Imagen: El País / Las cobijadas de Vejer de la Fontera, Cádiz |
La localidad gaditana mantiene el uso de un traje castellano que solo deja al descubierto un ojo y que muchos confunden con un burka.
Jesús A. Cañas | El País, 2017-08-20
https://politica.elpais.com/politica/2017/08/15/diario_de_espana/1502811724_946617.html
El ojo emerge del manto negro como única y luminosa referencia de la que se oculta. “Punza y penetra”, llegó a escribir el célebre viajero Richard Ford en 1845. No le falta razón. En la tórrida tarde de agosto, la enigmática cobijada posa envuelta, en su absoluta oscuridad, ante un fulgurante y blanco callejón de Vejer de la Frontera (Cádiz). Un turista se topa con la escena. Apresurado saca el móvil y dispara fotos sin piedad, antes de perderse por la esquina satisfecho por su hallazgo. Andrea Vallejo se desprende de su manto de cobijada mayor y se hace la luz. A sus 18 años no oculta “el enorme orgullo” que le produce vestir este traje típico, convertido hoy en santo y seña de un pueblo que pelea por conservarlo como parte de su genuina imagen.
Muchos creen erróneamente que el traje de cobijada o tapada de Vejer es una suerte de burka, heredado del pasado islámico del pueblo. Así lo atribuyeron y contaron viajeros románticos como el propio Ford o reputados fotógrafos como Jean Laurent, Kurt Hielscher u Ortiz Echagüe. No les faltaban motivos para caer en tal confusión. Cuando la cobijada vejeriega se tapa con su manto negro, a juego con el color de saya, se convierte en una figura de la que solo se advierte uno de sus ojos. Hasta en su filosofía pueden trazarse similitudes. “La tapada es austera por fuera y rica por dentro, como le ocurre a nuestros patios andaluces”, reconoce Juan Begines, jefe de Protocolo del Ayuntamiento de Vejer.
Sin embargo, el origen de esta prenda que cubre a la mujer es posterior a la presencia musulmana. Se remonta a los siglos XVII y XVIII y, en ese entonces, no era patrimonio exclusivo de las vejeriegas. “Esta manera tan particular de cubrirse la cabeza fue una costumbre arraigada en los reinos peninsulares. Poco o nada tiene que ver con el mundo musulmán, ni siquiera las prendas de ambas indumentarias [por el burka] usan patrones similares”, explica Juan Jesús Cantillo, doctor en Historia y director del Museo de Costumbres y Tradiciones de Vejer.
El traje de la cobijada seguía el modelo castellano de manto y saya que, incluso, llegó al continente americano donde evolucionó hacia otros modelos de trajes, como la tapada limeña. Con él se vestían y cubrían las mujeres, con independencia de su estatus social, para sus quehaceres diarios en la calle, como explica la historiadora del Museo Nacional del Traje Irene Seco, autora del artículo ‘Por tu capricho te pusiste el manto’. Las dos prendas están confeccionadas en lana merina negra y se atan fruncidas a la cintura. Cuando la mujer se descubre, la toca cae sobre la parte trasera de la falda y deja al descubierto su forro de raso blanco. Es entonces cuando también queda a la vista una camisa del mismo color que completa el traje junto a las enaguas. Justo esta camisa -o mejor dicho, la pomposidad y cantidad de encajes que llevaba en el pasado- es la única que permitía “distinguir la condición económica y social de la portadora”, según Cantillo.
La madre de Andrea, Leonor Gutiérrez, se conoce bien cada entretela del traje de cobijada. Ella misma ha confeccionado a mano el de su hija, en el que se le han ido cuatro metros y medio de terciopelo negro para la saya y el manto y más de 12 metros de tiras bordadas para la camisa, como reconoce orgullosa. Cuando designaron a su hija como cobijada mayor de este 2017, durante las fiestas en honor de la patrona de la Virgen de la Oliva del pasado 15 de agosto, Gutiérrez sabía cómo tenía que realizarlo gracias a la tradición oral. Y eso que el traje ha pasado décadas de decaimiento y a punto estuvo de desaparecer.
“El hecho de que esto fuese un pueblo castellano de la baja Andalucía que se mantuvo aislado favoreció que el uso del cobijado se conservase”, reconoce Begines. Tanto fue así que, en Vejer y Tarifa (allí con el nombre de tapada), el traje “se convirtió a lo largo de los siglos XIX y XX en una seña de identidad local y de referente a la tradición, en buena parte, a través del tamiz de los viajeros románticos”, como apunta Seco. Pero el halo de misterio que conlleva la toca, hizo que la República lo prohibiese en 1936 ya que “podía enmascarar delitos”, como explica Cantillo.
Cuando, en la década de los 40, se quiso recuperar ya era tarde. La posguerra obligó a reconvertir las piezas en mantas, colchas y otras prendas. Hoy solo se conserva uno anterior a 1936, en el Museo Nacional del Traje de Madrid. Sin embargo, Vejer siguió ligado afectivamente a la pieza, como reconoce Begines: “Yo, con 64 años, he vivido cuando a las señoras mayores les daba pudor salir a la calle sin su cobijado, por lo que se cubrían con un pañolón”.
La localidad gaditana podría haber dejado perder la prenda castellana, pero con la llegada de la democracia, en los años 70, le dio un giro de tuerca, lo convirtió en su traje típico. Como aún así era difícil fomentar su uso, en los 90, lo vinculó a la reina y damas de las fiestas en honor de la Oliva, que pasaron a ser cobijada mayor y de honor, respectivamente. Con el reciente despunte de Vejer como destino viajero de moda, el Ayuntamiento ha convertido la figura de la cobijada en un emblema señero de la localidad: tiene una escultura (tan enigmática como las de carne y hueso) junto a las murallas de la ciudad; otra a la entrada del pueblo y los establecimientos emplean su nombre o silueta como reclamo comercial.
