Imagen: ABC / Fachada del Cine Carretas en Madrid |
El primer establecimiento de la firma en la capital se abrió a comienzos de la década de los 80.
S.L. | ABC, 2015-11-03
http://www.abc.es/espana/madrid/abci-promiscuo-cine-canto-sabina-y-estuvo-punto-arruinar-primer-zara-madrid-201511032204_noticia.html
Joaquín Sabina plasmó en su canción «Juana La Loca» la clandestina personalidad del cine Carretas y de la calle homónima, donde se ubicaba la sala. Conocido punto de encuentro del ambiente homosexual en el Madrid de los años 80, aquellos falsos cinéfilos configuraron una fama que, sin imaginarlo, lastró el inicio de Zara en la capital. La primera tienda del gigante de la moda se situó en esta vía porque su céntrica situación, próxima a la popular Puerta del Sol, garantizaba un plus para la firma. Sin embargo, la elección se convirtió en un arma de doble filo, pues no llegó a dar beneficios hasta pasados cuatro años desde su apertura.
Con una consideración pareja a la que hoy marca las decisiones de las grandes marcas de ropa, se quiso que se emplazara en esta zona porque era una fuente potencial de clientes; bastaba con tomar una de las desembocaduras desde la famosa plaza para llegar a la tienda. Así, en aquella década, Zara abrió su primer local en Madrid. Lo que no se valoró, o al menos así lo parece, fue la otra cara de la calle Carretas. El citado cine, que incluso llegó a figurar en una guía internacional sobre lugares de citas gays, espantó a cierta clientela, recelosa del ambiente imperante en el barrio. Tanto que hubo que esperar casi un lustro para que la nueva tienda diera beneficios, con el agravante de las expectativas generadas.
El cine, que hizo su última proyección en verano de 1995, mezclaba una apostura velada con otra más bien ostentosa, pues su fama era de sobra conocida. Los extremos de la calle representaban ambos caracteres. Y es que, independiente a la instalación de la tienda de Zara, la extinta sala recoge la historia de una ciudad paralela. Muchos de sus visitantes llevaban una vida oculta, antagónica de la que proyectaban en su día a día. De hecho, Sabina habla de un hombre que, «después de toda una vida sin poder sacar las plumas», terminó por descubrir su verdadera personalidad: «De pronto un día, pasaste de pensar que pensarían; si lo supieran tu mujer, tus hijos, tu portera, que en el cine Carretas una mano de hombre cada noche busca en tu bragueta».
Con una consideración pareja a la que hoy marca las decisiones de las grandes marcas de ropa, se quiso que se emplazara en esta zona porque era una fuente potencial de clientes; bastaba con tomar una de las desembocaduras desde la famosa plaza para llegar a la tienda. Así, en aquella década, Zara abrió su primer local en Madrid. Lo que no se valoró, o al menos así lo parece, fue la otra cara de la calle Carretas. El citado cine, que incluso llegó a figurar en una guía internacional sobre lugares de citas gays, espantó a cierta clientela, recelosa del ambiente imperante en el barrio. Tanto que hubo que esperar casi un lustro para que la nueva tienda diera beneficios, con el agravante de las expectativas generadas.
El cine, que hizo su última proyección en verano de 1995, mezclaba una apostura velada con otra más bien ostentosa, pues su fama era de sobra conocida. Los extremos de la calle representaban ambos caracteres. Y es que, independiente a la instalación de la tienda de Zara, la extinta sala recoge la historia de una ciudad paralela. Muchos de sus visitantes llevaban una vida oculta, antagónica de la que proyectaban en su día a día. De hecho, Sabina habla de un hombre que, «después de toda una vida sin poder sacar las plumas», terminó por descubrir su verdadera personalidad: «De pronto un día, pasaste de pensar que pensarían; si lo supieran tu mujer, tus hijos, tu portera, que en el cine Carretas una mano de hombre cada noche busca en tu bragueta».
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