Imagen: Diario Sur / Juan Manuel de Prada |
Juan Manuel de Prada retrata a Santa Teresa y a la Princesa de Éboli en su nueva novela, ‘El castillo de diamante’, y contrapone sus vidas a la actual sociedad de «personas en serie».
Francisco Griñán | Diario Sur, 2015-11-10
http://www.diariosur.es/culturas/201511/10/mujeres-traido-novedad-politica-20151109220915.html
Es un hombre de trato afable, lo que no le impide mostrar una determinación afilada y acorde a sus convicciones políticas y religiosas. Dos ámbitos que Juan Manuel de Prada (Barakaldo, 1970) ha retratado en su nueva novela, ‘El castillo de diamante’ (Espasa), a través de sus protagonistas, la Princesa de Éboli y Santa Teresa de Jesús. Dos mujeres aparentemente diferentes y que vivieron un gran enfrentamiento, pero que el autor descubre como «almas gemelas». De Prada habla en este entrevista de la proyección de esos personajes a la actualidad y sus opiniones son tan sinceras como polémicas.
–¿Por qué estas dos mujeres?
–Son personajes insólitos, no solo por su brillantez e inteligencia, sino por sus vidas fuera de lo común. Santa Teresa se puso a reformar la orden tardíamente, a los 47 años, mientras que la Princesa de Éboli fue una mujer con una pulsión política extraordinaria. Son dos raras y por eso dan mucho juego. Su relación fue además muy conflictiva, por lo que ahí había un drama humano muy novelesco.
–Fueron mujeres diferentes, pero se impusieron en un mundo de hombres.
–Pues creo que eran dos almas gemelas. Tenían unas condiciones y virtudes muy similares, pero una la encauzó hacia una vocación espiritual y la otra a lo mundano. Eran mujeres acostumbradas a salirse con la suya. La princesa era más imperativa y Santa Teresa, más cameladora. También fue una época que dejó mucho más hueco a mujeres avispadas y decididas.
–En la novela está muy presente la envidia de la princesa hacia la santa. Eso es muy español.
–Es nuestro pecado original, pero también es algo muy humano. A veces la envidia se mezcla con la admiración que es lo que pasa en la novela.
–En ese sentido, tenemos una gran heroína ante una excelente villana.
–Santa Teresa era buena, pero no libre de sus picardías y, cuando se siente agredida por la princesa, se defiende. Y Ana de Mendoza es una mala, pero con la que el lector se puede identificar. Confieso que me cae simpática y la presento como una mujer juguetona y enamorada de su marido. Le cayeron muchos sambenitos, entre ellos, que era una puta, pero lo cierto es que el único amante que se le conoce fue después de enviudar.
Divertirse escribiendo
–En la novela hay mucho humor. ¿Se ha divertido escribiéndola?
–Es con la que más he divertido al hacerla. El libro tiene un tono burlesco constante que además se acentúa al final en la que lo esperpéntico y lo caricaturesco se acentúa.
–¿Tenemos hoy día dos referentes como estas mujeres?
–Ellas son personalidades originales, auténticas y únicas, y nuestra época fabrica personas en serie. Las que destacan en el mundo político no son mujeres que enardezcan a las masas o tengan un discurso propio, sino que están apoltronadas en los partidos y hablan como loritos para soltar las consignas. No encontraríamos una mujer con la personalidad de la princesa y, en cuanto a Santa Teresa, tenía una personalidad que le permitía estar en el mundo sin ceder a cantos de sirenas. Hoy, las monjas que vemos, como estas televisivas absurdas, han perdido la capacidad para amalgamar el reino de Dios y el mundo.
–¿Se refiere a Sor Lucia Caram?
–Sí, como Teresa Forcades o Caram, que salen mucho en la tele y que, a priori, tiene una semejanza porque adquieren celebridad como lo hizo Santa Teresa. Ella fue por fidelidad a su carisma, mientras que hoy una monja para alcanzar celebridad tiene que convertirse en una titiritera.
