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La huelga del Día de la Mujer permitió poner en marcha la serie de protestas que acabarían desembocando en la abdicación del zar y la formación de los soviets.
Layla Martínez | El Salto, 2017-10-24
https://www.elsaltodiario.com/revolucion-rusa/1917-mujeres-revolucion
Las bolas de nieve impactaron contra los cristales de la fábrica. Desde dentro se podían oír los gritos de la calle. Llamaban a la huelga y al sabotaje, a hacer caer el trono del tirano y convocar la tormenta. Las trabajadoras abandonaron sus puestos y se unieron a la manifestación que recorría Petrogrado. Las bolas de nieve se convirtieron en piedras y los cristales de la fábrica estallaron en pedazos.
A la caída de la tarde, lo que había comenzado como una manifestación para conmemorar el Día Internacional de la Mujer se había convertido en una huelga que llamaba al levantamiento contra el régimen zarista. Más de 100.000 personas, en su mayoría mujeres, chocaron contra la policía en los diferentes disturbios que se iniciaron por toda la ciudad. La Revolución Rusa acababa de comenzar.
El incendio de febrero
La participación de las mujeres en la huelga que hizo estallar la revolución no era un hecho aislado. Las obreras habían protagonizado las huelgas de la industria textil en 1896, las protestas contra el reclutamiento forzoso para la guerra rusojaponesa y los sucesos revolucionarios de 1905, donde las mujeres de las fábricas textiles, tabaqueras y azucareras se habían unido a las trabajadoras del servicio doméstico para formar sus propios sindicatos y participar en las diferentes manifestaciones y protestas.
Además, las mujeres habían tenido una implicación crucial en las sociedades secretas que habían atentado contra el régimen zarista en las últimas décadas del siglo XIX. No solo habían constituido prácticamente la mitad de sus miembros, sino que también habían tenido cargos de responsabilidad en la coordinación de las diferentes células y la decisión de las líneas estratégicas a seguir. Así, por ejemplo, el atentado que había acabado con la vida del zar Alejandro II había sido planificado y dirigido por una mujer, Sophia Perovskaya, miembro del Comité Ejecutivo de la sociedad secreta Narodnaya Volia.
La movilización militar de los hombres había favorecido la incorporación de las mujeres al creciente proletariado industrial: si en 1914 constituían el 26,6% de la fuerza de trabajo, en 1917 habían alcanzado el 43,3%. Este incremento se había producido incluso en los trabajos cualificados, de los que las mujeres habían estado tradicionalmente apartadas: del 3% en 1914 habían pasado al 18% en 1917.
Este trabajo industrial se desarrollaba en condiciones de explotación extrema, con jornadas que oscilaban entre las trece y las catorce horas diarias, una enorme peligrosidad y una absoluta ausencia de derechos.
En el campo, las condiciones de vida no eran muy diferentes. La abolición formal de la servidumbre no había acabado con las relaciones de dominación que mantenían a los campesinos en la miseria. La desnutrición, la muerte por enfermedades que tenían cura y la explotación extrema seguían siendo las condiciones en las que se desarrollaba la vida de los antiguos siervos. Sin embargo, los mecanismos que hacen girar los engranajes de la Historia estaban a punto de empezar a moverse.
La huelga del Día de la Mujer permitió poner en marcha la serie de protestas que acabarían desembocando en la abdicación del zar y la formación de los soviets. Con frecuencia, los historiadores han restado importancia a los sucesos del 8 de marzo —23 de febrero en el antiguo calendario ruso— destacando su carácter espontáneo y su falta de estrategia política. Sin embargo, la determinación y los métodos que utilizaron las mujeres que participaron en la huelga demostraron que conocían las causas profundas de sus problemas y que sabían cómo hacerles frente. Esto fue visible no solo en los lemas y las pancartas que se exhibieron en las protestas, sino también en las estrategias que se pusieron en marcha, como la de ganar a los soldados para la causa.
El carácter espontáneo de la protesta no implica que no fuese producto de un alto grado de conciencia política. Las mujeres tenían una larga trayectoria de participación en las huelgas y protestas que habían sacudido Rusia y conocían de primera mano la explotación laboral extrema. Además, las mujeres que pertenecían al partido bolchevique habían tenido un papel central en la preparación de la huelga.
A pesar de ser una minoría dentro del partido, impusieron la organización de un mitin para ese día centrado especialmente en los problemas de las obreras. Para ello se vieron obligadas a vencer la resistencia de sus compañeros, que pensaban que se trataba de una acción precipitada y que las trabajadoras debían esperar a que los obreros cualificados estuviesen preparados para tomar parte en el conflicto.
