Imagen: Hoyesarte / Federico en 1914, fotografía descubierta en la Universidad de Granada en 2007 |
José González Núñez | Hoyesarte, 2017-08-14
http://www.hoyesarte.com/literatura/ainadamar-81-anos-del-asesinato-de-federico-garcia-lorca_245656/
“Se avecina una tormenta y me marcho a casa”. Un presagio de catástrofe le obsesiona, pero el poeta interpreta mal las señales del oráculo: “allí estaré fuera de peligro”. Dice adiós a Madrid y toma el tren con destino a Granada, a su Granada, una calurosa tarde del mes de julio. El niño sigue viviendo en el hombre y quiere celebrar con los suyos la festividad de San Federico en la Huerta de San Vicente. Quiere sentir una vez más las emociones de una infancia nunca abandonada, pero sus deseos no podrán hacerse realidad.
El mismo día de la fiesta un dragón de fuego atraviesa el cielo, abriendo con sus lenguas de sangre y negrura una irreparable grieta en el corazón del poeta. Los largos días del verano granadino se hacen cada vez más agobiantes y crueles. De sus labios va desapareciendo la sonrisa morena; de sus manos, la magia del ilusionista. La tristeza lo invade todo, con la violencia y la rapidez de un tumor invasivo. Tan sólo ha pasado un mes, pero él parece haber tenido un interminable insomnio en el que todo es pensamiento, todo inquietud.
Vuelve a equivocarse cuando trata de leer las entrañas del futuro próximo: “estaré seguro en casa de los Rosales”. Ni siquiera San Roque puede detener el avance de la peste negra: “¡vamos!”. Reír, saltar, inventar, dibujar, escribir, recitar, actuar, componer, cantar, charlar…, el verbo enmudece, incapaz de hacerse carne. Ni siquiera hay metáforas en las que guardar las verdades del trigo. El ruiseñor siente rota su garganta y una pesada carga de plomo en sus alas. Pasa tres días en la pálida soledad de su jaula. Escucha por última vez su propia voz de poeta. Después, todo desaparece y el vacío se llena de angustia y desesperanza. Los perros rabiosos abren sus fauces inmensas y se tragan el silencio de la noche.
En lo alto de la montaña, Granada, su Granada, es una sima profunda. A esa hora de la madrugada, en la que el hilo de luna ha desaparecido y el alba aún no ha rayado el horizonte, la macabra comitiva se pone en marcha. Con sus torpes andares, el poeta avanza, junto con dos banderilleros y un maestro bueno. Avanza por la noche muda, entre los escalofríos nocturnos de un noviembre en agosto, sin que ningún cirineo le ayude a llevar tan pesada cruz. Bajo la mirada de hiel de los guardianes, el aliento se vuelve tuera.
Por el camino de Alfacar llegan junto a la fuente en la que el agua llora la muerte del poeta desde hace siglos. Un disparo, dos, tres… Ya no eres aire, ni fuego, ni agua, sólo eres tierra, polvo, nada. La luz asoma entre un cielo de ceniza. No hay consuelo, sólo lágrimas. Te has muerto para siempre, en paradero desconocido. Te has muerto para siempre, en la sequedad del estío. Te has muerto para siempre, todo el mundo lo sabe. Hechos de guerra, todo el mundo lo sabe. Pero es preciso que vuelvas a reír, Federico, aunque necesites subirte de nuevo al escenario de tu Barraca y disfrazarte con tu traje de esqueleto. Fuera hace mucha pena.
Este viernes, 18 de agosto, se cumplen 81 años del asesinato de Federico García Lorca en el granadino camino de Víznar a Alfacar.
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