–Lo de que las mujeres de los partidos repiten el mensaje como «loritos», ¿se referirá también a los hombres de estas formaciones, no?
–Sin duda, sin duda. Al final las mujeres lo que hacen es reproducir modelos masculinos. No han traído ninguna novedad a la política, salvo la tontería de la paridad. Bajo una apariencia de mayor protagonismo de la mujer, se trata de un protagonismo irrelevante y vicario. Así lo veo yo.
–La última vez que hablamos fue por su anterior novela, ‘Morir bajo tu cielo’, que trata el desastre del 98. ¿Con el desafío catalán estamos en una crisis parecida?
–Estamos en una época en la que los problemas se agudizan y una falsa solución a la crisis intenta presentarse como la solución a todos los problemas y esto es radicalmente falso. El problema de España es más hondo, es de identidad moral y constitutivo, por lo que no veo fácil solución. La partidos emergentes son demagogos. Dicen la cosas que la gente quiere oir. Cuando Ciudadanos y Podemos gobiernen también tendrán corruptos. ¡Por el amor de Dios! Es grotesco pensar que la corrupción se va acabar porque entren otros partidos.
El consenso es la pasta
–¿También le preguntaba por la independencia que hoy –por ayer– se vota en el parlamento catalán?
–No debemos ser tan idiotas de pensar que España ha sido un ejemplo de democracia. La española se constituyó sobre un gravísimo error que fue el consenso, que se considera algo positivo. Pero ¿qué es el consenso? Pues que la gente dimite de sus principios para encontrar un punto en común que, al final, es la pasta. Con los nacionalistas se llegó al consenso de la pasta: «Vosotros dejáis de dar la murga, nos apoyáis en Madrid y nosotros os damos más dinero». Eso no es consenso, es soborno. A los nacionalistas se les tendría que haber dejado las cosas claritas y reconocerle derechos históricos, jurídicos y cosas que tuvieran un arraigo secular, pero las concesiones económicas son soborno.
–¿Y la situación qué exige?¿Actuar como la santa o como la Princesa?
–Para solucionar los problemas de España hay que remangarse y tener dotes políticas. No hay que consensuarlo todo y, a veces, hay que imponerse porque para eso tienes la confianza de la gente que te ha votado. Pero también hay que tener una mirada más alta y moral que no nos lleve a una política degenerada y barriobajera. Hay que tener algo de Princesa de Éboli y algo de Santa Teresa.
–¿Por qué estas dos mujeres?
–Son personajes insólitos, no solo por su brillantez e inteligencia, sino por sus vidas fuera de lo común. Santa Teresa se puso a reformar la orden tardíamente, a los 47 años, mientras que la Princesa de Éboli fue una mujer con una pulsión política extraordinaria. Son dos raras y por eso dan mucho juego. Su relación fue además muy conflictiva, por lo que ahí había un drama humano muy novelesco.
–Fueron mujeres diferentes, pero se impusieron en un mundo de hombres.
–Pues creo que eran dos almas gemelas. Tenían unas condiciones y virtudes muy similares, pero una la encauzó hacia una vocación espiritual y la otra a lo mundano. Eran mujeres acostumbradas a salirse con la suya. La princesa era más imperativa y Santa Teresa, más cameladora. También fue una época que dejó mucho más hueco a mujeres avispadas y decididas.
–En la novela está muy presente la envidia de la princesa hacia la santa. Eso es muy español.
–Es nuestro pecado original, pero también es algo muy humano. A veces la envidia se mezcla con la admiración que es lo que pasa en la novela.
–En ese sentido, tenemos una gran heroína ante una excelente villana.
–Santa Teresa era buena, pero no libre de sus picardías y, cuando se siente agredida por la princesa, se defiende. Y Ana de Mendoza es una mala, pero con la que el lector se puede identificar. Confieso que me cae simpática y la presento como una mujer juguetona y enamorada de su marido. Le cayeron muchos sambenitos, entre ellos, que era una puta, pero lo cierto es que el único amante que se le conoce fue después de enviudar.
