sábado, 21 de octubre de 2017

#hemeroteca #testimonios #violenciaintragenero | El sastre de la Faktory

El sastre de la Faktory.
Se codeó con lo más granado de la alta costura de París. El amor le llevó a Donostia, donde su pareja le maltrató, descendiendo a los infiernos del alcoholismo. Pascal Robert vuelve a reencontrarse con la vida de la mano de Emaús Fundación Social, que hoy estrena nueva sede.
Jorge Napal | Noticias de Gipuzkoa, 2017-10-21
http://www.noticiasdegipuzkoa.com/2017/10/21/sociedad/la-sastre-faktory-el

Hay personas que tocan fondo, un día se miran a sí mismas y deciden salir del abismo. Pero una cosa es proponérselo y otra bien distinta dar los pasos necesarios hasta conseguirlo. Hay que coser muchas heridas, tarea nada fácil, ni siquiera para un sastre como Pascal Robert, 61 años, ojos claros, que vuelve a renacer de la mano de Emaús Fundación Social. Casualmente, como Pascal, esta organización también se ha reinventado y celebra hoy una jornada de puertas abiertas en sus nuevas instalaciones, la Faktory del número 6 del Camino de Mundaiz.

No se entiende un proyecto social sin sus destinatarios, de ahí que el mayor empeño de propuestas como esta sea, precisamente, brindar una oportunidad a personas que socialmente son invisibles, incluso después de haber triunfado en la vida.

Con seis años Pascal ya cosía muñecos. A los catorce se matriculó en la escuela de costura de Pau, siendo el único varón entre 3.000 chicas, poco menos que un vanguardista en la ciudad francesa del suroeste del país de hace medio siglo. Está claro que la moda era su vocación.

De su infancia, en aquella villa que construyeron sus padres en Ibrom, a cinco kilómetros de Pau, conserva un recuerdo feliz. Su padre era general militar. Siempre le quiso. “Era mi mejor amigo. Jamás cuestionó mi homosexualidad”, tose Pascal, sin dejar de fumar tabaco negro.

Arropado por su familia, siguió alimentando su vocación y cursó Bachillerato Técnico Superior de Costura en Burdeos. Entre puntadas, pespuntes y dobladillos alcanzó la mayoría de edad, hasta que se le presentó la oportunidad de su vida. “El examen me salió genial, y un modisto de Pau me brindó la oportunidad de ir a trabajar a París”. Dicho y hecho.

Comenzó ahí una etapa fascinante. Él era quien colocaba los alfileres en los patrones de vestidos de mujeres como la primera dama de los Estados Unidos, Jacqueline Kennedy, o Farah Diba, la última reina de Irán, la emperatriz de los sueños rotos. Los de Pascal seguían muy enteros. “Trabajaba en París pero venía a visitar a mi familia a Pau, y de paso solía ir a veranear a Biarritz. Fue ahí donde le conocí”. Los encuentros ocasionales en el destino vacacional por excelencia de Iparralde se fueron sucediendo con el tiempo, hasta que su novio le dijo que quería conocer el estudio de París donde vivía, en la calle Francisco I, cerca del Liceo, meollo de la alta costura. “Yo le dije que sí, a cambio de ir a su piso, en el barrio donostiarra de Gros”. Y aquí se quedó. “Estuvimos viviendo treinta años juntos y nos casamos en cuanto se aprobó la ley”. El matrimonio duró un suspiro. Fueron tres años de mal en peor.

Cuenta Pascal que todavía tiene coágulos en el cerebro. “Cambió mucho su carácter. Me pegaba y tuve que ingresar en el hospital después de varios golpes. Mi caso salió en los periódicos. El maltrato hacia la mujer es inaceptable, pero al menos se ha avanzado en ese terreno. La violencia entre hombres es todavía menos comprendida socialmente. Aquello me acabó por hundir, y pasé de ser un bebedor ocasional a una persona alcoholizada”, admite Pascal.

Un amor imposible
Se ha propuesto vivir sin rencor, aunque cuesta digerir tanto dolor. “Le quería con locura, pero me hacía daño. Finalmente tuve que pedir el divorcio. Era él o yo. Me entregué al alcohol para no pensar, era como una anestesia. Lo único que tenía claro era que quería seguir en Donostia y cambiar, pero claro, ningún cambio se hace de la noche a la mañana...”.

Prosigue la charla en el interior del antiguo gimnasio del Paseo Mundaiz, donde hoy estrena su nueva sede Emaús Fundación Social. Camina Pascal por la nave de dos mil metros cuadrados, en la que se mantienen muchos elementos del antiguo gimnasio. Hay bancos convertidos en baldas para libros. La nave destila una estética muy ochentera.

Pascal retoma el hilo de la conversación sentado en un sofá de la entreplanta. El nuevo espacio se abre con vocación de convertirse en la casa de todos, como lo es para Pascal. “Emaús ha sido una gran ayuda. Gracias a ellos tengo un hogar y una ocupación. Mis ideas creativas de costura, que siempre han estado ahí, vuelven a fluir gracias a los cursos que doy dos veces por semana”.

A unos metros, puede verse otro sofá marca de la casa, diseñado por él con corbatas de seda. También hay un piano de caoba, milagrosamente afinado que volverá a sonar hoy.

Entre otras muchas actividades, está previsto un desfile de moda sostenible en el que participarán alumnas de Comunicación de la Universidad de Deusto. Pascal no perderá detalle. “La costura le está sirviendo de nexo para salir de la situación tan complicada en la que se encontraba”, cuenta la directora de Comunicación de Emaús, Begoña Cabaleiro.

Pascal sigue visitando a su madre, que tiene 94 años. También ha rehecho su vida sentimental aunque, eso sí, “cada uno en su casa”, sonríe. El hombre se va reencontrando así mismo de la mano de una fundación que apuesta por un nuevo modelo de consumo circular y sostenible.

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