La participación de las mujeres en el desarrollo de la revolución no se limitó a los sucesos de febrero. El Gobierno Provisional que siguió a la caída del zar no tardó en frustrar las expectativas de la clase trabajadora. En mayo, las protestas obligaron a su disolución y multiplicaron las huelgas, de nuevo protagonizadas por mujeres.
Una de las más importantes fue la de las trabajadoras de las lavanderías, que movilizó a más de 40.000 obreras, en su mayoría miembros de un sindicato dirigido por la bolchevique Sofia Goncharskaia. En agosto, frente a los intentos del general Kornilov de dar un golpe de Estado capaz de aplastar la revolución, las mujeres se unieron a la defensa de Petrogrado participando en las barricadas. La insurrección no iba a detenerse. Los engranajes ya habían comenzado a girar.
El incendio de octubre
El final del verano trajo la certeza de que todas las vías probadas hasta entonces se habían agotado. El gobierno provisional menchevique había traicionado el levantamiento, las protestas solo habían traído más represión y el intento de golpe de Estado de Kornilov había dejado claro que había dos únicas posibilidades: dar un paso adelante o ser masacrados. Había llegado el momento.
Las mujeres del partido bolchevique participaron en los sucesos de octubre prestando asistencia médica, asegurando la comunicación entre distintas ciudades, coordinando el levantamiento entre diferentes zonas de Petrogrado y formando parte de la Guardia Roja, que tomó el control de los puentes, el banco central y las sedes del servicio postal y telefónico antes de su asalto definitivo al Palacio de Invierno.
En los meses previos a su llegada al poder, el partido bolchevique había tomado conciencia de la importancia de las mujeres en la revolución. La causa se encontraba fundamentalmente en su protagonismo en la insurrección de febrero, pero también en papel de las mujeres integradas en él. Líderes bolcheviques como Alexandra Kollontai, Nadezhda Krupskaya, Inessa Armand, Vera Slutskaya o Konkordiia Samilova habían luchado para convencer a sus compañeros del papel crucial de las trabajadoras como sujetos activos de la revolución y no como obstáculos a su avance. El periódico bolchevique 'Rabotnitsa' (cuya traducción sería 'La Mujer Trabajadora'), publicado por primera vez en 1914 y relanzado en mayo de 1917, había hecho una importante labor en este sentido, defendiendo que la igualdad entre los sexos era una máxima asumida por toda la clase trabajadora.
Estos hechos permitieron que muchas de las primeras medidas del nuevo gobierno estuviesen relacionadas con la situación de la mujer. Seis semanas después de la revolución, el matrimonio religioso fue reemplazado por el registro civil y se legalizó el divorcio a petición de cualquier miembro de la pareja.
Estas medidas fueron recogidas un año más tarde en el Código de la Familia, que igualaba a las mujeres ante la ley. En él se abolió el control religioso del matrimonio, se instituyó el divorcio y se aseguró que el control del dinero y los bienes de las mujeres recayeran sobre ellas mismas. Además, el concepto de ilegitimidad de los hijos fue erradicado: si una mujer no sabía quién era el padre, todos sus compañeros sexuales anteriores tenían la responsabilidad colectiva sobre el cuidado del niño. Tres años más tarde, en 1920, Rusia se convirtió en el primer país en legalizar el aborto voluntario.
Resistencias e infrarrepresentación
Sin embargo, las resistencias a la igualdad entre hombres y mujeres seguían estando muy extendidas. La situación de las trabajadoras no había cambiado sustancialmente y solo unas pocas fueron elegidas para formar parte de los órganos de gobierno. En el partido bolchevique también permanecieron infrarrepresentadas. Con la excepción de algunos nombres propios, ninguna de ellas tuvo cargos de responsabilidad ni autoridad y las que los tuvieron, como Armand o Krupskaya, tuvieron que luchar contra la creencia de que se debía a su relación personal con miembros del partido.
Con el paso del tiempo las cosas no harían más que empeorar. El Jenotdel, el Departamento de Mujeres Trabajadoras y Campesinas del Partido Bolchevique, que había sido creado en 1919 por Kollontai y Armand, fue desmantelado progresivamente hasta su disolución definitiva por el gobierno de Stalin en 1930.
Algo similar sucedió con algunos de los derechos conseguidos que, como en el caso del aborto, fueron fuertemente limitados. Según la doctrina del nuevo régimen, la desigualdad entre hombres y mujeres había quedado abolida por la revolución y la insistencia en la cuestión de género solo servía para dividir a la clase trabajadora.