Divertirse escribiendo
–En la novela hay mucho humor. ¿Se ha divertido escribiéndola?
–Es con la que más he divertido al hacerla. El libro tiene un tono burlesco constante que además se acentúa al final en la que lo esperpéntico y lo caricaturesco se acentúa.
–¿Tenemos hoy día dos referentes como estas mujeres?
–Ellas son personalidades originales, auténticas y únicas, y nuestra época fabrica personas en serie. Las que destacan en el mundo político no son mujeres que enardezcan a las masas o tengan un discurso propio, sino que están apoltronadas en los partidos y hablan como loritos para soltar las consignas. No encontraríamos una mujer con la personalidad de la princesa y, en cuanto a Santa Teresa, tenía una personalidad que le permitía estar en el mundo sin ceder a cantos de sirenas. Hoy, las monjas que vemos, como estas televisivas absurdas, han perdido la capacidad para amalgamar el reino de Dios y el mundo.
–¿Se refiere a Sor Lucia Caram?
–Sí, como Teresa Forcades o Caram, que salen mucho en la tele y que, a priori, tiene una semejanza porque adquieren celebridad como lo hizo Santa Teresa. Ella fue por fidelidad a su carisma, mientras que hoy una monja para alcanzar celebridad tiene que convertirse en una titiritera.
–Lo de que las mujeres de los partidos repiten el mensaje como «loritos», ¿se referirá también a los hombres de estas formaciones, no?
–Sin duda, sin duda. Al final las mujeres lo que hacen es reproducir modelos masculinos. No han traído ninguna novedad a la política, salvo la tontería de la paridad. Bajo una apariencia de mayor protagonismo de la mujer, se trata de un protagonismo irrelevante y vicario. Así lo veo yo.
–La última vez que hablamos fue por su anterior novela, ‘Morir bajo tu cielo’, que trata el desastre del 98. ¿Con el desafío catalán estamos en una crisis parecida?
–Estamos en una época en la que los problemas se agudizan y una falsa solución a la crisis intenta presentarse como la solución a todos los problemas y esto es radicalmente falso. El problema de España es más hondo, es de identidad moral y constitutivo, por lo que no veo fácil solución. La partidos emergentes son demagogos. Dicen la cosas que la gente quiere oir. Cuando Ciudadanos y Podemos gobiernen también tendrán corruptos. ¡Por el amor de Dios! Es grotesco pensar que la corrupción se va acabar porque entren otros partidos.
El consenso es la pasta
–¿También le preguntaba por la independencia que hoy –por ayer– se vota en el parlamento catalán?
–No debemos ser tan idiotas de pensar que España ha sido un ejemplo de democracia. La española se constituyó sobre un gravísimo error que fue el consenso, que se considera algo positivo. Pero ¿qué es el consenso? Pues que la gente dimite de sus principios para encontrar un punto en común que, al final, es la pasta. Con los nacionalistas se llegó al consenso de la pasta: «Vosotros dejáis de dar la murga, nos apoyáis en Madrid y nosotros os damos más dinero». Eso no es consenso, es soborno. A los nacionalistas se les tendría que haber dejado las cosas claritas y reconocerle derechos históricos, jurídicos y cosas que tuvieran un arraigo secular, pero las concesiones económicas son soborno.
–¿Y la situación qué exige?¿Actuar como la santa o como la Princesa?
–Para solucionar los problemas de España hay que remangarse y tener dotes políticas. No hay que consensuarlo todo y, a veces, hay que imponerse porque para eso tienes la confianza de la gente que te ha votado. Pero también hay que tener una mirada más alta y moral que no nos lleve a una política degenerada y barriobajera. Hay que tener algo de Princesa de Éboli y algo de Santa Teresa.
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