexo como si estuviera pidiendo comida para llevar”.
Casey no se corta en la crítica. “Todos nos hemos acostumbrado tanto al sexo sin implicación emocional que cuando aparecen los sentimientos resulta que matan el deseo”, comenta, para retomar enseguida su apuesta por las redes y la libertad de los polvos de una noche: “En la comunidad queer hay un vínculo real que nace de los encuentros casuales. Es bonito eso de conectar y compartir fuera de los ideales heteronormativos. Somos un tipo especial de familia”.
Ese sentimentalismo forja la letra de ‘Have fun tonight’, una pieza de tempo lento que celebra a la par el poliamor y el afecto. A decir de las palabras de Casey, los sentimientos también abundan en el resto del disco. “Este álbum trata el hecho de ser sexual, emocional y queer, trata sobre el vínculo entre el amor y la lujuria que no se avergüenza”, explica. “Y yo soy algo más que la reina del IRL [la abreviación que se usa en Internet para decir que se habla de algo “en la vida real”, no en la Red]. Si quieres llamar mi atención, tienes que decirme ‘hola’ a los ojos. Antes que unas imágenes cachondas prefiero sentir una vibración. Una foto no es una persona”.
Una de las trabajadoras del MUMOK reconoce que no todos los asiduos al museo salen contentos de SIR: “Algunos de nuestros visitantes nos dijeron que nos habíamos rendido al porno”. Pero lo más trasgresor de SIR es cómo tira de imaginería gay, vista y revista (culto al cuerpo, contorsioneo, mostachos a lo Freddy Mercury), para reciclar lo más clandestino en un catálogo de buenos usos y costumbres. El proyecto no alienta ninguna nostalgie de la boue, revisita un pasado con olor a humo impregnado en cuero sin caer en la nostalgia
Con SIR, el movimiento gay se hace mayor por la vía de consagración en un museo. Grinder es más un mamporrero golfo que un cupido, pero nada asalvajado llega a plasmarse en la exposición. Lo que distingue SIR de otras exposiciones es un elemento abiertamente tradicional, una suerte de costumbrismo queer. Ahí está el maromo desnudo echado sobre un fregadero cuyo grifo deja correr el agua, ahí está Casey, plácido, con un amante viendo la tele como eso sustituyera al cigarrillo de después. En su casa-exposición cualquier regodeo lascivo se anula a fuerza de seriarlo y repetirlo.
Parece, sin embargo, que en Casey Spooner sigue desatada aquella rabia política de su ‘We need a war’ (2005) y la creencia en el movimiento gay como reivindicación: “El mayor cambio [de Fischerspooner] es que ahora abordamos la política y las emociones de manera más directa. Ahora más que nunca es importante ser un maricón con calzoncillo suspensorio. Me cabrea el auge del supremacismo blanco y los movimientos neonazis de Estados Unidos. Siento que mi existencia es un acto de rebelión”.
“Me ayudó a descubrir mi sexualidad y me animó a convertirme en artista”, revive el cantante, que tantos años después estrena cuerpazo de gimnasio y sentimientos. “Siempre he puesto mi alma y corazón en Fischerspooner, es algo que arraiga en mis deseos más profundos, aunque la imagen y el sonido fueran tan de plástico”, confiesa tras el último parto de su dúo de electrónica. Esta vez han sido trillizos: junto al álbum, que se pondrá a la venta en los próximos meses tras adelantar el single ‘Have fun tonight’, salen a la luz un libro-catálogo y una exposición del museo MUMOK de Viena. Las tres criaturas del matrimonio Fischerspooner se llaman igual: ‘SIR’.
El proyecto triple llega 19 años después de que Spooner fundara el grupo junto a Warren Fischer, el reverso tímido (apenas aparece en fotos) del sobreexpuesto y expansivo cantante. Los mismos adjetivos de Casey aplican a Fischerspooner, una propuesta de vanguardia que se aventura más allá de la música para crear vídeos, vestuarios y performances espectaculares. Eso sí, quienes quieran asistir de nuevo al cabaré de máscaras y glitter al que les acostumbró sepan que este Fischerspooner llega esta vez más ligero de sobreactuaciones. Y de ropa. Ya la portada de SIR lo deja claro con una foto del cantante desvestido, contorsionado como un atleta griego que recoge su disco del suelo. “Todo está desnudo y crudo. Mi cuerpo es mi traje y lo cubro de sudor y lágrimas en lugar de brillantina”, avisa.
El espacio que acoge la expo, el MUMOK, es quizá el más contemporáneo y atrevido de una Viena plagada de adoratrices de Sisí en busca de reproducciones de ‘El Beso de Klimt’. La amistad con uno de los trabajadores del museo trajo a Casey a la capital austriaca, que -a la vista está- ya no es tan gazmoña. “Me encanta montar exposiciones en galerías y museos. Ahí es donde nació Fischerspooner y donde hacemos nuestro mejor trabajo, adonde pertenecemos”, comenta Spooner. En la expo airea lo único bueno que salió de una ruptura dolorosa y una época agitada, que el artista desgrana en una salmodia: “Perdí todo: a mi mejor amigo, a mi amante, mi casa, mi madre me traicionó, me eché otro novio y también lo perdí. Perdí mi pasado, mi futuro, se me fue la puta olla, pero mi vida se llenó de algo excitante, de aventura, de crecimiento”.