También es objeto de codiciado deseo entre las niñas y adultas que quieren representar a su pueblo en las fiestas y diversos actos institucionales durante todo el año. Tras ese tiempo, las siete seleccionadas en la categoría adulta e infantil guardan el traje con celo y orgullo. Así lo hará Andrea, que ya fue cobijada de honor cuando era niña y ahora vuelve a vestirse como adulta. En septiembre, se marchará fuera a estudiar Psicología y tenía claro que este verano tenía que quitarse la espinita de repetir: “Soy muy del pueblo, me gusta su historia y sus tradiciones. Me presenté como despedida de Vejer y me han acabado eligiendo como cobijada mayor. No puedo estar más contenta”.
Muchos creen erróneamente que el traje de cobijada o tapada de Vejer es una suerte de burka, heredado del pasado islámico del pueblo. Así lo atribuyeron y contaron viajeros románticos como el propio Ford o reputados fotógrafos como Jean Laurent, Kurt Hielscher u Ortiz Echagüe. No les faltaban motivos para caer en tal confusión. Cuando la cobijada vejeriega se tapa con su manto negro, a juego con el color de saya, se convierte en una figura de la que solo se advierte uno de sus ojos. Hasta en su filosofía pueden trazarse similitudes. “La tapada es austera por fuera y rica por dentro, como le ocurre a nuestros patios andaluces”, reconoce Juan Begines, jefe de Protocolo del Ayuntamiento de Vejer.
Sin embargo, el origen de esta prenda que cubre a la mujer es posterior a la presencia musulmana. Se remonta a los siglos XVII y XVIII y, en ese entonces, no era patrimonio exclusivo de las vejeriegas. “Esta manera tan particular de cubrirse la cabeza fue una costumbre arraigada en los reinos peninsulares. Poco o nada tiene que ver con el mundo musulmán, ni siquiera las prendas de ambas indumentarias [por el burka] usan patrones similares”, explica Juan Jesús Cantillo, doctor en Historia y director del Museo de Costumbres y Tradiciones de Vejer.
El traje de la cobijada seguía el modelo castellano de manto y saya que, incluso, llegó al continente americano donde evolucionó hacia otros modelos de trajes, como la tapada limeña. Con él se vestían y cubrían las mujeres, con independencia de su estatus social, para sus quehaceres diarios en la calle, como explica la historiadora del Museo Nacional del Traje Irene Seco, autora del artículo ‘Por tu capricho te pusiste el manto’. Las dos prendas están confeccionadas en lana merina negra y se atan fruncidas a la cintura. Cuando la mujer se descubre, la toca cae sobre la parte trasera de la falda y deja al descubierto su forro de raso blanco. Es entonces cuando también queda a la vista una camisa del mismo color que completa el traje junto a las enaguas. Justo esta camisa -o mejor dicho, la pomposidad y cantidad de encajes que llevaba en el pasado- es la única que permitía “distinguir la condición económica y social de la portadora”, según Cantillo.
Imagen: El País |
“El hecho de que esto fuese un pueblo castellano de la baja Andalucía que se mantuvo aislado favoreció que el uso del cobijado se conservase”, reconoce Begines. Tanto fue así que, en Vejer y Tarifa (allí con el nombre de tapada), el traje “se convirtió a lo largo de los siglos XIX y XX en una seña de identidad local y de referente a la tradición, en buena parte, a través del tamiz de los viajeros románticos”, como apunta Seco. Pero el halo de misterio que conlleva la toca, hizo que la República lo prohibiese en 1936 ya que “podía enmascarar delitos”, como explica Cantillo.
Cuando, en la década de los 40, se quiso recuperar ya era tarde. La posguerra obligó a reconvertir las piezas en mantas, colchas y otras prendas. Hoy solo se conserva uno anterior a 1936, en el Museo Nacional del Traje de Madrid. Sin embargo, Vejer siguió ligado afectivamente a la pieza, como reconoce Begines: “Yo, con 64 años, he vivido cuando a las señoras mayores les daba pudor salir a la calle sin su cobijado, por lo que se cubrían con un pañolón”.
La localidad gaditana podría haber dejado perder la prenda castellana, pero con la llegada de la democracia, en los años 70, le dio un giro de tuerca, lo convirtió en su traje típico. Como aún así era difícil fomentar su uso, en los 90, lo vinculó a la reina y damas de las fiestas en honor de la Oliva, que pasaron a ser cobijada mayor y de honor, respectivamente. Con el reciente despunte de Vejer como destino viajero de moda, el Ayuntamiento ha convertido la figura de la cobijada en un emblema señero de la localidad: tiene una escultura (tan enigmática como las de carne y hueso) junto a las murallas de la ciudad; otra a la entrada del pueblo y los establecimientos emplean su nombre o silueta como reclamo comercial.
También es objeto de codiciado deseo entre las niñas y adultas que quieren representar a su pueblo en las fiestas y diversos actos institucionales durante todo el año. Tras ese tiempo, las siete seleccionadas en la categoría adulta e infantil guardan el traje con celo y orgullo. Así lo hará Andrea, que ya fue cobijada de honor cuando era niña y ahora vuelve a vestirse como adulta. En septiembre, se marchará fuera a estudiar Psicología y tenía claro que este verano tenía que quitarse la espinita de repetir: “Soy muy del pueblo, me gusta su historia y sus tradiciones. Me presenté como despedida de Vejer y me han acabado eligiendo como cobijada mayor. No puedo estar más contenta”.
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