Las mujeres habían comenzado la revolución y habían contribuido a darle forma en sus primeros momentos, pero nunca habían tenido un verdadero lugar en ella. El incendio se había consumido y solo quedaban las cenizas.
A la caída de la tarde, lo que había comenzado como una manifestación para conmemorar el Día Internacional de la Mujer se había convertido en una huelga que llamaba al levantamiento contra el régimen zarista. Más de 100.000 personas, en su mayoría mujeres, chocaron contra la policía en los diferentes disturbios que se iniciaron por toda la ciudad. La Revolución Rusa acababa de comenzar.
El incendio de febrero
La participación de las mujeres en la huelga que hizo estallar la revolución no era un hecho aislado. Las obreras habían protagonizado las huelgas de la industria textil en 1896, las protestas contra el reclutamiento forzoso para la guerra rusojaponesa y los sucesos revolucionarios de 1905, donde las mujeres de las fábricas textiles, tabaqueras y azucareras se habían unido a las trabajadoras del servicio doméstico para formar sus propios sindicatos y participar en las diferentes manifestaciones y protestas.
Además, las mujeres habían tenido una implicación crucial en las sociedades secretas que habían atentado contra el régimen zarista en las últimas décadas del siglo XIX. No solo habían constituido prácticamente la mitad de sus miembros, sino que también habían tenido cargos de responsabilidad en la coordinación de las diferentes células y la decisión de las líneas estratégicas a seguir. Así, por ejemplo, el atentado que había acabado con la vida del zar Alejandro II había sido planificado y dirigido por una mujer, Sophia Perovskaya, miembro del Comité Ejecutivo de la sociedad secreta Narodnaya Volia.
La movilización militar de los hombres había favorecido la incorporación de las mujeres al creciente proletariado industrial: si en 1914 constituían el 26,6% de la fuerza de trabajo, en 1917 habían alcanzado el 43,3%. Este incremento se había producido incluso en los trabajos cualificados, de los que las mujeres habían estado tradicionalmente apartadas: del 3% en 1914 habían pasado al 18% en 1917.
Este trabajo industrial se desarrollaba en condiciones de explotación extrema, con jornadas que oscilaban entre las trece y las catorce horas diarias, una enorme peligrosidad y una absoluta ausencia de derechos.
En el campo, las condiciones de vida no eran muy diferentes. La abolición formal de la servidumbre no había acabado con las relaciones de dominación que mantenían a los campesinos en la miseria. La desnutrición, la muerte por enfermedades que tenían cura y la explotación extrema seguían siendo las condiciones en las que se desarrollaba la vida de los antiguos siervos. Sin embargo, los mecanismos que hacen girar los engranajes de la Historia estaban a punto de empezar a moverse.
La huelga del Día de la Mujer permitió poner en marcha la serie de protestas que acabarían desembocando en la abdicación del zar y la formación de los soviets. Con frecuencia, los historiadores han restado importancia a los sucesos del 8 de marzo —23 de febrero en el antiguo calendario ruso— destacando su carácter espontáneo y su falta de estrategia política. Sin embargo, la determinación y los métodos que utilizaron las mujeres que participaron en la huelga demostraron que conocían las causas profundas de sus problemas y que sabían cómo hacerles frente. Esto fue visible no solo en los lemas y las pancartas que se exhibieron en las protestas, sino también en las estrategias que se pusieron en marcha, como la de ganar a los soldados para la causa.
El carácter espontáneo de la protesta no implica que no fuese producto de un alto grado de conciencia política. Las mujeres tenían una larga trayectoria de participación en las huelgas y protestas que habían sacudido Rusia y conocían de primera mano la explotación laboral extrema. Además, las mujeres que pertenecían al partido bolchevique habían tenido un papel central en la preparación de la huelga.
A pesar de ser una minoría dentro del partido, impusieron la organización de un mitin para ese día centrado especialmente en los problemas de las obreras. Para ello se vieron obligadas a vencer la resistencia de sus compañeros, que pensaban que se trataba de una acción precipitada y que las trabajadoras debían esperar a que los obreros cualificados estuviesen preparados para tomar parte en el conflicto.
La participación de las mujeres en el desarrollo de la revolución no se limitó a los sucesos de febrero. El Gobierno Provisional que siguió a la caída del zar no tardó en frustrar las expectativas de la clase trabajadora. En mayo, las protestas obligaron a su disolución y multiplicaron las huelgas, de nuevo protagonizadas por mujeres.