Casey Spooner resume la motivación de su trabajo en el vídeo de presentación del MUMOK. “Esto es una recreación de cuando mi novio desde hacía 14 años cortó conmigo. Cuando abrí la puerta [de casa] tuve un sentimiento agobiante y terrible. El apartamento era un oscuro sitio encantado y me sentí culpable por haberlo traído a este espacio terrible”. Y ese ambiente el que recrea la expo en una única sala con paredes empapeladas de fotografías enormes, de suelo a techo, que entre sí no dejan un solo blanco. Se funden unas con otras aprovechando que la luz es mínima para contar la historia cotidiana de Casey, sus amigos y amigas, sus amantes, su soledad en casa.
La única luz que interesa la emanan los trabajos fotográficos de Yuki James, a quien Casey conoció por Instagram. Ahí van esos flashazos y azules de neón que descubren bocas abiertas, braguetas y genitales, pero también el fregadero de una cocina, el dormitorio y la sala de estar del hogar, oscuro hogar, del artista. Como única concesión a la claridad entre la umbría, la sala se parte en dos con la proyección de Casey practicando una versión muy liviana de aquella “gimnasia revolcatoria” que se atribuye a Lorca y Cernuda. “[Para los escarceos] mi madre ha acuñado un término: ‘folleteo deportivo’”, comenta el artista. El vídeo, rodado también en su casa, desvela una coreografía a cámara lenta, teñida de rojo, en la que Casey y su acompañante saltan el uno sobre el otro sin apenas tocarse.
La exposición se recoge y se amplía en el catálogo, una combinación airosa de tipografías y fotos que evocan la paleta de las polaroids de Warhol, y que surgió cuando Casey le pasó desbloqueado su iPhone al diseñador Nicolás Santos. Dentro del teléfono estaba todo él, carne hecha unos y ceros: su yo digital, sus emojis en un chat de ligoteo, muchas fotos y un retrato junto a Michael Stipe como contrapunto tierno a la imagen de un frasco de antirretrovirales. El libro envuelve las imágenes en un trabajo limpio de diseño gráfico que, como en el resto de trabajos de Fischerspooner, no oculta el afán de asentar una nueva tendencia.
En realidad, el uso del móvil se infiltra por todo SIR: no se puede entender el proyecto sin Instagram y las apps de ligue gay que espolean en público intimidades, a las que Casey lleva asomándose años. “[Ahí] he hecho contactos increíbles, aunque también perdí mucho el tiempo y viví experiencias horrendas”, reconoce. “Pertenezco a la última generación de gais que recuerda cómo era el sexo antes de que existieran las apps. Veo el impacto que la tecnología ha causado en los jóvenes homosexuales. Sobre todo lo que veo es una división real entre sexo e intimidad, y es un problema. Antes, cuando me traía a casa a alguien, no sabía qué tipo de sexo íbamos a practicar. Ahora en Nueva York cualquiera elige el tipo de sexo como si estuviera pidiendo comida para llevar”.
Casey no se corta en la crítica. “Todos nos hemos acostumbrado tanto al sexo sin implicación emocional que cuando aparecen los sentimientos resulta que matan el deseo”, comenta, para retomar enseguida su apuesta por las redes y la libertad de los polvos de una noche: “En la comunidad queer hay un vínculo real que nace de los encuentros casuales. Es bonito eso de conectar y compartir fuera de los ideales heteronormativos. Somos un tipo especial de familia”.
Ese sentimentalismo forja la letra de ‘Have fun tonight’, una pieza de tempo lento que celebra a la par el poliamor y el afecto. A decir de las palabras de Casey, los sentimientos también abundan en el resto del disco. “Este álbum trata el hecho de ser sexual, emocional y queer, trata sobre el vínculo entre el amor y la lujuria que no se avergüenza”, explica. “Y yo soy algo más que la reina del IRL [la abreviación que se usa en Internet para decir que se habla de algo “en la vida real”, no en la Red]. Si quieres llamar mi atención, tienes que decirme ‘hola’ a los ojos. Antes que unas imágenes cachondas prefiero sentir una vibración. Una foto no es una persona”.
Una de las trabajadoras del MUMOK reconoce que no todos los asiduos al museo salen contentos de SIR: “Algunos de nuestros visitantes nos dijeron que nos habíamos rendido al porno”. Pero lo más trasgresor de SIR es cómo tira de imaginería gay, vista y revista (culto al cuerpo, contorsioneo, mostachos a lo Freddy Mercury), para reciclar lo más clandestino en un catálogo de buenos usos y costumbres. El proyecto no alienta ninguna nostalgie de la boue, revisita un pasado con olor a humo impregnado en cuero sin caer en la nostalgia
Con SIR, el movimiento gay se hace mayor por la vía de consagración en un museo. Grinder es más un mamporrero golfo que un cupido, pero nada asalvajado llega a plasmarse en la exposición. Lo que distingue SIR de otras exposiciones es un elemento abiertamente tradicional, una suerte de costumbrismo queer. Ahí está el maromo desnudo echado sobre un fregadero cuyo grifo deja correr el agua, ahí está Casey, plácido, con un amante viendo la tele como eso sustituyera al cigarrillo de después. En su casa-exposición cualquier regodeo lascivo se anula a fuerza de seriarlo y repetirlo.
Parece, sin embargo, que en Casey Spooner sigue desatada aquella rabia política de su ‘We need a war’ (2005) y la creencia en el movimiento gay como reivindicación: “El mayor cambio [de Fischerspooner] es que ahora abordamos la política y las emociones de manera más directa. Ahora más que nunca es importante ser un maricón con calzoncillo suspensorio. Me cabrea el auge del supremacismo blanco y los movimientos neonazis de Estados Unidos. Siento que mi existencia es un acto de rebelión”.
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