Una de las más importantes fue la de las trabajadoras de las lavanderías, que movilizó a más de 40.000 obreras, en su mayoría miembros de un sindicato dirigido por la bolchevique Sofia Goncharskaia. En agosto, frente a los intentos del general Kornilov de dar un golpe de Estado capaz de aplastar la revolución, las mujeres se unieron a la defensa de Petrogrado participando en las barricadas. La insurrección no iba a detenerse. Los engranajes ya habían comenzado a girar.
El incendio de octubre
El final del verano trajo la certeza de que todas las vías probadas hasta entonces se habían agotado. El gobierno provisional menchevique había traicionado el levantamiento, las protestas solo habían traído más represión y el intento de golpe de Estado de Kornilov había dejado claro que había dos únicas posibilidades: dar un paso adelante o ser masacrados. Había llegado el momento.
Las mujeres del partido bolchevique participaron en los sucesos de octubre prestando asistencia médica, asegurando la comunicación entre distintas ciudades, coordinando el levantamiento entre diferentes zonas de Petrogrado y formando parte de la Guardia Roja, que tomó el control de los puentes, el banco central y las sedes del servicio postal y telefónico antes de su asalto definitivo al Palacio de Invierno.
En los meses previos a su llegada al poder, el partido bolchevique había tomado conciencia de la importancia de las mujeres en la revolución. La causa se encontraba fundamentalmente en su protagonismo en la insurrección de febrero, pero también en papel de las mujeres integradas en él. Líderes bolcheviques como Alexandra Kollontai, Nadezhda Krupskaya, Inessa Armand, Vera Slutskaya o Konkordiia Samilova habían luchado para convencer a sus compañeros del papel crucial de las trabajadoras como sujetos activos de la revolución y no como obstáculos a su avance. El periódico bolchevique 'Rabotnitsa' (cuya traducción sería 'La Mujer Trabajadora'), publicado por primera vez en 1914 y relanzado en mayo de 1917, había hecho una importante labor en este sentido, defendiendo que la igualdad entre los sexos era una máxima asumida por toda la clase trabajadora.
Estos hechos permitieron que muchas de las primeras medidas del nuevo gobierno estuviesen relacionadas con la situación de la mujer. Seis semanas después de la revolución, el matrimonio religioso fue reemplazado por el registro civil y se legalizó el divorcio a petición de cualquier miembro de la pareja.
Estas medidas fueron recogidas un año más tarde en el Código de la Familia, que igualaba a las mujeres ante la ley. En él se abolió el control religioso del matrimonio, se instituyó el divorcio y se aseguró que el control del dinero y los bienes de las mujeres recayeran sobre ellas mismas. Además, el concepto de ilegitimidad de los hijos fue erradicado: si una mujer no sabía quién era el padre, todos sus compañeros sexuales anteriores tenían la responsabilidad colectiva sobre el cuidado del niño. Tres años más tarde, en 1920, Rusia se convirtió en el primer país en legalizar el aborto voluntario.
Resistencias e infrarrepresentación
Sin embargo, las resistencias a la igualdad entre hombres y mujeres seguían estando muy extendidas. La situación de las trabajadoras no había cambiado sustancialmente y solo unas pocas fueron elegidas para formar parte de los órganos de gobierno. En el partido bolchevique también permanecieron infrarrepresentadas. Con la excepción de algunos nombres propios, ninguna de ellas tuvo cargos de responsabilidad ni autoridad y las que los tuvieron, como Armand o Krupskaya, tuvieron que luchar contra la creencia de que se debía a su relación personal con miembros del partido.
Con el paso del tiempo las cosas no harían más que empeorar. El Jenotdel, el Departamento de Mujeres Trabajadoras y Campesinas del Partido Bolchevique, que había sido creado en 1919 por Kollontai y Armand, fue desmantelado progresivamente hasta su disolución definitiva por el gobierno de Stalin en 1930.
Algo similar sucedió con algunos de los derechos conseguidos que, como en el caso del aborto, fueron fuertemente limitados. Según la doctrina del nuevo régimen, la desigualdad entre hombres y mujeres había quedado abolida por la revolución y la insistencia en la cuestión de género solo servía para dividir a la clase trabajadora.
Las mujeres habían comenzado la revolución y habían contribuido a darle forma en sus primeros momentos, pero nunca habían tenido un verdadero lugar en ella. El incendio se había consumido y solo quedaban las cenizas.
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